Capítulo 11 de enero.Nevaba sin parar.Los fuegos artificiales iluminaban el cielo con destellos brillantes.—Isadora Valdés, ya puedes salir. —La voz del guardia retumbó en el pasillo helado.—Cuando salgas, trata de ser una buena persona, empieza de nuevo.Trece años.De los veintidós a los treinta y cinco, por fin dejaba atrás aquel uniforme azul oscuro de prisión.—Clac-clac—, el sonido de los cerrojos resonó mientras la pesada puerta de hierro se abría.Una figura delgada como un esqueleto salió despacio.Su cabello, seco y desordenado, parecía un nido de ramas secas en pleno desierto, esponjado sobre su cabeza.Lo primero que vio fue un manto blanco interminable.La luz pálida le golpeó los ojos.Le ardía la vista.Alzó la mano para cubrirse del resplandor.Sin embargo, no pudo evitar entreabrir los dedos, ansiando atrapar un poco de esa libertad tan cegadora.Isadora curvó sus labios resecos, entre la tristeza y la resignación.—Ja… —Dejó escapar una risa lastimera.¿Y ahora, cómo se suponía que debía ser una buena persona?Antes de caer presa, había sido la hija mayor de la familia Valdés, la envidia de todo Bahía Azulada. Era educada, inteligente y siempre daba la impresión de ser la hija perfecta.Tenía una hermana menor, Ingrid Valdés, optimista, segura de sí misma y con una belleza fuera de lo común.Y también un prometido, Kevin Salinas, con quien había compartido cuatro años de amor.A los dieciocho años, Kevin ya era el joven más brillante de Bahía Azulada. Su familia, los Salinas, tenía negocios por todo Solandia. A los veinte, él tomó las riendas y se convirtió en el líder más joven de la Corporación AstroGlobal.A los veintidós, justo el día antes de su boda…El hombre al que más amaba y la hermana en quien más confiaba se habían aliado para meterla en prisión.—Ingrid, ¿viste con tus propios ojos que Isadora fue la que mató?—Sí. Aunque sea mi hermana, no puedo mentirle a la justicia…—Kevin, ¿estás seguro de que Isadora fue quien mató a Estrella Ríos?—Yo, Kevin Salinas, nunca protejo a nadie por favoritismo. Lo vi con mis propios ojos. La que lo hizo fue… Isadora.No importaban los testigos ni las pruebas: todo señalaba a Isadora....Aquellas voces tajantes y despiadadas la perseguían como pesadillas cada noche, retumbando en su cabeza sin piedad.Isadora bajó la mirada para observar su ropa gastada y ajena.Una chamarra de algodón hecha trizas, un pantalón delgado, casi transparente.En un pie, sólo llevaba un calcetín agujereado que dejaba ver los dedos, en el otro, un zapato viejo y remendado.Nada de eso le pertenecía.El día que la arrestaron, justo antes de casarse, ella vestía su vestido de novia.Por lástima, las compañeras de la prisión juntaron esa ropa para ella.Era humilde, pero en trece años no había tenido algo tan abrigador.A sus espaldas, la puerta de hierro volvió a cerrarse con un golpe sordo y el sonido del candado devolvió el silencio.Isadora hurgó en el bolsillo de la chamarra y sacó un periódico envejecido.En la portada, hace trece años, aparecía ella misma, con el vestido de novia y las esposas puestas. Las lágrimas le brotaron sin poder contenerlas.Una a una, cayeron sobre el papel amarillento.“La hija de la familia Valdés, Isadora, culpable de asesinar a Estrella. Sentencia firme: veinte años.”En ese infierno de sangre y gritos, la trataron de manera especial: cada día acababa llena de golpes y moretones.Lo único que la mantuvo con vida fue el odio.Se esforzó en la prisión, hasta que logró reducir su condena a trece años.¡Trece años!Isadora se echó a reír a carcajadas; su cuerpo temblaba y, al reír, lágrimas heladas surcaron su cara áspera.Se reía de sí misma, de ser el hazmerreír de todos, la tonta de la historia.Ese mismo mes en que la metieron a la cárcel, su papá, Luis Valdés, publicó en el periódico que la expulsaba de la familia Valdés.Cuánto le habría gustado preguntarle a sus papás por qué tanta preferencia por Ingrid.Siempre pensó que si se esforzaba al máximo, ellos la mirarían como miraban a su hermana: con una sonrisa cariñosa, un abrazo cálido, una caricia en la cabeza.Siempre creyó que si sacaba calificaciones perfectas, sus papás se alegrarían, que la felicitarían como lo hacían con Ingrid: “Mi niña, eres la mejor, la más increíble del mundo…”Pero estaba equivocada.Nunca debía superar a Ingrid en los exámenes.Para ver felices a sus papás, fingía equivocarse, dejaba que Ingrid recibiera todas las felicitaciones y, así, aunque fuera de lejos, sentía que recibía un poquito del amor de sus padres.Mientras Ingrid quisiera algo, lo que fuera, ella tenía que entregarlo con ambas manos, sin atreverse a rechazar absolutamente nada.En esa casa, todo lo que hacía jamás valía lo que valía una sola lágrima de Ingrid.Si Ingrid lloraba, automáticamente la culpa