Capítulo 1La lluvia caía con un murmullo constante, y las gotas golpeaban las puertas de vidrio, difuminando el exterior.Rosalía Quiroz observaba, impotente, al hombre que se alejaba en su coche bajo el aguacero.La asistente que le ayudaba a probarse los vestidos de novia en la tienda preguntó con cautela:—Señorita Quiroz, todavía faltan otros tres vestidos. ¿Quiere que sigamos?—No, ya no hace falta. Ayúdame a quitarme esto, por favor —respondió Rosalía, reaccionando.Se miró en el espejo, vestida de blanco, y sintió una opresión en el pecho, los ojos arrasados en lágrimas.El hombre que acababa de marcharse apresuradamente era su prometido, Sergio Heredia.Hacía unos minutos, Rosalía acababa de probarse el primer vestido. Cuando el telón se abrió, sonó el celular de Sergio.A pesar del sonido de la lluvia, Rosalía escuchó claramente la voz del otro lado.Una mujer, con un tono apremiante, decía:—Sergio, está lloviendo horrible, ¡no traje paraguas y no pasa ningún taxi! ¿Qué voy a hacer?Sergio respondió al instante:—Tranquila, Esmeralda, ahorita voy por ti.Colgó el teléfono y le dijo a Rosalía:—Escoge tú el vestido, ¿sí? Tengo que salir.Sin siquiera mirarla, Sergio salió presuroso.Cuando Rosalía reaccionó, el coche ya había desaparecido calle abajo.Parpadeó, y la sonrisa radiante que tuvo un momento antes se transformó en una mueca amarga.Sabía desde hacía tiempo de la existencia de Esmeralda Escalante, el amor platónico de Sergio.Pero aun así, Rosalía se aferraba a la idea de casarse con él.Pensaba que el cariño de toda una vida no podía ser eclipsado por una figura recién aparecida.Había insistido mucho para que Sergio la acompañara a probarse los vestidos de novia.Pero bastó una simple llamada de Esmeralda, solo porque no tenía paraguas, para que Sergio se marchara."¿Acaso no lo había previsto?"Años de amor no pudieron competir con la fascinación del momento.Desde pequeña, Rosalía había estado comprometida con Sergio en un matrimonio arreglado. Crecieron juntos y comenzaron formalmente a salir a los dieciséis.Durante su adolescencia, ella también fue el centro del mundo para Sergio.A los dieciocho, Sergio se fue al extranjero a estudiar.Antes de partir, le prometió a Rosalía que lo esperara, que se casarían a su regreso.Pasaron seis años y finalmente Sergio volvió, pero todo había cambiado.Cumplía su promesa de casarse con ella, pero su corazón ya no le pertenecía.Por más que Rosalía se esforzara, no lograba reavivar los sentimientos en un corazón distante.Se quitó el pesado vestido de novia, sintiéndose como un payaso al mirarse en el espejo.La asistenta a su lado quiso decir algo para consolarla, pero no encontró las palabras; solo suspiró con resignación."¡Qué ciego es su prometido para no ver lo hermosa que es esta chica!"La asistenta apenas terminó de guardar el vestido cuando vio que Rosalía salía por la puerta.—¡Señorita Quiroz, está lloviendo muy fuerte! Espere a que baje un poco.La asistenta corrió tras ella con un paraguas, pero la intensidad de la lluvia la obligó a regresar; solo pudo ver cómo la silueta de Rosalía se perdía en la cortina de agua.Era la primera lluvia de otoño en Solara.Con el diluvio era complicado conseguir un taxi, así que Rosalía volvió a casa caminando con dificultad, completamente empapada.Se dio una ducha rápida y se desplomó en la cama.No supo cuánto tiempo había dormido cuando despertó desorientada, con un fuerte dolor de cabeza.Miró su celular: ya pasaban de las once de la noche.En un estado de semiinconsciencia, llamó a Sergio:—Sergio... creo que me dio fiebre...—Pues tómate algo. Estoy con unos amigos, no me estés molestando —respondió Sergio con fastidio.Antes de que él colgara, Rosalía escuchó la voz de Esmeralda al fondo.—Sergio, ya terminé de bañarme, te toca.Rosalía, con la mente aún aturdida, se despabiló de golpe.Se quedó mirando la pantalla que lentamente se oscurecía, sintiendo una opresión que le robaba el aire.Rosalía fue sola al hospital y pronto le pusieron un suero.Se quedó dormida en la cama del hospital, pero el pinchazo doloroso en el dorso de su mano la despertó.Presionó el timbre para llamar a la enfermera, quien le pidió disculpas repetidamente.