Una noche de lluvia torrencial, Bárbara Mellado murió trágicamente frente a los ojos de Agustina Lezama, quien fue acusada del crimen. Agustina, profundamente enamorada de su esposo Bastián Castaño, cargó con la culpa del asesinato y fue arrojada a prisión, donde sufrió innumerables torturas. Cuatro años atrás, para salvar la vida de Bastián, había accedido a donar médula ósea con la condición de que se casaran con ella. Sin embargo, solo recibió su indiferencia y traición. Ahora, él mismo le cortó los dedos de los pies, la obligó a confesar un crimen que no cometió, e incluso amenazó la vida de su padre. Cuando la verdad finalmente salió a la luz, Bastián comprendió lo equivocado que estuvo... Pero para entonces, el corazón de Agustina ya estaba destrozado. Moribunda, esbozó una sonrisa amarga y susurró: "Si hay una próxima vida... prometo no encontrarte nunca más." Una historia desgarradora de venganza y redención, donde el amor y el odio se entrelazan hasta el extremo. En este matrimonio donde se apostó la vida... ¿quién resultará ser el verdadero vencedor?

Capítulo 1Noche cerrada, la lluvia caía a cántaros.Bárbara Mellado había muerto.Murió justo frente a Agustina Lezama.El agua de la lluvia arrastraba la sangre de Bárbara, tiñendo de rojo el suelo a su alrededor.Un carro negro se detuvo de golpe. Bastián Castaño bajó a toda prisa, llegó hasta Agustina y le apretó el cuello con rabia.—¡Tú la mataste!—No… no fui yo… Cuando llegué, Bárbara ya no respiraba…—¡Todavía lo niegas! ¡Siempre la odiaste con todo tu ser!—Fue Bárbara quien me llamó para vernos. Apenas llegué, la vi tirada en el piso…Pero Bastián no le creía ni una palabra.Sus ojos profundos, llenos de rencor, brillaban con una luz peligrosa.—Agustina, te juro que vas a desear estar muerta. ¡Así tal vez Bárbara pueda descansar en paz!Agustina lo miraba, desbordada por la desesperanza. Aquel hombre tan atractivo era su esposo, pero jamás la había dejado entrar en su corazón.El amor de Bastián era solo para Bárbara, su amiga de la infancia. Ni una pizca de ese cariño fue para ella.Cuatro años atrás, Bastián sufrió leucemia. El tipo de sangre y médula de Agustina eran compatibles, podían salvarle la vida.La familia Castaño negoció con ella, pero Agustina no aceptó nada material, solo pidió una cosa: casarse con él.Así, Agustina logró su cometido y se convirtió en la señora Castaño. Bastián sanó por completo.—¡Paf!—Una bofetada brutal la lanzó al suelo, un hilo de sangre asomó en la comisura de sus labios.—Ayer Bárbara me contó que estaba embarazada, y hoy la matas —la voz de Bastián era tan dura como el hielo—. ¡Agustina, la sangre se paga con sangre!Ella lo miró atónita.—¿Cómo pudiste…? ¿Cómo puedes permitir que ella tenga un hijo tuyo…? ¿Entonces qué soy yo para ti? ¿Y Hernán Castaño qué significa para ti?Hernán era el hijo de ambos.Aquel año, después de donar demasiada sangre a Bastián, su cuerpo quedó muy débil, no apto para el embarazo. Arriesgarse a tener un hijo podía costarle la vida.Aun así, Agustina soportó dolores y sacrificios inimaginables para poder traer a Hernán al mundo.Pensó que Bastián, al menos, se conmovería. Pero él siempre creyó que ella solo quería atarlo con un hijo. Por eso, jamás cargó a Hernán en brazos.La relación entre padre e hijo siempre fue distante.Por eso mismo, Hernán terminó desarrollando autismo.—¿Ustedes? ¡No le llegan ni a los talones a Bárbara! —los labios de Bastián apenas se movieron, pero sus palabras fueron como puñales—. ¡Alguien! ¡Llévensela a la cárcel!—Sí, señor Bastián.Dos guardias de seguridad se acercaron, arrastraron a Agustina lejos, mientras que Bastián se agachó junto al cuerpo de Bárbara. Sacó un pañuelo y limpió el agua de su cara, cerró sus ojos y la cargó en brazos con sumo cuidado.Como si fuera un tesoro invaluable.Esa imagen le destrozó el alma a Agustina. El dolor la dejó sin fuerzas.Tantos años amándolo… ¿para qué?Nadie reparó en la silueta oculta al fondo del callejón. Unos ojos la observaban todo, rebosando de alegría.Ella había matado a Bárbara y echado la culpa a Agustina. Así…¡Bastián sería suyo!Porque era la hermana gemela de Bárbara. ¡Y tenía exactamente la misma cara!...Prisión de mujeres.Una guardia la empujó dentro de la celda, bostezando.—Ahí tienen, muchachas. Denle la bienvenida a la nueva.Agustina levantó la vista. Varias reclusas la rodeaban.—No se acerquen… —intentó controlar el miedo—. ¿Qué… qué quieren de mí?—La jefa ya nos dijo qué hacer. Nosotras obedecemos —la que iba al frente tronó los nudillos—. ¡Caray, qué piel tan delicada tienes!Agustina giró para correr, pero la puerta de la celda estaba cerrada con seguro. Solo pudo gritar pidiendo ayuda.