era de ella.Si Ingrid se ponía cariñosa, todos la consentían.Si Ingrid lloraba, todos se preocupaban.Pero ella, en cambio, tenía que medir cada palabra, obedecer sin chistar, mantenerse lejos de todos y cumplir con todo lo que le ordenaban.Cada día vivía con miedo, temiendo hacer enojar a Ingrid y que la familia volviera a regañarla.Si tanto adoraban a Ingrid, ¿para qué la trajeron a ella de vuelta con tanto alboroto?Pensó que al regresar con la familia Valdés, al tener papá y mamá, dejaría de ser esa “bastarda” de la que todos hablaban.Creía que sus padres en verdad la amaban, que todos esos años la habían buscado sin descanso.En ese entonces, se sintió la persona más feliz del mundo, deseaba gritarle a todos que sus padres la querían muchísimo.Miren, la trajeron de vuelta a la familia Valdés; hasta le organizaron una gran fiesta de bienvenida.Pero estaba equivocada. Completamente equivocada.Bastaba una palabra de Ingrid, y ella volvía a ser esa persona prescindible, la que nunca importaba.Ellos, los tres juntos, sí eran una familia. Ella solo era la intrusa, la que se coló desde algún rincón oscuro, codiciando una vida que no le pertenecía.Solo quería un poco de amor, apenas un poco.Pero Ingrid se encargó de robarle cada muestra de cariño, de alejar a quienes la amaban y a quienes ella quería, hasta convertirlos en enemigos.Si también era hija de mamá, ¿por qué la diferencia de trato era tan grande?Las escenas del pasado desfilaban una tras otra en su mente, como una película sin fin.Ese hombre que le prometió amor eterno, terminó aliándose con Ingrid para meterla en la cárcel con sus propias manos.Ella, Isadora.Se quedó sin nada.Uno era el todopoderoso presidente de Corporación AstroGlobal, dueño y señor de Bahía Azulada. El otro, la consentida del Grupo Valdés.¡Venganza!—Ja—.Trece años en prisión la convirtieron de una niña mimada que nunca tocó ni un vaso sucio, en alguien despreciado por todos, como una plaga que nadie quería cerca.Todo gracias a ellos.En medio de una avenida, Isadora se quedó parada en la esquina, sin saber hacia dónde ir.Tenía hambre.Sin un solo peso en los bolsillos.Llevaba más de dos horas caminando, observaba el ir y venir de la gente, los carros llenando las calles.No tenía idea de dónde estaba.Bahía Azulada ya no era la misma.Se adueñó de una bolsa negra que alguien había dejado en un bote de basura.Mientras caminaba, revisaba otros botes a lo largo de la calle.Guardaba lo que aún le podía servir en la bolsa, hasta encontrar un paquete de comida para llevar, a medio comer. Limpiando la suciedad del envase, se fue a un rincón, se agachó, abrió la caja y comenzó a comer.Ignoró las miradas de desprecio y repulsión a su alrededor; devoró la comida en pocos bocados hasta dejar vacío el recipiente de plástico.—Nuestra Ingrid es la mejor, anoche la vi en vivo y lloré media hora, por fin ganó como mejor actriz.—Sí, yo igual, cuando la vi llorar, también lloré. El señor Salinas le dio un anillo de diamantes de diez kilates en pleno programa, qué envidia.—Nuestra diosa sí que es una triunfadora, tiene una carrera increíble, su esposo está guapísimo y es millonario, y dicen que ya espera a su segundo bebé...Un grupo de chicas fans miraban con admiración la foto de la celebridad en la pantalla gigante del centro comercial.Desde un rincón, Isadora, con la mirada vacía, parpadeó apenas. Se puso de pie y alzó la vista hacia el anuncio luminoso.Sus ojos, de un ámbar intenso, brillaban con odio y veneno.Apretaba los puños, luego los soltaba, luego volvía a apretarlos, con los dedos tan clavados en la palma que ni sentía el dolor.Trece años. Cuatro mil setecientos cuarenta y cinco días.Ingrid, yo fui a prisión por ti.Viví cada día entre tortura y desesperación, ¿cómo puedes vivir tan tranquila?Todavía podía oír aquellos ecos del pasado, las voces que la aplastaron cuando todo se vino abajo.—¿Quién lo hubiera pensado? La señorita mayor de los Valdés, mató a la prometida de su propio hermano solo porque temía que Benito Valdés, después de conocer a Estrella, ya no la quisiera.—¡Qué clase de monstruo hay que ser para quemar viva a Estrella!—Siempre fue una mala persona, envidiaba que Ingrid era mejor que ella en todo. En la escuela, hasta se ponía de acuerdo con otros para molestar a Ingrid. Pero como era la hija perdida que por fin la familia Valdés había recuperado, nadie se atrevía a decir nada.—Estrella iba a ser su cuñada, ¿y aun así se atrevió a envidiarla? Qué descaro, deberían sentenciarla a muerte.