—Ay, discúlpeme, no me fijé que se le movió la aguja. Es que llegó una urgencia y andamos vueltas locas con poco personal en la noche.—No se preocupe —respondió Rosalía con una voz inesperadamente áspera.La enfermera preguntó:—¿Y está solita? Tan noche, ¿nadie la acompañó?... Ay, ¿está llorando?Rosalía se quedó inmóvil un instante y, al pasarse la mano por la cara, notó la humedad en sus mejillas.Se humedeció los labios resecos y señaló el dorso de su mano:—... Es que duele mucho.—De veras, discúlpeme —se disculpó una vez más la enfermera, asegurándose de arropar bien a Rosalía antes de irse.Una vez sola, Rosalía se quedó mirando el techo, perdida en sus pensamientos."En realidad, el dolor en la mano no era para tanto, ¿entonces por qué lloraba?"Quizá porque su estudiada entereza se había quebrado de golpe.No era la primera vez que ocurría algo así.En los momentos en que más lo necesitaba, Sergio la abandonaba para ir con Esmeralda.Rosalía ya no podía más.Tenía veinticuatro años. Había pasado los primeros dieciséis creciendo junto a Sergio, y los últimos ocho, enamorada de él.Lo amaba con una intensidad que la consumía.Pero toda esa devoción apasionada, el fervor de su juventud, ahora le parecía una cruel ironía.Cada gota del suero, aunque silenciosa, parecía pesar una enormidad sobre su ánimo.Se sentía completamente deshecha.Había acumulado demasiadas decepciones.Con una resolución repentina, Rosalía sacó su celular y abrió el chat con Sergio.[Terminamos.]Después de enviar el mensaje, creyó que se sentiría desolada, que lloraría, pero sorprendentemente, la invadió una calma inesperada.Incluso experimentó una indescriptible sensación de alivio.Rosalía cerró los ojos con serenidad y se quedó dormida....Solo estuvo un día en el hospital antes de recibir el alta.No había salido aún del área de hospitalización cuando recibió una llamada de Sabrina.Sabrina era su tía política; cuando Rosalía tenía ocho años, sus padres murieron en un accidente, y desde entonces, fue acogida por la familia de su tío.Durante todos estos años, había vivido sintiéndose como una extraña bajo su techo.—Tía, ¿qué pasó?—Oye, tu primo tiene problemas con el trabajo. Ayer se peleó con su jefe y renunció. Necesito que le consigas algo en el Grupo Heredia.—No tiene que ser la gran cosa, con una gerencia basta. Tú y Sergio se casan el mes que entra, es nomás cosa de que se lo pidas...La voz estridente de Sabrina Jurado aún no terminaba cuando Rosalía la interrumpió.—Sergio y yo cortamos, tía. Ya no va a haber boda.Hubo un silencio tenso en la línea por unos segundos, luego la voz de Sabrina volvió a estallar:—¿Cómo? Rosalía, ¿estás loca o qué? ¿Qué babosadas dices?—¿O nomás no quieres ayudar y me estás inventando pretextos?Rosalía apretó el celular con más fuerza.—No, tía, es en serio. Sergio y yo ya no andamos.—No puedo ayudarte con eso. Te tengo que colgar.Ignorando los gritos de Sabrina, Rosalía cortó la llamada de manera decidida.Regresó a una casa vacía, donde cada rincón parecía asfixiarla.Era la casa de Sergio, y no podía soportar estar allí ni un segundo más.Cada respiración se sentía pesada, opresiva.Con resolución, cerró su maleta y se fue sin mirar atrás.Rosalía no tenía muchas pertenencias; todo cabía en un par de maletas.Al entrar a la universidad, se mudó de la casa de su tío para vivir en la residencia estudiantil, y más tarde rentó un departamento por su cuenta.Después, Sergio regresó al país y compró un pequeño departamento para que ella viviera.En ese entonces, Rosalía ignoraba la existencia de Esmeralda y creía que pronto se casaría con Sergio, que vivirían juntos antes de la boda.Pero Sergio insistió en que no la tocaría antes del matrimonio.En aquel tiempo, Rosalía se conmovía por el supuesto respeto de Sergio y su aparente consideración, pero luego se enteró de que ya había alguien más en su vida.