—Grita todo lo que quieras. Aquí nadie va a venir a salvarte.Fingiendo seguridad, levantó la voz:—¿Saben quién soy? ¡Soy la señora Castaño!Por muy molesto que estuviera, Bastián nunca dejaría que estas mujeres la lastimaran. Si alguien debía castigarla, tenía que ser él en persona.Las demás empezaron a reírse como locas.—¡Ja ja ja! ¿La señora Castaño? ¡Pues justo a esa vinimos a golpear hoy!Dos mujeres, una a la izquierda y otra a la derecha, la sujetaron contra el suelo. Las demás se acercaron en círculo, lanzándole puñetazos y patadas sin piedad.Agustina no podía moverse. El dolor le recorría todo el cuerpo, desde los hombros hasta los pies.Apretó los ojos con fuerza y se hizo un ovillo, tratando de protegerse. Había sobrestimado el desprecio de Bastián hacia ella.A pesar de que su mente se nublaba, el nombre que escapó de sus labios fue el mismo de siempre:—Bastián... Bastián...Agustina lo amaba demasiado. Había entregado toda su juventud, diez años, por él.Pero Bastián había destrozado su corazón, dejándolo hecho añicos....Tres días después.Cementerio.Bastián, con sus propias manos, enterró la urna con las cenizas de Bárbara y colocó la lápida.Sus ojos, profundos y oscuros, estaban cargados de una tristeza abrumadora.—Te lo juro, Bárbara, voy a vengarte.Pasó los dedos por la foto en la lápida justo cuando una mano blanca y delicada se posó sobre la suya.—Señor Bastián, lo siento mucho.Bastián giró la cabeza y se topó con Tatiana Mellado a su lado.Tenía exactamente el mismo rostro que Bárbara.—Mi hermana ha muerto, todos estamos muy dolidos —dijo Tatiana—. El culpable debe pagar, cueste lo que cueste.Se acercó más a Bastián, buscando refugio en su pecho, pero él la apartó con sutileza.Sabía bien que, aunque compartían el mismo rostro, eran dos personas distintas.La expresión de Bastián se endureció. Miró de lado y preguntó:—¿Agustina confesó?El asistente Jorge respondió:—Señor Bastián, desde que la señora entró a la cárcel, ha tenido fiebre alta. No han podido interrogarla todavía.—Tráiganla aquí.Jorge se sobresaltó, pero no dudó en obedecer:—Sí, enseguida.Tatiana, a su lado, añadió leña al fuego:—Deberían sentenciarla a muerte de una vez, ejecutarla en silencio antes de que cause más problemas.Bastián la miró con dureza, su mirada tan cortante como un cuchillo.—Señor Bastián, yo... —Tatiana se estremeció—. Solo quiero justicia para mi hermana.Él contestó sin emoción:—Te pareces mucho a Bárbara.Bastián nunca toleró a quienes hablaban de más ante él. Si no fuera por el rostro de Tatiana, ya la habría hecho sacar del lugar.Además, no entendía por qué, pero sentía que el destino de Agustina era asunto suyo. Nadie tenía derecho a opinar.Una hora después, Agustina apareció esposada.La fiebre le había quitado todo el color a la cara y apenas podía sostenerse en pie.Bastián se mantenía erguido frente a la tumba, la tomó del brazo y le ordenó:—Arrodíllate.Ella apretó los labios:—¿Y si no quiero?—Tengo mil formas de obligarte.Bastián le dio una patada en la rodilla y, sujetándole la cabeza, la forzó a caer al suelo.Se agachó y le jaló el cabello:—Agustina, ¿confiesas? ¿Aceptas tu castigo?—No soy culpable, yo no maté a nadie —respondió—. ¡La muerte de Bárbara no tiene nada que ver conmigo! ¡Alguien me tendió una trampa!Bastián curvó los labios en una mueca cruel:—¿De verdad crees que por no confesar no puedo hacer nada contigo?Le apretó el mentón con fuerza:—¿Quieres ver cómo hago que toda la familia Lezama acabe enterrada junto con Bárbara?Agustina lo miró con los ojos abiertos de par en par, horrorizada:—¡Bastián, no puedes hacer eso!—¿Ya tienes miedo? Entonces confiesa de una vez.El cuerpo de Agustina comenzó a temblar sin control.—Qué corazón tan duro tienes... Fuimos pareja, ¿eso no significa nada para ti?—¿Pareja? ¿Ya se te olvidó cómo llegaste a mi cama?—¡Te juro que yo no puse esa droga!—No pienso perder el tiempo discutiendo contigo —Bastián tenía la vena de la frente a punto de estallar—. Ahora, ante la tumba de Bárbara, baja la cabeza y confiesa.Agustina lo miró, sintiendo cómo el cansancio y el dolor le calaban hasta los huesos.Había amado tanto, y todo para esto.—Bastián, la persona que más te quiere en el mundo soy yo. Yo fui la que te salvó la vida, yo fui la que te dio un hijo. La que te amó la ignoraste, y la que no te amó la pusiste en un altar. Ya verás, un día te vas a arrepentir por todo lo que me hiciste.Agustina dejó caer la cabeza sobre el mármol helado de la tumba:—Tengo la culpa. Me lo merezco.—¡Qué bien! ¡Ahora mi hermana por fin puede descansar en paz! —Tatiana, sin pensarlo, le dio una fuerte patada a Agustina—. ¡Eres una asesina!Tatiana le sujetó la cabeza a Agustina y la empujó una y otra vez contra la lápida. El sonido seco resonó varias veces y, pronto, la sangre comenzó a escurrirle por la frente.Bastián observaba la escena con una expresión impasible, como si nada de aquello le conmoviera.