Blanca Quiroz siempre creyó ser hija legítima de la familia Enríquez, hasta que su amor de infancia la rechazó, la gente la insultó y la propia familia Enríquez la echó con repugnancia, indicándole que volviera a la quebrada de donde vino a encontrar a sus verdaderos padres... Blanca solo sonrió con elegancia, pensando revelar su verdadera identidad y dejar a todos atónitos, sin embargo, ¡la "quebrada" a la que se referían los Enríquez resultó ser el hogar de la familia más adinerada de la capital, la familia Quiroz! De un día para otro, dejó de ser la falsa rica despreciada por todos para convertirse en la verdadera y millonaria heredera adorada por sus seis hermanos. Su dominante hermano mayor: "Pausen la reunión, voy a comprar un boleto de avión de regreso, quiero ver quién se atreve a fastidiar a mi hermana." Su hermano del medio, una gran estrella: "Cancelen la presentación, voy a recoger a mi hermana a casa ya." Su prodigioso tercer hermano: "Aplacen el concurso, nada es más importante que mi hermana." ¡Toda la ciudad está en shock! Los Enríquez lamentan amargamente sus acciones, y su amor de infancia intenta recuperar su afecto. Pero antes de que Blanca pueda rechazarlo, el CEO de la prestigiosa casa del Grupo Ibarra, Dylan Ibarra, propone matrimonio, ¡haciéndola la comidilla de la nación!

Capítulo 1El pavimento estaba empapado.En Maristela había llovido sin parar durante todo el día.El mochila de Blanca Quiroz fue lanzada sin ningún miramiento por el mayordomo, quien la arrojó más allá del portón principal, como si su contenido careciera de valor.—Señorita Quiroz, el señor Enríquez no desea verla en persona, así que me ha pedido que le transmita este mensaje. Sus padres biológicos viven en el campo, su apellido es Quiroz. La familia Enríquez cometió un error hace años al confundirla con su hija, pero ahora que la verdadera señorita Enríquez ha sido encontrada, esperan que usted tenga la decencia de no volver a buscar a la familia Enríquez.Mientras decía esto, el mayordomo sacó una tarjeta y se la tendió.—Aquí hay diez mil pesos, el señor Enríquez me pidió que se los diera como compensación.—No los quiero.Blanca ni siquiera miró la tarjeta. Solo tomó su mochila negra y la colgó de su hombro con tranquilidad.El mayordomo la miró con fastidio, sin poder creer que rechazara el dinero. ¿Estaba queriendo aparentar que no le importaba nada, o se creía demasiado digna?—Tsk, ni siquiera piensa. Ahora que la familia Enríquez tiene a su verdadera hija, ¿qué van a querer con una campesina sin recursos? Ni siquiera sabe comportarse en sociedad.—Entonces, señorita Quiroz, por favor, márchese —soltó el mayordomo, y cerró el portón con un golpe seco.Blanca no se volvió ni una vez. Salió de la mansión Enríquez llevando solo una mochila negra, con la espalda recta como un árbol viejo que no se deja doblar por el viento.Llegó y se fue del mismo modo: sin hacer ruido ni dejar huella.Solo la lluvia en su cabello delataba el mal rato que acababa de pasar.Desde la planta alta, algunas personas la miraban marcharse y no se molestaban en ocultar sus burlas, dejando que los comentarios llegaran hasta ella.—Por fin se fue.—Ya era hora, la verdad. Pensé que se iba a aferrar para no volver al campo y terminar pegada a nosotros.A Blanca no le importaron los comentarios. Una media sonrisa se asomó en la comisura de sus labios.¿Debería decir que la familia Enríquez no sabía reconocer lo que tenía frente a ellos?La verdad, no sabían.Blanca mordía distraída un caramelo de fruta. Su cabello largo y negro resaltaba la intensidad de sus facciones, y ese aire de fragilidad en su rostro no la hacía lucir desganada, sino que le daba un aura de misterio difícil de descifrar......En ese mismo momento.En una elegante plaza de Clarosol.La familia Quiroz celebraba una reunión internacional por videollamada.Izan, el patriarca, ocupaba el asiento principal, apoyado en su bastón con la cabeza de dragón. Sin levantar la voz, su sola presencia imponía respeto.—¿Después de tantos años, siguen sin tener noticias de su hermana?La pregunta iba dirigida a sus seis nietos.La familia Quiroz era la más rica de Clarosol. Los seis hijos de la familia eran conocidos en todo el país, cada uno con una reputación que sacudía el mundo de los negocios.Sin embargo, ese día todos tenían la cabeza baja, con los ojos cargados de nostalgia y tristeza.Habían perdido a su hermana cuando era apenas una bebé. Tan pequeña, tan callada y tierna… y por un descuido, la habían dejado ir.Dieciocho años habían pasado, y aunque buscaron por todas partes, su rastro se perdió en un pequeño poblado. Nadie sabía cuántas veces cambió de manos ni qué había sido de ella después de aquel día.—Abuelo, vamos a seguir buscando. Te prometemos que encontraremos a nuestra hermana.En ese momento, un hombre regordete irrumpió en la sala, agitando unos papeles y jadeando por la emoción.—¡Director! ¡Señorita Noa! ¡La encontramos!Izan, siempre tan sereno, se puso de pie tan de prisa que le temblaron las manos.—¿Dónde está? ¡Preparen todo para ir por ella!El hombre le entregó la información.—Está en Maristela. Aún estamos verificando los detalles.—¡Entonces salimos ya mismo a Maristela! —ordenó Izan, con la voz cargada de emoción—. ¡Alisten los carros!...Al atardecer, en Maristela.Después de ser echada, Blanca no se fue al campo. Esperó a que la lluvia cesara y regresó a su propio departamento.Era un edificio discreto, en un barrio común y corriente. Cuando estacionó su carro, varios vecinos le saludaron como si fuera de la familia.—¡Blanqui, ya volviste!—Sí, ya estoy de regreso —respondió Blanca con una sonrisa ligera.La señora que vendía frutas le acercó una manzana.—Hace quince días que no te veía. Mi pierna mala ya no tiene quién la revise.Otro vecino, un anciano que jugaba ajedrez en el parque, alzó la voz.—Y yo, Blanqui, mira cómo me tiembla la mano de tanto jugar. ¿Cuándo me vas a checar?Todo el mundo en Jardines de la Sierra la conocía y la apreciaba.Algunos de los viejitos que se reunían ahí habían sido figuras importantes en el pasado, aunque ahora parecían meros jubilados del barrio. Les encantaba platicar con Blanca sobre salud y de paso compartir anécdotas de otros tiempos.Aunque el lugar parecía una zona común y corriente, había algo misterioso en el ambiente, como si escondiera secretos bajo la superficie.Por ejemplo, el anciano ajedrecista había sido un campeón nacional en su juventud.Respecto a los demás, Blanca nunca se detuvo a averiguar sus historias. Ella se había instalado ahí porque todo era relajado y la vida fluía a su ritmo…—Mañana, en la plaza del fraccionamiento, yo me encargo de aplicar las inyecciones a todos —advirtió Blanca con voz tranquila—. No se les olvide remojar las bolsitas de medicina que les di, y nada de desvelarse viendo series.En cuanto Blanca lo mencionó, todos los presentes se miraron entre sí un poco nerviosos.