Ivory Loyola nunca imaginó que una noche de pasión cambiaría su vida para siempre. Después de aquel encuentro fugaz, quedó embarazada y, con valentía, crió a su hijo sola durante cuatro años. Sin embargo, el destino le tenía reservada una sorpresa: un día, el padre biológico de su hijo apareció inesperadamente. Con pocas palabras y una presencia imponente, le exigió a Ivory que lo acompañara, dejando claro que no aceptaría un "no" por respuesta. Pero lejos de sentir resentimiento o duda, Ivory comprendió que él tenía el derecho de conocer y cuidar a su hijo. Pronto, Ivory descubrió un secreto asombroso. El hombre con quien había compartido aquella noche no era alguien común y corriente. Era un hombre lobo, el joven amo de un poderoso clan, destinado a transformarse bajo la luz de la luna llena. Aquella fatídica noche fue el resultado de un desenfreno inesperado, cuando su ciclo de celo se adelantó y lo llevó a la habitación equivocada. En el mundo de los hombres lobo, solo existe un compañero de por vida, lo que significaba que él estaba destinado a ser el esposo de Ivory. Ella no se mostró alarmada por su verdadera naturaleza, al contrario, la aceptó con curiosidad y valentía. Con el tiempo, el lobo que inicialmente la miraba con desconfianza, comenzó a dejar caer sus defensas, seducido por el encanto y la humanidad de Ivory. El amor floreció contra toda lógica, uniendo a un humano y un hombre lobo en una conexión tan mítica como la luna misma. ¿Cómo concluirá este inolvidable relato de amor entre la bella y la bestia? Solo el tiempo lo dirá.

Capítulo 1Un hombre alto y distante se plantó en la entrada. Vestía elegante, cada prenda impecable, y su mirada era tan cortante que parecía congelar el aire a su alrededor. Preguntó con voz seca:—¿Tú eres Ivory Loyola?Ivory se tensó, pero asintió.—Sí.El hombre fue directo, sin rodeos:—¿Tienes una mancha de nacimiento roja en el lado derecho de tu pecho?Ivory sintió cómo se le encendían las mejillas. En su mirada asomó una chispa de molestia. ¿Cómo podía este tipo, que acababa de conocer, salirle con semejante cosa? Y, para colmo, lo decía sin pizca de emoción, como si estuviera interrogando a un sospechoso. Si pretendía ser un patán, su cara no lo ayudaba; no había ni una pizca de picardía en él, sólo indiferencia.Pero entonces, ¿cómo sabía que ella tenía aquella marca…?Quizá notó su incomodidad porque, tras un breve silencio, la miró fijamente y volvió a preguntar:—Hace cuatro años, en el Hotel Real Alcázar, ¿entraste por error a la habitación equivocada?Ivory se quedó helada, levantando la cabeza de golpe.El corazón le retumbaba en el pecho. ¿Cómo no iba a recordar esa noche que le cambió la vida? Si no hubiera sido por ese momento, no habría terminado embarazada, ni mucho menos tendría un hijo.—¿Cómo sabes eso…?El hombre apretó los labios antes de soltarlo:—Esa noche fui yo.Ivory abrió los ojos desmesuradamente. Intentó decir algo, pero las palabras no le salieron.Cinco años atrás, cuando apenas cursaba el segundo año de la universidad, terminó en la fiesta de cumpleaños de una amiga. Al regresar al hotel, equivocó la puerta y cayó en la cama de una habitación ajena.Andaba tan borracha que creyó estar alucinando. Recuerda claramente cómo, al abrir los ojos, vio a un enorme perro negro echado en la cama. Desde niña le fascinaban los animales, pero nunca pudo tenerlos porque dependía de la buena voluntad de sus parientes. Pero esa noche se sintió valiente. Se subió a la cama y empezó a acariciar al perro, sin miedo a que la mordiera.Después, de pronto, el perro desapareció y en su lugar apareció un hombre atractivo. Ella, convencida de que era un sueño húmedo —después de tanto tiempo sin pareja—, se dejó llevar sin oponer resistencia.Al amanecer, el teléfono sonó insistentemente. Medio dormida contestó la llamada y recibió la noticia: su abuelita, la única persona que la había cuidado y querido de verdad, había fallecido. El mundo se le desmoronó. Al levantarse, se desplomó de rodillas en el suelo, sin poder contener el llanto.Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba desnuda, y que en la cama, de espaldas a ella, yacía un hombre. No había sido un sueño, sino la realidad más cruda.No tuvo tiempo de más. Se vistió corriendo, sin mirar siquiera el rostro del desconocido, aguantándose el dolor físico y el temblor en las piernas. Salió huyendo del hotel.Ivory creció huérfana, saltando de casa en casa entre distintos familiares. Hasta que, a los diez años, una tía abuela le tuvo lástima y la acogió. Aquella mujer la trató con cariño genuino. Ivory soñaba con graduarse y devolverle todo ese amor.Jamás pensó que perdería a su abuelita tan pronto.No pudo superarlo. Había encontrado, por fin, a alguien que la amaba de verdad, y ese alguien ya no estaba. El dolor y la desesperanza se instalaron en su alma, pesándole como una nube negra que la seguía a donde fuera, impidiéndole disfrutar de paisajes o comida. La vida le perdió el sentido… Hasta que se enteró de que estaba embarazada.—Tu cuerpo tiene problemas para concebir. Este bebé podría ser el único que tengas —le advirtió el doctor.Así que…Ivory dejó la universidad.Siempre había sentido que no encajaba en ningún lado, ni siquiera con la familia. Veía a los demás disfrutar de la compañía de sus padres, de sus hermanos, pero ella sólo era una espectadora, un adorno en el rincón. No tenía a nadie… pero ahora podría tener un hijo, un lazo propio, alguien que sí sería suyo.Nadie podía imaginar cuánto deseaba tener un hijo. Lo decidió sin vacilar: lo tendría, fuera como fuera.Pero la casa de su abuelita fue reclamada por los parientes, y se quedó en la calle. Con un bebé en brazos, sin dinero para estudiar, alquiló un cuarto barato y se dedicó a trabajar de lo que fuera.El chiquillo le devolvió las ganas de seguir adelante. En los días más duros, encadenaba varios empleos. Y cuando ataba al niño a su espalda y lo oía reír, sentía que todo valía la pena.En este mundo, había pocos que la quisieran y muchos que la despreciaban.El hueco que deja la familia, el amor de sangre, no se rellena con nada. Ese vacío nunca desaparece.Jamás pensó que aquel hombre, tan misterioso como un fantasma, la encontraría.En ese momento, el hombre echó un vistazo al pasillo destartalado, la baranda oxidada, y arrugó la frente apenas un instante.—¿Todo este tiempo has vivido aquí con tu hijo?Ivory asintió.Aunque estaba a punto de mudarse. Por fin el departamento que compró estaba listo para habitarse.—Soy Nyko Lunaris —anunció él, con voz ronca y sin mostrar emoción—. Vengo a llevarlos a un lugar mejor.Hablaba de lo más normal, pero sus ojos oscuros, tan afilados y sin calidez, parecían de otro mundo. No tenía la mirada de una persona común.Ivory reconoció esa sensación: su hijo a veces la miraba igual, con esos enormes ojos negros, inalterables, como si fueran de obsidiana. Como los de un depredador, que hacían que a uno se le erizara la piel.Pensó en lobos.A sus veinticinco años, había conocido a mucha gente y mirado a los ojos a más de uno, pero sólo en este hombre y en su pequeño había sentido ese escalofrío.No era imaginación suya.