Él no la tocaba porque quería mantenerse fiel a Esmeralda....Una vez tomada la decisión de terminar, Rosalía no vaciló.Empacó sus cosas y dejó el departamento impecable, sin rastro alguno de su presencia.Planeaba quedarse unos días en un hotel antes de encontrar un nuevo lugar para vivir.Apenas llegó al hotel, recibió una llamada de su amiga Perla Ortega.—Rosalía, ¿qué tal te fue el otro día escogiendo el vestido con Sergio?—Si todavía no lo encuentras, te puedo recomendar otro sitio. Es el taller de una amiga, acaba de contratar a un diseñador que volvió de fuera. Dicen que trabajaba para marcas súper importantes...Perla hablaba sin parar hasta que notó el silencio de Rosalía.—¿Qué tienes? ¿Otra vez Sergio te hizo algo?—Cortamos, Perla. Ya no hay boda, así que ya no necesito vestido.Perla guardó silencio por unos segundos.—Pero falta menos de un mes, ¡y ya mandaron las invitaciones! ¿Es broma, verdad?La voz de Rosalía era sosegada.—No, no es broma.Del otro lado, Perla suspiró.—¿Fue por la tipa esa, Esmeralda, otra vez?—No tanto por ella... ya me cansé, Perla.—¡Ay, es que Sergio es un patán! Entiendo que estés furiosa, pero no cedas esta vez. Deja que él te busque, que te ruegue.Rosalía soltó una risa carente de alegría.La otra noche le había enviado el mensaje de ruptura a Sergio y lo había eliminado de sus contactos, pero hasta ese momento no había recibido respuesta alguna.Había amenazado con romper antes, pero sin importar cuánto se enfadara, Sergio siempre la ignoraba.Porque invariablemente, después de unos días, era Rosalía quien terminaba buscando a Sergio.Perdió a sus padres a los ocho años y pasó de ser una niña mimada a una huérfana viviendo bajo el techo de otros. Sergio había sido un bálsamo en su infancia herida.Durante todos estos años, había creído no poder vivir sin Sergio.Todos sabían que estaba perdidamente enamorada de él, que no podía imaginar su vida sin su presencia.Por eso, incluso cuando Sergio dejó de amarla, incluso cuando Esmeralda la provocaba, ella lo soportaba todo.Nadie creía que realmente fuera capaz de terminar la relación.Incluso su mejor amiga, Perla, pensaba que solo estaba haciendo un berrinche pasajero.Rosalía finalmente comprendió que era culpa suya haberse aferrado a Sergio sin respetarse a sí misma.—Perla, esta vez va en serio. Ya no voy a volver a caer.Hubo un silencio al otro lado antes de que Perla estallara en carcajadas.—¡Más te vale que sea verdad!—¡Hasta que se te prendió el foco! Eres la más guapa de Solara, ¿qué hacías aguantando a ese imbécil?—Mira, antes me aguantaba por ti, pero ganas no me faltaban de decirle sus verdades a Sergio. Ahora que ya lo mandaste a volar, ¡la próxima vez que lo vea se las va a oír!Después de reírse, Perla notó el dejo de tristeza en la voz de Rosalía.Rápidamente la consoló.—Ay, es solo un hombre, no vale la pena que te achicopales. ¿Estás en tu casa? Voy para allá.Capítulo 2La lluvia caía con un murmullo constante, y las gotas golpeaban las puertas de vidrio, difuminando el exterior.Rosalía Quiroz observaba, impotente, al hombre que se alejaba en su coche bajo el aguacero.La asistente que le ayudaba a probarse los vestidos de novia en la tienda preguntó con cautela:—Señorita Quiroz, todavía faltan otros tres vestidos. ¿Quiere que sigamos?—No, ya no hace falta. Ayúdame a quitarme esto, por favor —respondió Rosalía, reaccionando.Se miró en el espejo, vestida de blanco, y sintió una opresión en el pecho, los ojos arrasados en lágrimas.El hombre que acababa de marcharse apresuradamente era su prometido, Sergio Heredia.Hacía unos minutos, Rosalía acababa de probarse el primer vestido. Cuando el telón se abrió, sonó el celular de Sergio.A pesar del sonido de la lluvia, Rosalía escuchó claramente la voz del otro lado.Una mujer, con un tono apremiante, decía:—Sergio, está lloviendo horrible, ¡no traje paraguas y no pasa ningún taxi! ¿Qué voy a hacer?Sergio respondió al instante:—Tranquila, Esmeralda, ahorita voy por ti.Colgó el teléfono y le dijo a Rosalía:—Escoge tú el vestido, ¿sí? Tengo que salir.Sin siquiera mirarla, Sergio salió presuroso.Cuando Rosalía reaccionó, el coche ya había desaparecido calle abajo.Parpadeó, y la sonrisa radiante que tuvo un momento antes se transformó en una mueca amarga.Sabía desde hacía tiempo de la existencia de Esmeralda Escalante, el amor platónico de Sergio.Pero aun así, Rosalía se aferraba a la idea de casarse con él.Pensaba que el cariño de toda una vida no podía ser eclipsado por una figura recién aparecida.Había insistido mucho para que Sergio la acompañara a probarse los vestidos de novia.Pero bastó una simple llamada de Esmeralda, solo porque no tenía paraguas, para que Sergio se marchara."