—P-prometemos dormirnos a las diez —titubeó uno, mientras los demás asentían cabizbajos.Antes, nadie habría imaginado que este grupo de personas mayores, muchos de ellos con un pasado ilustre y hasta identidades secretas, terminarían acatando tan obedientes las indicaciones de una sola persona.Pero así era. Incluso Leonardo, el encargado del fraccionamiento, llevaba días esperando el regreso de la señorita Quiroz. Apenas la vio de vuelta, por fin soltó el aire que tenía contenido en el pecho.—Señorita Quiroz, estuve pendiente de su casa todo este tiempo, no dejé que nadie se acercara —le aseguró con una sonrisa bonachona.—Gracias, de verdad, se lo agradezco mucho —respondió Blanca con amabilidad, entregándole una bolsa de frutas frescas a modo de agradecimiento.Leonardo recibió la bolsa con genuino entusiasmo.—Ay, señorita, para usted nunca es molestia ayudar —dijo, con una risa cálida—. ¿Esta vez sí se va a quedar por aquí? Porque la verdad, con esa bola de vecinos, yo solito ya ni puedo controlarlos.—Sí, esta vez me quedo —confirmó Blanca, tomando la llave que él le devolvía.Leonardo se alegró tanto que hasta le brillaron los ojos.—¡Qué bueno! Usted acomódese tranquila, no la molesto más. Cualquier cosa, aquí estoy —se despidió, alejándose con esa energía de quien ya cumplió su misión.Cuando la puerta se cerró y el pasillo quedó en silencio, Blanca por fin usó la llave para abrir la puerta de su departamento. El cerrojo, antiguo y desgastado, parecía no esconder nada especial. Pero apenas giró la primera llave, apareció ante ella un moderno panel de contraseña con pantalla digital.“¿Desea activar la autenticación por iris?”—Sí —respondió Blanca, sin darle mucha importancia.“Autenticando iris, por favor espere...”“Autenticación completada.”“Bienvenida a casa, jefa.”La voz electrónica, cortés pero impersonal, resonó después de largo tiempo sin usarse. Con un chasquido metálico, la puerta blindada se abrió sola.La luz invadió la sala. Dentro, la habitación resplandecía con una atmósfera única: un librero de dos metros de altura repleto de antiguos tomos de medicina tradicional, frascos con raíces de ginseng flotando en líquido ámbar, y por todos lados plantas medicinales en macetas, cada una con su etiqueta correspondiente.En el centro de la sala, como una bestia dormida, descansaba una motocicleta BMW negra y roja, modelo War Axe, ya descatalogada y considerada de colección.Blanca cruzó la sala, abrió el refrigerador y sacó una botella de agua mineral. Apenas se sentó en el sofá, con la idea de relajarse y ver algún capítulo de su serie favorita, su celular vibró sobre la mesa. La melodía peculiar de su asistente inteligente llenó la habitación.—¡Blanca, levántate a trabajar! ¡Blanca, levántate a trabajar! ¡Blanca...!Al escuchar la tercera repetición, Blanca presionó el botón para encender la pantalla.—Habla —ordenó con voz adormilada.—Jefa, hay un encargo grande en Maristela, ¿lo acepta?Blanca dio un trago de agua antes de preguntar:—¿De qué se trata?—El millonario más famoso de Clarosol anda buscando a su nieta, que lleva años desaparecida. Dicen que está en Maristela. Súper fácil de encontrar, y pagan un dineral, ¡mira que tentación!Blanca soltó un bostezo, sin mucho entusiasmo.—Paso, no me interesa.—¡Espere, jefa, espere! ¡También hay otro encargo, este sí le va a gustar! ¡Es otro gran trato!Apoyando el mentón en la mano, Blanca contestó con desgano:—A ver, suéltalo.—La familia Ibarra de Clarosol la está buscando. Ofrecen diez millones de pesos por una consulta médica, y si alguien da un dato para contactarla, también le dan recompensa. ¡Esos sí tienen plata!—¿Tan en serio van? —Blanca dejó de fingir desinterés, y tamborileó dos veces el celular con los dedos—. Mándame los detalles, los quiero ver.—¡Hecho!En ese instante, la ventanal de la sala se transformó en una pantalla de proyección, mostrando toda la información.La familia Ibarra, una dinastía con raíces que se remontan a siglos atrás, siempre ligada a la protección nacional. Jamás faltaron a su deber. En sus recuerdos, Blanca visualizaba la antigua residencia de los Ibarra, el famoso Palacio de los Guardianes.No solo eso, sino que la familia Ibarra había enviado invitaciones a una larga lista de médicos renombrados, convocándolos a una semana de consultas en el Hotel Paraíso, justo en la ciudad. El objetivo era claro: ver quién tenía la capacidad para curar al patriarca Dylan Ibarra.La descripción de la enfermedad era escueta: Dylan Ibarra llevaba años enfermo, pero no era algo que se pudiera anunciar públicamente.Blanca entrecerró los ojos. Evidentemente, todo era mucho más complejo de lo que parecía.Alargando la pierna, con un aire de tranquilidad y decisión, anunció para sí:—Este trabajo... lo acepto.—¡Qué ojo tan bueno tiene la jefa! Entonces, en este momento le preparo los datos bancarios a la familia Ibarra para que puedan hacer el pago.Blanca apenas alzó la mirada, con un tono relajado.