—Ojo por ojo, vida por vida...La sala del tribunal estaba llena de gritos y señalamientos.Isadora solo atinó a mirar alrededor con una mirada vacía, llena de desesperanza.Allí estaban sus papás.Su hermana.Su prometido.Su mejor amiga.Las personas en las que más confiaba...Todos ellos, desde su pedestal moral, la acusaban de todo tipo de atrocidades. Su mamá, entre lágrimas, le gritaba que merecía morir, solo porque su supuesto crimen manchaba el futuro de su hermana.Isadora se defendió una y otra vez, asegurando que ella no había matado a nadie, que fue Ingrid la verdadera culpable, la auténtica asesina.Pero ante las pruebas, tan contundentes como una losa, nadie le creyó.La tacharon de mentirosa por intentar ensuciar la imagen de su “pura” hermana, y decían que en la familia Valdés jamás podría haber una hija tan perversa.Los que le temían, la repudiaban.Los que la amaban, deseaban verla muerta....Ya entrada la noche.Un carro negro se detuvo junto a un bote de basura. Bajaron varios tipos corpulentos. Sin perder tiempo, metieron a la mujer acurrucada en el suelo dentro de un costal y la subieron al carro.Medio aturdida, Isadora escuchó una voz que le era demasiado familiar.—Querida hermana, no pensé que saldrías tan pronto. Vine por ti, para que vuelvas a casa y disfrutes la vida.—Ah, se me olvidaba decirte: toda la gente que te importaba, todos están muertos. ¡Muertos!—Kevin es mi esposo ahora. Y, bueno, tu cara siempre me cayó mal... Voy a mandarte a un lugar especial, para que disfrutes de verdad... —se carcajeó con crueldad—.—Parece que tu vida en la cárcel no estuvo tan mal, ¿eh? Hasta saliste viva...Isadora intentó gritar, pero ni un solo sonido brotó de su garganta.La risa sanguinaria de esa mujer la hizo querer lanzarse a matarla, a despedazarla con los dientes.Pero su conciencia se fue apagando poco a poco; los brazos le pesaban, hasta que todo quedó en tinieblas....Un año y medio después.En el extranjero, Isla Negra.En un sótano húmedo y lúgubre, Isadora estaba sentada en el suelo, inmóvil, como si ya no esperara nada de la vida.Moscas zumbaban a su alrededor, incapaz de ahuyentarlas. Tenía meses sin bañarse, y el hedor que emanaba de su cuerpo era insoportable.Ingrid la había vendido en Isla Negra.Ese lugar era un infierno en la Tierra. Isadora había visto personas llenas de vida ser descuartizadas en cuestión de segundos.Los carniceros se disputaban los órganos de los cuerpos mutilados, como si fueran premios.Cuando llegó, la metieron a un cuarto con más de diez mujeres, todas ellas desnudas, sin nada de ropa.Allí, la primera “prueba” era someterse a los caprichos de los hombres.Isadora se negó y, en un acto desesperado, intentó morderse la lengua para morir.Pero aunque su lengua quedó destrozada, no logró quitarse la vida.En vez de eso, la arrastraron a un cuarto oscuro, donde la torturaron y le dieron una golpiza que no parecía tener fin.Ella solo deseaba morir, pero esos monstruos no la dejaban.El líder del grupo le dijo que había quien pagaba mucho dinero para que sufriera lo peor, que cada mes recibían diez millones solo por asegurarse de que siguiera viva y “bien cuidada”.No necesitaba preguntar quién era esa persona. Solo Ingrid podía odiarla tanto.Quería destruirla, pisotear su dignidad, hundirla para siempre en el lodo.Ingrid, lo lograste.Finalmente.Isadora contrajo VIH.Al ver cómo la miraban todos, con repulsión y odio, Isadora no pudo evitar reírse.Capítulo 21 de enero.Nevaba sin parar.Los fuegos artificiales iluminaban el cielo con destellos brillantes.—Isadora Valdés, ya puedes salir. —La voz del guardia retumbó en el pasillo helado.—Cuando salgas, trata de ser una buena persona, empieza de nuevo.Trece años.De los veintidós a los treinta y cinco, por fin dejaba atrás aquel uniforme azul oscuro de prisión.—Clac-clac—, el sonido de los cerrojos resonó mientras la pesada puerta de hierro se abría.Una figura delgada como un esqueleto salió despacio.Su cabello, seco y desordenado, parecía un nido de ramas secas en pleno desierto, esponjado sobre su cabeza.Lo primero que vio fue un manto blanco interminable.La luz pálida le golpeó los ojos.Le ardía la vista.Alzó la mano para cubrirse del resplandor.Sin embargo, no pudo evitar entreabrir los dedos, ansiando atrapar un poco de esa libertad tan cegadora.Isadora curvó sus labios resecos, entre la tristeza y la resignación.—Ja… —Dejó escapar una risa lastimera.¿Y ahora, cómo se suponía que debía ser una buena persona?Antes de caer presa, había sido la hija mayor de la familia Valdés, la envidia de todo Bahía Azulada. Era educada, inteligente y siempre daba la impresión de ser la hija perfecta.Tenía una hermana menor, Ingrid Valdés, optimista, segura de sí misma y con una belleza fuera de lo común.Y también un prometido, Kevin Salinas, con quien había compartido cuatro años de amor.A los dieciocho años, Kevin ya era el joven más brillante de Bahía Azulada. Su familia, los Salinas, tenía negocios por todo Solandia. A los veinte, él tomó las riendas y se convirtió en el líder más joven de la Corporación AstroGlobal.A los veintidós, justo el día antes de su boda…El hombre al que más amaba y la hermana en quien más confiaba se habían aliado para meterla en prisión.