¿Acaso no lo había previsto?"Años de amor no pudieron competir con la fascinación del momento.Desde pequeña, Rosalía había estado comprometida con Sergio en un matrimonio arreglado. Crecieron juntos y comenzaron formalmente a salir a los dieciséis.Durante su adolescencia, ella también fue el centro del mundo para Sergio.A los dieciocho, Sergio se fue al extranjero a estudiar.Antes de partir, le prometió a Rosalía que lo esperara, que se casarían a su regreso.Pasaron seis años y finalmente Sergio volvió, pero todo había cambiado.Cumplía su promesa de casarse con ella, pero su corazón ya no le pertenecía.Por más que Rosalía se esforzara, no lograba reavivar los sentimientos en un corazón distante.Se quitó el pesado vestido de novia, sintiéndose como un payaso al mirarse en el espejo.La asistenta a su lado quiso decir algo para consolarla, pero no encontró las palabras; solo suspiró con resignación."¡Qué ciego es su prometido para no ver lo hermosa que es esta chica!"La asistenta apenas terminó de guardar el vestido cuando vio que Rosalía salía por la puerta.—¡Señorita Quiroz, está lloviendo muy fuerte! Espere a que baje un poco.La asistenta corrió tras ella con un paraguas, pero la intensidad de la lluvia la obligó a regresar; solo pudo ver cómo la silueta de Rosalía se perdía en la cortina de agua.Era la primera lluvia de otoño en Solara.Con el diluvio era complicado conseguir un taxi, así que Rosalía volvió a casa caminando con dificultad, completamente empapada.Se dio una ducha rápida y se desplomó en la cama.No supo cuánto tiempo había dormido cuando despertó desorientada, con un fuerte dolor de cabeza.Miró su celular: ya pasaban de las once de la noche.En un estado de semiinconsciencia, llamó a Sergio:—Sergio... creo que me dio fiebre...—Pues tómate algo. Estoy con unos amigos, no me estés molestando —respondió Sergio con fastidio.Antes de que él colgara, Rosalía escuchó la voz de Esmeralda al fondo.—Sergio, ya terminé de bañarme, te toca.Rosalía, con la mente aún aturdida, se despabiló de golpe.Se quedó mirando la pantalla que lentamente se oscurecía, sintiendo una opresión que le robaba el aire.Rosalía fue sola al hospital y pronto le pusieron un suero.Se quedó dormida en la cama del hospital, pero el pinchazo doloroso en el dorso de su mano la despertó.Presionó el timbre para llamar a la enfermera, quien le pidió disculpas repetidamente.—Ay, discúlpeme, no me fijé que se le movió la aguja. Es que llegó una urgencia y andamos vueltas locas con poco personal en la noche.—No se preocupe —respondió Rosalía con una voz inesperadamente áspera.La enfermera preguntó:—¿Y está solita? Tan noche, ¿nadie la acompañó?... Ay, ¿está llorando?Rosalía se quedó inmóvil un instante y, al pasarse la mano por la cara, notó la humedad en sus mejillas.Se humedeció los labios resecos y señaló el dorso de su mano:—... Es que duele mucho.—De veras, discúlpeme —se disculpó una vez más la enfermera, asegurándose de arropar bien a Rosalía antes de irse.Una vez sola, Rosalía se quedó mirando el techo, perdida en sus pensamientos."En realidad, el dolor en la mano no era para tanto, ¿entonces por qué lloraba?"Quizá porque su estudiada entereza se había quebrado de golpe.No era la primera vez que ocurría algo así.En los momentos en que más lo necesitaba, Sergio la abandonaba para ir con Esmeralda.Rosalía ya no podía más.Tenía veinticuatro años. Había pasado los primeros dieciséis creciendo junto a Sergio, y los últimos ocho, enamorada de él.Lo amaba con una intensidad que la consumía.Pero toda esa devoción apasionada, el fervor de su juventud, ahora le parecía una cruel ironía.Cada gota del suero, aunque silenciosa, parecía pesar una enormidad sobre su ánimo.Se sentía completamente deshecha.Había acumulado demasiadas decepciones.Con una resolución repentina, Rosalía sacó su celular y abrió el chat con Sergio.