—No hay prisa, primero quiero dormir un rato. Lo dejamos para mañana.Aparte de ganar dinero, la mayor pasión de Blanca era resolver casos imposibles, de esos que nadie quería o podía atender. Para ella, encargos como el de la familia Ibarra eran perfectos.En realidad, era la única que, con toda calma, veía la llegada de la familia Ibarra a Maristela como algo sin mayor importancia. Ahora mismo, todo el círculo de las familias importantes de Maristela andaba vuelto un caos. Por ejemplo, la familia Enríquez no paraba de mover contactos y hacer llamadas, solo por tener la oportunidad de recibir la invitación de la familia Ibarra.Hasta en las calles del pueblo se rumoraba que este mes Maristela estaba más movido de lo normal. Primero, el rumor de que el empresario más rico de Clarosol andaba buscando a su nieta perdida, y ahora, la llegada de la familia Ibarra, que venían en busca de atención médica.Algunos decían, entre susurros, que todo era por culpa del misterioso “Santo de las Manos Milagrosas”, quien, según la leyenda, había aparecido en Maristela. Por eso mismo, la familia Ibarra se habría animado a venir. Las historias sobre ese “Santo” abundaban, pero nadie sabía a ciencia cierta si eran ciertas o puras invenciones.Esta vez, con la invitación de los Ibarra, tal vez el famoso “Santo de las Manos Milagrosas” sí se dejaría ver de verdad…...A la mañana siguiente, en un complejo de departamentos donde vivían muchos jubilados, Blanca aún seguía pegada a la cama. Como cualquier persona que tiene que ir a trabajar, odiaba dejar ese cuarto fresco y la cama que la abrazaba con suavidad, sobre todo en una mañana tan calurosa.Pero ni modo, había que salir a ganarse la vida.Se lavó la cara, agarró su bolso y, para evitar el tráfico de la hora pico, rentó una bici de esas que se encuentran por la calle.—Blanqui, ¿ya te vas?—Mmm… sí.Todo el camino, la iban saludando vecinos y conocidos. Blanca, con una sonrisa, le daba una mordida a la masa frita que le había regalado Mateo y seguía pedaleando sin apuro, hasta que pronto se perdió entre el mar de carros.Media hora después, llegó al famoso Hotel Paraíso, el más exclusivo de Maristela. El lobby, la entrada, el jardín… todo estaba lleno de movimiento, de personal yendo de aquí para allá, sin un segundo de descanso.Estos días, parecía que todos los carros lujosos de Maristela habían llegado al hotel. Entre tanto derroche, la llegada de Blanca en bicicleta no podía ser más llamativa.Apenas frenó, sin que la bici se detuviera por completo, un guardia de seguridad se le acercó con cara de pocos amigos.—A ver, a ver, ¿de dónde salió esta estudiante sin dinero? Hoy el hotel no está abierto al público.Blanca se bajó de la bici, la sostuvo con una pierna, y lo miró directo a los ojos, con una tranquilidad que desarmaba.—Vengo a ayudar a una persona. A salvar una vida.—¿Tú? ¿Salvar una vida? —el guardia soltó una carcajada burlona—. Mira, niña, apenas tienes edad para salir sola y ya andas presumiendo.Sin molestarse, Blanca sacó su celular y le mostró la pantalla donde tenía abierta la orden para aceptar el servicio.—Por favor, avísales a los de adentro que el Santo de las Manos Milagrosas llegó, que estoy cumpliendo la invitación.—¿El Santo de las Manos Milagrosas? ¡Ajá! Y yo soy el papa —resopló el guardia, mirándola con fastidio—. Mira que he visto invitaciones de todos los tipos, pero nunca una en celular… —en eso, una camioneta de súper lujo se detuvo justo en la entrada. El guardia, sin más, le hizo una seña—: Anda, lárgate, no estorbes.Y sin más, salió corriendo a abrirle la puerta a los recién llegados.—Felipe, señorita Enríquez, qué gusto verlos. Ya mismo les aviso adentro para que les preparen café.Los del carro apenas asintieron desde la ventana, ni se molestaron en contestar. Pero el guardia se veía encantado, como si le hubieran dado un premio.Desde el asiento trasero, una chica joven miró por la ventana y, por un segundo, pareció reconocer a Blanca. En su cara delicada y blanca se asomó una pequeña duda.El hombre mayor a su lado preguntó:—Eugenia, ¿qué pasa?La muchacha sonrió apenas.—Nada, abuelito. No es nada.Afuera, Blanca se alejaba con paso seguro, sin que se le moviera ni un pelo. Incluso se le dibujó una media sonrisa juguetona en la boca.Quién diría que alguien que alguna vez podía decidir la vida y la muerte con una sola inyección, ahora terminaba siendo rechazada por un simple guardia.“Cuando el tigre cae, hasta los perros lo muerden”, pensó, y se le curvó la boca en una sonrisa amarga.Para Blanca, atender a un paciente era cuestión de destino: nunca ayudaba a los que solo buscaban aprovecharse.Así que, en ese instante, decidió dejar pasar la oportunidad de hoy.Sacó su celular, dispuesta a rechazar la cita.Pero, de repente, un grito agudo la sacó de sus pensamientos.—¡Ayuda! ¡Alguien se desmayó!En un abrir y cerrar de ojos, la multitud se arremolinó en torno al alboroto.—¡Dios mío, es un niño! ¡Pero si apenas tiene unos años!—¡Miren esa cara, parece que se va a desmayar de nuevo!Blanca no lo pensó dos veces. Dejó la bici a un lado y avanzó entre la gente con pasos largos y firmes.En el suelo, un niño de unos tres o cuatro años yacía pálido, la frente empapada de sudor.Una señora, desesperada, agarró a un joven con bata blanca.—¡Por favor, ayude! ¡Usted debe ser doctor, sálvelo!—No puedo, señora. Si no está aquí su familia, yo no puedo hacer nada —el joven se apartó, con una mirada despectiva—. Además, no voy a atender a cualquiera.Blanca, al ver la escena, se abrió paso entre el gentío y su voz firme y profesional resonó por encima del murmullo.—Por favor, déjenme espacio, que corra el aire. El paciente necesita respirar y refrescarse.Había algo en su manera de hablar que no dejaba lugar a dudas. Los presentes la obedecieron, apartándose sin hacer preguntas.Blanca se agachó junto al niño y le tomó el pulso en el cuello.Una mujer a su lado, nerviosa, no pudo evitar preguntar:—Oye, niña, ¿tú crees que puedas con esto? ¿No eres muy joven para estas cosas?Capítulo 2El pavimento estaba empapado.En Maristela había llovido sin parar durante todo el día.El mochila de Blanca Quiroz fue lanzada sin ningún miramiento por el mayordomo, quien la arrojó más allá del portón principal, como si su contenido careciera de valor.—Señorita Quiroz, el señor Enríquez no desea verla en persona, así que me ha pedido que le transmita este mensaje. Sus padres biológicos viven en el campo, su apellido es Quiroz. La familia Enríquez cometió un error hace años al confundirla con su hija, pero ahora que la verdadera señorita Enríquez ha sido encontrada, esperan que usted tenga la decencia de no volver a buscar a la familia Enríquez.Mientras decía esto, el mayordomo sacó una tarjeta y se la tendió.—Aquí hay diez mil pesos, el señor Enríquez me pidió que se los diera como compensación.—No los quiero.Blanca ni siquiera miró la tarjeta. Solo tomó su mochila negra y la colgó de su hombro con tranquilidad.El mayordomo la miró con fastidio, sin poder creer que rechazara el dinero. ¿Estaba queriendo aparentar que no le importaba nada, o se creía demasiado digna?—Tsk, ni siquiera piensa. Ahora que la familia Enríquez tiene a su verdadera hija, ¿qué van a querer con una campesina sin recursos? Ni siquiera sabe comportarse en sociedad.