—Ingrid, ¿viste con tus propios ojos que Isadora fue la que mató?—Sí. Aunque sea mi hermana, no puedo mentirle a la justicia…—Kevin, ¿estás seguro de que Isadora fue quien mató a Estrella Ríos?—Yo, Kevin Salinas, nunca protejo a nadie por favoritismo. Lo vi con mis propios ojos. La que lo hizo fue… Isadora.No importaban los testigos ni las pruebas: todo señalaba a Isadora....Aquellas voces tajantes y despiadadas la perseguían como pesadillas cada noche, retumbando en su cabeza sin piedad.Isadora bajó la mirada para observar su ropa gastada y ajena.Una chamarra de algodón hecha trizas, un pantalón delgado, casi transparente.En un pie, sólo llevaba un calcetín agujereado que dejaba ver los dedos, en el otro, un zapato viejo y remendado.Nada de eso le pertenecía.El día que la arrestaron, justo antes de casarse, ella vestía su vestido de novia.Por lástima, las compañeras de la prisión juntaron esa ropa para ella.Era humilde, pero en trece años no había tenido algo tan abrigador.A sus espaldas, la puerta de hierro volvió a cerrarse con un golpe sordo y el sonido del candado devolvió el silencio.Isadora hurgó en el bolsillo de la chamarra y sacó un periódico envejecido.En la portada, hace trece años, aparecía ella misma, con el vestido de novia y las esposas puestas. Las lágrimas le brotaron sin poder contenerlas.Una a una, cayeron sobre el papel amarillento.“La hija de la familia Valdés, Isadora, culpable de asesinar a Estrella. Sentencia firme: veinte años.”En ese infierno de sangre y gritos, la trataron de manera especial: cada día acababa llena de golpes y moretones.Lo único que la mantuvo con vida fue el odio.Se esforzó en la prisión, hasta que logró reducir su condena a trece años.¡Trece años!Isadora se echó a reír a carcajadas; su cuerpo temblaba y, al reír, lágrimas heladas surcaron su cara áspera.Se reía de sí misma, de ser el hazmerreír de todos, la tonta de la historia.Ese mismo mes en que la metieron a la cárcel, su papá, Luis Valdés, publicó en el periódico que la expulsaba de la familia Valdés.Cuánto le habría gustado preguntarle a sus papás por qué tanta preferencia por Ingrid.Siempre pensó que si se esforzaba al máximo, ellos la mirarían como miraban a su hermana: con una sonrisa cariñosa, un abrazo cálido, una caricia en la cabeza.Siempre creyó que si sacaba calificaciones perfectas, sus papás se alegrarían, que la felicitarían como lo hacían con Ingrid: “Mi niña, eres la mejor, la más increíble del mundo…”Pero estaba equivocada.Nunca debía superar a Ingrid en los exámenes.Para ver felices a sus papás, fingía equivocarse, dejaba que Ingrid recibiera todas las felicitaciones y, así, aunque fuera de lejos, sentía que recibía un poquito del amor de sus padres.Mientras Ingrid quisiera algo, lo que fuera, ella tenía que entregarlo con ambas manos, sin atreverse a rechazar absolutamente nada.En esa casa, todo lo que hacía jamás valía lo que valía una sola lágrima de Ingrid.Si Ingrid lloraba, automáticamente la culpa era de ella.Si Ingrid se ponía cariñosa, todos la consentían.Si Ingrid lloraba, todos se preocupaban.Pero ella, en cambio, tenía que medir cada palabra, obedecer sin chistar, mantenerse lejos de todos y cumplir con todo lo que le ordenaban.Cada día vivía con miedo, temiendo hacer enojar a Ingrid y que la familia volviera a regañarla.Si tanto adoraban a Ingrid, ¿para qué la trajeron a ella de vuelta con tanto alboroto?Pensó que al regresar con la familia Valdés, al tener papá y mamá, dejaría de ser esa “bastarda” de la que todos hablaban.Creía que sus padres en verdad la amaban, que todos esos años la habían buscado sin descanso.En ese entonces, se sintió la persona más feliz del mundo, deseaba gritarle a todos que sus padres la querían muchísimo.Miren, la trajeron de vuelta a la familia Valdés; hasta le organizaron una gran fiesta de bienvenida.Pero estaba equivocada. Completamente equivocada.Bastaba una palabra de Ingrid, y ella volvía a ser esa persona prescindible, la que nunca importaba.Ellos, los tres juntos, sí eran una familia. Ella solo era la intrusa, la que se coló desde algún rincón oscuro, codiciando una vida que no le pertenecía.Solo quería un poco de amor, apenas un poco.Pero Ingrid se encargó de robarle cada muestra de cariño, de alejar a quienes la amaban y a quienes ella quería, hasta convertirlos en enemigos.Si también era hija de mamá, ¿por qué la diferencia de trato era tan grande?Las escenas del pasado desfilaban una tras otra en su mente, como una película sin fin.Ese hombre que le prometió amor eterno, terminó aliándose con Ingrid para meterla en la cárcel con sus propias manos.Ella, Isadora.Se quedó sin nada.Uno era el todopoderoso presidente de Corporación AstroGlobal, dueño y señor de Bahía Azulada. El otro, la consentida del Grupo Valdés.