[Terminamos.]Después de enviar el mensaje, creyó que se sentiría desolada, que lloraría, pero sorprendentemente, la invadió una calma inesperada.Incluso experimentó una indescriptible sensación de alivio.Rosalía cerró los ojos con serenidad y se quedó dormida....Solo estuvo un día en el hospital antes de recibir el alta.No había salido aún del área de hospitalización cuando recibió una llamada de Sabrina.Sabrina era su tía política; cuando Rosalía tenía ocho años, sus padres murieron en un accidente, y desde entonces, fue acogida por la familia de su tío.Durante todos estos años, había vivido sintiéndose como una extraña bajo su techo.—Tía, ¿qué pasó?—Oye, tu primo tiene problemas con el trabajo. Ayer se peleó con su jefe y renunció. Necesito que le consigas algo en el Grupo Heredia.—No tiene que ser la gran cosa, con una gerencia basta. Tú y Sergio se casan el mes que entra, es nomás cosa de que se lo pidas...La voz estridente de Sabrina Jurado aún no terminaba cuando Rosalía la interrumpió.—Sergio y yo cortamos, tía. Ya no va a haber boda.Hubo un silencio tenso en la línea por unos segundos, luego la voz de Sabrina volvió a estallar:—¿Cómo? Rosalía, ¿estás loca o qué? ¿Qué babosadas dices?—¿O nomás no quieres ayudar y me estás inventando pretextos?Rosalía apretó el celular con más fuerza.—No, tía, es en serio. Sergio y yo ya no andamos.—No puedo ayudarte con eso. Te tengo que colgar.Ignorando los gritos de Sabrina, Rosalía cortó la llamada de manera decidida.Regresó a una casa vacía, donde cada rincón parecía asfixiarla.Era la casa de Sergio, y no podía soportar estar allí ni un segundo más.Cada respiración se sentía pesada, opresiva.Con resolución, cerró su maleta y se fue sin mirar atrás.Rosalía no tenía muchas pertenencias; todo cabía en un par de maletas.Al entrar a la universidad, se mudó de la casa de su tío para vivir en la residencia estudiantil, y más tarde rentó un departamento por su cuenta.Después, Sergio regresó al país y compró un pequeño departamento para que ella viviera.En ese entonces, Rosalía ignoraba la existencia de Esmeralda y creía que pronto se casaría con Sergio, que vivirían juntos antes de la boda.Pero Sergio insistió en que no la tocaría antes del matrimonio.En aquel tiempo, Rosalía se conmovía por el supuesto respeto de Sergio y su aparente consideración, pero luego se enteró de que ya había alguien más en su vida.Él no la tocaba porque quería mantenerse fiel a Esmeralda....Una vez tomada la decisión de terminar, Rosalía no vaciló.Empacó sus cosas y dejó el departamento impecable, sin rastro alguno de su presencia.Planeaba quedarse unos días en un hotel antes de encontrar un nuevo lugar para vivir.Apenas llegó al hotel, recibió una llamada de su amiga Perla Ortega.—Rosalía, ¿qué tal te fue el otro día escogiendo el vestido con Sergio?—Si todavía no lo encuentras, te puedo recomendar otro sitio. Es el taller de una amiga, acaba de contratar a un diseñador que volvió de fuera. Dicen que trabajaba para marcas súper importantes...Perla hablaba sin parar hasta que notó el silencio de Rosalía.—¿Qué tienes? ¿Otra vez Sergio te hizo algo?—Cortamos, Perla. Ya no hay boda, así que ya no necesito vestido.Perla guardó silencio por unos segundos.—Pero falta menos de un mes, ¡y ya mandaron las invitaciones! ¿Es broma, verdad?La voz de Rosalía era sosegada.—No, no es broma.Del otro lado, Perla suspiró.—¿Fue por la tipa esa, Esmeralda, otra vez?—No tanto por ella... ya me cansé, Perla.