—¡Mi hermana estaba embarazada! ¡Acabaste con dos vidas, deberías pudrirte en el infierno, terminar hecha pedazos...! ¡Ahh! ¡¿Cómo te atreves a morderme?!Agustina se aferró al brazo de Tatiana con los dientes, sin intención de soltarla. Tatiana chillaba sin control:—¡Estás loca! ¡Señor Bastián, señor Bastián, ayúdeme!Ese grito desesperado despertó en Bastián el recuerdo de Bárbara. Aquella noche, cuando Agustina la mató, seguro que Bárbara también había pedido ayuda así, en vano.Bastián se acercó, tomó a Agustina del mentón y, con la otra mano, la jaló del cabello hacia atrás con brusquedad.Agustina, con la boca y el rostro manchados de sangre, murmuró:—¿Incluso Tatiana puede ganarse tu compasión?—Es la hermana de Bárbara —contestó Bastián con voz dura.—¡Pero yo soy tu esposa!—¿Tú? —Bastián limpió la sangre de sus manos con un pañuelo y, tras terminar, lo arrojó con desprecio al rostro de Agustina—. Agustina, eres mucho más cruel de lo que imaginé.Ella cerró los ojos y dejó que las lágrimas corrieran sin freno.—A decir verdad, Bastián, te enamoraste de la persona equivocada. Cuando éramos niños, la que te sacó del incendio fui yo, no Bárbara.Él resopló con incredulidad:—¿Y crees que voy a tragarte ese cuento?Agustina siguió hablando, ajena al rechazo:—Te cargué en mis espaldas y te dejé junto al lago, mientras corría a buscar ayuda. Pero cuando regresé, ya no estabas. Después me enteré de que Bárbara pasó por ahí y te llevó con la familia Mellado para curarte.—¿Ya que Bárbara está muerta también quieres robarle ese mérito? —le lanzó Bastián con desdén.—Solo quería decirlo, no quiero seguir callando —respondió ella con voz temblorosa—. Si tanto me odias, Bastián, mejor mátame de una vez.Para ella, esa tortura era peor que la muerte. Ya no le quedaba nada, excepto ese amor hecho trizas, imposible de sanar.—Te haré probar todo tipo de tormentos —Bastián levantó las esposas que tenía puestas—. Voy a asegurarme de que sufras cada castigo posible.Agustina lo miró a los ojos, recordando cuando, en medio del fuego, él había susurrado con voz ronca pero dulce:—Me salvaste, y por eso, algún día me casaré contigo.Después, Agustina volvió a darle su sangre para salvarle la vida, y terminó casada con él.Dos veces le había salvado, y aun así, ese era su destino.—Si existe una próxima vida, Bastián... —Agustina, apenas consciente, murmuró—, juro que no quiero volver a encontrarte...Todo se oscureció ante sus ojos y, finalmente, perdió el conocimiento....La mansión Castaño.Bastián entró a la sala y, de inmediato, vio una pequeña figura encogida en la esquina.Ajustó su corbata, con el ceño fruncido y la mirada dura.—Ven aquí.Hernán, abrazando un viejo muñeco, se acercó despacio, arrastrando los pies. Le entregó un dibujo.En la hoja, una familia de tres personas se tomaba de la mano. Abajo, en letras grandes, se leía: “Mamá ama a papá”.Bastián solo sintió amargura. Levantó la mano y rasgó el papel en dos.—A partir de hoy, ya no tienes mamá.Los ojos claros de Hernán se abrieron de par en par. El miedo y la confusión se reflejaban en su mirada.El diagnóstico de autismo había hecho que Hernán apenas hablara, pero bajo el cuidado de Agustina, había mostrado mejoría. Ahora, las palabras de Bastián derrumbaron ese pequeño avance.—No entiendo cómo pude tener un hijo tan inútil —Bastián cruzó las piernas con arrogancia—. O tal vez, ¿será que Agustina te tuvo con otro?Un destello de furia cruzó sus ojos.Hernán retrocedió dos pasos. Apenas tenía cuatro años; su mamá era todo su mundo, y su papá solo le causaba temor.De repente, cayó de rodillas.Desde que le diagnosticaron autismo, nunca había querido hablar. Pero en ese momento, Hernán dijo unas palabras, bajito:—Quiero a mi mamá.Capítulo 2Noche cerrada, la lluvia caía a cántaros.Bárbara Mellado había muerto.Murió justo frente a Agustina Lezama.El agua de la lluvia arrastraba la sangre de Bárbara, tiñendo de rojo el suelo a su alrededor.Un carro negro se detuvo de golpe. Bastián Castaño bajó a toda prisa, llegó hasta Agustina y le apretó el cuello con rabia.—¡Tú la mataste!—No… no fui yo… Cuando llegué, Bárbara ya no respiraba…—¡Todavía lo niegas! ¡Siempre la odiaste con todo tu ser!—Fue Bárbara quien me llamó para vernos. Apenas llegué, la vi tirada en el piso…Pero Bastián no le creía ni una palabra.Sus ojos profundos, llenos de rencor, brillaban con una luz peligrosa.