—¿Cómo diste conmigo? —lo desafió, mirándolo fijo. Tal vez de tanto ver los ojos de su hijo, ya no le asustaban los de este hombre—. Aquella noche… ¿comiste algo raro?Recordaba que, al principio, pensó que era un sueño, que todo era divertido. Más tarde, cuando la cosa se puso intensa, quiso escapar. Por un momento creyó que sería la primera en morir en un sueño erótico.Nyko se quedó callado, como contando los segundos antes de responder:—Si quieres, puedes pensar que sí, que comí algo.La verdad era otra: aquella noche, él había entrado en su única vez al año de celo, pero ese año, todo se adelantó tres días…Nyko se hospedó en un hotel cercano, esperando a que llegara la ayuda.Para su sorpresa, una mujer humana irrumpió en su habitación. Sin el menor recato, lo abrazó y lo tocó por todas partes: sus orejas, su cola, su cuerpo, no dejó ni un rincón sin explorar… Casi lo recorrió por completo.Debido a que su abuelo era humano, Nyko tenía una pequeña parte de genes humanos en su interior. No era tan raro como un monstruo, pero en este mundo, no existían solo los humanos puros.El problema era que los humanos siempre habían sido arrogantes, creyéndose los únicos habitantes verdaderos de la Tierra.La tribu de los hombres lobo había vivido por generaciones en las montañas nevadas más lejanas y heladas. Solo en años recientes, cuando los humanos empezaron a construir ciudades, su abuela se sintió atraída por la novedad, bajó de la montaña y conoció a su abuelo, un humano puro.Cuando Nyko recuperó la conciencia después de aquel episodio, ya estaba de regreso en la montaña, llevado por sus propios parientes. Su periodo de celo duraría cinco días, pero bastaba con sumergirse un par de jornadas en las aguas heladas de la montaña para solucionarlo.Para los hombres lobo, solo existe una pareja en toda la vida. No son como los humanos o las demás especies, que cambian de rumbo con facilidad. Si no encontraban a esa persona, preferían pasar cada año sumergidos en el lago helado antes de buscar una solución con cualquiera.Lo que le parecía gracioso era que ahora los humanos puros también buscaban eso de “una pareja para toda la vida”. Él había visto con sus propios ojos cómo los humanos decían una cosa y hacían otra: comían de un plato mientras miraban el de al lado, caminaban por la calle de la mano de su pareja, pero con los ojos puestos en otra persona.Prometían lealtad, aunque sabían que no podrían cumplirla.Detestaba la falta de fidelidad de los humanos puros.Por eso, desde niño juró que su pareja jamás sería un humano puro.Los humanos puros eran codiciosos, astutos, flojos, hipócritas y poco confiables, igual que su maldito abuelo.Su abuela, fiel hasta el final como dictaba la naturaleza de los hombres lobo, apoyó a su abuelo en todo. Pero él, apenas tuvo dinero, se enamoró de otra humana. Al final, terminó borracho y solo en la calle.La abuela ya no pudo dejar el mundo de los humanos y siguió construyendo el imperio familiar, generación tras generación.Nyko era el heredero lobo más destacado de la nueva generación.Y aun así, por culpa de un celo adelantado, terminó teniendo la relación más íntima con una humana pura que fue demasiado directa.Sus parientes le contaron que, cuando fueron por él al hotel, la habitación estaba vacía. Aquella mujer ya se había largado.Había entrado, lo había seducido, y después de pasar la noche, simplemente desapareció. Pero claro, los humanos puros eran ligeros y despreocupados; él debía haberlo sabido.Para los hombres lobo, solo hay un compañera en toda la vida.O buscaba a esa mujer humana para formar una familia, o aceptaba la soledad para siempre.La mujer se fue. Él no pensaba buscarla.En ese tiempo, acababa de tomar las riendas de la empresa y no tenía ni un segundo libre. Apenas bajó de la montaña, se sumergió de lleno en el trabajo y dejó ese asunto en el olvido. Al final, la soledad no era gran cosa.Los problemas de la empresa le generaban más dolores de cabeza. Había pocos de su especie; la mayoría de los empleados eran humanos puros, y los negocios también se hacían con ellos.No tenía talento para tratar con los hombres y mujeres humanos. La convivencia era un reto.Los humanos puros se echaban encima unos perfumes tan fuertes que lo mareaban. Le desagradaba ese olor.Estaba seguro de que jamás volvería a cruzarse con la mujer humana con la que había tenido aquella noche. Después de todo, había tantos humanos que una sola ciudad ya estaba llena.Pero anoche…La luna llena iluminaba el cielo. Cuando todo estaba en silencio, escuchó el llamado de un lobezno.Con una vocecita tierna, era claramente un cachorro.Cuando fue tras esa voz, pudo percibir el olor de su propia sangre.Era… su cachorro.Solo había tenido relaciones una vez, con una humana pura.Nunca imaginó que ella hubiera quedado embarazada y dado a luz.En la tribu lobo, cada cachorro necesitaba beber agua de la cumbre de la montaña a los cuatro años y medio, o sus huesos sufrirían un dolor insoportable. Los medicamentos humanos no servían de nada.Pasó toda la noche buscando.Al final, encontró a la humana, Ivory.Él quería llevarse a su cachorro, pero según los datos que investigó, la mujer había trabajado duro todos estos años criando a su hijo sola.El cachorro no era solo suyo.Había nacido sin que él lo supiera, y él no había hecho nada hasta ahora. No tenía derecho a llevárselo.Así que decidió llevarse a los dos: madre e hijo.Frunció el ceño, impaciente, y soltó:—No pierdas el tiempo pensando en rechazar o resistirte. No voy a permitir que mi hijo viva en este lugar.—Solo tienes que asentir, ¿entiendes?Ivory se quedó mirando ese rostro tan parecido al de su hijo y murmuró con flojera:—Ajá.La verdad, ni se le había pasado por la cabeza rechazarlo o resistirse.Como dice el dicho: si te cae algo bueno, no seas mensa, aprovecha.Si el verdadero padre venía a buscar a su hijo, ella no iba a oponerse a esa paternidad tan desbordada.Se dio la vuelta y entró a la casa.—Quiero ver la prueba de ADN entre tú y el niño.Nyko respondió:—Está bien.—¿Y a dónde nos vamos a mudar? Dime, a ver si me convence.Nyko no esperaba que esta mujer fuera tan práctica y razonable. Su expresión se suavizó un poco.—A media colina de Colina Esmeralda, Residencial Lomas de Cristal.