—¡Ay, es que Sergio es un patán! Entiendo que estés furiosa, pero no cedas esta vez. Deja que él te busque, que te ruegue.Rosalía soltó una risa carente de alegría.La otra noche le había enviado el mensaje de ruptura a Sergio y lo había eliminado de sus contactos, pero hasta ese momento no había recibido respuesta alguna.Había amenazado con romper antes, pero sin importar cuánto se enfadara, Sergio siempre la ignoraba.Porque invariablemente, después de unos días, era Rosalía quien terminaba buscando a Sergio.Perdió a sus padres a los ocho años y pasó de ser una niña mimada a una huérfana viviendo bajo el techo de otros. Sergio había sido un bálsamo en su infancia herida.Durante todos estos años, había creído no poder vivir sin Sergio.Todos sabían que estaba perdidamente enamorada de él, que no podía imaginar su vida sin su presencia.Por eso, incluso cuando Sergio dejó de amarla, incluso cuando Esmeralda la provocaba, ella lo soportaba todo.Nadie creía que realmente fuera capaz de terminar la relación.Incluso su mejor amiga, Perla, pensaba que solo estaba haciendo un berrinche pasajero.Rosalía finalmente comprendió que era culpa suya haberse aferrado a Sergio sin respetarse a sí misma.—Perla, esta vez va en serio. Ya no voy a volver a caer.Hubo un silencio al otro lado antes de que Perla estallara en carcajadas.—¡Más te vale que sea verdad!—¡Hasta que se te prendió el foco! Eres la más guapa de Solara, ¿qué hacías aguantando a ese imbécil?—Mira, antes me aguantaba por ti, pero ganas no me faltaban de decirle sus verdades a Sergio. Ahora que ya lo mandaste a volar, ¡la próxima vez que lo vea se las va a oír!Después de reírse, Perla notó el dejo de tristeza en la voz de Rosalía.Rápidamente la consoló.—Ay, es solo un hombre, no vale la pena que te achicopales. ¿Estás en tu casa? Voy para allá.Capítulo 3La lluvia caía con un murmullo constante, y las gotas golpeaban las puertas de vidrio, difuminando el exterior.Rosalía Quiroz observaba, impotente, al hombre que se alejaba en su coche bajo el aguacero.La asistente que le ayudaba a probarse los vestidos de novia en la tienda preguntó con cautela:—Señorita Quiroz, todavía faltan otros tres vestidos. ¿Quiere que sigamos?—No, ya no hace falta. Ayúdame a quitarme esto, por favor —respondió Rosalía, reaccionando.Se miró en el espejo, vestida de blanco, y sintió una opresión en el pecho, los ojos arrasados en lágrimas.El hombre que acababa de marcharse apresuradamente era su prometido, Sergio Heredia.Hacía unos minutos, Rosalía acababa de probarse el primer vestido. Cuando el telón se abrió, sonó el celular de Sergio.A pesar del sonido de la lluvia, Rosalía escuchó claramente la voz del otro lado.Una mujer, con un tono apremiante, decía:—Sergio, está lloviendo horrible, ¡no traje paraguas y no pasa ningún taxi! ¿Qué voy a hacer?Sergio respondió al instante:—Tranquila, Esmeralda, ahorita voy por ti.Colgó el teléfono y le dijo a Rosalía:—Escoge tú el vestido, ¿sí? Tengo que salir.Sin siquiera mirarla, Sergio salió presuroso.Cuando Rosalía reaccionó, el coche ya había desaparecido calle abajo.Parpadeó, y la sonrisa radiante que tuvo un momento antes se transformó en una mueca amarga.Sabía desde hacía tiempo de la existencia de Esmeralda Escalante, el amor platónico de Sergio.Pero aun así, Rosalía se aferraba a la idea de casarse con él.Pensaba que el cariño de toda una vida no podía ser eclipsado por una figura recién aparecida.Había insistido mucho para que Sergio la acompañara a probarse los vestidos de novia.Pero bastó una simple llamada de Esmeralda, solo porque no tenía paraguas, para que Sergio se marchara."¿Acaso no lo había previsto?"Años de amor no pudieron competir con la fascinación del momento.Desde pequeña, Rosalía había estado comprometida con Sergio en un matrimonio arreglado. Crecieron juntos y comenzaron formalmente a salir a los dieciséis.Durante su adolescencia, ella también fue el centro del mundo para Sergio.A los dieciocho, Sergio se fue al extranjero a estudiar.Antes de partir, le prometió a Rosalía que lo esperara, que se casarían a su regreso.Pasaron seis años y finalmente Sergio volvió, pero todo había cambiado.Cumplía su promesa de casarse con ella, pero su corazón ya no le pertenecía.Por más que Rosalía se esforzara, no lograba reavivar los sentimientos en un corazón distante.Se quitó el pesado vestido de novia, sintiéndose como un payaso al mirarse en el espejo.La asistenta a su lado quiso decir algo para consolarla, pero no encontró las palabras; solo suspiró con resignación."