—Agustina, te juro que vas a desear estar muerta. ¡Así tal vez Bárbara pueda descansar en paz!Agustina lo miraba, desbordada por la desesperanza. Aquel hombre tan atractivo era su esposo, pero jamás la había dejado entrar en su corazón.El amor de Bastián era solo para Bárbara, su amiga de la infancia. Ni una pizca de ese cariño fue para ella.Cuatro años atrás, Bastián sufrió leucemia. El tipo de sangre y médula de Agustina eran compatibles, podían salvarle la vida.La familia Castaño negoció con ella, pero Agustina no aceptó nada material, solo pidió una cosa: casarse con él.Así, Agustina logró su cometido y se convirtió en la señora Castaño. Bastián sanó por completo.—¡Paf!—Una bofetada brutal la lanzó al suelo, un hilo de sangre asomó en la comisura de sus labios.—Ayer Bárbara me contó que estaba embarazada, y hoy la matas —la voz de Bastián era tan dura como el hielo—. ¡Agustina, la sangre se paga con sangre!Ella lo miró atónita.—¿Cómo pudiste…? ¿Cómo puedes permitir que ella tenga un hijo tuyo…? ¿Entonces qué soy yo para ti? ¿Y Hernán Castaño qué significa para ti?Hernán era el hijo de ambos.Aquel año, después de donar demasiada sangre a Bastián, su cuerpo quedó muy débil, no apto para el embarazo. Arriesgarse a tener un hijo podía costarle la vida.Aun así, Agustina soportó dolores y sacrificios inimaginables para poder traer a Hernán al mundo.Pensó que Bastián, al menos, se conmovería. Pero él siempre creyó que ella solo quería atarlo con un hijo. Por eso, jamás cargó a Hernán en brazos.La relación entre padre e hijo siempre fue distante.Por eso mismo, Hernán terminó desarrollando autismo.—¿Ustedes? ¡No le llegan ni a los talones a Bárbara! —los labios de Bastián apenas se movieron, pero sus palabras fueron como puñales—. ¡Alguien! ¡Llévensela a la cárcel!—Sí, señor Bastián.Dos guardias de seguridad se acercaron, arrastraron a Agustina lejos, mientras que Bastián se agachó junto al cuerpo de Bárbara. Sacó un pañuelo y limpió el agua de su cara, cerró sus ojos y la cargó en brazos con sumo cuidado.Como si fuera un tesoro invaluable.Esa imagen le destrozó el alma a Agustina. El dolor la dejó sin fuerzas.Tantos años amándolo… ¿para qué?Nadie reparó en la silueta oculta al fondo del callejón. Unos ojos la observaban todo, rebosando de alegría.Ella había matado a Bárbara y echado la culpa a Agustina. Así…¡Bastián sería suyo!Porque era la hermana gemela de Bárbara. ¡Y tenía exactamente la misma cara!...Prisión de mujeres.Una guardia la empujó dentro de la celda, bostezando.—Ahí tienen, muchachas. Denle la bienvenida a la nueva.Agustina levantó la vista. Varias reclusas la rodeaban.—No se acerquen… —intentó controlar el miedo—. ¿Qué… qué quieren de mí?—La jefa ya nos dijo qué hacer. Nosotras obedecemos —la que iba al frente tronó los nudillos—. ¡Caray, qué piel tan delicada tienes!Agustina giró para correr, pero la puerta de la celda estaba cerrada con seguro. Solo pudo gritar pidiendo ayuda.—Grita todo lo que quieras. Aquí nadie va a venir a salvarte.Fingiendo seguridad, levantó la voz:—¿Saben quién soy? ¡Soy la señora Castaño!Por muy molesto que estuviera, Bastián nunca dejaría que estas mujeres la lastimaran. Si alguien debía castigarla, tenía que ser él en persona.Las demás empezaron a reírse como locas.—¡Ja ja ja! ¿La señora Castaño? ¡Pues justo a esa vinimos a golpear hoy!Dos mujeres, una a la izquierda y otra a la derecha, la sujetaron contra el suelo. Las demás se acercaron en círculo, lanzándole puñetazos y patadas sin piedad.Agustina no podía moverse. El dolor le recorría todo el cuerpo, desde los hombros hasta los pies.Apretó los ojos con fuerza y se hizo un ovillo, tratando de protegerse. Había sobrestimado el desprecio de Bastián hacia ella.A pesar de que su mente se nublaba, el nombre que escapó de sus labios fue el mismo de siempre:—Bastián... Bastián...Agustina lo amaba demasiado. Había entregado toda su juventud, diez años, por él.Pero Bastián había destrozado su corazón, dejándolo hecho añicos....Tres días después.Cementerio.Bastián, con sus propias manos, enterró la urna con las cenizas de Bárbara y colocó la lápida.Sus ojos, profundos y oscuros, estaban cargados de una tristeza abrumadora.—Te lo juro, Bárbara, voy a vengarte.Pasó los dedos por la foto en la lápida justo cuando una mano blanca y delicada se posó sobre la suya.—Señor Bastián, lo siento mucho.Bastián giró la cabeza y se topó con Tatiana Mellado a su lado.Tenía exactamente el mismo rostro que Bárbara.—Mi hermana ha muerto, todos estamos muy dolidos —dijo Tatiana—. El culpable debe pagar, cueste lo que cueste.Se acercó más a Bastián, buscando refugio en su pecho, pero él la apartó con sutileza.Sabía bien que, aunque compartían el mismo rostro, eran dos personas distintas.La expresión de Bastián se endureció. Miró de lado y preguntó:—¿Agustina confesó?El asistente Jorge respondió:—Señor Bastián, desde que la señora entró a la cárcel, ha tenido fiebre alta. No han podido interrogarla todavía.