—Entonces, señorita Quiroz, por favor, márchese —soltó el mayordomo, y cerró el portón con un golpe seco.Blanca no se volvió ni una vez. Salió de la mansión Enríquez llevando solo una mochila negra, con la espalda recta como un árbol viejo que no se deja doblar por el viento.Llegó y se fue del mismo modo: sin hacer ruido ni dejar huella.Solo la lluvia en su cabello delataba el mal rato que acababa de pasar.Desde la planta alta, algunas personas la miraban marcharse y no se molestaban en ocultar sus burlas, dejando que los comentarios llegaran hasta ella.—Por fin se fue.—Ya era hora, la verdad. Pensé que se iba a aferrar para no volver al campo y terminar pegada a nosotros.A Blanca no le importaron los comentarios. Una media sonrisa se asomó en la comisura de sus labios.¿Debería decir que la familia Enríquez no sabía reconocer lo que tenía frente a ellos?La verdad, no sabían.Blanca mordía distraída un caramelo de fruta. Su cabello largo y negro resaltaba la intensidad de sus facciones, y ese aire de fragilidad en su rostro no la hacía lucir desganada, sino que le daba un aura de misterio difícil de descifrar......En ese mismo momento.En una elegante plaza de Clarosol.La familia Quiroz celebraba una reunión internacional por videollamada.Izan, el patriarca, ocupaba el asiento principal, apoyado en su bastón con la cabeza de dragón. Sin levantar la voz, su sola presencia imponía respeto.—¿Después de tantos años, siguen sin tener noticias de su hermana?La pregunta iba dirigida a sus seis nietos.La familia Quiroz era la más rica de Clarosol. Los seis hijos de la familia eran conocidos en todo el país, cada uno con una reputación que sacudía el mundo de los negocios.Sin embargo, ese día todos tenían la cabeza baja, con los ojos cargados de nostalgia y tristeza.Habían perdido a su hermana cuando era apenas una bebé. Tan pequeña, tan callada y tierna… y por un descuido, la habían dejado ir.Dieciocho años habían pasado, y aunque buscaron por todas partes, su rastro se perdió en un pequeño poblado. Nadie sabía cuántas veces cambió de manos ni qué había sido de ella después de aquel día.—Abuelo, vamos a seguir buscando. Te prometemos que encontraremos a nuestra hermana.En ese momento, un hombre regordete irrumpió en la sala, agitando unos papeles y jadeando por la emoción.—¡Director! ¡Señorita Noa! ¡La encontramos!Izan, siempre tan sereno, se puso de pie tan de prisa que le temblaron las manos.—¿Dónde está? ¡Preparen todo para ir por ella!El hombre le entregó la información.—Está en Maristela. Aún estamos verificando los detalles.—¡Entonces salimos ya mismo a Maristela! —ordenó Izan, con la voz cargada de emoción—. ¡Alisten los carros!...Al atardecer, en Maristela.Después de ser echada, Blanca no se fue al campo. Esperó a que la lluvia cesara y regresó a su propio departamento.Era un edificio discreto, en un barrio común y corriente. Cuando estacionó su carro, varios vecinos le saludaron como si fuera de la familia.—¡Blanqui, ya volviste!—Sí, ya estoy de regreso —respondió Blanca con una sonrisa ligera.La señora que vendía frutas le acercó una manzana.—Hace quince días que no te veía. Mi pierna mala ya no tiene quién la revise.Otro vecino, un anciano que jugaba ajedrez en el parque, alzó la voz.—Y yo, Blanqui, mira cómo me tiembla la mano de tanto jugar. ¿Cuándo me vas a checar?Todo el mundo en Jardines de la Sierra la conocía y la apreciaba.Algunos de los viejitos que se reunían ahí habían sido figuras importantes en el pasado, aunque ahora parecían meros jubilados del barrio. Les encantaba platicar con Blanca sobre salud y de paso compartir anécdotas de otros tiempos.Aunque el lugar parecía una zona común y corriente, había algo misterioso en el ambiente, como si escondiera secretos bajo la superficie.Por ejemplo, el anciano ajedrecista había sido un campeón nacional en su juventud.Respecto a los demás, Blanca nunca se detuvo a averiguar sus historias. Ella se había instalado ahí porque todo era relajado y la vida fluía a su ritmo…—Mañana, en la plaza del fraccionamiento, yo me encargo de aplicar las inyecciones a todos —advirtió Blanca con voz tranquila—. No se les olvide remojar las bolsitas de medicina que les di, y nada de desvelarse viendo series.En cuanto Blanca lo mencionó, todos los presentes se miraron entre sí un poco nerviosos.—P-prometemos dormirnos a las diez —titubeó uno, mientras los demás asentían cabizbajos.Antes, nadie habría imaginado que este grupo de personas mayores, muchos de ellos con un pasado ilustre y hasta identidades secretas, terminarían acatando tan obedientes las indicaciones de una sola persona.Pero así era. Incluso Leonardo, el encargado del fraccionamiento, llevaba días esperando el regreso de la señorita Quiroz. Apenas la vio de vuelta, por fin soltó el aire que tenía contenido en el pecho.—Señorita Quiroz, estuve pendiente de su casa todo este tiempo, no dejé que nadie se acercara —le aseguró con una sonrisa bonachona.—Gracias, de verdad, se lo agradezco mucho —respondió Blanca con amabilidad, entregándole una bolsa de frutas frescas a modo de agradecimiento.Leonardo recibió la bolsa con genuino entusiasmo.—Ay, señorita, para usted nunca es molestia ayudar —dijo, con una risa cálida—. ¿Esta vez sí se va a quedar por aquí? Porque la verdad, con esa bola de vecinos, yo solito ya ni puedo controlarlos.—Sí, esta vez me quedo —confirmó Blanca, tomando la llave que él le devolvía.Leonardo se alegró tanto que hasta le brillaron los ojos.—¡Qué bueno! Usted acomódese tranquila, no la molesto más. Cualquier cosa, aquí estoy —se despidió, alejándose con esa energía de quien ya cumplió su misión.Cuando la puerta se cerró y el pasillo quedó en silencio, Blanca por fin usó la llave para abrir la puerta de su departamento. El cerrojo, antiguo y desgastado, parecía no esconder nada especial. Pero apenas giró la primera llave, apareció ante ella un moderno panel de contraseña con pantalla digital.“¿Desea activar la autenticación por iris?”—Sí —respondió Blanca, sin darle mucha importancia.“Autenticando iris, por favor espere...”“Autenticación completada.”