—Pasa, siéntate.Nyko dudó un momento antes de entrar.Se quedó de pie en la puerta, escaneando el lugar. Había poca luz, las paredes amarillentas, el sofá gastado, la casa era pequeña, de apenas unos cuarenta metros cuadrados.Aun así, estaba limpia y todo ordenado.Debajo de la mesa de madera había un caballito inflable verde, claramente un juguete para el niño.Las paredes estaban llenas de estampas para aprender letras, colores y animales, todas viejas.Había vida en ese lugar.A pesar de vivir con poco, la calidez se sentía en cada rincón.Cerca de la puerta, notó marcas de altura.La última casi le llegaba al muslo.Ese cachorro suyo, la verdad, era bastante alto.Después de todo, él medía uno noventa y seis.El aroma en la habitación no era tan desagradable. El olor a leche del cachorro impregnaba el aire, tan intenso que Nyko sintió que sus ojos oscuros se suavizaban un poco.El pequeño estaba en su cuarto.Nyko, con las manos detrás de la espalda, observaba hacia afuera. En el pequeño balcón colgaba una fila de ropa: algunas prendas del cachorro, otras de Ivory....De repente, un ruido interrumpió la calma. El cachorro parecía haber olfateado algo, gruñendo en voz baja.Nyko se acercó despacio, sus pasos resonando apenas en el piso hasta llegar a la puerta del cuarto.Sobre la cama, el niño—apenas vestido con una camiseta blanca tan larga que le caía hasta las rodillas, dejando ver sus piernas regordetas—lo miraba con unos ojos enormes y oscuros llenos de desafío. Su carita redonda, con mejillas infladas como un tamalito, se tensaba mientras enseñaba los dientes, mostrando dos colmillos pequeños y afilados.—¡Aú... aúuu!—lanzó un rugido chiquito, tratando de intimidar al intruso con ese tono inocente que sólo podía tener un niño de casi cuatro años y medio.Su cuerpecito sufría por el crecimiento acelerado, y al no poder tomar el agua especial de la montaña, sentía esa incomodidad intensa; la carita le ardía, roja de molestia.Ivory, siendo completamente humana, sólo pensaba que el niño tenía fiebre.Pero nunca podría imaginar que por las noches, su hijo se retorcía de dolor porque sus huesos cambiaban sin la ayuda de aquella agua milagrosa.—¡Auu! ¡Aúuu!—el cachorro insistía, sin dejar de gruñir. Su instinto le gritaba que ese visitante era peligroso, demasiado fuerte para confiarse.Tenía que proteger a su mamá.—¡Auu, auu, auuu, auu!—sus aullidos se hicieron más intensos. Tal vez por el olor a otro lobo, sus orejitas negras y suaves se movieron de lado a lado, hasta que, de repente, brotaron un par de pequeñas orejas de lobo, peludas y negras, cortitas, propias de un cachorro.Definitivamente, no eran orejas de un humano común.—Aú...—el rugido se le atoró en la garganta. De pronto, se tapó las orejas con sus manitas regordetas, nervioso.Tenía miedo de que alguien lo viera, y más aún de que su mamá lo descubriera.Él pensaba que ella nunca había notado nada.A su corta edad, ya entendía que ser diferente era un problema en este mundo.Se sentía como un pequeño monstruo.Con sus manitas cubriendo las orejas, el niño se metió de cabeza bajo la colcha, levantando el trasero, pero olvidó esconder la colita negra que todavía asomaba afuera.No parecía muy listo que digamos.En ese momento, Ivory terminó de hablar con alguien afuera y entró al cuarto. Al ver a Nyko parado en la puerta, frunció el ceño y se acercó con pasos firmes.Nyko notó que el niño se puso más nervioso, revolcándose bajo la sábana, haciendo un esfuerzo sobrehumano para esconder la colita y las orejas.Entonces Nyko habló:—Abre la boca y respira profundo tres veces.Le estaba enseñando.El cachorro se quedó quieto un instante, y después, imitando a Nyko, respiró hondo. En ese momento, la colita desapareció de golpe.Ivory llegó hasta la puerta, bajó la voz y le dijo:—Señor Lunaris, el niño ya se durmió, no lo despierte, anda malito.Mientras hablaba, echó un vistazo al cuarto.Vio en la cama un bulto extraño, imposible de confundir con alguien dormido.—¿Bebé, ya despertaste?—preguntó con los ojos brillantes, entrando al cuarto—. ¿Te sientes mejor? ¿Todavía te duele?El niño asomó la carita de tamal, aún más roja, y llena de sudor. Había sudado por el susto.Esa imagen le desgarró el corazón a Ivory. Abrió los ojos de par en par, corrió hacia él y, con las manos temblorosas, le tocó la carita.—¿Qué pasa? ¿Otra vez fiebre alta? Vamos al hospital, mamá te lleva—dijo ella, a punto de romperse.Ya llevaban medio mes así, y cada visita al hospital resultaba inútil.Aunque los síntomas parecían fiebre, los médicos decían que no tenía nada. Tras visitar más de diez hospitales, ninguno podía ayudar.Algunos hasta dudaban de la salud mental de Ivory.Decían que el niño estaba perfectamente bien.Pero ella, más que nadie, sabía que su hijo estaba enfermo.No podía hacer nada para aliviarle el dolor. Cada noche, él temblaba de fiebre y sudor, apretando su mano con todas sus fuerzas, sufriendo como nunca.Pensar en eso la hacía temblar, con los ojos llenos de lágrimas, lista para agarrar a su hijo y salir corriendo.—Sé qué enfermedad tiene—dijo Nyko, rompiendo el silencio.Ivory se detuvo en seco.—Puedo salvarlo.—Él tiene algo que los humanos no. Seguro ya lo has visto—añadió Nyko.El niño seguía intentando esconderse, pero después de convivir tanto tiempo, una madre siempre nota algo.El cachorro era demasiado inocente.Ivory se quedó inmóvil, abrazando al niño con fuerza.Nyko, sin ganas de rodeos y con poca paciencia, fue directo:—Soy su padre, no tienes que temerme. Él tiene más de la mitad de sangre de lobo. Los medicamentos humanos no le sirven.Apenas terminó de hablar, el niño en brazos de Ivory pareció agotado; las orejitas volvieron a aparecer, ya sin fuerzas para esconderlas.La presencia de Nyko lo ponía aún más nervioso, ese aroma de lobo lo alteraba.Pero con su mamá ahí, intentó cubrirse otra vez con sus manitas gorditas.Buscó refugio hundiéndose en el pecho de Ivory.—No mires, mamá no mires... aú... no mires...Ivory ya lo había visto.En estas últimas semanas, lo había visto todo.Nyko, observando la escena, arrugó la frente y murmuró con voz grave:—Le estás presionando demasiado. Él tiene miedo de que lo descubras.El corazón de Ivory dio un vuelco. Apretó más a su hijo.—No pasa nada, no importa si lo veo o no. Para mí eres muy tierno, no tengas miedo, mi amor—susurró, besando entre lágrimas las pequeñas orejitas de lobo—. Mamá ya lo sabía, ¿y qué? Yo te amo más que nunca, ¿verdad? No tengas miedo.El cachorro, poco a poco, se calmó. Abrió los ojos grandes y miró a su mamá, como si no pudiera creerlo.—¿Mamá...?Capítulo 2Un hombre alto y distante se plantó en la entrada. Vestía elegante, cada prenda impecable, y su mirada era tan cortante que parecía congelar el aire a su alrededor. Preguntó con voz seca:—¿Tú eres Ivory Loyola?Ivory se tensó, pero asintió.—Sí.El hombre fue directo, sin rodeos:—¿Tienes una mancha de nacimiento roja en el lado derecho de tu pecho?Ivory sintió cómo se le encendían las mejillas. En su mirada asomó una chispa de molestia. ¿Cómo podía este tipo, que acababa de conocer, salirle con semejante cosa? Y, para colmo, lo decía sin pizca de emoción, como si estuviera interrogando a un sospechoso. Si pretendía ser un patán, su cara no lo ayudaba; no había ni una pizca de picardía en él, sólo indiferencia.Pero entonces, ¿cómo sabía que ella tenía aquella marca…?Quizá notó su incomodidad porque, tras un breve silencio, la miró fijamente y volvió a preguntar:—Hace cuatro años, en el Hotel Real Alcázar, ¿entraste por error a la habitación equivocada?Ivory se quedó helada, levantando la cabeza de golpe.El corazón le retumbaba en el pecho. ¿Cómo no iba a recordar esa noche que le cambió la vida? Si no hubiera sido por ese momento, no habría terminado embarazada, ni mucho menos tendría un hijo.