Mireya se enredó con el heredero de Aguamar, pensando que era simplemente un acompañante de lujo, y le ofreció una generosa "propina" para que guardara el secreto. Poco después, se dio cuenta de la magnitud de su error: había irritado a alguien poderoso. Sin embargo, para ella, retroceder nunca es una opción. Mireya es la hija ilegítima de la familia Valle, siempre mal vista en los círculos sociales. Él, por otro lado, es Claudio Aguilera, el heredero de una influyente familia de la alta sociedad. A pesar del abismo entre sus mundos, sus destinos ya estaban entrelazados en secreto. En la intimidad de la noche, con la atmósfera cargada de complicidad, Mireya se aferra al cuello de Claudio y con un tono seductor susurra: "Si la gente descubre que el señor Aguilera anda tras una hija ilegítima, ¿qué dirían?" Claudio, con una sonrisa enigmática, responde mientras roza sus labios con los de ella: "Quizás deberías gritar un poco más fuerte para que todos se enteren y vean la verdad."

Capítulo 1Dentro de la suite del hotel, el ambiente ardía de pasión.Una figura femenina de curvas marcadas se encontraba sobre un hombre, intentando con torpeza y ansiedad desabotonar su camisa. Sus dedos, débiles y temblorosos, batallaban sin éxito, frustrándose más a cada segundo.Una mano cálida y fuerte atrapó la suya, y la voz del hombre, ronca y grave, resonó en el aire.—¿Tienes idea de lo que estás haciendo? ¡Reacciona! Llamé a un doctor para que viniera.Mireya Valle, dominada por los efectos del medicamento, había perdido toda noción de la razón. Una comezón insoportable se apoderaba de su cuerpo, la desesperaba, y fruncía el ceño mientras lo urgía con voz entrecortada.—Ayúdame, por favor.Claudio Aguilera bajó la mirada, sus ojos oscuros y profundos asemejaban los de una bestia acechando en medio de la selva, fijos en la mujer sobre él.Los rasgos delicados de Mireya, acentuados por el efecto de la droga, destilaban un magnetismo irresistible. Su piel se ruborizaba, los ojos perdidos y las labios entreabiertos se tornaban aún más atractivos.El vestido corto color lila, con estampado de flores, se ceñía a su figura, acentuando la inocencia y el deseo que se mezclaban en su presencia.Al no obtener respuesta, Mireya perdió la paciencia. Golpeó suavemente el pecho firme de Claudio y, con una mezcla de enojo y coquetería, soltó:—¿Qué pasa contigo? Si no puedes, mejor que venga otro.Las manos que la sujetaban por la cintura se cerraron con fuerza, la mirada de Claudio se oscureció y su voz, cargada de advertencia, retumbó.—¿Así que quieres buscar a otro?La desesperación de Mireya rozaba la locura.Ese mismo día, la acababan de traer de regreso con la familia Valle. Sus padres les pidieron a Óscar Valle y Linda Valle que la sacaran a distraerse.Linda no se molestó en ocultar lo poco que la soportaba, y Óscar, tan sobreprotector con su hermana, la ignoró por completo. Los dos la abandonaron en el bar y desaparecieron sin decir nada.Mireya, consciente de lo incómoda que era su presencia y arrastrando el ánimo por los suelos, terminó bebiendo más de la cuenta.Varias personas se le acercaron con intenciones dudosas, y aunque Mireya se mantuvo alerta, no pudo evitar que alguien con malas intenciones la drogara sin que se diera cuenta.Más tarde, Claudio la rescató, pero el efecto del medicamento era brutal. Si no hubiera sido por la desesperación y porque el tipo era bastante atractivo, Mireya jamás hubiese terminado en la cama con su salvador.¡Pero, de verdad, ¿este tipo era hombre o qué?!Ella ya había dado todas las señales, y él seguía resistiéndose como si nada. ¿Acaso era un ninja tortuga? ¿O tenía corazón de piedra?Sentía como si miles de hormigas le recorrieran la piel, una necesidad que la enloquecía.La droga avivaba un deseo salvaje, y la urgencia de liberar ese impulso la mantenía al borde del colapso.Atrapó el cuello de la camisa de Claudio, se inclinó y lo besó en los labios sin dudar.Sus ojos, cargados de sensualidad, lo miraban con descaro, como si una pluma le hiciera cosquillas en el corazón.Tomó la mano de él y la guió hasta su muslo, invitándolo a ir más allá, a descubrir el secreto mejor guardado.La voz de Mireya sonó suave, casi infantil, sin darse cuenta de lo provocadora que resultaba en ese instante.