¡Qué ciego es su prometido para no ver lo hermosa que es esta chica!"La asistenta apenas terminó de guardar el vestido cuando vio que Rosalía salía por la puerta.—¡Señorita Quiroz, está lloviendo muy fuerte! Espere a que baje un poco.La asistenta corrió tras ella con un paraguas, pero la intensidad de la lluvia la obligó a regresar; solo pudo ver cómo la silueta de Rosalía se perdía en la cortina de agua.Era la primera lluvia de otoño en Solara.Con el diluvio era complicado conseguir un taxi, así que Rosalía volvió a casa caminando con dificultad, completamente empapada.Se dio una ducha rápida y se desplomó en la cama.No supo cuánto tiempo había dormido cuando despertó desorientada, con un fuerte dolor de cabeza.Miró su celular: ya pasaban de las once de la noche.En un estado de semiinconsciencia, llamó a Sergio:—Sergio... creo que me dio fiebre...—Pues tómate algo. Estoy con unos amigos, no me estés molestando —respondió Sergio con fastidio.Antes de que él colgara, Rosalía escuchó la voz de Esmeralda al fondo.—Sergio, ya terminé de bañarme, te toca.Rosalía, con la mente aún aturdida, se despabiló de golpe.Se quedó mirando la pantalla que lentamente se oscurecía, sintiendo una opresión que le robaba el aire.Rosalía fue sola al hospital y pronto le pusieron un suero.Se quedó dormida en la cama del hospital, pero el pinchazo doloroso en el dorso de su mano la despertó.Presionó el timbre para llamar a la enfermera, quien le pidió disculpas repetidamente.—Ay, discúlpeme, no me fijé que se le movió la aguja. Es que llegó una urgencia y andamos vueltas locas con poco personal en la noche.—No se preocupe —respondió Rosalía con una voz inesperadamente áspera.La enfermera preguntó:—¿Y está solita? Tan noche, ¿nadie la acompañó?... Ay, ¿está llorando?Rosalía se quedó inmóvil un instante y, al pasarse la mano por la cara, notó la humedad en sus mejillas.Se humedeció los labios resecos y señaló el dorso de su mano:—... Es que duele mucho.—De veras, discúlpeme —se disculpó una vez más la enfermera, asegurándose de arropar bien a Rosalía antes de irse.Una vez sola, Rosalía se quedó mirando el techo, perdida en sus pensamientos."En realidad, el dolor en la mano no era para tanto, ¿entonces por qué lloraba?"Quizá porque su estudiada entereza se había quebrado de golpe.No era la primera vez que ocurría algo así.En los momentos en que más lo necesitaba, Sergio la abandonaba para ir con Esmeralda.Rosalía ya no podía más.Tenía veinticuatro años. Había pasado los primeros dieciséis creciendo junto a Sergio, y los últimos ocho, enamorada de él.Lo amaba con una intensidad que la consumía.Pero toda esa devoción apasionada, el fervor de su juventud, ahora le parecía una cruel ironía.Cada gota del suero, aunque silenciosa, parecía pesar una enormidad sobre su ánimo.Se sentía completamente deshecha.Había acumulado demasiadas decepciones.Con una resolución repentina, Rosalía sacó su celular y abrió el chat con Sergio.[Terminamos.]Después de enviar el mensaje, creyó que se sentiría desolada, que lloraría, pero sorprendentemente, la invadió una calma inesperada.Incluso experimentó una indescriptible sensación de alivio.Rosalía cerró los ojos con serenidad y se quedó dormida....Solo estuvo un día en el hospital antes de recibir el alta.No había salido aún del área de hospitalización cuando recibió una llamada de Sabrina.Sabrina era su tía política; cuando Rosalía tenía ocho años, sus padres murieron en un accidente, y desde entonces, fue acogida por la familia de su tío.Durante todos estos años, había vivido sintiéndose como una extraña bajo su techo.—Tía, ¿qué pasó?—Oye, tu primo tiene problemas con el trabajo. Ayer se peleó con su jefe y renunció. Necesito que le consigas algo en el Grupo Heredia.—No tiene que ser la gran cosa, con una gerencia basta. Tú y Sergio se casan el mes que entra, es nomás cosa de que se lo pidas...La voz estridente de Sabrina Jurado aún no terminaba cuando Rosalía la interrumpió.—Sergio y yo cortamos, tía. Ya no va a haber boda.Hubo un silencio tenso en la línea por unos segundos, luego la voz de Sabrina volvió a estallar:—¿Cómo? Rosalía, ¿estás loca o qué? ¿Qué babosadas dices?