—Tráiganla aquí.Jorge se sobresaltó, pero no dudó en obedecer:—Sí, enseguida.Tatiana, a su lado, añadió leña al fuego:—Deberían sentenciarla a muerte de una vez, ejecutarla en silencio antes de que cause más problemas.Bastián la miró con dureza, su mirada tan cortante como un cuchillo.—Señor Bastián, yo... —Tatiana se estremeció—. Solo quiero justicia para mi hermana.Él contestó sin emoción:—Te pareces mucho a Bárbara.Bastián nunca toleró a quienes hablaban de más ante él. Si no fuera por el rostro de Tatiana, ya la habría hecho sacar del lugar.Además, no entendía por qué, pero sentía que el destino de Agustina era asunto suyo. Nadie tenía derecho a opinar.Una hora después, Agustina apareció esposada.La fiebre le había quitado todo el color a la cara y apenas podía sostenerse en pie.Bastián se mantenía erguido frente a la tumba, la tomó del brazo y le ordenó:—Arrodíllate.Ella apretó los labios:—¿Y si no quiero?—Tengo mil formas de obligarte.Bastián le dio una patada en la rodilla y, sujetándole la cabeza, la forzó a caer al suelo.Se agachó y le jaló el cabello:—Agustina, ¿confiesas? ¿Aceptas tu castigo?—No soy culpable, yo no maté a nadie —respondió—. ¡La muerte de Bárbara no tiene nada que ver conmigo! ¡Alguien me tendió una trampa!Bastián curvó los labios en una mueca cruel:—¿De verdad crees que por no confesar no puedo hacer nada contigo?Le apretó el mentón con fuerza:—¿Quieres ver cómo hago que toda la familia Lezama acabe enterrada junto con Bárbara?Agustina lo miró con los ojos abiertos de par en par, horrorizada:—¡Bastián, no puedes hacer eso!—¿Ya tienes miedo? Entonces confiesa de una vez.El cuerpo de Agustina comenzó a temblar sin control.—Qué corazón tan duro tienes... Fuimos pareja, ¿eso no significa nada para ti?—¿Pareja? ¿Ya se te olvidó cómo llegaste a mi cama?—¡Te juro que yo no puse esa droga!—No pienso perder el tiempo discutiendo contigo —Bastián tenía la vena de la frente a punto de estallar—. Ahora, ante la tumba de Bárbara, baja la cabeza y confiesa.Agustina lo miró, sintiendo cómo el cansancio y el dolor le calaban hasta los huesos.Había amado tanto, y todo para esto.—Bastián, la persona que más te quiere en el mundo soy yo. Yo fui la que te salvó la vida, yo fui la que te dio un hijo. La que te amó la ignoraste, y la que no te amó la pusiste en un altar. Ya verás, un día te vas a arrepentir por todo lo que me hiciste.Agustina dejó caer la cabeza sobre el mármol helado de la tumba:—Tengo la culpa. Me lo merezco.—¡Qué bien! ¡Ahora mi hermana por fin puede descansar en paz! —Tatiana, sin pensarlo, le dio una fuerte patada a Agustina—. ¡Eres una asesina!Tatiana le sujetó la cabeza a Agustina y la empujó una y otra vez contra la lápida. El sonido seco resonó varias veces y, pronto, la sangre comenzó a escurrirle por la frente.Bastián observaba la escena con una expresión impasible, como si nada de aquello le conmoviera.—¡Mi hermana estaba embarazada! ¡Acabaste con dos vidas, deberías pudrirte en el infierno, terminar hecha pedazos...! ¡Ahh! ¡¿Cómo te atreves a morderme?!Agustina se aferró al brazo de Tatiana con los dientes, sin intención de soltarla. Tatiana chillaba sin control:—¡Estás loca! ¡Señor Bastián, señor Bastián, ayúdeme!Ese grito desesperado despertó en Bastián el recuerdo de Bárbara. Aquella noche, cuando Agustina la mató, seguro que Bárbara también había pedido ayuda así, en vano.Bastián se acercó, tomó a Agustina del mentón y, con la otra mano, la jaló del cabello hacia atrás con brusquedad.Agustina, con la boca y el rostro manchados de sangre, murmuró:—¿Incluso Tatiana puede ganarse tu compasión?—Es la hermana de Bárbara —contestó Bastián con voz dura.—¡Pero yo soy tu esposa!—¿Tú? —Bastián limpió la sangre de sus manos con un pañuelo y, tras terminar, lo arrojó con desprecio al rostro de Agustina—. Agustina, eres mucho más cruel de lo que imaginé.Ella cerró los ojos y dejó que las lágrimas corrieran sin freno.—A decir verdad, Bastián, te enamoraste de la persona equivocada. Cuando éramos niños, la que te sacó del incendio fui yo, no Bárbara.Él resopló con incredulidad:—¿Y crees que voy a tragarte ese cuento?Agustina siguió hablando, ajena al rechazo:—Te cargué en mis espaldas y te dejé junto al lago, mientras corría a buscar ayuda. Pero cuando regresé, ya no estabas. Después me enteré de que Bárbara pasó por ahí y te llevó con la familia Mellado para curarte.—¿Ya que Bárbara está muerta también quieres robarle ese mérito? —le lanzó Bastián con desdén.—Solo quería decirlo, no quiero seguir callando —respondió ella con voz temblorosa—. Si tanto me odias, Bastián, mejor mátame de una vez.Para ella, esa tortura era peor que la muerte. Ya no le quedaba nada, excepto ese amor hecho trizas, imposible de sanar.