—¿Cómo sabes eso…?El hombre apretó los labios antes de soltarlo:—Esa noche fui yo.Ivory abrió los ojos desmesuradamente. Intentó decir algo, pero las palabras no le salieron.Cinco años atrás, cuando apenas cursaba el segundo año de la universidad, terminó en la fiesta de cumpleaños de una amiga. Al regresar al hotel, equivocó la puerta y cayó en la cama de una habitación ajena.Andaba tan borracha que creyó estar alucinando. Recuerda claramente cómo, al abrir los ojos, vio a un enorme perro negro echado en la cama. Desde niña le fascinaban los animales, pero nunca pudo tenerlos porque dependía de la buena voluntad de sus parientes. Pero esa noche se sintió valiente. Se subió a la cama y empezó a acariciar al perro, sin miedo a que la mordiera.Después, de pronto, el perro desapareció y en su lugar apareció un hombre atractivo. Ella, convencida de que era un sueño húmedo —después de tanto tiempo sin pareja—, se dejó llevar sin oponer resistencia.Al amanecer, el teléfono sonó insistentemente. Medio dormida contestó la llamada y recibió la noticia: su abuelita, la única persona que la había cuidado y querido de verdad, había fallecido. El mundo se le desmoronó. Al levantarse, se desplomó de rodillas en el suelo, sin poder contener el llanto.Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba desnuda, y que en la cama, de espaldas a ella, yacía un hombre. No había sido un sueño, sino la realidad más cruda.No tuvo tiempo de más. Se vistió corriendo, sin mirar siquiera el rostro del desconocido, aguantándose el dolor físico y el temblor en las piernas. Salió huyendo del hotel.Ivory creció huérfana, saltando de casa en casa entre distintos familiares. Hasta que, a los diez años, una tía abuela le tuvo lástima y la acogió. Aquella mujer la trató con cariño genuino. Ivory soñaba con graduarse y devolverle todo ese amor.Jamás pensó que perdería a su abuelita tan pronto.No pudo superarlo. Había encontrado, por fin, a alguien que la amaba de verdad, y ese alguien ya no estaba. El dolor y la desesperanza se instalaron en su alma, pesándole como una nube negra que la seguía a donde fuera, impidiéndole disfrutar de paisajes o comida. La vida le perdió el sentido… Hasta que se enteró de que estaba embarazada.—Tu cuerpo tiene problemas para concebir. Este bebé podría ser el único que tengas —le advirtió el doctor.Así que…Ivory dejó la universidad.Siempre había sentido que no encajaba en ningún lado, ni siquiera con la familia. Veía a los demás disfrutar de la compañía de sus padres, de sus hermanos, pero ella sólo era una espectadora, un adorno en el rincón. No tenía a nadie… pero ahora podría tener un hijo, un lazo propio, alguien que sí sería suyo.Nadie podía imaginar cuánto deseaba tener un hijo. Lo decidió sin vacilar: lo tendría, fuera como fuera.Pero la casa de su abuelita fue reclamada por los parientes, y se quedó en la calle. Con un bebé en brazos, sin dinero para estudiar, alquiló un cuarto barato y se dedicó a trabajar de lo que fuera.El chiquillo le devolvió las ganas de seguir adelante. En los días más duros, encadenaba varios empleos. Y cuando ataba al niño a su espalda y lo oía reír, sentía que todo valía la pena.En este mundo, había pocos que la quisieran y muchos que la despreciaban.El hueco que deja la familia, el amor de sangre, no se rellena con nada. Ese vacío nunca desaparece.Jamás pensó que aquel hombre, tan misterioso como un fantasma, la encontraría.En ese momento, el hombre echó un vistazo al pasillo destartalado, la baranda oxidada, y arrugó la frente apenas un instante.—¿Todo este tiempo has vivido aquí con tu hijo?Ivory asintió.Aunque estaba a punto de mudarse. Por fin el departamento que compró estaba listo para habitarse.—Soy Nyko Lunaris —anunció él, con voz ronca y sin mostrar emoción—. Vengo a llevarlos a un lugar mejor.Hablaba de lo más normal, pero sus ojos oscuros, tan afilados y sin calidez, parecían de otro mundo. No tenía la mirada de una persona común.Ivory reconoció esa sensación: su hijo a veces la miraba igual, con esos enormes ojos negros, inalterables, como si fueran de obsidiana. Como los de un depredador, que hacían que a uno se le erizara la piel.Pensó en lobos.A sus veinticinco años, había conocido a mucha gente y mirado a los ojos a más de uno, pero sólo en este hombre y en su pequeño había sentido ese escalofrío.No era imaginación suya.—¿Cómo diste conmigo? —lo desafió, mirándolo fijo. Tal vez de tanto ver los ojos de su hijo, ya no le asustaban los de este hombre—. Aquella noche… ¿comiste algo raro?Recordaba que, al principio, pensó que era un sueño, que todo era divertido. Más tarde, cuando la cosa se puso intensa, quiso escapar. Por un momento creyó que sería la primera en morir en un sueño erótico.Nyko se quedó callado, como contando los segundos antes de responder:—Si quieres, puedes pensar que sí, que comí algo.La verdad era otra: aquella noche, él había entrado en su única vez al año de celo, pero ese año, todo se adelantó tres días…Nyko se hospedó en un hotel cercano, esperando a que llegara la ayuda.Para su sorpresa, una mujer humana irrumpió en su habitación. Sin el menor recato, lo abrazó y lo tocó por todas partes: sus orejas, su cola, su cuerpo, no dejó ni un rincón sin explorar… Casi lo recorrió por completo.Debido a que su abuelo era humano, Nyko tenía una pequeña parte de genes humanos en su interior. No era tan raro como un monstruo, pero en este mundo, no existían solo los humanos puros.El problema era que los humanos siempre habían sido arrogantes, creyéndose los únicos habitantes verdaderos de la Tierra.La tribu de los hombres lobo había vivido por generaciones en las montañas nevadas más lejanas y heladas. Solo en años recientes, cuando los humanos empezaron a construir ciudades, su abuela se sintió atraída por la novedad, bajó de la montaña y conoció a su abuelo, un humano puro.Cuando Nyko recuperó la conciencia después de aquel episodio, ya estaba de regreso en la montaña, llevado por sus propios parientes. Su periodo de celo duraría cinco días, pero bastaba con sumergirse un par de jornadas en las aguas heladas de la montaña para solucionarlo.Para los hombres lobo, solo existe una pareja en toda la vida. No son como los humanos o las demás especies, que cambian de rumbo con facilidad. Si no encontraban a esa persona, preferían pasar cada año sumergidos en el lago helado antes de buscar una solución con cualquiera.Lo que le parecía gracioso era que ahora los humanos puros también buscaban eso de “una pareja para toda la vida”. Él había visto con sus propios ojos cómo los humanos decían una cosa y hacían otra: comían de un plato mientras miraban el de al lado, caminaban por la calle de la mano de su pareja, pero con los ojos puestos en otra persona.Prometían lealtad, aunque sabían que no podrían cumplirla.Detestaba la falta de fidelidad de los humanos puros.Por eso, desde niño juró que su pareja jamás sería un humano puro.Los humanos puros eran codiciosos, astutos, flojos, hipócritas y poco confiables, igual que su maldito abuelo.Su abuela, fiel hasta el final como dictaba la naturaleza de los hombres lobo, apoyó a su abuelo en todo. Pero él, apenas tuvo dinero, se enamoró de otra humana. Al final, terminó borracho