¡Venganza!—Ja—.Trece años en prisión la convirtieron de una niña mimada que nunca tocó ni un vaso sucio, en alguien despreciado por todos, como una plaga que nadie quería cerca.Todo gracias a ellos.En medio de una avenida, Isadora se quedó parada en la esquina, sin saber hacia dónde ir.Tenía hambre.Sin un solo peso en los bolsillos.Llevaba más de dos horas caminando, observaba el ir y venir de la gente, los carros llenando las calles.No tenía idea de dónde estaba.Bahía Azulada ya no era la misma.Se adueñó de una bolsa negra que alguien había dejado en un bote de basura.Mientras caminaba, revisaba otros botes a lo largo de la calle.Guardaba lo que aún le podía servir en la bolsa, hasta encontrar un paquete de comida para llevar, a medio comer. Limpiando la suciedad del envase, se fue a un rincón, se agachó, abrió la caja y comenzó a comer.Ignoró las miradas de desprecio y repulsión a su alrededor; devoró la comida en pocos bocados hasta dejar vacío el recipiente de plástico.—Nuestra Ingrid es la mejor, anoche la vi en vivo y lloré media hora, por fin ganó como mejor actriz.—Sí, yo igual, cuando la vi llorar, también lloré. El señor Salinas le dio un anillo de diamantes de diez kilates en pleno programa, qué envidia.—Nuestra diosa sí que es una triunfadora, tiene una carrera increíble, su esposo está guapísimo y es millonario, y dicen que ya espera a su segundo bebé...Un grupo de chicas fans miraban con admiración la foto de la celebridad en la pantalla gigante del centro comercial.Desde un rincón, Isadora, con la mirada vacía, parpadeó apenas. Se puso de pie y alzó la vista hacia el anuncio luminoso.Sus ojos, de un ámbar intenso, brillaban con odio y veneno.Apretaba los puños, luego los soltaba, luego volvía a apretarlos, con los dedos tan clavados en la palma que ni sentía el dolor.Trece años. Cuatro mil setecientos cuarenta y cinco días.Ingrid, yo fui a prisión por ti.Viví cada día entre tortura y desesperación, ¿cómo puedes vivir tan tranquila?Todavía podía oír aquellos ecos del pasado, las voces que la aplastaron cuando todo se vino abajo.—¿Quién lo hubiera pensado? La señorita mayor de los Valdés, mató a la prometida de su propio hermano solo porque temía que Benito Valdés, después de conocer a Estrella, ya no la quisiera.—¡Qué clase de monstruo hay que ser para quemar viva a Estrella!—Siempre fue una mala persona, envidiaba que Ingrid era mejor que ella en todo. En la escuela, hasta se ponía de acuerdo con otros para molestar a Ingrid. Pero como era la hija perdida que por fin la familia Valdés había recuperado, nadie se atrevía a decir nada.—Estrella iba a ser su cuñada, ¿y aun así se atrevió a envidiarla? Qué descaro, deberían sentenciarla a muerte.—Ojo por ojo, vida por vida...La sala del tribunal estaba llena de gritos y señalamientos.Isadora solo atinó a mirar alrededor con una mirada vacía, llena de desesperanza.Allí estaban sus papás.Su hermana.Su prometido.Su mejor amiga.Las personas en las que más confiaba...Todos ellos, desde su pedestal moral, la acusaban de todo tipo de atrocidades. Su mamá, entre lágrimas, le gritaba que merecía morir, solo porque su supuesto crimen manchaba el futuro de su hermana.Isadora se defendió una y otra vez, asegurando que ella no había matado a nadie, que fue Ingrid la verdadera culpable, la auténtica asesina.Pero ante las pruebas, tan contundentes como una losa, nadie le creyó.La tacharon de mentirosa por intentar ensuciar la imagen de su “pura” hermana, y decían que en la familia Valdés jamás podría haber una hija tan perversa.Los que le temían, la repudiaban.Los que la amaban, deseaban verla muerta....Ya entrada la noche.Un carro negro se detuvo junto a un bote de basura. Bajaron varios tipos corpulentos. Sin perder tiempo, metieron a la mujer acurrucada en el suelo dentro de un costal y la subieron al carro.Medio aturdida, Isadora escuchó una voz que le era demasiado familiar.—Querida hermana, no pensé que saldrías tan pronto. Vine por ti, para que vuelvas a casa y disfrutes la vida.—Ah, se me olvidaba decirte: toda la gente que te importaba, todos están muertos. ¡Muertos!—Kevin es mi esposo ahora. Y, bueno, tu cara siempre me cayó mal... Voy a mandarte a un lugar especial, para que disfrutes de verdad... —se carcajeó con crueldad—.