“Bienvenida a casa, jefa.”La voz electrónica, cortés pero impersonal, resonó después de largo tiempo sin usarse. Con un chasquido metálico, la puerta blindada se abrió sola.La luz invadió la sala. Dentro, la habitación resplandecía con una atmósfera única: un librero de dos metros de altura repleto de antiguos tomos de medicina tradicional, frascos con raíces de ginseng flotando en líquido ámbar, y por todos lados plantas medicinales en macetas, cada una con su etiqueta correspondiente.En el centro de la sala, como una bestia dormida, descansaba una motocicleta BMW negra y roja, modelo War Axe, ya descatalogada y considerada de colección.Blanca cruzó la sala, abrió el refrigerador y sacó una botella de agua mineral. Apenas se sentó en el sofá, con la idea de relajarse y ver algún capítulo de su serie favorita, su celular vibró sobre la mesa. La melodía peculiar de su asistente inteligente llenó la habitación.—¡Blanca, levántate a trabajar! ¡Blanca, levántate a trabajar! ¡Blanca...!Al escuchar la tercera repetición, Blanca presionó el botón para encender la pantalla.—Habla —ordenó con voz adormilada.—Jefa, hay un encargo grande en Maristela, ¿lo acepta?Blanca dio un trago de agua antes de preguntar:—¿De qué se trata?—El millonario más famoso de Clarosol anda buscando a su nieta, que lleva años desaparecida. Dicen que está en Maristela. Súper fácil de encontrar, y pagan un dineral, ¡mira que tentación!Blanca soltó un bostezo, sin mucho entusiasmo.—Paso, no me interesa.—¡Espere, jefa, espere! ¡También hay otro encargo, este sí le va a gustar! ¡Es otro gran trato!Apoyando el mentón en la mano, Blanca contestó con desgano:—A ver, suéltalo.—La familia Ibarra de Clarosol la está buscando. Ofrecen diez millones de pesos por una consulta médica, y si alguien da un dato para contactarla, también le dan recompensa. ¡Esos sí tienen plata!—¿Tan en serio van? —Blanca dejó de fingir desinterés, y tamborileó dos veces el celular con los dedos—. Mándame los detalles, los quiero ver.—¡Hecho!En ese instante, la ventanal de la sala se transformó en una pantalla de proyección, mostrando toda la información.La familia Ibarra, una dinastía con raíces que se remontan a siglos atrás, siempre ligada a la protección nacional. Jamás faltaron a su deber. En sus recuerdos, Blanca visualizaba la antigua residencia de los Ibarra, el famoso Palacio de los Guardianes.No solo eso, sino que la familia Ibarra había enviado invitaciones a una larga lista de médicos renombrados, convocándolos a una semana de consultas en el Hotel Paraíso, justo en la ciudad. El objetivo era claro: ver quién tenía la capacidad para curar al patriarca Dylan Ibarra.La descripción de la enfermedad era escueta: Dylan Ibarra llevaba años enfermo, pero no era algo que se pudiera anunciar públicamente.Blanca entrecerró los ojos. Evidentemente, todo era mucho más complejo de lo que parecía.Alargando la pierna, con un aire de tranquilidad y decisión, anunció para sí:—Este trabajo... lo acepto.—¡Qué ojo tan bueno tiene la jefa! Entonces, en este momento le preparo los datos bancarios a la familia Ibarra para que puedan hacer el pago.Blanca apenas alzó la mirada, con un tono relajado.—No hay prisa, primero quiero dormir un rato. Lo dejamos para mañana.Aparte de ganar dinero, la mayor pasión de Blanca era resolver casos imposibles, de esos que nadie quería o podía atender. Para ella, encargos como el de la familia Ibarra eran perfectos.En realidad, era la única que, con toda calma, veía la llegada de la familia Ibarra a Maristela como algo sin mayor importancia. Ahora mismo, todo el círculo de las familias importantes de Maristela andaba vuelto un caos. Por ejemplo, la familia Enríquez no paraba de mover contactos y hacer llamadas, solo por tener la oportunidad de recibir la invitación de la familia Ibarra.Hasta en las calles del pueblo se rumoraba que este mes Maristela estaba más movido de lo normal. Primero, el rumor de que el empresario más rico de Clarosol andaba buscando a su nieta perdida, y ahora, la llegada de la familia Ibarra, que venían en busca de atención médica.Algunos decían, entre susurros, que todo era por culpa del misterioso “Santo de las Manos Milagrosas”, quien, según la leyenda, había aparecido en Maristela. Por eso mismo, la familia Ibarra se habría animado a venir. Las historias sobre ese “Santo” abundaban, pero nadie sabía a ciencia cierta si eran ciertas o puras invenciones.Esta vez, con la invitación de los Ibarra, tal vez el famoso “Santo de las Manos Milagrosas” sí se dejaría ver de verdad…...A la mañana siguiente, en un complejo de departamentos donde vivían muchos jubilados, Blanca aún seguía pegada a la cama. Como cualquier persona que tiene que ir a trabajar, odiaba dejar ese cuarto fresco y la cama que la abrazaba con suavidad, sobre todo en una mañana tan calurosa.Pero ni modo, había que salir a ganarse la vida.Se lavó la cara, agarró su bolso y, para evitar el tráfico de la hora pico, rentó una bici de esas que se encuentran por la calle.—Blanqui, ¿ya te vas?—Mmm… sí.Todo el camino, la iban saludando vecinos y conocidos. Blanca, con una sonrisa, le daba una mordida a la masa frita que le había regalado Mateo y seguía pedaleando sin apuro, hasta que pronto se perdió entre el mar de carros.Media hora después, llegó al famoso Hotel Paraíso, el más exclusivo de Maristela. El lobby, la entrada, el jardín… todo estaba lleno de movimiento, de personal yendo de aquí para allá, sin un segundo de descanso.Estos días, parecía que todos los carros lujosos de Maristela habían llegado al hotel. Entre tanto derroche, la llegada de Blanca en bicicleta no podía ser más llamativa.Apenas frenó, sin que la bici se detuviera por completo, un guardia de seguridad se le acercó con cara de pocos amigos.—A ver, a ver, ¿de dónde salió esta estudiante sin dinero? Hoy el hotel no está abierto al público.Blanca se bajó de la bici, la sostuvo con una pierna, y lo miró directo a los ojos, con una tranquilidad que desarmaba.—Vengo a ayudar a una persona. A salvar una vida.—¿Tú? ¿Salvar una vida? —el guardia soltó una carcajada burlona—. Mira, niña, apenas tienes edad para salir sola y ya andas presumiendo.Sin molestarse, Blanca sacó su celular y le mostró la pantalla donde tenía abierta la orden para aceptar el servicio.—Por favor, avísales a los de adentro que el Santo de las Manos Milagrosas llegó, que estoy cumpliendo la invitación.—¿El Santo de las Manos Milagrosas? ¡Ajá! Y yo soy el papa —resopló el guardia, mirándola con fastidio—. Mira que he visto invitaciones de todos los tipos, pero nunca una en celular… —en eso, una camioneta de súper lujo se detuvo justo en la entrada. El guardia, sin más, le hizo una seña—: Anda, lárgate, no estorbes.Y sin más, salió corriendo a abrirle la puerta a los recién llegados.