y solo en la calle.La abuela ya no pudo dejar el mundo de los humanos y siguió construyendo el imperio familiar, generación tras generación.Nyko era el heredero lobo más destacado de la nueva generación.Y aun así, por culpa de un celo adelantado, terminó teniendo la relación más íntima con una humana pura que fue demasiado directa.Sus parientes le contaron que, cuando fueron por él al hotel, la habitación estaba vacía. Aquella mujer ya se había largado.Había entrado, lo había seducido, y después de pasar la noche, simplemente desapareció. Pero claro, los humanos puros eran ligeros y despreocupados; él debía haberlo sabido.Para los hombres lobo, solo hay un compañera en toda la vida.O buscaba a esa mujer humana para formar una familia, o aceptaba la soledad para siempre.La mujer se fue. Él no pensaba buscarla.En ese tiempo, acababa de tomar las riendas de la empresa y no tenía ni un segundo libre. Apenas bajó de la montaña, se sumergió de lleno en el trabajo y dejó ese asunto en el olvido. Al final, la soledad no era gran cosa.Los problemas de la empresa le generaban más dolores de cabeza. Había pocos de su especie; la mayoría de los empleados eran humanos puros, y los negocios también se hacían con ellos.No tenía talento para tratar con los hombres y mujeres humanos. La convivencia era un reto.Los humanos puros se echaban encima unos perfumes tan fuertes que lo mareaban. Le desagradaba ese olor.Estaba seguro de que jamás volvería a cruzarse con la mujer humana con la que había tenido aquella noche. Después de todo, había tantos humanos que una sola ciudad ya estaba llena.Pero anoche…La luna llena iluminaba el cielo. Cuando todo estaba en silencio, escuchó el llamado de un lobezno.Con una vocecita tierna, era claramente un cachorro.Cuando fue tras esa voz, pudo percibir el olor de su propia sangre.Era… su cachorro.Solo había tenido relaciones una vez, con una humana pura.Nunca imaginó que ella hubiera quedado embarazada y dado a luz.En la tribu lobo, cada cachorro necesitaba beber agua de la cumbre de la montaña a los cuatro años y medio, o sus huesos sufrirían un dolor insoportable. Los medicamentos humanos no servían de nada.Pasó toda la noche buscando.Al final, encontró a la humana, Ivory.Él quería llevarse a su cachorro, pero según los datos que investigó, la mujer había trabajado duro todos estos años criando a su hijo sola.El cachorro no era solo suyo.Había nacido sin que él lo supiera, y él no había hecho nada hasta ahora. No tenía derecho a llevárselo.Así que decidió llevarse a los dos: madre e hijo.Frunció el ceño, impaciente, y soltó:—No pierdas el tiempo pensando en rechazar o resistirte. No voy a permitir que mi hijo viva en este lugar.—Solo tienes que asentir, ¿entiendes?Ivory se quedó mirando ese rostro tan parecido al de su hijo y murmuró con flojera:—Ajá.La verdad, ni se le había pasado por la cabeza rechazarlo o resistirse.Como dice el dicho: si te cae algo bueno, no seas mensa, aprovecha.Si el verdadero padre venía a buscar a su hijo, ella no iba a oponerse a esa paternidad tan desbordada.Se dio la vuelta y entró a la casa.—Quiero ver la prueba de ADN entre tú y el niño.Nyko respondió:—Está bien.—¿Y a dónde nos vamos a mudar? Dime, a ver si me convence.Nyko no esperaba que esta mujer fuera tan práctica y razonable. Su expresión se suavizó un poco.—A media colina de Colina Esmeralda, Residencial Lomas de Cristal.—Pasa, siéntate.Nyko dudó un momento antes de entrar.Se quedó de pie en la puerta, escaneando el lugar. Había poca luz, las paredes amarillentas, el sofá gastado, la casa era pequeña, de apenas unos cuarenta metros cuadrados.Aun así, estaba limpia y todo ordenado.Debajo de la mesa de madera había un caballito inflable verde, claramente un juguete para el niño.Las paredes estaban llenas de estampas para aprender letras, colores y animales, todas viejas.Había vida en ese lugar.A pesar de vivir con poco, la calidez se sentía en cada rincón.Cerca de la puerta, notó marcas de altura.La última casi le llegaba al muslo.Ese cachorro suyo, la verdad, era bastante alto.Después de todo, él medía uno noventa y seis.El aroma en la habitación no era tan desagradable. El olor a leche del cachorro impregnaba el aire, tan intenso que Nyko sintió que sus ojos oscuros se suavizaban un poco.El pequeño estaba en su cuarto.Nyko, con las manos detrás de la espalda, observaba hacia afuera. En el pequeño balcón colgaba una fila de ropa: algunas prendas del cachorro, otras de Ivory....De repente, un ruido interrumpió la calma. El cachorro parecía haber olfateado algo, gruñendo en voz baja.Nyko se acercó despacio, sus pasos resonando apenas en el piso hasta llegar a la puerta del cuarto.Sobre la cama, el niño—apenas vestido con una camiseta blanca tan larga que le caía hasta las rodillas, dejando ver sus piernas regordetas—lo miraba con unos ojos enormes y oscuros llenos de desafío. Su carita redonda, con mejillas infladas como un tamalito, se tensaba mientras enseñaba los dientes, mostrando dos colmillos pequeños y afilados.—¡Aú... aúuu!—lanzó un rugido chiquito, tratando de intimidar al intruso con ese tono inocente que sólo podía tener un niño de casi cuatro años y medio.Su cuerpecito sufría por el crecimiento acelerado, y al no poder tomar el agua especial de la montaña, sentía esa incomodidad intensa; la carita le ardía, roja de molestia.Ivory, siendo completamente humana, sólo pensaba que el niño tenía fiebre.Pero nunca podría imaginar que por las noches, su hijo se retorcía de dolor porque sus huesos cambiaban sin la ayuda de aquella agua milagrosa.—¡Auu! ¡Aúuu!—el cachorro insistía, sin dejar de gruñir. Su instinto le gritaba que ese visitante era peligroso, demasiado fuerte para confiarse.Tenía que proteger a su mamá.—¡Auu, auu, auuu, auu!—sus aullidos se hicieron más intensos. Tal vez por el olor a otro lobo, sus orejitas negras y suaves se movieron de lado a lado, hasta que, de repente, brotaron un par de pequeñas orejas de lobo, peludas y negras, cortitas, propias de un cachorro.Definitivamente, no eran orejas de un humano común.—Aú...—el rugido se le atoró en la garganta. De pronto, se tapó las orejas con sus manitas regordetas, nervioso.Tenía miedo de que alguien lo viera, y más aún de que su mamá lo descubriera.Él pensaba que ella nunca había notado nada.A su corta edad, ya entendía que ser diferente era un problema en este mundo.Se sentía como un pequeño monstruo.Con sus manitas cubriendo las orejas, el niño se metió de cabeza bajo la colcha, levantando el trasero, pero olvidó esconder la colita negra que todavía asomaba afuera.No parecía muy listo que digamos.En ese momento, Ivory terminó de hablar con alguien afuera y entró al cuarto. Al ver a Nyko parado en la puerta, frunció el ceño y se acercó con pasos firmes.Nyko notó que el niño se puso más nervioso, revolcándose bajo la sábana, haciendo un esfuerzo sobrehumano para esconder la colita y las orejas.Entonces Nyko habló:—Abre la boca y respira profundo tres veces.Le estaba enseñando.El cachorro se quedó quieto un instante, y después, imitando a Nyko, respiró hondo. En ese momento, la colita desapareció de golpe.Ivory llegó hasta la puerta, bajó la voz y le dijo:—Señor Lunaris, el niño ya se durmió, no lo despierte, anda malito.Mientras hablaba, echó un vistazo al cuarto.Vio en la cama un bulto extraño, imposible de confundir con alguien dormido.