—Te haré probar todo tipo de tormentos —Bastián levantó las esposas que tenía puestas—. Voy a asegurarme de que sufras cada castigo posible.Agustina lo miró a los ojos, recordando cuando, en medio del fuego, él había susurrado con voz ronca pero dulce:—Me salvaste, y por eso, algún día me casaré contigo.Después, Agustina volvió a darle su sangre para salvarle la vida, y terminó casada con él.Dos veces le había salvado, y aun así, ese era su destino.—Si existe una próxima vida, Bastián... —Agustina, apenas consciente, murmuró—, juro que no quiero volver a encontrarte...Todo se oscureció ante sus ojos y, finalmente, perdió el conocimiento....La mansión Castaño.Bastián entró a la sala y, de inmediato, vio una pequeña figura encogida en la esquina.Ajustó su corbata, con el ceño fruncido y la mirada dura.—Ven aquí.Hernán, abrazando un viejo muñeco, se acercó despacio, arrastrando los pies. Le entregó un dibujo.En la hoja, una familia de tres personas se tomaba de la mano. Abajo, en letras grandes, se leía: “Mamá ama a papá”.Bastián solo sintió amargura. Levantó la mano y rasgó el papel en dos.—A partir de hoy, ya no tienes mamá.Los ojos claros de Hernán se abrieron de par en par. El miedo y la confusión se reflejaban en su mirada.El diagnóstico de autismo había hecho que Hernán apenas hablara, pero bajo el cuidado de Agustina, había mostrado mejoría. Ahora, las palabras de Bastián derrumbaron ese pequeño avance.—No entiendo cómo pude tener un hijo tan inútil —Bastián cruzó las piernas con arrogancia—. O tal vez, ¿será que Agustina te tuvo con otro?Un destello de furia cruzó sus ojos.Hernán retrocedió dos pasos. Apenas tenía cuatro años; su mamá era todo su mundo, y su papá solo le causaba temor.De repente, cayó de rodillas.Desde que le diagnosticaron autismo, nunca había querido hablar. Pero en ese momento, Hernán dijo unas palabras, bajito:—Quiero a mi mamá.Capítulo 3Noche cerrada, la lluvia caía a cántaros.Bárbara Mellado había muerto.Murió justo frente a Agustina Lezama.El agua de la lluvia arrastraba la sangre de Bárbara, tiñendo de rojo el suelo a su alrededor.Un carro negro se detuvo de golpe. Bastián Castaño bajó a toda prisa, llegó hasta Agustina y le apretó el cuello con rabia.—¡Tú la mataste!—No… no fui yo… Cuando llegué, Bárbara ya no respiraba…—¡Todavía lo niegas! ¡Siempre la odiaste con todo tu ser!—Fue Bárbara quien me llamó para vernos. Apenas llegué, la vi tirada en el piso…Pero Bastián no le creía ni una palabra.Sus ojos profundos, llenos de rencor, brillaban con una luz peligrosa.—Agustina, te juro que vas a desear estar muerta. ¡Así tal vez Bárbara pueda descansar en paz!Agustina lo miraba, desbordada por la desesperanza. Aquel hombre tan atractivo era su esposo, pero jamás la había dejado entrar en su corazón.El amor de Bastián era solo para Bárbara, su amiga de la infancia. Ni una pizca de ese cariño fue para ella.Cuatro años atrás, Bastián sufrió leucemia. El tipo de sangre y médula de Agustina eran compatibles, podían salvarle la vida.La familia Castaño negoció con ella, pero Agustina no aceptó nada material, solo pidió una cosa: casarse con él.Así, Agustina logró su cometido y se convirtió en la señora Castaño. Bastián sanó por completo.—¡Paf!—Una bofetada brutal la lanzó al suelo, un hilo de sangre asomó en la comisura de sus labios.—Ayer Bárbara me contó que estaba embarazada, y hoy la matas —la voz de Bastián era tan dura como el hielo—. ¡Agustina, la sangre se paga con sangre!Ella lo miró atónita.—¿Cómo pudiste…? ¿Cómo puedes permitir que ella tenga un hijo tuyo…? ¿Entonces qué soy yo para ti? ¿Y Hernán Castaño qué significa para ti?Hernán era el hijo de ambos.Aquel año, después de donar demasiada sangre a Bastián, su cuerpo quedó muy débil, no apto para el embarazo. Arriesgarse a tener un hijo podía costarle la vida.Aun así, Agustina soportó dolores y sacrificios inimaginables para poder traer a Hernán al mundo.Pensó que Bastián, al menos, se conmovería. Pero él siempre creyó que ella solo quería atarlo con un hijo. Por eso, jamás cargó a Hernán en brazos.La relación entre padre e hijo siempre fue distante.Por eso mismo, Hernán terminó desarrollando autismo.—¿Ustedes? ¡No le llegan ni a los talones a Bárbara! —los labios de Bastián apenas se movieron, pero sus palabras fueron como puñales—. ¡Alguien! ¡Llévensela a la cárcel!—Sí, señor Bastián.Dos guardias de seguridad se acercaron, arrastraron a Agustina lejos, mientras que Bastián se agachó junto al cuerpo de Bárbara. Sacó un pañuelo y limpió el agua de su cara, cerró sus ojos y la cargó en brazos con sumo cuidado.Como si fuera un tesoro invaluable.Esa imagen le destrozó el alma a Agustina. El dolor la dejó sin fuerzas.Tantos años amándolo… ¿para qué?Nadie reparó en la silueta oculta al fondo del callejón. Unos ojos la observaban todo, rebosando de alegría.Ella había matado a Bárbara y echado la culpa a Agustina. Así…¡Bastián sería suyo!Porque era la hermana gemela de Bárbara. ¡Y tenía exactamente la misma cara!...Prisión de mujeres.Una guardia la empujó dentro de la celda, bostezando.