—Te quiero a ti.Ese “boom” interno fue como el estallido de un volcán, y la última cuerda de autocontrol de Claudio se rompió.Las venas marcadas en su frente delataban la lucha interna. Pero después de tanta provocación, no iba a seguir actuando como un santo.En un movimiento rápido, la giró y la dejó debajo de él, su voz ronca y autoritaria advirtió:—Que quede claro, tú lo pediste.El brazo níveo de Mireya se enredó en su hombro, y ella besó la comisura de sus labios, con una voz tan dulce que derretía a cualquiera.—Por favor, hazlo ya.El beso que siguió fue feroz, acallando los suspiros que se escapaban de ella, aunque no pudo contener algunos gemidos llenos de deseo.Las manos de Claudio, por fin, se deshicieron de la ropa que estorbaba, arrojándola al borde de la cama. Sus cuerpos, perfectamente encajados, se buscaron y se encontraron sin reservas.La suite, amplia y silenciosa, se llenó de una atmósfera embriagadora y vibrante, donde la pasión lo tiñó todo.La noche avanzó, la luna se ocultó y la intimidad fue desvaneciéndose poco a poco......Mireya despertó al día siguiente cegada por la luz que entraba por la ventana, olvidando que la noche anterior ni siquiera cerró las cortinas.No podía creer que, en su primer día de regreso a Aguamar, había terminado en la cama de un desconocido.Otro acontecimiento en su lista de momentos cruciales. No sabía si sentirse satisfecha o lamentarlo.Eso sí, tenía claro que nadie podía enterarse, menos aún la familia Valle.Con el cuerpo adolorido y todo el pudor del mundo, Mireya se incorporó con sigilo, recogiendo su ropa que estaba tirada sobre la alfombra.Pero antes de poner un pie en el suelo, un brazo musculoso la rodeó por la cintura y de un tirón la atrajo hacia atrás, su espalda chocó contra un pecho desnudo y firme.Una voz perezosa, recién despierta, sonó en su oído, tan profunda y sensual que le aceleró el corazón.Ese mismo tono la había acompañado durante toda la noche.—¿Crees que puedes irte así de fácil después de lo que pasó?Mireya, sintiéndose un poco insegura, volteó y se topó de frente con la mirada juguetona del hombre.Ahora, completamente lúcida, Mireya se dio cuenta de que ese tipo era incluso más guapo de lo que había imaginado.Tenía rasgos marcados y definidos, facciones que resaltaban por sí solas: una nariz recta y elegante, pómulos altos, y bajo unas cejas intensas y bien delineadas, unos ojos que destilaban arrogancia y una especie de nobleza natural.Si uno analizaba cada parte de su cara por separado, todas parecían perfectas; ya ni hablar de cómo lucían juntas en ese mismo rostro.Pero la belleza de ese hombre tenía algo agresivo, como si de verdad pudiera cortarte con solo mirarte. Una presencia que no pasaba desapercibida, con una energía que intimidaba.En resumen, era de esos tipos que te dejan sin aliento de lo guapo que son.Por un segundo, Mireya pensó para sí: “Anoche sí que gané”.Pero lo de anoche era cosa del pasado. No tenía caso seguir enredándose más.Su situación actual ya era lo bastante delicada como para meterse en más problemas.El brazo del hombre seguía rodeando la cintura de Mireya, y debajo de la sábana, sus cuerpos desnudos todavía se tocaban, compartiendo ese calor que parecía quemar.Mireya empujó el pecho del hombre, como quien se desliza sin ataduras entre mil flores, y con una voz tranquila y serena, soltó:—Un tipo tan grande como tú, ¿no me digas que ahora quieres que me haga responsable?Claudio arqueó una ceja.—Ayer fui yo quien te salvó.Ya fuera de ese grupo de tipos morbosos que la acosaban, o el tema de la medicina que ella había tomado.—Pues yo ya pagué con mi cuerpo, ¿no? —contestó Mireya, como si no hubiera nada de raro en eso.Usar el cuerpo como pago, pues tampoco estaba tan mal, ¿o sí?—Con ese talento para cambiar las cosas a tu favor, deberías ser abogada defensora —le tiró el hombre, con un tono un tanto seco.—¿O qué? ¿Ahora quieres que me case contigo?Mireya levantó su muñeca delgada y le dio dos palmadas en el hombro.—En su trabajo, lo peor que pueden hacer es enamorarse de un cliente.Claudio frunció el ceño, y sus ojos oscuros se hicieron más profundos.¿Cliente?¿Eso era lo que ella pensaba de él?Mirando la cara tan “desapegada” de Mireya, ya no quedaba ni rastro de esa chica vulnerable que anoche le rogaba por ayuda.Había visto gente sin corazón, pero esto era otro nivel: ni una pizca de cariño después del acto.Mireya se sentó en la cama, se inclinó para recoger su ropa, y su cabello largo y suave cayó como una cascada, dejando al descubierto su espalda pálida y delicada.Claudio, recostado en la cabecera, entrecerró los ojos al ver las marcas rojas y moradas que él mismo había dejado en ella la noche anterior.Ayer parecía que no podía despegarse de él, y hoy ya ni lo reconocía. Vaya que esta mujer sí sabía cómo cortar lazos de golpe.Mireya se vistió, tomó el celular del hombre, desbloqueó la pantalla escaneando su cara, encontró el código de cobro y, sin dudar, le transfirió diez mil pesos.