Vanesa, hasta hace poco, era considerada la primogénita del acaudalado clan Montemayor, disfrutando de estudios y aventuras en Melbourne. No obstante, su mundo dio un giro inesperado cuando una llamada urgente de su familia la convocó de regreso para un reencuentro sorprendente. Aunque inicialmente confundida y atónita, Vanesa pronto aceptó la realidad que le habían revelado: al nacer, fue intercambiada por error y criada durante diecisiete años como hija de los Montemayor. Sin embargo, ahora sus verdaderos padres, una familia cuyo auge había quedado atrás debido a la quiebra, aguardaban ansiosamente su regreso. Al llegar, se encontró cara a cara con otra joven en la puerta de la casa Montemayor, cuyo rostro reflejaba ambiciones de una vida de lujos. Para Vanesa, sin embargo, esto no fue un golpe devastador. Secretamente, había anhelado desde hacía tiempo distanciarse de los Montemayor, y esta circunstancia inesperada le proporcionaba la oportunidad perfecta para hacerlo. Con determinación, hizo sus maletas y se dirigió al hogar de sus verdaderos padres. Aunque anticipaba una transición a una vida más modesta, el destino le tenía preparado un giro aún más insospechado. El mundo a su alrededor había cambiado por completo, excepto por una cosa: educada como una princesa de un hogar opulento, Vanesa nunca se desprendería de su elegante corona.

Capítulo 1En el aeropuerto, una chica salió por la puerta de llegadas. Llevaba puesto un cubrebocas y unas gafas oscuras, y sus audífonos colgaban relajados sobre su cuello. Su cabello largo caía libremente sobre los hombros, y sus piernas, pálidas y largas, atraían la atención de más de uno.Algunos de los que pasaban se le quedaban viendo, convencidos de que se trataba de alguna celebridad.Ella se detuvo y, con un gesto despreocupado, se acomodó las gafas.—Señorita —la abordó un hombre de mediana edad, vestido con un traje impecable y la cabeza ligeramente inclinada en señal de respeto.Vanesa Montemayor se quitó las gafas y las colgó en el cuello de su blusa. El lunar bajo uno de sus ojos brillaba, dándole un aire aún más atractivo.—¿Ya regresaron mi papá y mi mamá?—Sí, señorita.Al escuchar la respuesta, Vanesa no mostró emoción alguna. Ni alegría ni nerviosismo; para ella, el regreso de sus padres era como el regreso de unos completos desconocidos.—Claudio, no te olvides del resto de mi equipaje.—Sí, en un rato lo haré llegar a su cuarto.Vanesa asintió y, sin perder el tiempo, salió del aeropuerto. Claudio la seguía de cerca. Aunque su rostro no lo demostraba, por dentro sentía una especie de admiración por la tranquilidad de Vanesa.Si a él le hubieran dicho, estando de viaje, que era un hijo cambiado al nacer, seguro que habría perdido la cabeza y habría reservado el primer vuelo de regreso. Pero, claro, si la otra familia fuera tan poderosa como los Montemayor, al menos sería un consuelo. Pero no, las cosas nunca son tan sencillas...Con ese pensamiento, Claudio miró a Vanesa con cierta compasión. Pobrecita, seguro ni idea tiene de lo que le espera.Vanesa, por su parte, notó esa mirada, pero no se molestó en decir nada. De hecho, no sentía preocupación ni dolor. Incluso había considerado seguir viajando un tiempo más por el extranjero, y no fue sino hasta que los Montemayor regresaron que decidió volver, y encima, sin prisas.En la puerta del aeropuerto, un chofer ya tenía la puerta del carro abierta, esperándola. Vanesa, acostumbrada a este trato, subió, se puso los audífonos y se acomodó en el asiento. El carro arrancó y se dirigió directo a la mansión de la familia Montemayor.Mientras veía el paisaje desfilar tras la ventana, su ánimo era tan sereno como el de un lago en calma. Cuando se enteró de que no era hija biológica de los Montemayor, sí se sorprendió, pero más que nada, sintió alivio.No es que sus padres adoptivos la hubieran tratado mal. Al contrario, en cuanto a dinero y comodidades, nunca le faltó nada. Cada mes podía gastar mucho más que cualquier chica de su edad y círculo social. Pero su relación se limitaba a eso: dar y recibir. Nada más.Para los Montemayor, tener hijos era asunto de linaje, asegurar un heredero capaz y perpetuar la familia. Tuvieron tres hijos para garantizar por lo menos dos opciones; si el segundo hubiera sido niño, ella ni existiría.Nunca invirtieron tiempo en sus hijos. Si querías algo, debías ganártelo con logros. Al llegar a la edad adecuada, te mandaban a la mejor escuela privada en el extranjero, donde el ambiente y los contactos serían aún mejores.La única ventaja de Vanesa era ser mujer. No tenía que esforzarse mucho para conseguir lo que quería, pero eso venía acompañado de indiferencia. Sus padres jamás la buscaron o celebraron sus cumpleaños; incluso los regalos le llegaban a través del asistente.Cuando era niña, intentó por todos los medios llamar la atención de sus padres. Sacaba buenas calificaciones, pero ni así la felicitaban como a su hermano o su hermana. Luego probó portarse mal, pero ni eso les movía un pelo.Nada de lo que hiciera cambiaría la situación.Con el tiempo entendió que no la necesitaban. Solo tenía un propósito: cuando fuera mayor de edad, la usarían en un matrimonio arreglado, para asegurar el futuro de la familia Montemayor.Y ahora, con la hija biológica de regreso, su propia huida se adelantaba un año. Y qué bien. Aunque el plan se había salido un poco del camino, eso no la preocupaba. Lo más importante era saber adaptarse.—Señorita, llegamos —dijo Claudio al abrir la puerta.Vanesa bajó del carro.