—¿Bebé, ya despertaste?—preguntó con los ojos brillantes, entrando al cuarto—. ¿Te sientes mejor? ¿Todavía te duele?El niño asomó la carita de tamal, aún más roja, y llena de sudor. Había sudado por el susto.Esa imagen le desgarró el corazón a Ivory. Abrió los ojos de par en par, corrió hacia él y, con las manos temblorosas, le tocó la carita.—¿Qué pasa? ¿Otra vez fiebre alta? Vamos al hospital, mamá te lleva—dijo ella, a punto de romperse.Ya llevaban medio mes así, y cada visita al hospital resultaba inútil.Aunque los síntomas parecían fiebre, los médicos decían que no tenía nada. Tras visitar más de diez hospitales, ninguno podía ayudar.Algunos hasta dudaban de la salud mental de Ivory.Decían que el niño estaba perfectamente bien.Pero ella, más que nadie, sabía que su hijo estaba enfermo.No podía hacer nada para aliviarle el dolor. Cada noche, él temblaba de fiebre y sudor, apretando su mano con todas sus fuerzas, sufriendo como nunca.Pensar en eso la hacía temblar, con los ojos llenos de lágrimas, lista para agarrar a su hijo y salir corriendo.—Sé qué enfermedad tiene—dijo Nyko, rompiendo el silencio.Ivory se detuvo en seco.—Puedo salvarlo.—Él tiene algo que los humanos no. Seguro ya lo has visto—añadió Nyko.El niño seguía intentando esconderse, pero después de convivir tanto tiempo, una madre siempre nota algo.El cachorro era demasiado inocente.Ivory se quedó inmóvil, abrazando al niño con fuerza.Nyko, sin ganas de rodeos y con poca paciencia, fue directo:—Soy su padre, no tienes que temerme. Él tiene más de la mitad de sangre de lobo. Los medicamentos humanos no le sirven.Apenas terminó de hablar, el niño en brazos de Ivory pareció agotado; las orejitas volvieron a aparecer, ya sin fuerzas para esconderlas.La presencia de Nyko lo ponía aún más nervioso, ese aroma de lobo lo alteraba.Pero con su mamá ahí, intentó cubrirse otra vez con sus manitas gorditas.Buscó refugio hundiéndose en el pecho de Ivory.—No mires, mamá no mires... aú... no mires...Ivory ya lo había visto.En estas últimas semanas, lo había visto todo.Nyko, observando la escena, arrugó la frente y murmuró con voz grave:—Le estás presionando demasiado. Él tiene miedo de que lo descubras.El corazón de Ivory dio un vuelco. Apretó más a su hijo.—No pasa nada, no importa si lo veo o no. Para mí eres muy tierno, no tengas miedo, mi amor—susurró, besando entre lágrimas las pequeñas orejitas de lobo—. Mamá ya lo sabía, ¿y qué? Yo te amo más que nunca, ¿verdad? No tengas miedo.El cachorro, poco a poco, se calmó. Abrió los ojos grandes y miró a su mamá, como si no pudiera creerlo.—¿Mamá...?Capítulo 3Un hombre alto y distante se plantó en la entrada. Vestía elegante, cada prenda impecable, y su mirada era tan cortante que parecía congelar el aire a su alrededor. Preguntó con voz seca:—¿Tú eres Ivory Loyola?Ivory se tensó, pero asintió.—Sí.El hombre fue directo, sin rodeos:—¿Tienes una mancha de nacimiento roja en el lado derecho de tu pecho?Ivory sintió cómo se le encendían las mejillas. En su mirada asomó una chispa de molestia. ¿Cómo podía este tipo, que acababa de conocer, salirle con semejante cosa? Y, para colmo, lo decía sin pizca de emoción, como si estuviera interrogando a un sospechoso. Si pretendía ser un patán, su cara no lo ayudaba; no había ni una pizca de picardía en él, sólo indiferencia.Pero entonces, ¿cómo sabía que ella tenía aquella marca…?Quizá notó su incomodidad porque, tras un breve silencio, la miró fijamente y volvió a preguntar:—Hace cuatro años, en el Hotel Real Alcázar, ¿entraste por error a la habitación equivocada?Ivory se quedó helada, levantando la cabeza de golpe.El corazón le retumbaba en el pecho. ¿Cómo no iba a recordar esa noche que le cambió la vida? Si no hubiera sido por ese momento, no habría terminado embarazada, ni mucho menos tendría un hijo.—¿Cómo sabes eso…?El hombre apretó los labios antes de soltarlo:—Esa noche fui yo.Ivory abrió los ojos desmesuradamente. Intentó decir algo, pero las palabras no le salieron.Cinco años atrás, cuando apenas cursaba el segundo año de la universidad, terminó en la fiesta de cumpleaños de una amiga. Al regresar al hotel, equivocó la puerta y cayó en la cama de una habitación ajena.Andaba tan borracha que creyó estar alucinando. Recuerda claramente cómo, al abrir los ojos, vio a un enorme perro negro echado en la cama. Desde niña le fascinaban los animales, pero nunca pudo tenerlos porque dependía de la buena voluntad de sus parientes. Pero esa noche se sintió valiente. Se subió a la cama y empezó a acariciar al perro, sin miedo a que la mordiera.Después, de pronto, el perro desapareció y en su lugar apareció un hombre atractivo. Ella, convencida de que era un sueño húmedo —después de tanto tiempo sin pareja—, se dejó llevar sin oponer resistencia.Al amanecer, el teléfono sonó insistentemente. Medio dormida contestó la llamada y recibió la noticia: su abuelita, la única persona que la había cuidado y querido de verdad, había fallecido. El mundo se le desmoronó. Al levantarse, se desplomó de rodillas en el suelo, sin poder contener el llanto.Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba desnuda, y que en la cama, de espaldas a ella, yacía un hombre. No había sido un sueño, sino la realidad más cruda.No tuvo tiempo de más. Se vistió corriendo, sin mirar siquiera el rostro del desconocido, aguantándose el dolor físico y el temblor en las piernas. Salió huyendo del hotel.Ivory creció huérfana, saltando de casa en casa entre distintos familiares. Hasta que, a los diez años, una tía abuela le tuvo lástima y la acogió. Aquella mujer la trató con cariño genuino. Ivory soñaba con graduarse y devolverle todo ese amor.Jamás pensó que perdería a su abuelita tan pronto.No pudo superarlo. Había encontrado, por fin, a alguien que la amaba de verdad, y ese alguien ya no estaba. El dolor y la desesperanza se instalaron en su alma, pesándole como una nube negra que la seguía a donde fuera, impidiéndole disfrutar de paisajes o comida. La vida le perdió el sentido… Hasta que se enteró de que estaba embarazada.—Tu cuerpo tiene problemas para concebir. Este bebé podría ser el único que tengas —le advirtió el doctor.Así que…Ivory dejó la universidad.Siempre había sentido que no encajaba en ningún lado, ni siquiera con la familia. Veía a los demás disfrutar de la compañía de sus padres, de sus hermanos, pero ella sólo era una espectadora, un adorno en el rincón. No tenía a nadie… pero ahora podría tener un hijo, un lazo propio, alguien que sí sería suyo.Nadie podía imaginar cuánto deseaba tener un hijo. Lo decidió sin vacilar: lo tendría, fuera como fuera.Pero la casa de su abuelita fue reclamada por los parientes, y se quedó en la calle. Con un bebé en brazos, sin dinero para estudiar, alquiló un cuarto barato y se dedicó a trabajar de lo que fuera.El chiquillo le devolvió las ganas de seguir adelante. En los días más duros, encadenaba varios empleos. Y cuando ataba al niño a su espalda y lo oía reír, sentía que todo valía la pena.En este mundo, había pocos que la quisieran y muchos que la despreciaban.El hueco que deja la familia, el amor de sangre, no se rellena con nada. Ese vacío nunca desaparece.Jamás pensó que aquel hombre, tan misterioso como un fantasma, la encontraría.En ese momento, el hombre echó un vistazo al pasillo destartalado, la baranda oxidada, y arrugó la frente apenas un instante.