—Parece que tu vida en la cárcel no estuvo tan mal, ¿eh? Hasta saliste viva...Isadora intentó gritar, pero ni un solo sonido brotó de su garganta.La risa sanguinaria de esa mujer la hizo querer lanzarse a matarla, a despedazarla con los dientes.Pero su conciencia se fue apagando poco a poco; los brazos le pesaban, hasta que todo quedó en tinieblas....Un año y medio después.En el extranjero, Isla Negra.En un sótano húmedo y lúgubre, Isadora estaba sentada en el suelo, inmóvil, como si ya no esperara nada de la vida.Moscas zumbaban a su alrededor, incapaz de ahuyentarlas. Tenía meses sin bañarse, y el hedor que emanaba de su cuerpo era insoportable.Ingrid la había vendido en Isla Negra.Ese lugar era un infierno en la Tierra. Isadora había visto personas llenas de vida ser descuartizadas en cuestión de segundos.Los carniceros se disputaban los órganos de los cuerpos mutilados, como si fueran premios.Cuando llegó, la metieron a un cuarto con más de diez mujeres, todas ellas desnudas, sin nada de ropa.Allí, la primera “prueba” era someterse a los caprichos de los hombres.Isadora se negó y, en un acto desesperado, intentó morderse la lengua para morir.Pero aunque su lengua quedó destrozada, no logró quitarse la vida.En vez de eso, la arrastraron a un cuarto oscuro, donde la torturaron y le dieron una golpiza que no parecía tener fin.Ella solo deseaba morir, pero esos monstruos no la dejaban.El líder del grupo le dijo que había quien pagaba mucho dinero para que sufriera lo peor, que cada mes recibían diez millones solo por asegurarse de que siguiera viva y “bien cuidada”.No necesitaba preguntar quién era esa persona. Solo Ingrid podía odiarla tanto.Quería destruirla, pisotear su dignidad, hundirla para siempre en el lodo.Ingrid, lo lograste.Finalmente.Isadora contrajo VIH.Al ver cómo la miraban todos, con repulsión y odio, Isadora no pudo evitar reírse.Capítulo 31 de enero.Nevaba sin parar.Los fuegos artificiales iluminaban el cielo con destellos brillantes.—Isadora Valdés, ya puedes salir. —La voz del guardia retumbó en el pasillo helado.—Cuando salgas, trata de ser una buena persona, empieza de nuevo.Trece años.De los veintidós a los treinta y cinco, por fin dejaba atrás aquel uniforme azul oscuro de prisión.—Clac-clac—, el sonido de los cerrojos resonó mientras la pesada puerta de hierro se abría.Una figura delgada como un esqueleto salió despacio.Su cabello, seco y desordenado, parecía un nido de ramas secas en pleno desierto, esponjado sobre su cabeza.Lo primero que vio fue un manto blanco interminable.La luz pálida le golpeó los ojos.Le ardía la vista.Alzó la mano para cubrirse del resplandor.Sin embargo, no pudo evitar entreabrir los dedos, ansiando atrapar un poco de esa libertad tan cegadora.Isadora curvó sus labios resecos, entre la tristeza y la resignación.—Ja… —Dejó escapar una risa lastimera.¿Y ahora, cómo se suponía que debía ser una buena persona?Antes de caer presa, había sido la hija mayor de la familia Valdés, la envidia de todo Bahía Azulada. Era educada, inteligente y siempre daba la impresión de ser la hija perfecta.Tenía una hermana menor, Ingrid Valdés, optimista, segura de sí misma y con una belleza fuera de lo común.Y también un prometido, Kevin Salinas, con quien había compartido cuatro años de amor.A los dieciocho años, Kevin ya era el joven más brillante de Bahía Azulada. Su familia, los Salinas, tenía negocios por todo Solandia. A los veinte, él tomó las riendas y se convirtió en el líder más joven de la Corporación AstroGlobal.A los veintidós, justo el día antes de su boda…El hombre al que más amaba y la hermana en quien más confiaba se habían aliado para meterla en prisión.—Ingrid, ¿viste con tus propios ojos que Isadora fue la que mató?—Sí. Aunque sea mi hermana, no puedo mentirle a la justicia…—Kevin, ¿estás seguro de que Isadora fue quien mató a Estrella Ríos?—Yo, Kevin Salinas, nunca protejo a nadie por favoritismo. Lo vi con mis propios ojos. La que lo hizo fue… Isadora.No importaban los testigos ni las pruebas: todo señalaba a Isadora....Aquellas voces tajantes y despiadadas la perseguían como pesadillas cada noche, retumbando en su cabeza sin piedad.Isadora bajó la mirada para observar su ropa gastada y ajena.Una chamarra de algodón hecha trizas, un pantalón delgado, casi transparente.En un pie, sólo llevaba un calcetín agujereado que dejaba ver los dedos, en el otro, un zapato viejo y remendado.Nada de eso le pertenecía.El día que la arrestaron, justo antes de casarse, ella vestía su vestido de novia.Por lástima, las compañeras de la prisión juntaron esa ropa para ella.Era humilde, pero en trece años no había tenido algo tan abrigador.A sus espaldas, la puerta de hierro volvió a cerrarse con un golpe sordo y el sonido del candado devolvió el silencio.Isadora hurgó en el bolsillo de la chamarra y sacó un periódico envejecido.En la portada, hace trece años, aparecía ella misma, con el vestido de novia y las esposas puestas. Las lágrimas le brotaron sin poder contenerlas.Una a una, cayeron sobre el papel amarillento.