—En un momento llevarán su equipaje a su cuarto.—Ajá —respondió ella, subiendo los escalones con paso relajado. La puerta principal estaba abierta y Jazmín ya la esperaba en la entrada.—Señorita, sus papás ya están adentro —informó Jazmín, colocando unas sandalias para Vanesa.—Ajá. Prepárame una bebida, ¿sí?—Ahora mismo.Vanesa se cambió el calzado y entró al recibidor con toda la calma del mundo.En la sala, los Montemayor estaban sentados en el sofá principal, con la postura rígida. En el sillón de al lado, una chica delgada y algo desgarbada mantenía la cabeza baja; su cabello le cubría el rostro, así que era imposible ver sus facciones.En ese momento, Jacinta sollozaba bajito, como si el mundo entero se hubiera ensañado con ella. Si hubiera estado en una familia común, seguramente todos se habrían volcado a consolarla, mimándola y tratando de compensar todos los años en los que le faltó cariño.Pero lamentablemente, esto era la familia Montemayor. Matías y Yolanda Montemayor ni siquiera pestañearon ante el espectáculo de Jacinta, dejándola hacer su monólogo como si nada.Después de todo, Vanesa había vivido diecisiete años en esa casa, y su carácter se había forjado con la influencia de los Montemayor, para bien o para mal.En ese instante, Vanesa perdió todo interés en Jacinta por esa pose de fragilidad. Más aún, con el cansancio del viaje encima, los sollozos apenas audibles de Jacinta le resultaban todavía más molestos.—Papá, mamá —dijo Vanesa, apartando la mirada.—Siéntate —ordenó Matías Montemayor con su tono habitual. Vanesa obedeció de inmediato, tomó asiento y apenas se acomodó, Jazmín apareció para servir una bebida caliente.Vanesa tomó un pequeño sorbo. El aroma y el sabor del líquido rojizo la ayudaron a relajarse un poco, disipando parte del estrés acumulado.—Ella es… ¿la hermana mayor, verdad? —se atrevió Jacinta, al ver que nadie le hacía caso. Rápidamente, abandonó su papel dramático y se ubicó en un segundo plano, con una expresión tan lastimera que habría despertado la compasión de cualquiera menos de quienes la rodeaban en esa sala.Pero su actuación era tan torpe que ninguno de los presentes mordió el anzuelo.La atmósfera se congeló por un instante.A Vanesa le causó gracia. Aprovechó el momento en que dejaba la taza sobre la mesa para mirar a Jacinta con una ceja levantada.Mientras Vanesa lucía segura y deslumbrante, Jacinta había heredado los rasgos de Yolanda Romo. No es que fuera fea, pero a lado de Vanesa su presencia palidecía.La envidia en los ojos de Jacinta era tan obvia que Vanesa dibujó una media sonrisa, comprendiendo de inmediato un poco más sobre el carácter de la recién llegada. Era justo como había leído en los informes. Esperaba, al menos, que tuviera la inteligencia suficiente para lidiar con los Montemayor.—Aquí tienes los datos de tus padres biológicos —dijo Matías, empujando una carpeta hacia ella.Así eran los Montemayor: nada de sentimentalismos. Su preocupación era el tiempo, porque el tiempo les representaba dinero. El afecto, en su mundo, no llenaba la mesa.Vanesa tomó el expediente. Sus dedos largos y delicados tomaron la esquina de la primera hoja, y comenzó a hojearlo con calma. Desde el momento en que cruzó la puerta, Vanesa había mantenido la elegancia en cada uno de sus gestos. Al verla junto a Jacinta, nadie habría creído que esta última era la verdadera hija de los Montemayor.Las primeras páginas contenían información sobre sus padres biológicos. Vanesa les echó un vistazo y notó que sus sospechas cobraban más fuerza.“Así que por eso aparecieron justo en este momento”, pensó, sin decirlo en voz alta. Siguió hojeando el expediente sin interés aparente.Cuando llegó a las fotos, su mano se detuvo en seco. Soltó un suspiro largo.—Parece que habrá que cambiar de estrategia —murmuró, aunque en realidad estaba pensando en otra cosa.Jacinta, al escuchar el suspiro, creyó que se trataba de angustia por el futuro que le esperaba. Bajó la cabeza, ocultando una sonrisa apenas disimulada. Cuando volvió a levantar la vista, ya tenía los ojos llenos de lágrimas.—Hermana, mis papás adoptivos no tienen mucho dinero. No te pongas tan triste.—No me llames hermana, me incomoda —le respondió Vanesa sin ningún esfuerzo por aparentar cortesía. Ni a ella ni a los Montemayor les interesaba mantener apariencias.—Pe… perdón —balbuceó Jacinta, retorciendo la tela de su falda, como si estuviera atravesando la peor de las penas.—Sé que creciste como una niña consentida, así que seguro no te vas a acostumbrar al cambio… Papá, mamá, si mi hermana quiere quedarse, déjenla. Yo soy su hija, pero ella vivió siempre con ustedes. Seguro también les tiene cariño.Jacinta miró a Matías con ojos suplicantes, como una flor blanca a punto de marchitarse, dispuesta a sacrificarse para que los demás estén bien.Vanesa levantó las cejas, tomó de nuevo la taza y bebió otro sorbo. Lástima que la bebida ya se había enfriado y el sabor había cambiado. Dejó la taza sobre la mesa y Jazmín, atenta, se la cambió al instante.Ni Matías se molestó en responder al teatrillo de Jacinta, ni Vanesa pensaba hacerlo.—¿Y tú qué piensas hacer? —preguntó Matías cuando vio que Vanesa cerraba la carpeta.