—¿Todo este tiempo has vivido aquí con tu hijo?Ivory asintió.Aunque estaba a punto de mudarse. Por fin el departamento que compró estaba listo para habitarse.—Soy Nyko Lunaris —anunció él, con voz ronca y sin mostrar emoción—. Vengo a llevarlos a un lugar mejor.Hablaba de lo más normal, pero sus ojos oscuros, tan afilados y sin calidez, parecían de otro mundo. No tenía la mirada de una persona común.Ivory reconoció esa sensación: su hijo a veces la miraba igual, con esos enormes ojos negros, inalterables, como si fueran de obsidiana. Como los de un depredador, que hacían que a uno se le erizara la piel.Pensó en lobos.A sus veinticinco años, había conocido a mucha gente y mirado a los ojos a más de uno, pero sólo en este hombre y en su pequeño había sentido ese escalofrío.No era imaginación suya.—¿Cómo diste conmigo? —lo desafió, mirándolo fijo. Tal vez de tanto ver los ojos de su hijo, ya no le asustaban los de este hombre—. Aquella noche… ¿comiste algo raro?Recordaba que, al principio, pensó que era un sueño, que todo era divertido. Más tarde, cuando la cosa se puso intensa, quiso escapar. Por un momento creyó que sería la primera en morir en un sueño erótico.Nyko se quedó callado, como contando los segundos antes de responder:—Si quieres, puedes pensar que sí, que comí algo.La verdad era otra: aquella noche, él había entrado en su única vez al año de celo, pero ese año, todo se adelantó tres días…Nyko se hospedó en un hotel cercano, esperando a que llegara la ayuda.Para su sorpresa, una mujer humana irrumpió en su habitación. Sin el menor recato, lo abrazó y lo tocó por todas partes: sus orejas, su cola, su cuerpo, no dejó ni un rincón sin explorar… Casi lo recorrió por completo.Debido a que su abuelo era humano, Nyko tenía una pequeña parte de genes humanos en su interior. No era tan raro como un monstruo, pero en este mundo, no existían solo los humanos puros.El problema era que los humanos siempre habían sido arrogantes, creyéndose los únicos habitantes verdaderos de la Tierra.La tribu de los hombres lobo había vivido por generaciones en las montañas nevadas más lejanas y heladas. Solo en años recientes, cuando los humanos empezaron a construir ciudades, su abuela se sintió atraída por la novedad, bajó de la montaña y conoció a su abuelo, un humano puro.Cuando Nyko recuperó la conciencia después de aquel episodio, ya estaba de regreso en la montaña, llevado por sus propios parientes. Su periodo de celo duraría cinco días, pero bastaba con sumergirse un par de jornadas en las aguas heladas de la montaña para solucionarlo.Para los hombres lobo, solo existe una pareja en toda la vida. No son como los humanos o las demás especies, que cambian de rumbo con facilidad. Si no encontraban a esa persona, preferían pasar cada año sumergidos en el lago helado antes de buscar una solución con cualquiera.Lo que le parecía gracioso era que ahora los humanos puros también buscaban eso de “una pareja para toda la vida”. Él había visto con sus propios ojos cómo los humanos decían una cosa y hacían otra: comían de un plato mientras miraban el de al lado, caminaban por la calle de la mano de su pareja, pero con los ojos puestos en otra persona.Prometían lealtad, aunque sabían que no podrían cumplirla.Detestaba la falta de fidelidad de los humanos puros.Por eso, desde niño juró que su pareja jamás sería un humano puro.Los humanos puros eran codiciosos, astutos, flojos, hipócritas y poco confiables, igual que su maldito abuelo.Su abuela, fiel hasta el final como dictaba la naturaleza de los hombres lobo, apoyó a su abuelo en todo. Pero él, apenas tuvo dinero, se enamoró de otra humana. Al final, terminó borracho y solo en la calle.La abuela ya no pudo dejar el mundo de los humanos y siguió construyendo el imperio familiar, generación tras generación.Nyko era el heredero lobo más destacado de la nueva generación.Y aun así, por culpa de un celo adelantado, terminó teniendo la relación más íntima con una humana pura que fue demasiado directa.Sus parientes le contaron que, cuando fueron por él al hotel, la habitación estaba vacía. Aquella mujer ya se había largado.Había entrado, lo había seducido, y después de pasar la noche, simplemente desapareció. Pero claro, los humanos puros eran ligeros y despreocupados; él debía haberlo sabido.Para los hombres lobo, solo hay un compañera en toda la vida.O buscaba a esa mujer humana para formar una familia, o aceptaba la soledad para siempre.La mujer se fue. Él no pensaba buscarla.En ese tiempo, acababa de tomar las riendas de la empresa y no tenía ni un segundo libre. Apenas bajó de la montaña, se sumergió de lleno en el trabajo y dejó ese asunto en el olvido. Al final, la soledad no era gran cosa.Los problemas de la empresa le generaban más dolores de cabeza. Había pocos de su especie; la mayoría de los empleados eran humanos puros, y los negocios también se hacían con ellos.No tenía talento para tratar con los hombres y mujeres humanos. La convivencia era un reto.Los humanos puros se echaban encima unos perfumes tan fuertes que lo mareaban. Le desagradaba ese olor.Estaba seguro de que jamás volvería a cruzarse con la mujer humana con la que había tenido aquella noche. Después de todo, había tantos humanos que una sola ciudad ya estaba llena.Pero anoche…La luna llena iluminaba el cielo. Cuando todo estaba en silencio, escuchó el llamado de un lobezno.Con una vocecita tierna, era claramente un cachorro.Cuando fue tras esa voz, pudo percibir el olor de su propia sangre.Era… su cachorro.Solo había tenido relaciones una vez, con una humana pura.Nunca imaginó que ella hubiera quedado embarazada y dado a luz.En la tribu lobo, cada cachorro necesitaba beber agua de la cumbre de la montaña a los cuatro años y medio, o sus huesos sufrirían un dolor insoportable. Los medicamentos humanos no servían de nada.Pasó toda la noche buscando.Al final, encontró a la humana, Ivory.Él quería llevarse a su cachorro, pero según los datos que investigó, la mujer había trabajado duro todos estos años criando a su hijo sola.El cachorro no era solo suyo.Había nacido sin que él lo supiera, y él no había hecho nada hasta ahora. No tenía derecho a llevárselo.Así que decidió llevarse a los dos: madre e hijo.Frunció el ceño, impaciente, y soltó:—No pierdas el tiempo pensando en rechazar o resistirte. No voy a permitir que mi hijo viva en este lugar.—Solo tienes que asentir, ¿entiendes?Ivory se quedó mirando ese rostro tan parecido al de su hijo y murmuró con flojera:—Ajá.La verdad, ni se le había pasado por la cabeza rechazarlo o resistirse.Como dice el dicho: si te cae algo bueno, no seas mensa, aprovecha.Si el verdadero padre venía a buscar a su hijo, ella no iba a oponerse a esa paternidad tan desbordada.Se dio la vuelta y entró a la casa.