—Felipe, señorita Enríquez, qué gusto verlos. Ya mismo les aviso adentro para que les preparen café.Los del carro apenas asintieron desde la ventana, ni se molestaron en contestar. Pero el guardia se veía encantado, como si le hubieran dado un premio.Desde el asiento trasero, una chica joven miró por la ventana y, por un segundo, pareció reconocer a Blanca. En su cara delicada y blanca se asomó una pequeña duda.El hombre mayor a su lado preguntó:—Eugenia, ¿qué pasa?La muchacha sonrió apenas.—Nada, abuelito. No es nada.Afuera, Blanca se alejaba con paso seguro, sin que se le moviera ni un pelo. Incluso se le dibujó una media sonrisa juguetona en la boca.Quién diría que alguien que alguna vez podía decidir la vida y la muerte con una sola inyección, ahora terminaba siendo rechazada por un simple guardia.“Cuando el tigre cae, hasta los perros lo muerden”, pensó, y se le curvó la boca en una sonrisa amarga.Para Blanca, atender a un paciente era cuestión de destino: nunca ayudaba a los que solo buscaban aprovecharse.Así que, en ese instante, decidió dejar pasar la oportunidad de hoy.Sacó su celular, dispuesta a rechazar la cita.Pero, de repente, un grito agudo la sacó de sus pensamientos.—¡Ayuda! ¡Alguien se desmayó!En un abrir y cerrar de ojos, la multitud se arremolinó en torno al alboroto.—¡Dios mío, es un niño! ¡Pero si apenas tiene unos años!—¡Miren esa cara, parece que se va a desmayar de nuevo!Blanca no lo pensó dos veces. Dejó la bici a un lado y avanzó entre la gente con pasos largos y firmes.En el suelo, un niño de unos tres o cuatro años yacía pálido, la frente empapada de sudor.Una señora, desesperada, agarró a un joven con bata blanca.—¡Por favor, ayude! ¡Usted debe ser doctor, sálvelo!—No puedo, señora. Si no está aquí su familia, yo no puedo hacer nada —el joven se apartó, con una mirada despectiva—. Además, no voy a atender a cualquiera.Blanca, al ver la escena, se abrió paso entre el gentío y su voz firme y profesional resonó por encima del murmullo.—Por favor, déjenme espacio, que corra el aire. El paciente necesita respirar y refrescarse.Había algo en su manera de hablar que no dejaba lugar a dudas. Los presentes la obedecieron, apartándose sin hacer preguntas.Blanca se agachó junto al niño y le tomó el pulso en el cuello.Una mujer a su lado, nerviosa, no pudo evitar preguntar:—Oye, niña, ¿tú crees que puedas con esto? ¿No eres muy joven para estas cosas?Capítulo 3El pavimento estaba empapado.En Maristela había llovido sin parar durante todo el día.El mochila de Blanca Quiroz fue lanzada sin ningún miramiento por el mayordomo, quien la arrojó más allá del portón principal, como si su contenido careciera de valor.—Señorita Quiroz, el señor Enríquez no desea verla en persona, así que me ha pedido que le transmita este mensaje. Sus padres biológicos viven en el campo, su apellido es Quiroz. La familia Enríquez cometió un error hace años al confundirla con su hija, pero ahora que la verdadera señorita Enríquez ha sido encontrada, esperan que usted tenga la decencia de no volver a buscar a la familia Enríquez.Mientras decía esto, el mayordomo sacó una tarjeta y se la tendió.—Aquí hay diez mil pesos, el señor Enríquez me pidió que se los diera como compensación.—No los quiero.Blanca ni siquiera miró la tarjeta. Solo tomó su mochila negra y la colgó de su hombro con tranquilidad.El mayordomo la miró con fastidio, sin poder creer que rechazara el dinero. ¿Estaba queriendo aparentar que no le importaba nada, o se creía demasiado digna?—Tsk, ni siquiera piensa. Ahora que la familia Enríquez tiene a su verdadera hija, ¿qué van a querer con una campesina sin recursos? Ni siquiera sabe comportarse en sociedad.—Entonces, señorita Quiroz, por favor, márchese —soltó el mayordomo, y cerró el portón con un golpe seco.Blanca no se volvió ni una vez. Salió de la mansión Enríquez llevando solo una mochila negra, con la espalda recta como un árbol viejo que no se deja doblar por el viento.Llegó y se fue del mismo modo: sin hacer ruido ni dejar huella.Solo la lluvia en su cabello delataba el mal rato que acababa de pasar.Desde la planta alta, algunas personas la miraban marcharse y no se molestaban en ocultar sus burlas, dejando que los comentarios llegaran hasta ella.—Por fin se fue.—Ya era hora, la verdad. Pensé que se iba a aferrar para no volver al campo y terminar pegada a nosotros.A Blanca no le importaron los comentarios. Una media sonrisa se asomó en la comisura de sus labios.¿Debería decir que la familia Enríquez no sabía reconocer lo que tenía frente a ellos?La verdad, no sabían.Blanca mordía distraída un caramelo de fruta. Su cabello largo y negro resaltaba la intensidad de sus facciones, y ese aire de fragilidad en su rostro no la hacía lucir desganada, sino que le daba un aura de misterio difícil de descifrar......En ese mismo momento.En una elegante plaza de Clarosol.La familia Quiroz celebraba una reunión internacional por videollamada.Izan, el patriarca, ocupaba el asiento principal, apoyado en su bastón con la cabeza de dragón. Sin levantar la voz, su sola presencia imponía respeto.—¿Después de tantos años, siguen sin tener noticias de su hermana?La pregunta iba dirigida a sus seis nietos.La familia Quiroz era la más rica de Clarosol. Los seis hijos de la familia eran conocidos en todo el país, cada uno con una reputación que sacudía el mundo de los negocios.Sin embargo, ese día todos tenían la cabeza baja, con los ojos cargados de nostalgia y tristeza.Habían perdido a su hermana cuando era apenas una bebé. Tan pequeña, tan callada y tierna… y por un descuido, la habían dejado ir.Dieciocho años habían pasado, y aunque buscaron por todas partes, su rastro se perdió en un pequeño poblado. Nadie sabía cuántas veces cambió de manos ni qué había sido de ella después de aquel día.—Abuelo, vamos a seguir buscando. Te prometemos que encontraremos a nuestra hermana.En ese momento, un hombre regordete irrumpió en la sala, agitando unos papeles y jadeando por la emoción.—¡Director! ¡Señorita Noa! ¡La encontramos!Izan, siempre tan sereno, se puso de pie tan de prisa que le temblaron las manos.—¿Dónde está? ¡Preparen todo para ir por ella!El hombre le entregó la información.—Está en Maristela. Aún estamos verificando los detalles.