—Cada quien en su lugar —contestó Vanesa, tomando un trago de su nueva bebida, mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios.Apenas Vanesa terminó de hablar, el mayordomo entró acompañado de otro hombre trajeado, ambos cargando un par de maletas en las manos. Los ojos de Jacinta Montemayor se clavaron con avidez en esos dos equipajes, dejando ver un brillo de codicia muy difícil de ocultar.Esas maletas las conocía bien. Eran el último modelo, edición limitada, justo las que siempre había querido, pero la familia Balderas jamás pudo darle ese tipo de lujos. En cambio, Vanesa no solo tenía una, podía presumir de toda la colección.—Señor, señora, señorita —saludó el mayordomo, haciendo una pequeña inclinación.—¿Y esto qué es? —preguntó Yolanda, mirando con desconfianza los equipajes.—Son cositas que compré de viaje cuando estuve fuera del país —le respondió Vanesa, adelantándose antes de que alguien más interviniera.—Pues si es así, llévatelo todo junto de una vez —comentó Yolanda, quitándole importancia al asunto. Al fin y al cabo, para los Montemayor esas cosas no significaban nada.—Mamá, no es que yo no quiera que mi hermana se lleve sus cosas, es solo que… —Jacinta hizo una pausa, bajando la voz y fingiendo timidez—. Es que la casa de mis papás adoptivos es muy pequeña, tal vez no haya espacio para que ella guarde tantas cosas…—Yo… yo no quiero causar problemas, solo pienso que a mis papás adoptivos podría no gustarles, después de todo es la primera vez que la ven… Y si mi hermana trae tantas cosas, capaz que se llevan una mala impresión…Su actuación era tan forzada que Yolanda arrugó la frente, aunque parecía que Jacinta ni cuenta se daba y seguía convencida de que estaba manifestando su incomodidad con Vanesa.Vanesa apenas sonrió de medio lado.—No te preocupes por eso, yo me encargo —replicó con calma—. Papá… señor Montemayor, señora Montemayor, gracias por estos diecisiete años que me cuidaron. Yo, Vanesa, no soy malagradecida. Lo que tengo que recordar, lo recordaré.—Con eso basta —dijo Matías, asintiendo levemente—. Más tarde pediré al asistente que te transfiera un millón de pesos; con eso tienes para un buen rato. Lo demás ya depende de ti.Había que admitirlo, Matías sabía moverse. Yolanda tampoco objetó nada. Los Montemayor nunca cerraban sus propias puertas ni se creaban enemigos innecesarios.Vanesa tampoco era ingenua; dinero regalado era dinero que no se podía rechazar. Hoy en día, ganarse la vida no era fácil.—¡¿Un millón de pesos?! —Jacinta no pudo ocultar su sorpresa y la sonrisa que llevaba se le desfiguró por completo.—¿Algún problema? —Matías la miró apenas levantando la vista.—No… —murmuró Jacinta, bajando la cabeza—. Solo que admiro a mi hermana, tiene la suerte de recibir el cariño de papá y mamá… —Se esforzó en parecer una flor delicada y sufrida, pero en casa de los Montemayor esas actitudes no servían de nada.—Aquí nadie te va a dejar desamparada —le aclaró Matías, sin perder la compostura—. Ahora ando ocupado con algunos proyectos. Cuando termine, organizaremos una fiesta de bienvenida para que te presentes con la familia.Matías llevaba años en el mundo de los negocios, y los truquitos de Jacinta apenas le parecían juegos de niños.Vanesa arqueó la ceja, notando la sonrisa de satisfacción que se le escapó a Jacinta. Ya no pensaba que Jacinta era tan lista como imaginó al principio. Quién sabe cómo la criaron los Balderas para que le diera por actuar así: parecía astuta, pero en cuanto abría la boca, dejaba ver su torpeza.A fin de cuentas, en cada familia siempre hay uno que destaca por ser medianamente sensato. En honor a que alguna vez le echaron la mano, Vanesa decidió ir a casa de los Balderas. De lo contrario, apenas hubiera pisado la calle ya estaría pensando en empezar sola de cero.Ella nunca dejaba una deuda sin pagar; si le hacían un favor, ayudaba en lo que podía. Sí, era algo egoísta, pero su moral seguía firme.Sacudió esos pensamientos y se puso de pie.—Bueno, no les quito más tiempo. Los dejo para que la familia Montemayor disfrute su reunión.No hubo dramas, ni gritos, ni escenas. Todo fluyó tan fácil que hasta parecía irreal.Claudio, al ver la escena, no pudo evitar sentir admiración por Vanesa… no, ahora era Vanesa Balderas. Era muy lista; supo cuándo terminar el asunto sin que nadie quedara mal, y hasta le sacó provecho.—Señorita, que le vaya bien —la despidió Claudio en la puerta, junto a Jazmín, ambos con una expresión difícil de descifrar.Vanesa les regaló una media sonrisa y, con paso seguro, se marchó de la casa donde vivió diecisiete años, llevando solo la maletita que había traído de su viaje.Era curioso. Después de tantos años, Vanesa no sentía apego ni tristeza. Ni siquiera el equipaje era mucho. Como si, en el fondo, siempre hubiera sabido que ese lugar jamás le perteneció.Capítulo 2En el aeropuerto, una chica salió por la puerta de llegadas. Llevaba puesto un cubrebocas y unas gafas oscuras, y sus audífonos colgaban relajados sobre su cuello. Su cabello largo caía libremente sobre los hombros, y sus piernas, pálidas y largas, atraían la atención de más de uno.Algunos de los que pasaban se le quedaban viendo, convencidos de que se trataba de alguna celebridad.Ella se detuvo y, con un gesto despreocupado, se acomodó las gafas.—Señorita —la abordó un hombre de mediana edad, vestido con un traje impecable y la cabeza ligeramente inclinada en señal de respeto.Vanesa Montemayor se quitó las gafas y las colgó en el cuello de su blusa. El lunar bajo uno de sus ojos brillaba, dándole un aire aún más atractivo.—¿Ya regresaron mi papá y mi mamá?—Sí, señorita.Al escuchar la respuesta, Vanesa no mostró emoción alguna. Ni alegría ni nerviosismo; para ella, el regreso de sus padres era como el regreso de unos completos desconocidos.