—¿O nomás no quieres ayudar y me estás inventando pretextos?Rosalía apretó el celular con más fuerza.—No, tía, es en serio. Sergio y yo ya no andamos.—No puedo ayudarte con eso. Te tengo que colgar.Ignorando los gritos de Sabrina, Rosalía cortó la llamada de manera decidida.Regresó a una casa vacía, donde cada rincón parecía asfixiarla.Era la casa de Sergio, y no podía soportar estar allí ni un segundo más.Cada respiración se sentía pesada, opresiva.Con resolución, cerró su maleta y se fue sin mirar atrás.Rosalía no tenía muchas pertenencias; todo cabía en un par de maletas.Al entrar a la universidad, se mudó de la casa de su tío para vivir en la residencia estudiantil, y más tarde rentó un departamento por su cuenta.Después, Sergio regresó al país y compró un pequeño departamento para que ella viviera.En ese entonces, Rosalía ignoraba la existencia de Esmeralda y creía que pronto se casaría con Sergio, que vivirían juntos antes de la boda.Pero Sergio insistió en que no la tocaría antes del matrimonio.En aquel tiempo, Rosalía se conmovía por el supuesto respeto de Sergio y su aparente consideración, pero luego se enteró de que ya había alguien más en su vida.Él no la tocaba porque quería mantenerse fiel a Esmeralda....Una vez tomada la decisión de terminar, Rosalía no vaciló.Empacó sus cosas y dejó el departamento impecable, sin rastro alguno de su presencia.Planeaba quedarse unos días en un hotel antes de encontrar un nuevo lugar para vivir.Apenas llegó al hotel, recibió una llamada de su amiga Perla Ortega.—Rosalía, ¿qué tal te fue el otro día escogiendo el vestido con Sergio?—Si todavía no lo encuentras, te puedo recomendar otro sitio. Es el taller de una amiga, acaba de contratar a un diseñador que volvió de fuera. Dicen que trabajaba para marcas súper importantes...Perla hablaba sin parar hasta que notó el silencio de Rosalía.—¿Qué tienes? ¿Otra vez Sergio te hizo algo?—Cortamos, Perla. Ya no hay boda, así que ya no necesito vestido.Perla guardó silencio por unos segundos.—Pero falta menos de un mes, ¡y ya mandaron las invitaciones! ¿Es broma, verdad?La voz de Rosalía era sosegada.—No, no es broma.Del otro lado, Perla suspiró.—¿Fue por la tipa esa, Esmeralda, otra vez?—No tanto por ella... ya me cansé, Perla.—¡Ay, es que Sergio es un patán! Entiendo que estés furiosa, pero no cedas esta vez. Deja que él te busque, que te ruegue.Rosalía soltó una risa carente de alegría.La otra noche le había enviado el mensaje de ruptura a Sergio y lo había eliminado de sus contactos, pero hasta ese momento no había recibido respuesta alguna.Había amenazado con romper antes, pero sin importar cuánto se enfadara, Sergio siempre la ignoraba.Porque invariablemente, después de unos días, era Rosalía quien terminaba buscando a Sergio.Perdió a sus padres a los ocho años y pasó de ser una niña mimada a una huérfana viviendo bajo el techo de otros. Sergio había sido un bálsamo en su infancia herida.Durante todos estos años, había creído no poder vivir sin Sergio.Todos sabían que estaba perdidamente enamorada de él, que no podía imaginar su vida sin su presencia.Por eso, incluso cuando Sergio dejó de amarla, incluso cuando Esmeralda la provocaba, ella lo soportaba todo.Nadie creía que realmente fuera capaz de terminar la relación.Incluso su mejor amiga, Perla, pensaba que solo estaba haciendo un berrinche pasajero.Rosalía finalmente comprendió que era culpa suya haberse aferrado a Sergio sin respetarse a sí misma.—Perla, esta vez va en serio. Ya no voy a volver a caer.Hubo un silencio al otro lado antes de que Perla estallara en carcajadas.—¡Más te vale que sea verdad!—¡Hasta que se te prendió el foco! Eres la más guapa de Solara, ¿qué hacías aguantando a ese imbécil?—Mira, antes me aguantaba por ti, pero ganas no me faltaban de decirle sus verdades a Sergio. Ahora que ya lo mandaste a volar, ¡la próxima vez que lo vea se las va a oír!Después de reírse, Perla notó el dejo de tristeza en la voz de Rosalía.Rápidamente la consoló.—Ay, es solo un hombre, no vale la pena que te achicopales. ¿Estás en tu casa? Voy para allá.