“La hija de la familia Valdés, Isadora, culpable de asesinar a Estrella. Sentencia firme: veinte años.”En ese infierno de sangre y gritos, la trataron de manera especial: cada día acababa llena de golpes y moretones.Lo único que la mantuvo con vida fue el odio.Se esforzó en la prisión, hasta que logró reducir su condena a trece años.¡Trece años!Isadora se echó a reír a carcajadas; su cuerpo temblaba y, al reír, lágrimas heladas surcaron su cara áspera.Se reía de sí misma, de ser el hazmerreír de todos, la tonta de la historia.Ese mismo mes en que la metieron a la cárcel, su papá, Luis Valdés, publicó en el periódico que la expulsaba de la familia Valdés.Cuánto le habría gustado preguntarle a sus papás por qué tanta preferencia por Ingrid.Siempre pensó que si se esforzaba al máximo, ellos la mirarían como miraban a su hermana: con una sonrisa cariñosa, un abrazo cálido, una caricia en la cabeza.Siempre creyó que si sacaba calificaciones perfectas, sus papás se alegrarían, que la felicitarían como lo hacían con Ingrid: “Mi niña, eres la mejor, la más increíble del mundo…”Pero estaba equivocada.Nunca debía superar a Ingrid en los exámenes.Para ver felices a sus papás, fingía equivocarse, dejaba que Ingrid recibiera todas las felicitaciones y, así, aunque fuera de lejos, sentía que recibía un poquito del amor de sus padres.Mientras Ingrid quisiera algo, lo que fuera, ella tenía que entregarlo con ambas manos, sin atreverse a rechazar absolutamente nada.En esa casa, todo lo que hacía jamás valía lo que valía una sola lágrima de Ingrid.Si Ingrid lloraba, automáticamente la culpa era de ella.Si Ingrid se ponía cariñosa, todos la consentían.Si Ingrid lloraba, todos se preocupaban.Pero ella, en cambio, tenía que medir cada palabra, obedecer sin chistar, mantenerse lejos de todos y cumplir con todo lo que le ordenaban.Cada día vivía con miedo, temiendo hacer enojar a Ingrid y que la familia volviera a regañarla.Si tanto adoraban a Ingrid, ¿para qué la trajeron a ella de vuelta con tanto alboroto?Pensó que al regresar con la familia Valdés, al tener papá y mamá, dejaría de ser esa “bastarda” de la que todos hablaban.Creía que sus padres en verdad la amaban, que todos esos años la habían buscado sin descanso.En ese entonces, se sintió la persona más feliz del mundo, deseaba gritarle a todos que sus padres la querían muchísimo.Miren, la trajeron de vuelta a la familia Valdés; hasta le organizaron una gran fiesta de bienvenida.Pero estaba equivocada. Completamente equivocada.Bastaba una palabra de Ingrid, y ella volvía a ser esa persona prescindible, la que nunca importaba.Ellos, los tres juntos, sí eran una familia. Ella solo era la intrusa, la que se coló desde algún rincón oscuro, codiciando una vida que no le pertenecía.Solo quería un poco de amor, apenas un poco.Pero Ingrid se encargó de robarle cada muestra de cariño, de alejar a quienes la amaban y a quienes ella quería, hasta convertirlos en enemigos.Si también era hija de mamá, ¿por qué la diferencia de trato era tan grande?Las escenas del pasado desfilaban una tras otra en su mente, como una película sin fin.Ese hombre que le prometió amor eterno, terminó aliándose con Ingrid para meterla en la cárcel con sus propias manos.Ella, Isadora.Se quedó sin nada.Uno era el todopoderoso presidente de Corporación AstroGlobal, dueño y señor de Bahía Azulada. El otro, la consentida del Grupo Valdés.¡Venganza!—Ja—.Trece años en prisión la convirtieron de una niña mimada que nunca tocó ni un vaso sucio, en alguien despreciado por todos, como una plaga que nadie quería cerca.Todo gracias a ellos.En medio de una avenida, Isadora se quedó parada en la esquina, sin saber hacia dónde ir.Tenía hambre.Sin un solo peso en los bolsillos.Llevaba más de dos horas caminando, observaba el ir y venir de la gente, los carros llenando las calles.No tenía idea de dónde estaba.Bahía Azulada ya no era la misma.Se adueñó de una bolsa negra que alguien había dejado en un bote de basura.Mientras caminaba, revisaba otros botes a lo largo de la calle.Guardaba lo que aún le podía servir en la bolsa, hasta encontrar un paquete de comida para llevar, a medio comer. Limpiando la suciedad del envase, se fue a un rincón, se agachó, abrió la caja y comenzó a comer.Ignoró las miradas de desprecio y repulsión a su alrededor; devoró la comida en pocos bocados hasta dejar vacío el recipiente de plástico.—Nuestra Ingrid es la mejor, anoche la vi en vivo y lloré media hora, por fin ganó como mejor actriz.—Sí, yo igual, cuando la vi llorar, también lloré. El señor Salinas le dio un anillo de diamantes de diez kilates en pleno programa, qué envidia.