—Claudio, no te olvides del resto de mi equipaje.—Sí, en un rato lo haré llegar a su cuarto.Vanesa asintió y, sin perder el tiempo, salió del aeropuerto. Claudio la seguía de cerca. Aunque su rostro no lo demostraba, por dentro sentía una especie de admiración por la tranquilidad de Vanesa.Si a él le hubieran dicho, estando de viaje, que era un hijo cambiado al nacer, seguro que habría perdido la cabeza y habría reservado el primer vuelo de regreso. Pero, claro, si la otra familia fuera tan poderosa como los Montemayor, al menos sería un consuelo. Pero no, las cosas nunca son tan sencillas...Con ese pensamiento, Claudio miró a Vanesa con cierta compasión. Pobrecita, seguro ni idea tiene de lo que le espera.Vanesa, por su parte, notó esa mirada, pero no se molestó en decir nada. De hecho, no sentía preocupación ni dolor. Incluso había considerado seguir viajando un tiempo más por el extranjero, y no fue sino hasta que los Montemayor regresaron que decidió volver, y encima, sin prisas.En la puerta del aeropuerto, un chofer ya tenía la puerta del carro abierta, esperándola. Vanesa, acostumbrada a este trato, subió, se puso los audífonos y se acomodó en el asiento. El carro arrancó y se dirigió directo a la mansión de la familia Montemayor.Mientras veía el paisaje desfilar tras la ventana, su ánimo era tan sereno como el de un lago en calma. Cuando se enteró de que no era hija biológica de los Montemayor, sí se sorprendió, pero más que nada, sintió alivio.No es que sus padres adoptivos la hubieran tratado mal. Al contrario, en cuanto a dinero y comodidades, nunca le faltó nada. Cada mes podía gastar mucho más que cualquier chica de su edad y círculo social. Pero su relación se limitaba a eso: dar y recibir. Nada más.Para los Montemayor, tener hijos era asunto de linaje, asegurar un heredero capaz y perpetuar la familia. Tuvieron tres hijos para garantizar por lo menos dos opciones; si el segundo hubiera sido niño, ella ni existiría.Nunca invirtieron tiempo en sus hijos. Si querías algo, debías ganártelo con logros. Al llegar a la edad adecuada, te mandaban a la mejor escuela privada en el extranjero, donde el ambiente y los contactos serían aún mejores.La única ventaja de Vanesa era ser mujer. No tenía que esforzarse mucho para conseguir lo que quería, pero eso venía acompañado de indiferencia. Sus padres jamás la buscaron o celebraron sus cumpleaños; incluso los regalos le llegaban a través del asistente.Cuando era niña, intentó por todos los medios llamar la atención de sus padres. Sacaba buenas calificaciones, pero ni así la felicitaban como a su hermano o su hermana. Luego probó portarse mal, pero ni eso les movía un pelo.Nada de lo que hiciera cambiaría la situación.Con el tiempo entendió que no la necesitaban. Solo tenía un propósito: cuando fuera mayor de edad, la usarían en un matrimonio arreglado, para asegurar el futuro de la familia Montemayor.Y ahora, con la hija biológica de regreso, su propia huida se adelantaba un año. Y qué bien. Aunque el plan se había salido un poco del camino, eso no la preocupaba. Lo más importante era saber adaptarse.—Señorita, llegamos —dijo Claudio al abrir la puerta.Vanesa bajó del carro.—En un momento llevarán su equipaje a su cuarto.—Ajá —respondió ella, subiendo los escalones con paso relajado. La puerta principal estaba abierta y Jazmín ya la esperaba en la entrada.—Señorita, sus papás ya están adentro —informó Jazmín, colocando unas sandalias para Vanesa.—Ajá. Prepárame una bebida, ¿sí?—Ahora mismo.Vanesa se cambió el calzado y entró al recibidor con toda la calma del mundo.En la sala, los Montemayor estaban sentados en el sofá principal, con la postura rígida. En el sillón de al lado, una chica delgada y algo desgarbada mantenía la cabeza baja; su cabello le cubría el rostro, así que era imposible ver sus facciones.En ese momento, Jacinta sollozaba bajito, como si el mundo entero se hubiera ensañado con ella. Si hubiera estado en una familia común, seguramente todos se habrían volcado a consolarla, mimándola y tratando de compensar todos los años en los que le faltó cariño.Pero lamentablemente, esto era la familia Montemayor. Matías y Yolanda Montemayor ni siquiera pestañearon ante el espectáculo de Jacinta, dejándola hacer su monólogo como si nada.Después de todo, Vanesa había vivido diecisiete años en esa casa, y su carácter se había forjado con la influencia de los Montemayor, para bien o para mal.En ese instante, Vanesa perdió todo interés en Jacinta por esa pose de fragilidad. Más aún, con el cansancio del viaje encima, los sollozos apenas audibles de Jacinta le resultaban todavía más molestos.—Papá, mamá —dijo Vanesa, apartando la mirada.—Siéntate —ordenó Matías Montemayor con su tono habitual. Vanesa obedeció de inmediato, tomó asiento y apenas se acomodó, Jazmín apareció para servir una bebida caliente.Vanesa tomó un pequeño sorbo. El aroma y el sabor del líquido rojizo la ayudaron a relajarse un poco, disipando parte del estrés acumulado.