—Quiero ver la prueba de ADN entre tú y el niño.Nyko respondió:—Está bien.—¿Y a dónde nos vamos a mudar? Dime, a ver si me convence.Nyko no esperaba que esta mujer fuera tan práctica y razonable. Su expresión se suavizó un poco.—A media colina de Colina Esmeralda, Residencial Lomas de Cristal.—Pasa, siéntate.Nyko dudó un momento antes de entrar.Se quedó de pie en la puerta, escaneando el lugar. Había poca luz, las paredes amarillentas, el sofá gastado, la casa era pequeña, de apenas unos cuarenta metros cuadrados.Aun así, estaba limpia y todo ordenado.Debajo de la mesa de madera había un caballito inflable verde, claramente un juguete para el niño.Las paredes estaban llenas de estampas para aprender letras, colores y animales, todas viejas.Había vida en ese lugar.A pesar de vivir con poco, la calidez se sentía en cada rincón.Cerca de la puerta, notó marcas de altura.La última casi le llegaba al muslo.Ese cachorro suyo, la verdad, era bastante alto.Después de todo, él medía uno noventa y seis.El aroma en la habitación no era tan desagradable. El olor a leche del cachorro impregnaba el aire, tan intenso que Nyko sintió que sus ojos oscuros se suavizaban un poco.El pequeño estaba en su cuarto.Nyko, con las manos detrás de la espalda, observaba hacia afuera. En el pequeño balcón colgaba una fila de ropa: algunas prendas del cachorro, otras de Ivory....De repente, un ruido interrumpió la calma. El cachorro parecía haber olfateado algo, gruñendo en voz baja.Nyko se acercó despacio, sus pasos resonando apenas en el piso hasta llegar a la puerta del cuarto.Sobre la cama, el niño—apenas vestido con una camiseta blanca tan larga que le caía hasta las rodillas, dejando ver sus piernas regordetas—lo miraba con unos ojos enormes y oscuros llenos de desafío. Su carita redonda, con mejillas infladas como un tamalito, se tensaba mientras enseñaba los dientes, mostrando dos colmillos pequeños y afilados.—¡Aú... aúuu!—lanzó un rugido chiquito, tratando de intimidar al intruso con ese tono inocente que sólo podía tener un niño de casi cuatro años y medio.Su cuerpecito sufría por el crecimiento acelerado, y al no poder tomar el agua especial de la montaña, sentía esa incomodidad intensa; la carita le ardía, roja de molestia.Ivory, siendo completamente humana, sólo pensaba que el niño tenía fiebre.Pero nunca podría imaginar que por las noches, su hijo se retorcía de dolor porque sus huesos cambiaban sin la ayuda de aquella agua milagrosa.—¡Auu! ¡Aúuu!—el cachorro insistía, sin dejar de gruñir. Su instinto le gritaba que ese visitante era peligroso, demasiado fuerte para confiarse.Tenía que proteger a su mamá.—¡Auu, auu, auuu, auu!—sus aullidos se hicieron más intensos. Tal vez por el olor a otro lobo, sus orejitas negras y suaves se movieron de lado a lado, hasta que, de repente, brotaron un par de pequeñas orejas de lobo, peludas y negras, cortitas, propias de un cachorro.Definitivamente, no eran orejas de un humano común.—Aú...—el rugido se le atoró en la garganta. De pronto, se tapó las orejas con sus manitas regordetas, nervioso.Tenía miedo de que alguien lo viera, y más aún de que su mamá lo descubriera.Él pensaba que ella nunca había notado nada.A su corta edad, ya entendía que ser diferente era un problema en este mundo.Se sentía como un pequeño monstruo.Con sus manitas cubriendo las orejas, el niño se metió de cabeza bajo la colcha, levantando el trasero, pero olvidó esconder la colita negra que todavía asomaba afuera.No parecía muy listo que digamos.En ese momento, Ivory terminó de hablar con alguien afuera y entró al cuarto. Al ver a Nyko parado en la puerta, frunció el ceño y se acercó con pasos firmes.Nyko notó que el niño se puso más nervioso, revolcándose bajo la sábana, haciendo un esfuerzo sobrehumano para esconder la colita y las orejas.Entonces Nyko habló:—Abre la boca y respira profundo tres veces.Le estaba enseñando.El cachorro se quedó quieto un instante, y después, imitando a Nyko, respiró hondo. En ese momento, la colita desapareció de golpe.Ivory llegó hasta la puerta, bajó la voz y le dijo:—Señor Lunaris, el niño ya se durmió, no lo despierte, anda malito.Mientras hablaba, echó un vistazo al cuarto.Vio en la cama un bulto extraño, imposible de confundir con alguien dormido.—¿Bebé, ya despertaste?—preguntó con los ojos brillantes, entrando al cuarto—. ¿Te sientes mejor? ¿Todavía te duele?El niño asomó la carita de tamal, aún más roja, y llena de sudor. Había sudado por el susto.Esa imagen le desgarró el corazón a Ivory. Abrió los ojos de par en par, corrió hacia él y, con las manos temblorosas, le tocó la carita.—¿Qué pasa? ¿Otra vez fiebre alta? Vamos al hospital, mamá te lleva—dijo ella, a punto de romperse.Ya llevaban medio mes así, y cada visita al hospital resultaba inútil.Aunque los síntomas parecían fiebre, los médicos decían que no tenía nada. Tras visitar más de diez hospitales, ninguno podía ayudar.Algunos hasta dudaban de la salud mental de Ivory.Decían que el niño estaba perfectamente bien.Pero ella, más que nadie, sabía que su hijo estaba enfermo.No podía hacer nada para aliviarle el dolor. Cada noche, él temblaba de fiebre y sudor, apretando su mano con todas sus fuerzas, sufriendo como nunca.Pensar en eso la hacía temblar, con los ojos llenos de lágrimas, lista para agarrar a su hijo y salir corriendo.—Sé qué enfermedad tiene—dijo Nyko, rompiendo el silencio.Ivory se detuvo en seco.—Puedo salvarlo.—Él tiene algo que los humanos no. Seguro ya lo has visto—añadió Nyko.El niño seguía intentando esconderse, pero después de convivir tanto tiempo, una madre siempre nota algo.El cachorro era demasiado inocente.Ivory se quedó inmóvil, abrazando al niño con fuerza.Nyko, sin ganas de rodeos y con poca paciencia, fue directo:—Soy su padre, no tienes que temerme. Él tiene más de la mitad de sangre de lobo. Los medicamentos humanos no le sirven.Apenas terminó de hablar, el niño en brazos de Ivory pareció agotado; las orejitas volvieron a aparecer, ya sin fuerzas para esconderlas.La presencia de Nyko lo ponía aún más nervioso, ese aroma de lobo lo alteraba.Pero con su mamá ahí, intentó cubrirse otra vez con sus manitas gorditas.Buscó refugio hundiéndose en el pecho de Ivory.—No mires, mamá no mires... aú... no mires...Ivory ya lo había visto.En estas últimas semanas, lo había visto todo.Nyko, observando la escena, arrugó la frente y murmuró con voz grave:—Le estás presionando demasiado. Él tiene miedo de que lo descubras.El corazón de Ivory dio un vuelco. Apretó más a su hijo.—No pasa nada, no importa si lo veo o no. Para mí eres muy tierno, no tengas miedo, mi amor—susurró, besando entre lágrimas las pequeñas orejitas de lobo—. Mamá ya lo sabía, ¿y qué? Yo te amo más que nunca, ¿verdad? No tengas miedo.El cachorro, poco a poco, se calmó. Abrió los ojos grandes y miró a su mamá, como si no pudiera creerlo.—¿Mamá...?

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