—¡Entonces salimos ya mismo a Maristela! —ordenó Izan, con la voz cargada de emoción—. ¡Alisten los carros!...Al atardecer, en Maristela.Después de ser echada, Blanca no se fue al campo. Esperó a que la lluvia cesara y regresó a su propio departamento.Era un edificio discreto, en un barrio común y corriente. Cuando estacionó su carro, varios vecinos le saludaron como si fuera de la familia.—¡Blanqui, ya volviste!—Sí, ya estoy de regreso —respondió Blanca con una sonrisa ligera.La señora que vendía frutas le acercó una manzana.—Hace quince días que no te veía. Mi pierna mala ya no tiene quién la revise.Otro vecino, un anciano que jugaba ajedrez en el parque, alzó la voz.—Y yo, Blanqui, mira cómo me tiembla la mano de tanto jugar. ¿Cuándo me vas a checar?Todo el mundo en Jardines de la Sierra la conocía y la apreciaba.Algunos de los viejitos que se reunían ahí habían sido figuras importantes en el pasado, aunque ahora parecían meros jubilados del barrio. Les encantaba platicar con Blanca sobre salud y de paso compartir anécdotas de otros tiempos.Aunque el lugar parecía una zona común y corriente, había algo misterioso en el ambiente, como si escondiera secretos bajo la superficie.Por ejemplo, el anciano ajedrecista había sido un campeón nacional en su juventud.Respecto a los demás, Blanca nunca se detuvo a averiguar sus historias. Ella se había instalado ahí porque todo era relajado y la vida fluía a su ritmo…—Mañana, en la plaza del fraccionamiento, yo me encargo de aplicar las inyecciones a todos —advirtió Blanca con voz tranquila—. No se les olvide remojar las bolsitas de medicina que les di, y nada de desvelarse viendo series.En cuanto Blanca lo mencionó, todos los presentes se miraron entre sí un poco nerviosos.—P-prometemos dormirnos a las diez —titubeó uno, mientras los demás asentían cabizbajos.Antes, nadie habría imaginado que este grupo de personas mayores, muchos de ellos con un pasado ilustre y hasta identidades secretas, terminarían acatando tan obedientes las indicaciones de una sola persona.Pero así era. Incluso Leonardo, el encargado del fraccionamiento, llevaba días esperando el regreso de la señorita Quiroz. Apenas la vio de vuelta, por fin soltó el aire que tenía contenido en el pecho.—Señorita Quiroz, estuve pendiente de su casa todo este tiempo, no dejé que nadie se acercara —le aseguró con una sonrisa bonachona.—Gracias, de verdad, se lo agradezco mucho —respondió Blanca con amabilidad, entregándole una bolsa de frutas frescas a modo de agradecimiento.Leonardo recibió la bolsa con genuino entusiasmo.—Ay, señorita, para usted nunca es molestia ayudar —dijo, con una risa cálida—. ¿Esta vez sí se va a quedar por aquí? Porque la verdad, con esa bola de vecinos, yo solito ya ni puedo controlarlos.—Sí, esta vez me quedo —confirmó Blanca, tomando la llave que él le devolvía.Leonardo se alegró tanto que hasta le brillaron los ojos.—¡Qué bueno! Usted acomódese tranquila, no la molesto más. Cualquier cosa, aquí estoy —se despidió, alejándose con esa energía de quien ya cumplió su misión.Cuando la puerta se cerró y el pasillo quedó en silencio, Blanca por fin usó la llave para abrir la puerta de su departamento. El cerrojo, antiguo y desgastado, parecía no esconder nada especial. Pero apenas giró la primera llave, apareció ante ella un moderno panel de contraseña con pantalla digital.“¿Desea activar la autenticación por iris?”—Sí —respondió Blanca, sin darle mucha importancia.“Autenticando iris, por favor espere...”“Autenticación completada.”“Bienvenida a casa, jefa.”La voz electrónica, cortés pero impersonal, resonó después de largo tiempo sin usarse. Con un chasquido metálico, la puerta blindada se abrió sola.La luz invadió la sala. Dentro, la habitación resplandecía con una atmósfera única: un librero de dos metros de altura repleto de antiguos tomos de medicina tradicional, frascos con raíces de ginseng flotando en líquido ámbar, y por todos lados plantas medicinales en macetas, cada una con su etiqueta correspondiente.En el centro de la sala, como una bestia dormida, descansaba una motocicleta BMW negra y roja, modelo War Axe, ya descatalogada y considerada de colección.Blanca cruzó la sala, abrió el refrigerador y sacó una botella de agua mineral. Apenas se sentó en el sofá, con la idea de relajarse y ver algún capítulo de su serie favorita, su celular vibró sobre la mesa. La melodía peculiar de su asistente inteligente llenó la habitación.—¡Blanca, levántate a trabajar! ¡Blanca, levántate a trabajar! ¡Blanca...!Al escuchar la tercera repetición, Blanca presionó el botón para encender la pantalla.—Habla —ordenó con voz adormilada.—Jefa, hay un encargo grande en Maristela, ¿lo acepta?Blanca dio un trago de agua antes de preguntar:—¿De qué se trata?—El millonario más famoso de Clarosol anda buscando a su nieta, que lleva años desaparecida. Dicen que está en Maristela. Súper fácil de encontrar, y pagan un dineral, ¡mira que tentación!Blanca soltó un bostezo, sin mucho entusiasmo.—Paso, no me interesa.—¡Espere, jefa, espere! ¡También hay otro encargo, este sí le va a gustar! ¡Es otro gran trato!Apoyando el mentón en la mano, Blanca contestó con desgano:—A ver, suéltalo.—La familia Ibarra de Clarosol la está buscando. Ofrecen diez millones de pesos por una consulta médica, y si alguien da un dato para contactarla, también le dan recompensa. ¡Esos sí tienen plata!—¿Tan en serio van? —Blanca dejó de fingir desinterés, y tamborileó dos veces el celular con los dedos—. Mándame los detalles, los quiero ver.—¡Hecho!En ese instante, la ventanal de la sala se transformó en una pantalla de proyección, mostrando toda la información.La familia Ibarra, una dinastía con raíces que se remontan a siglos atrás, siempre ligada a la protección nacional. Jamás faltaron a su deber. En sus recuerdos, Blanca visualizaba la antigua residencia de los Ibarra, el famoso Palacio de los Guardianes.No solo eso, sino que la familia Ibarra había enviado invitaciones a una larga lista de médicos renombrados, convocándolos a una semana de consultas en el Hotel Paraíso, justo en la ciudad. El objetivo era claro: ver quién tenía la capacidad para curar al patriarca Dylan Ibarra.La descripción de la enfermedad era escueta: Dylan Ibarra llevaba años enfermo, pero no era algo que se pudiera anunciar públicamente.Blanca entrecerró los ojos. Evidentemente, todo era mucho más complejo de lo que parecía.Alargando la pierna, con un aire de tranquilidad y decisión, anunció para sí:—Este trabajo... lo acepto.