—Ella es… ¿la hermana mayor, verdad? —se atrevió Jacinta, al ver que nadie le hacía caso. Rápidamente, abandonó su papel dramático y se ubicó en un segundo plano, con una expresión tan lastimera que habría despertado la compasión de cualquiera menos de quienes la rodeaban en esa sala.Pero su actuación era tan torpe que ninguno de los presentes mordió el anzuelo.La atmósfera se congeló por un instante.A Vanesa le causó gracia. Aprovechó el momento en que dejaba la taza sobre la mesa para mirar a Jacinta con una ceja levantada.Mientras Vanesa lucía segura y deslumbrante, Jacinta había heredado los rasgos de Yolanda Romo. No es que fuera fea, pero a lado de Vanesa su presencia palidecía.La envidia en los ojos de Jacinta era tan obvia que Vanesa dibujó una media sonrisa, comprendiendo de inmediato un poco más sobre el carácter de la recién llegada. Era justo como había leído en los informes. Esperaba, al menos, que tuviera la inteligencia suficiente para lidiar con los Montemayor.—Aquí tienes los datos de tus padres biológicos —dijo Matías, empujando una carpeta hacia ella.Así eran los Montemayor: nada de sentimentalismos. Su preocupación era el tiempo, porque el tiempo les representaba dinero. El afecto, en su mundo, no llenaba la mesa.Vanesa tomó el expediente. Sus dedos largos y delicados tomaron la esquina de la primera hoja, y comenzó a hojearlo con calma. Desde el momento en que cruzó la puerta, Vanesa había mantenido la elegancia en cada uno de sus gestos. Al verla junto a Jacinta, nadie habría creído que esta última era la verdadera hija de los Montemayor.Las primeras páginas contenían información sobre sus padres biológicos. Vanesa les echó un vistazo y notó que sus sospechas cobraban más fuerza.“Así que por eso aparecieron justo en este momento”, pensó, sin decirlo en voz alta. Siguió hojeando el expediente sin interés aparente.Cuando llegó a las fotos, su mano se detuvo en seco. Soltó un suspiro largo.—Parece que habrá que cambiar de estrategia —murmuró, aunque en realidad estaba pensando en otra cosa.Jacinta, al escuchar el suspiro, creyó que se trataba de angustia por el futuro que le esperaba. Bajó la cabeza, ocultando una sonrisa apenas disimulada. Cuando volvió a levantar la vista, ya tenía los ojos llenos de lágrimas.—Hermana, mis papás adoptivos no tienen mucho dinero. No te pongas tan triste.—No me llames hermana, me incomoda —le respondió Vanesa sin ningún esfuerzo por aparentar cortesía. Ni a ella ni a los Montemayor les interesaba mantener apariencias.—Pe… perdón —balbuceó Jacinta, retorciendo la tela de su falda, como si estuviera atravesando la peor de las penas.—Sé que creciste como una niña consentida, así que seguro no te vas a acostumbrar al cambio… Papá, mamá, si mi hermana quiere quedarse, déjenla. Yo soy su hija, pero ella vivió siempre con ustedes. Seguro también les tiene cariño.Jacinta miró a Matías con ojos suplicantes, como una flor blanca a punto de marchitarse, dispuesta a sacrificarse para que los demás estén bien.Vanesa levantó las cejas, tomó de nuevo la taza y bebió otro sorbo. Lástima que la bebida ya se había enfriado y el sabor había cambiado. Dejó la taza sobre la mesa y Jazmín, atenta, se la cambió al instante.Ni Matías se molestó en responder al teatrillo de Jacinta, ni Vanesa pensaba hacerlo.—¿Y tú qué piensas hacer? —preguntó Matías cuando vio que Vanesa cerraba la carpeta.—Cada quien en su lugar —contestó Vanesa, tomando un trago de su nueva bebida, mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios.Apenas Vanesa terminó de hablar, el mayordomo entró acompañado de otro hombre trajeado, ambos cargando un par de maletas en las manos. Los ojos de Jacinta Montemayor se clavaron con avidez en esos dos equipajes, dejando ver un brillo de codicia muy difícil de ocultar.Esas maletas las conocía bien. Eran el último modelo, edición limitada, justo las que siempre había querido, pero la familia Balderas jamás pudo darle ese tipo de lujos. En cambio, Vanesa no solo tenía una, podía presumir de toda la colección.—Señor, señora, señorita —saludó el mayordomo, haciendo una pequeña inclinación.—¿Y esto qué es? —preguntó Yolanda, mirando con desconfianza los equipajes.—Son cositas que compré de viaje cuando estuve fuera del país —le respondió Vanesa, adelantándose antes de que alguien más interviniera.—Pues si es así, llévatelo todo junto de una vez —comentó Yolanda, quitándole importancia al asunto. Al fin y al cabo, para los Montemayor esas cosas no significaban nada.—Mamá, no es que yo no quiera que mi hermana se lleve sus cosas, es solo que… —Jacinta hizo una pausa, bajando la voz y fingiendo timidez—. Es que la casa de mis papás adoptivos es muy pequeña, tal vez no haya espacio para que ella guarde tantas cosas…—Yo… yo no quiero causar problemas, solo pienso que a mis papás adoptivos podría no gustarles, después de todo es la primera vez que la ven… Y si mi hermana trae tantas cosas, capaz que se llevan una mala impresión…Su actuación era tan forzada que Yolanda arrugó la frente, aunque parecía que Jacinta ni cuenta se daba y seguía convencida de que estaba manifestando su incomodidad con Vanesa.Vanesa apenas sonrió de medio lado.—No te preocupes por eso, yo me encargo —replicó con calma—. Papá… señor Montemayor, señora Montemayor, gracias por estos diecisiete años que me cuidaron. Yo, Vanesa, no soy malagradecida. Lo que tengo que recordar, lo recordaré.—Con eso basta —dijo Matías, asintiendo levemente—. Más tarde pediré al asistente que te transfiera un millón de pesos; con eso tienes para un buen rato. Lo demás ya depende de ti.Había que admitirlo, Matías sabía moverse. Yolanda tampoco objetó nada. Los Montemayor nunca cerraban sus propias puertas ni se creaban enemigos innecesarios.Vanesa tampoco era ingenua; dinero regalado era dinero que no se podía rechazar. Hoy en día, ganarse la vida no era fácil.—¡¿Un millón de pesos?! —Jacinta no pudo ocultar su sorpresa y la sonrisa que llevaba se le desfiguró por completo.