—Ahí tienen, muchachas. Denle la bienvenida a la nueva.Agustina levantó la vista. Varias reclusas la rodeaban.—No se acerquen… —intentó controlar el miedo—. ¿Qué… qué quieren de mí?—La jefa ya nos dijo qué hacer. Nosotras obedecemos —la que iba al frente tronó los nudillos—. ¡Caray, qué piel tan delicada tienes!Agustina giró para correr, pero la puerta de la celda estaba cerrada con seguro. Solo pudo gritar pidiendo ayuda.—Grita todo lo que quieras. Aquí nadie va a venir a salvarte.Fingiendo seguridad, levantó la voz:—¿Saben quién soy? ¡Soy la señora Castaño!Por muy molesto que estuviera, Bastián nunca dejaría que estas mujeres la lastimaran. Si alguien debía castigarla, tenía que ser él en persona.Las demás empezaron a reírse como locas.—¡Ja ja ja! ¿La señora Castaño? ¡Pues justo a esa vinimos a golpear hoy!Dos mujeres, una a la izquierda y otra a la derecha, la sujetaron contra el suelo. Las demás se acercaron en círculo, lanzándole puñetazos y patadas sin piedad.Agustina no podía moverse. El dolor le recorría todo el cuerpo, desde los hombros hasta los pies.Apretó los ojos con fuerza y se hizo un ovillo, tratando de protegerse. Había sobrestimado el desprecio de Bastián hacia ella.A pesar de que su mente se nublaba, el nombre que escapó de sus labios fue el mismo de siempre:—Bastián... Bastián...Agustina lo amaba demasiado. Había entregado toda su juventud, diez años, por él.Pero Bastián había destrozado su corazón, dejándolo hecho añicos....Tres días después.Cementerio.Bastián, con sus propias manos, enterró la urna con las cenizas de Bárbara y colocó la lápida.Sus ojos, profundos y oscuros, estaban cargados de una tristeza abrumadora.—Te lo juro, Bárbara, voy a vengarte.Pasó los dedos por la foto en la lápida justo cuando una mano blanca y delicada se posó sobre la suya.—Señor Bastián, lo siento mucho.Bastián giró la cabeza y se topó con Tatiana Mellado a su lado.Tenía exactamente el mismo rostro que Bárbara.—Mi hermana ha muerto, todos estamos muy dolidos —dijo Tatiana—. El culpable debe pagar, cueste lo que cueste.Se acercó más a Bastián, buscando refugio en su pecho, pero él la apartó con sutileza.Sabía bien que, aunque compartían el mismo rostro, eran dos personas distintas.La expresión de Bastián se endureció. Miró de lado y preguntó:—¿Agustina confesó?El asistente Jorge respondió:—Señor Bastián, desde que la señora entró a la cárcel, ha tenido fiebre alta. No han podido interrogarla todavía.—Tráiganla aquí.Jorge se sobresaltó, pero no dudó en obedecer:—Sí, enseguida.Tatiana, a su lado, añadió leña al fuego:—Deberían sentenciarla a muerte de una vez, ejecutarla en silencio antes de que cause más problemas.Bastián la miró con dureza, su mirada tan cortante como un cuchillo.—Señor Bastián, yo... —Tatiana se estremeció—. Solo quiero justicia para mi hermana.Él contestó sin emoción:—Te pareces mucho a Bárbara.Bastián nunca toleró a quienes hablaban de más ante él. Si no fuera por el rostro de Tatiana, ya la habría hecho sacar del lugar.Además, no entendía por qué, pero sentía que el destino de Agustina era asunto suyo. Nadie tenía derecho a opinar.Una hora después, Agustina apareció esposada.La fiebre le había quitado todo el color a la cara y apenas podía sostenerse en pie.Bastián se mantenía erguido frente a la tumba, la tomó del brazo y le ordenó:—Arrodíllate.Ella apretó los labios:—¿Y si no quiero?—Tengo mil formas de obligarte.Bastián le dio una patada en la rodilla y, sujetándole la cabeza, la forzó a caer al suelo.Se agachó y le jaló el cabello:—Agustina, ¿confiesas? ¿Aceptas tu castigo?—No soy culpable, yo no maté a nadie —respondió—. ¡La muerte de Bárbara no tiene nada que ver conmigo! ¡Alguien me tendió una trampa!Bastián curvó los labios en una mueca cruel:—¿De verdad crees que por no confesar no puedo hacer nada contigo?Le apretó el mentón con fuerza:—¿Quieres ver cómo hago que toda la familia Lezama acabe enterrada junto con Bárbara?Agustina lo miró con los ojos abiertos de par en par, horrorizada:—¡Bastián, no puedes hacer eso!—¿Ya tienes miedo? Entonces confiesa de una vez.El cuerpo de Agustina comenzó a temblar sin control.—Qué corazón tan duro tienes... Fuimos pareja, ¿eso no significa nada para ti?—¿Pareja? ¿Ya se te olvidó cómo llegaste a mi cama?—¡Te juro que yo no puse esa droga!