—¡Qué ojo tan bueno tiene la jefa! Entonces, en este momento le preparo los datos bancarios a la familia Ibarra para que puedan hacer el pago.Blanca apenas alzó la mirada, con un tono relajado.—No hay prisa, primero quiero dormir un rato. Lo dejamos para mañana.Aparte de ganar dinero, la mayor pasión de Blanca era resolver casos imposibles, de esos que nadie quería o podía atender. Para ella, encargos como el de la familia Ibarra eran perfectos.En realidad, era la única que, con toda calma, veía la llegada de la familia Ibarra a Maristela como algo sin mayor importancia. Ahora mismo, todo el círculo de las familias importantes de Maristela andaba vuelto un caos. Por ejemplo, la familia Enríquez no paraba de mover contactos y hacer llamadas, solo por tener la oportunidad de recibir la invitación de la familia Ibarra.Hasta en las calles del pueblo se rumoraba que este mes Maristela estaba más movido de lo normal. Primero, el rumor de que el empresario más rico de Clarosol andaba buscando a su nieta perdida, y ahora, la llegada de la familia Ibarra, que venían en busca de atención médica.Algunos decían, entre susurros, que todo era por culpa del misterioso “Santo de las Manos Milagrosas”, quien, según la leyenda, había aparecido en Maristela. Por eso mismo, la familia Ibarra se habría animado a venir. Las historias sobre ese “Santo” abundaban, pero nadie sabía a ciencia cierta si eran ciertas o puras invenciones.Esta vez, con la invitación de los Ibarra, tal vez el famoso “Santo de las Manos Milagrosas” sí se dejaría ver de verdad…...A la mañana siguiente, en un complejo de departamentos donde vivían muchos jubilados, Blanca aún seguía pegada a la cama. Como cualquier persona que tiene que ir a trabajar, odiaba dejar ese cuarto fresco y la cama que la abrazaba con suavidad, sobre todo en una mañana tan calurosa.Pero ni modo, había que salir a ganarse la vida.Se lavó la cara, agarró su bolso y, para evitar el tráfico de la hora pico, rentó una bici de esas que se encuentran por la calle.—Blanqui, ¿ya te vas?—Mmm… sí.Todo el camino, la iban saludando vecinos y conocidos. Blanca, con una sonrisa, le daba una mordida a la masa frita que le había regalado Mateo y seguía pedaleando sin apuro, hasta que pronto se perdió entre el mar de carros.Media hora después, llegó al famoso Hotel Paraíso, el más exclusivo de Maristela. El lobby, la entrada, el jardín… todo estaba lleno de movimiento, de personal yendo de aquí para allá, sin un segundo de descanso.Estos días, parecía que todos los carros lujosos de Maristela habían llegado al hotel. Entre tanto derroche, la llegada de Blanca en bicicleta no podía ser más llamativa.Apenas frenó, sin que la bici se detuviera por completo, un guardia de seguridad se le acercó con cara de pocos amigos.—A ver, a ver, ¿de dónde salió esta estudiante sin dinero? Hoy el hotel no está abierto al público.Blanca se bajó de la bici, la sostuvo con una pierna, y lo miró directo a los ojos, con una tranquilidad que desarmaba.—Vengo a ayudar a una persona. A salvar una vida.—¿Tú? ¿Salvar una vida? —el guardia soltó una carcajada burlona—. Mira, niña, apenas tienes edad para salir sola y ya andas presumiendo.Sin molestarse, Blanca sacó su celular y le mostró la pantalla donde tenía abierta la orden para aceptar el servicio.—Por favor, avísales a los de adentro que el Santo de las Manos Milagrosas llegó, que estoy cumpliendo la invitación.—¿El Santo de las Manos Milagrosas? ¡Ajá! Y yo soy el papa —resopló el guardia, mirándola con fastidio—. Mira que he visto invitaciones de todos los tipos, pero nunca una en celular… —en eso, una camioneta de súper lujo se detuvo justo en la entrada. El guardia, sin más, le hizo una seña—: Anda, lárgate, no estorbes.Y sin más, salió corriendo a abrirle la puerta a los recién llegados.—Felipe, señorita Enríquez, qué gusto verlos. Ya mismo les aviso adentro para que les preparen café.Los del carro apenas asintieron desde la ventana, ni se molestaron en contestar. Pero el guardia se veía encantado, como si le hubieran dado un premio.Desde el asiento trasero, una chica joven miró por la ventana y, por un segundo, pareció reconocer a Blanca. En su cara delicada y blanca se asomó una pequeña duda.El hombre mayor a su lado preguntó:—Eugenia, ¿qué pasa?La muchacha sonrió apenas.—Nada, abuelito. No es nada.Afuera, Blanca se alejaba con paso seguro, sin que se le moviera ni un pelo. Incluso se le dibujó una media sonrisa juguetona en la boca.Quién diría que alguien que alguna vez podía decidir la vida y la muerte con una sola inyección, ahora terminaba siendo rechazada por un simple guardia.“Cuando el tigre cae, hasta los perros lo muerden”, pensó, y se le curvó la boca en una sonrisa amarga.Para Blanca, atender a un paciente era cuestión de destino: nunca ayudaba a los que solo buscaban aprovecharse.Así que, en ese instante, decidió dejar pasar la oportunidad de hoy.Sacó su celular, dispuesta a rechazar la cita.Pero, de repente, un grito agudo la sacó de sus pensamientos.—¡Ayuda! ¡Alguien se desmayó!En un abrir y cerrar de ojos, la multitud se arremolinó en torno al alboroto.—¡Dios mío, es un niño! ¡Pero si apenas tiene unos años!—¡Miren esa cara, parece que se va a desmayar de nuevo!Blanca no lo pensó dos veces. Dejó la bici a un lado y avanzó entre la gente con pasos largos y firmes.En el suelo, un niño de unos tres o cuatro años yacía pálido, la frente empapada de sudor.Una señora, desesperada, agarró a un joven con bata blanca.—¡Por favor, ayude! ¡Usted debe ser doctor, sálvelo!—No puedo, señora. Si no está aquí su familia, yo no puedo hacer nada —el joven se apartó, con una mirada despectiva—. Además, no voy a atender a cualquiera.Blanca, al ver la escena, se abrió paso entre el gentío y su voz firme y profesional resonó por encima del murmullo.—Por favor, déjenme espacio, que corra el aire. El paciente necesita respirar y refrescarse.Había algo en su manera de hablar que no dejaba lugar a dudas. Los presentes la obedecieron, apartándose sin hacer preguntas.Blanca se agachó junto al niño y le tomó el pulso en el cuello.Una mujer a su lado, nerviosa, no pudo evitar preguntar:—Oye, niña, ¿tú crees que puedas con esto? ¿No eres muy joven para estas cosas?

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