—¿Algún problema? —Matías la miró apenas levantando la vista.—No… —murmuró Jacinta, bajando la cabeza—. Solo que admiro a mi hermana, tiene la suerte de recibir el cariño de papá y mamá… —Se esforzó en parecer una flor delicada y sufrida, pero en casa de los Montemayor esas actitudes no servían de nada.—Aquí nadie te va a dejar desamparada —le aclaró Matías, sin perder la compostura—. Ahora ando ocupado con algunos proyectos. Cuando termine, organizaremos una fiesta de bienvenida para que te presentes con la familia.Matías llevaba años en el mundo de los negocios, y los truquitos de Jacinta apenas le parecían juegos de niños.Vanesa arqueó la ceja, notando la sonrisa de satisfacción que se le escapó a Jacinta. Ya no pensaba que Jacinta era tan lista como imaginó al principio. Quién sabe cómo la criaron los Balderas para que le diera por actuar así: parecía astuta, pero en cuanto abría la boca, dejaba ver su torpeza.A fin de cuentas, en cada familia siempre hay uno que destaca por ser medianamente sensato. En honor a que alguna vez le echaron la mano, Vanesa decidió ir a casa de los Balderas. De lo contrario, apenas hubiera pisado la calle ya estaría pensando en empezar sola de cero.Ella nunca dejaba una deuda sin pagar; si le hacían un favor, ayudaba en lo que podía. Sí, era algo egoísta, pero su moral seguía firme.Sacudió esos pensamientos y se puso de pie.—Bueno, no les quito más tiempo. Los dejo para que la familia Montemayor disfrute su reunión.No hubo dramas, ni gritos, ni escenas. Todo fluyó tan fácil que hasta parecía irreal.Claudio, al ver la escena, no pudo evitar sentir admiración por Vanesa… no, ahora era Vanesa Balderas. Era muy lista; supo cuándo terminar el asunto sin que nadie quedara mal, y hasta le sacó provecho.—Señorita, que le vaya bien —la despidió Claudio en la puerta, junto a Jazmín, ambos con una expresión difícil de descifrar.Vanesa les regaló una media sonrisa y, con paso seguro, se marchó de la casa donde vivió diecisiete años, llevando solo la maletita que había traído de su viaje.Era curioso. Después de tantos años, Vanesa no sentía apego ni tristeza. Ni siquiera el equipaje era mucho. Como si, en el fondo, siempre hubiera sabido que ese lugar jamás le perteneció.Capítulo 3En el aeropuerto, una chica salió por la puerta de llegadas. Llevaba puesto un cubrebocas y unas gafas oscuras, y sus audífonos colgaban relajados sobre su cuello. Su cabello largo caía libremente sobre los hombros, y sus piernas, pálidas y largas, atraían la atención de más de uno.Algunos de los que pasaban se le quedaban viendo, convencidos de que se trataba de alguna celebridad.Ella se detuvo y, con un gesto despreocupado, se acomodó las gafas.—Señorita —la abordó un hombre de mediana edad, vestido con un traje impecable y la cabeza ligeramente inclinada en señal de respeto.Vanesa Montemayor se quitó las gafas y las colgó en el cuello de su blusa. El lunar bajo uno de sus ojos brillaba, dándole un aire aún más atractivo.—¿Ya regresaron mi papá y mi mamá?—Sí, señorita.Al escuchar la respuesta, Vanesa no mostró emoción alguna. Ni alegría ni nerviosismo; para ella, el regreso de sus padres era como el regreso de unos completos desconocidos.—Claudio, no te olvides del resto de mi equipaje.—Sí, en un rato lo haré llegar a su cuarto.Vanesa asintió y, sin perder el tiempo, salió del aeropuerto. Claudio la seguía de cerca. Aunque su rostro no lo demostraba, por dentro sentía una especie de admiración por la tranquilidad de Vanesa.Si a él le hubieran dicho, estando de viaje, que era un hijo cambiado al nacer, seguro que habría perdido la cabeza y habría reservado el primer vuelo de regreso. Pero, claro, si la otra familia fuera tan poderosa como los Montemayor, al menos sería un consuelo. Pero no, las cosas nunca son tan sencillas...Con ese pensamiento, Claudio miró a Vanesa con cierta compasión. Pobrecita, seguro ni idea tiene de lo que le espera.Vanesa, por su parte, notó esa mirada, pero no se molestó en decir nada. De hecho, no sentía preocupación ni dolor. Incluso había considerado seguir viajando un tiempo más por el extranjero, y no fue sino hasta que los Montemayor regresaron que decidió volver, y encima, sin prisas.En la puerta del aeropuerto, un chofer ya tenía la puerta del carro abierta, esperándola. Vanesa, acostumbrada a este trato, subió, se puso los audífonos y se acomodó en el asiento. El carro arrancó y se dirigió directo a la mansión de la familia Montemayor.Mientras veía el paisaje desfilar tras la ventana, su ánimo era tan sereno como el de un lago en calma. Cuando se enteró de que no era hija biológica de los Montemayor, sí se sorprendió, pero más que nada, sintió alivio.No es que sus padres adoptivos la hubieran tratado mal. Al contrario, en cuanto a dinero y comodidades, nunca le faltó nada. Cada mes podía gastar mucho más que cualquier chica de su edad y círculo social. Pero su relación se limitaba a eso: dar y recibir. Nada más.Para los Montemayor, tener hijos era asunto de linaje, asegurar un heredero capaz y perpetuar la familia. Tuvieron tres hijos para garantizar por lo menos dos opciones; si el segundo hubiera sido niño, ella ni existiría.Nunca invirtieron tiempo en sus hijos. Si querías algo, debías ganártelo con logros. Al llegar a la edad adecuada, te mandaban a la mejor escuela privada en el extranjero, donde el ambiente y los contactos serían aún mejores.La única ventaja de Vanesa era ser mujer. No tenía que esforzarse mucho para conseguir