—No pienso perder el tiempo discutiendo contigo —Bastián tenía la vena de la frente a punto de estallar—. Ahora, ante la tumba de Bárbara, baja la cabeza y confiesa.Agustina lo miró, sintiendo cómo el cansancio y el dolor le calaban hasta los huesos.Había amado tanto, y todo para esto.—Bastián, la persona que más te quiere en el mundo soy yo. Yo fui la que te salvó la vida, yo fui la que te dio un hijo. La que te amó la ignoraste, y la que no te amó la pusiste en un altar. Ya verás, un día te vas a arrepentir por todo lo que me hiciste.Agustina dejó caer la cabeza sobre el mármol helado de la tumba:—Tengo la culpa. Me lo merezco.—¡Qué bien! ¡Ahora mi hermana por fin puede descansar en paz! —Tatiana, sin pensarlo, le dio una fuerte patada a Agustina—. ¡Eres una asesina!Tatiana le sujetó la cabeza a Agustina y la empujó una y otra vez contra la lápida. El sonido seco resonó varias veces y, pronto, la sangre comenzó a escurrirle por la frente.Bastián observaba la escena con una expresión impasible, como si nada de aquello le conmoviera.—¡Mi hermana estaba embarazada! ¡Acabaste con dos vidas, deberías pudrirte en el infierno, terminar hecha pedazos...! ¡Ahh! ¡¿Cómo te atreves a morderme?!Agustina se aferró al brazo de Tatiana con los dientes, sin intención de soltarla. Tatiana chillaba sin control:—¡Estás loca! ¡Señor Bastián, señor Bastián, ayúdeme!Ese grito desesperado despertó en Bastián el recuerdo de Bárbara. Aquella noche, cuando Agustina la mató, seguro que Bárbara también había pedido ayuda así, en vano.Bastián se acercó, tomó a Agustina del mentón y, con la otra mano, la jaló del cabello hacia atrás con brusquedad.Agustina, con la boca y el rostro manchados de sangre, murmuró:—¿Incluso Tatiana puede ganarse tu compasión?—Es la hermana de Bárbara —contestó Bastián con voz dura.—¡Pero yo soy tu esposa!—¿Tú? —Bastián limpió la sangre de sus manos con un pañuelo y, tras terminar, lo arrojó con desprecio al rostro de Agustina—. Agustina, eres mucho más cruel de lo que imaginé.Ella cerró los ojos y dejó que las lágrimas corrieran sin freno.—A decir verdad, Bastián, te enamoraste de la persona equivocada. Cuando éramos niños, la que te sacó del incendio fui yo, no Bárbara.Él resopló con incredulidad:—¿Y crees que voy a tragarte ese cuento?Agustina siguió hablando, ajena al rechazo:—Te cargué en mis espaldas y te dejé junto al lago, mientras corría a buscar ayuda. Pero cuando regresé, ya no estabas. Después me enteré de que Bárbara pasó por ahí y te llevó con la familia Mellado para curarte.—¿Ya que Bárbara está muerta también quieres robarle ese mérito? —le lanzó Bastián con desdén.—Solo quería decirlo, no quiero seguir callando —respondió ella con voz temblorosa—. Si tanto me odias, Bastián, mejor mátame de una vez.Para ella, esa tortura era peor que la muerte. Ya no le quedaba nada, excepto ese amor hecho trizas, imposible de sanar.—Te haré probar todo tipo de tormentos —Bastián levantó las esposas que tenía puestas—. Voy a asegurarme de que sufras cada castigo posible.Agustina lo miró a los ojos, recordando cuando, en medio del fuego, él había susurrado con voz ronca pero dulce:—Me salvaste, y por eso, algún día me casaré contigo.Después, Agustina volvió a darle su sangre para salvarle la vida, y terminó casada con él.Dos veces le había salvado, y aun así, ese era su destino.—Si existe una próxima vida, Bastián... —Agustina, apenas consciente, murmuró—, juro que no quiero volver a encontrarte...Todo se oscureció ante sus ojos y, finalmente, perdió el conocimiento....La mansión Castaño.Bastián entró a la sala y, de inmediato, vio una pequeña figura encogida en la esquina.Ajustó su corbata, con el ceño fruncido y la mirada dura.—Ven aquí.Hernán, abrazando un viejo muñeco, se acercó despacio, arrastrando los pies. Le entregó un dibujo.En la hoja, una familia de tres personas se tomaba de la mano. Abajo, en letras grandes, se leía: “Mamá ama a papá”.Bastián solo sintió amargura. Levantó la mano y rasgó el papel en dos.—A partir de hoy, ya no tienes mamá.Los ojos claros de Hernán se abrieron de par en par. El miedo y la confusión se reflejaban en su mirada.El diagnóstico de autismo había hecho que Hernán apenas hablara, pero bajo el cuidado de Agustina, había mostrado mejoría. Ahora, las palabras de Bastián derrumbaron ese pequeño avance.—No entiendo cómo pude tener un hijo tan inútil —Bastián cruzó las piernas con arrogancia—. O tal vez, ¿será que Agustina te tuvo con otro?Un destello de furia cruzó sus ojos.Hernán retrocedió dos pasos. Apenas tenía cuatro años; su mamá era todo su mundo, y su papá solo le causaba temor.De repente, cayó de rodillas.Desde que le diagnosticaron autismo, nunca había querido hablar. Pero en ese momento, Hernán dijo unas palabras, bajito:—Quiero a mi mamá.

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