—Nuestra diosa sí que es una triunfadora, tiene una carrera increíble, su esposo está guapísimo y es millonario, y dicen que ya espera a su segundo bebé...Un grupo de chicas fans miraban con admiración la foto de la celebridad en la pantalla gigante del centro comercial.Desde un rincón, Isadora, con la mirada vacía, parpadeó apenas. Se puso de pie y alzó la vista hacia el anuncio luminoso.Sus ojos, de un ámbar intenso, brillaban con odio y veneno.Apretaba los puños, luego los soltaba, luego volvía a apretarlos, con los dedos tan clavados en la palma que ni sentía el dolor.Trece años. Cuatro mil setecientos cuarenta y cinco días.Ingrid, yo fui a prisión por ti.Viví cada día entre tortura y desesperación, ¿cómo puedes vivir tan tranquila?Todavía podía oír aquellos ecos del pasado, las voces que la aplastaron cuando todo se vino abajo.—¿Quién lo hubiera pensado? La señorita mayor de los Valdés, mató a la prometida de su propio hermano solo porque temía que Benito Valdés, después de conocer a Estrella, ya no la quisiera.—¡Qué clase de monstruo hay que ser para quemar viva a Estrella!—Siempre fue una mala persona, envidiaba que Ingrid era mejor que ella en todo. En la escuela, hasta se ponía de acuerdo con otros para molestar a Ingrid. Pero como era la hija perdida que por fin la familia Valdés había recuperado, nadie se atrevía a decir nada.—Estrella iba a ser su cuñada, ¿y aun así se atrevió a envidiarla? Qué descaro, deberían sentenciarla a muerte.—Ojo por ojo, vida por vida...La sala del tribunal estaba llena de gritos y señalamientos.Isadora solo atinó a mirar alrededor con una mirada vacía, llena de desesperanza.Allí estaban sus papás.Su hermana.Su prometido.Su mejor amiga.Las personas en las que más confiaba...Todos ellos, desde su pedestal moral, la acusaban de todo tipo de atrocidades. Su mamá, entre lágrimas, le gritaba que merecía morir, solo porque su supuesto crimen manchaba el futuro de su hermana.Isadora se defendió una y otra vez, asegurando que ella no había matado a nadie, que fue Ingrid la verdadera culpable, la auténtica asesina.Pero ante las pruebas, tan contundentes como una losa, nadie le creyó.La tacharon de mentirosa por intentar ensuciar la imagen de su “pura” hermana, y decían que en la familia Valdés jamás podría haber una hija tan perversa.Los que le temían, la repudiaban.Los que la amaban, deseaban verla muerta....Ya entrada la noche.Un carro negro se detuvo junto a un bote de basura. Bajaron varios tipos corpulentos. Sin perder tiempo, metieron a la mujer acurrucada en el suelo dentro de un costal y la subieron al carro.Medio aturdida, Isadora escuchó una voz que le era demasiado familiar.—Querida hermana, no pensé que saldrías tan pronto. Vine por ti, para que vuelvas a casa y disfrutes la vida.—Ah, se me olvidaba decirte: toda la gente que te importaba, todos están muertos. ¡Muertos!—Kevin es mi esposo ahora. Y, bueno, tu cara siempre me cayó mal... Voy a mandarte a un lugar especial, para que disfrutes de verdad... —se carcajeó con crueldad—.—Parece que tu vida en la cárcel no estuvo tan mal, ¿eh? Hasta saliste viva...Isadora intentó gritar, pero ni un solo sonido brotó de su garganta.La risa sanguinaria de esa mujer la hizo querer lanzarse a matarla, a despedazarla con los dientes.Pero su conciencia se fue apagando poco a poco; los brazos le pesaban, hasta que todo quedó en tinieblas....Un año y medio después.En el extranjero, Isla Negra.En un sótano húmedo y lúgubre, Isadora estaba sentada en el suelo, inmóvil, como si ya no esperara nada de la vida.Moscas zumbaban a su alrededor, incapaz de ahuyentarlas. Tenía meses sin bañarse, y el hedor que emanaba de su cuerpo era insoportable.Ingrid la había vendido en Isla Negra.Ese lugar era un infierno en la Tierra. Isadora había visto personas llenas de vida ser descuartizadas en cuestión de segundos.Los carniceros se disputaban los órganos de los cuerpos mutilados, como si fueran premios.Cuando llegó, la metieron a un cuarto con más de diez mujeres, todas ellas desnudas, sin nada de ropa.Allí, la primera “prueba” era someterse a los caprichos de los hombres.Isadora se negó y, en un acto desesperado, intentó morderse la lengua para morir.Pero aunque su lengua quedó destrozada, no logró quitarse la vida.En vez de eso, la arrastraron a un cuarto oscuro, donde la torturaron y le dieron una golpiza que no parecía tener fin.Ella solo deseaba morir, pero esos monstruos no la dejaban.El líder del grupo le dijo que había quien pagaba mucho dinero para que sufriera lo peor, que cada mes recibían diez millones solo por asegurarse de que siguiera viva y “bien cuidada”.No necesitaba preguntar quién era esa persona. Solo Ingrid podía odiarla tanto.Quería destruirla, pisotear su dignidad, hundirla para siempre en el lodo.Ingrid, lo lograste.Finalmente.Isadora contrajo VIH.Al ver cómo la miraban todos, con repulsión y odio, Isadora no pudo evitar reírse.