lo que quería, pero eso venía acompañado de indiferencia. Sus padres jamás la buscaron o celebraron sus cumpleaños; incluso los regalos le llegaban a través del asistente.Cuando era niña, intentó por todos los medios llamar la atención de sus padres. Sacaba buenas calificaciones, pero ni así la felicitaban como a su hermano o su hermana. Luego probó portarse mal, pero ni eso les movía un pelo.Nada de lo que hiciera cambiaría la situación.Con el tiempo entendió que no la necesitaban. Solo tenía un propósito: cuando fuera mayor de edad, la usarían en un matrimonio arreglado, para asegurar el futuro de la familia Montemayor.Y ahora, con la hija biológica de regreso, su propia huida se adelantaba un año. Y qué bien. Aunque el plan se había salido un poco del camino, eso no la preocupaba. Lo más importante era saber adaptarse.—Señorita, llegamos —dijo Claudio al abrir la puerta.Vanesa bajó del carro.—En un momento llevarán su equipaje a su cuarto.—Ajá —respondió ella, subiendo los escalones con paso relajado. La puerta principal estaba abierta y Jazmín ya la esperaba en la entrada.—Señorita, sus papás ya están adentro —informó Jazmín, colocando unas sandalias para Vanesa.—Ajá. Prepárame una bebida, ¿sí?—Ahora mismo.Vanesa se cambió el calzado y entró al recibidor con toda la calma del mundo.En la sala, los Montemayor estaban sentados en el sofá principal, con la postura rígida. En el sillón de al lado, una chica delgada y algo desgarbada mantenía la cabeza baja; su cabello le cubría el rostro, así que era imposible ver sus facciones.En ese momento, Jacinta sollozaba bajito, como si el mundo entero se hubiera ensañado con ella. Si hubiera estado en una familia común, seguramente todos se habrían volcado a consolarla, mimándola y tratando de compensar todos los años en los que le faltó cariño.Pero lamentablemente, esto era la familia Montemayor. Matías y Yolanda Montemayor ni siquiera pestañearon ante el espectáculo de Jacinta, dejándola hacer su monólogo como si nada.Después de todo, Vanesa había vivido diecisiete años en esa casa, y su carácter se había forjado con la influencia de los Montemayor, para bien o para mal.En ese instante, Vanesa perdió todo interés en Jacinta por esa pose de fragilidad. Más aún, con el cansancio del viaje encima, los sollozos apenas audibles de Jacinta le resultaban todavía más molestos.—Papá, mamá —dijo Vanesa, apartando la mirada.—Siéntate —ordenó Matías Montemayor con su tono habitual. Vanesa obedeció de inmediato, tomó asiento y apenas se acomodó, Jazmín apareció para servir una bebida caliente.Vanesa tomó un pequeño sorbo. El aroma y el sabor del líquido rojizo la ayudaron a relajarse un poco, disipando parte del estrés acumulado.—Ella es… ¿la hermana mayor, verdad? —se atrevió Jacinta, al ver que nadie le hacía caso. Rápidamente, abandonó su papel dramático y se ubicó en un segundo plano, con una expresión tan lastimera que habría despertado la compasión de cualquiera menos de quienes la rodeaban en esa sala.Pero su actuación era tan torpe que ninguno de los presentes mordió el anzuelo.La atmósfera se congeló por un instante.A Vanesa le causó gracia. Aprovechó el momento en que dejaba la taza sobre la mesa para mirar a Jacinta con una ceja levantada.Mientras Vanesa lucía segura y deslumbrante, Jacinta había heredado los rasgos de Yolanda Romo. No es que fuera fea, pero a lado de Vanesa su presencia palidecía.La envidia en los ojos de Jacinta era tan obvia que Vanesa dibujó una media sonrisa, comprendiendo de inmediato un poco más sobre el carácter de la recién llegada. Era justo como había leído en los informes. Esperaba, al menos, que tuviera la inteligencia suficiente para lidiar con los Montemayor.—Aquí tienes los datos de tus padres biológicos —dijo Matías, empujando una carpeta hacia ella.Así eran los Montemayor: nada de sentimentalismos. Su preocupación era el tiempo, porque el tiempo les representaba dinero. El afecto, en su mundo, no llenaba la mesa.Vanesa tomó el expediente. Sus dedos largos y delicados tomaron la esquina de la primera hoja, y comenzó a hojearlo con calma. Desde el momento en que cruzó la puerta, Vanesa había mantenido la elegancia en cada uno de sus gestos. Al verla junto a Jacinta, nadie habría creído que esta última era la verdadera hija de los Montemayor.Las primeras páginas contenían información sobre sus padres biológicos. Vanesa les echó un vistazo y notó que sus sospechas cobraban más fuerza.“Así que por eso aparecieron justo en este momento”, pensó, sin decirlo en voz alta. Siguió hojeando el expediente sin interés aparente.Cuando llegó a las fotos, su mano se detuvo en seco. Soltó un suspiro largo.—Parece que habrá que cambiar de estrategia —murmuró, aunque en realidad estaba pensando en otra cosa.Jacinta, al escuchar el suspiro, creyó que se trataba de angustia por el futuro que le esperaba. Bajó la cabeza, ocultando una sonrisa apenas disimulada. Cuando volvió a levantar la vista, ya tenía los ojos llenos de lágrimas.—Hermana, mis papás adoptivos no tienen mucho dinero. No te pongas tan triste.—No me llames hermana, me incomoda —le respondió Vanesa sin ningún esfuerzo por aparentar cortesía. Ni a ella ni a los Montemayor les interesaba mantener apariencias.—Pe… perdón —balbuceó Jacinta, retorciendo la tela de su falda, como si estuviera atravesando la peor de las penas.—Sé que creciste como una niña consentida, así que seguro no te vas a acostumbrar al cambio… Papá, mamá, si mi hermana quiere quedarse, déjenla. Yo soy su hija, pero ella vivió siempre con ustedes. Seguro también les tiene cariño.Jacinta miró a Matías con ojos suplicantes, como una flor blanca a punto de marchitarse, dispuesta a sacrificarse para que los demás estén bien.Vanesa levantó las cejas, tomó de nuevo la taza y bebió otro sorbo. Lástima que la bebida ya se había enfriado y el sabor había cambiado. Dejó la taza sobre la mesa y Jazmín, atenta, se la cambió al instante.Ni Matías se molestó en responder al teatrillo de Jacinta, ni Vanesa pensaba hacerlo.—¿Y tú qué piensas hacer? —preguntó Matías cuando vio que Vanesa cerraba la carpeta.—Cada quien en su lugar —contestó Vanesa, tomando un trago de su nueva bebida, mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios.Apenas Vanesa terminó de hablar, el mayordomo entró acompañado de otro hombre trajeado, ambos cargando un par de maletas en las manos. Los ojos de Jacinta Montemayor se clavaron con avidez en esos dos equipajes, dejando ver un brillo de codicia muy difícil de ocultar.Esas maletas las conocía bien. Eran el último modelo, edición limitada, justo las que siempre había querido, pero la familia Balderas jamás pudo darle ese tipo de lujos. En cambio, Vanesa no solo tenía una, podía presumir de toda la colección.—Señor, señora, señorita —saludó el mayordomo, haciendo una pequeña inclinación.—¿Y esto qué es? —preguntó Yolanda, mirando con desconfianza los equipajes.—Son cositas que compré de viaje cuando estuve fuera del país —le respondió Vanesa, adelantándose antes de que alguien más interviniera.—Pues si es así, llévatelo todo junto de una vez —comentó Yolanda, quitándole importancia al asunto. Al fin y al cabo, para los Montemayor esas cosas no significaban nada.—Mamá, no es que yo no quiera que mi hermana se lleve sus cosas, es solo que… —Jacinta hizo una pausa, bajando la voz y fingiendo timidez—. Es que la casa de mis papás adoptivos es muy pequeña, tal vez no haya espacio para que ella guarde tantas cosas…—Yo… yo no quiero causar problemas, solo pienso que a mis papás adoptivos podría no gustarles, después de todo es la primera vez que la ven… Y si mi hermana trae tantas cosas, capaz que se llevan una mala impresión…Su actuación era tan forzada que Yolanda arrugó la frente, aunque parecía que Jacinta ni cuenta se daba y seguía convencida de que estaba manifestando su incomodidad con Vanesa.Vanesa apenas sonrió de medio lado.—No te preocupes por eso, yo me encargo —replicó con calma—. Papá… señor Montemayor, señora Montemayor, gracias por estos diecisiete años que me cuidaron. Yo, Vanesa, no soy malagradecida. Lo que tengo que recordar, lo recordaré.—Con eso basta —dijo Matías, asintiendo levemente—. Más tarde pediré al asistente que te transfiera un millón de pesos; con eso tienes para un buen rato. Lo demás ya depende de ti.Había que admitirlo, Matías sabía moverse. Yolanda tampoco objetó nada. Los Montemayor nunca cerraban sus propias puertas ni se creaban enemigos innecesarios.Vanesa tampoco era ingenua; dinero regalado era dinero que no se podía rechazar. Hoy en día, ganarse la vida no era fácil.—¡¿Un millón de pesos?! —Jacinta no pudo ocultar su sorpresa y la sonrisa que llevaba se le desfiguró por completo.—¿Algún problema? —Matías la miró apenas levantando la vista.—No… —murmuró Jacinta, bajando la cabeza—. Solo que admiro a mi hermana, tiene la suerte de recibir el cariño de papá y mamá… —Se esforzó en parecer una flor delicada y sufrida, pero en casa de los Montemayor esas actitudes no servían de nada.—Aquí nadie te va a dejar desamparada —le aclaró Matías, sin perder la compostura—. Ahora ando ocupado con algunos proyectos. Cuando termine, organizaremos una fiesta de bienvenida para que te presentes con la familia.Matías llevaba años en el mundo de los negocios, y los truquitos de Jacinta apenas le parecían juegos de niños.Vanesa arqueó la ceja, notando la sonrisa de satisfacción que se le escapó a Jacinta. Ya no pensaba que Jacinta era tan lista como imaginó al principio. Quién sabe cómo la criaron los Balderas para que le diera por actuar así: parecía astuta, pero en cuanto abría la boca, dejaba ver su torpeza.A fin de cuentas, en cada familia siempre hay uno que destaca por ser medianamente sensato. En honor a que alguna vez le echaron la mano, Vanesa decidió ir a casa de los Balderas. De lo contrario, apenas hubiera pisado la calle ya estaría pensando en empezar sola de cero.Ella nunca dejaba una deuda sin pagar; si le hacían un favor, ayudaba en lo que podía. Sí, era algo egoísta, pero su moral seguía firme.Sacudió esos pensamientos y se puso de pie.—Bueno, no les quito más tiempo. Los dejo para que la familia Montemayor disfrute su reunión.No hubo dramas, ni gritos, ni escenas. Todo fluyó tan fácil que hasta parecía irreal.Claudio, al ver la escena, no pudo evitar sentir admiración por Vanesa… no, ahora era Vanesa Balderas. Era muy lista; supo cuándo terminar el asunto sin que nadie quedara mal, y hasta le sacó provecho.—Señorita, que le vaya bien —la despidió Claudio en la puerta, junto a Jazmín, ambos con una expresión difícil de descifrar.Vanesa les regaló una media sonrisa y, con paso seguro, se marchó de la casa donde vivió diecisiete años, llevando solo la maletita que había traído de su viaje.Era curioso. Después de tantos años, Vanesa no sentía apego ni tristeza. Ni siquiera el equipaje era mucho. Como si, en el fondo, siempre hubiera sabido que ese lugar jamás le perteneció.

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