—Esto ya es mucho más de lo que se paga allá afuera. Espero que tengas ética profesional y no andes buscando más, ni vayas a contarle a nadie lo que pasó anoche.Sin mirar la cara del hombre, Mireya se fue dándose una palmadita en los pantalones.Era su primera noche de vuelta en la familia Valle y ya había pasado afuera, así que no podía perder más tiempo: tenía que regresar rápido....Apenas salió del cuarto, Mireya ya no pudo seguir fingiendo y se dejó caer, agotada, contra la pared.—¡Rayos! ¿Quién fue el que tomó la medicina anoche?Le dolía todo el cuerpo, hasta los huesos.Mientras se vestía, las manos le temblaban y no tenía idea de si el hombre lo había notado, pero su maldita necesidad de salir ganando la obligó a no dejarse ver vulnerable.Que su primera vez fuera con un tipo tan experimentado… ¿eso era suerte o una mala jugada del destino?Ya iba a mitad del pasillo cuando, de pronto, se detuvo en seco y llevó una mano a su cuello.¡No puede ser!Su amuleto de jade, el que siempre llevaba puesto, se había quedado en el hotel.La noche anterior, entre caricias y besos, ella había dicho que tenía frío, y él, después de bromear diciéndole “consentida”, le quitó el amuleto y lo puso a un lado.Cuando volvió al hotel, el hombre ya no estaba.La persona de limpieza estaba recogiendo el cuarto y le aseguró que no había visto nada.Mireya salió de ahí con el ánimo por los suelos. No tenía ni el nombre ni el contacto del tipo, ¿cómo iba a recuperar su amuleto?Ese era un objeto muy especial para ella, un regalo que sus padres adoptivos habían traído de una iglesia y que llevaba usando muchos años.Desanimada, llegó por fin a la casa de los Valle, solo para descubrir que a nadie le importaba si había llegado o no.Y bueno, tampoco podía esperar otra cosa, si ni siquiera había un mensaje o llamada en su celular.La familia Valle estaba reunida en la sala, los cuatro sentados platicando y riendo con Linda, escuchando sus historias, todos con una mirada llena de cariño auténtico.Ellos sí eran una verdadera familia. Mireya, en cambio, era como una intrusa, alguien que no encajaba y que solo venía a romper la armonía de los demás.—Mireya, ¿y tú, por qué saliste tan temprano? —preguntó Rocío, notando por fin su presencia.Ni siquiera se habían dado cuenta de que anoche no estuvo en casa.Mireya se mordió los labios y respondió rápido:—Perdí algo anoche, salí a buscarlo.—¿Qué cosa? ¿Era importante?—¿Qué podría tener ella que valga la pena? —saltó Linda, con una voz áspera—. Mireya, ya deja de andar con ese aire de pobreza, que no se diga que en la familia Valle andamos mal de dinero.—¡Linda! —la regañó Rocío, aunque sin mucha fuerza. Linda simplemente hizo un gesto de desinterés y sacó la lengua.—No es nada, voy a subir a descansar.Estaba agotada.Más cansada que después de una noche de pelea bajo las sábanas.Su habitación estaba al fondo del segundo piso.Escondida, apartada, igual que ella en esa casa.Casi no tenía luz, era pequeña, como si hubieran adaptado un almacén a las prisas para dársela.Mireya se tiró en la cama, se envolvió con la cobija y dejó que la tristeza la fuera envolviendo poco a poco.No sabía si era por estar ahora dependiendo de otros, en una vida donde no encajaba.O por haber perdido su amuleto de jade.O tal vez por haber entregado su primera vez a un extraño.Sea como sea, nada de eso era lo que ella había soñado.No lograba entender por qué la familia Valle había decidido reconocerla y traerla de vuelta.—Oigan, ¿esa es la hija ilegítima que la familia Valle acaba de traer de vuelta?—La del pueblo, la que parece salida del rancho... ¿qué hace aquí en nuestra fiesta?—¿A poco los papás de la familia Valle eran tan felices y aun así el señor tuvo otra hija por fuera?Las voces, llenas de chismes y veneno, no pararon ni un segundo desde que Mireya apareció. Los murmullos se arrastraban de un rincón a otro como culebras, enredándose en el aire sofocante del salón.Mireya, sin embargo, se mantuvo imperturbable. Sentada en un rincón, casi oculta a la vista, observaba en silencio el vaso frente a ella. El licor, de un tono dorado profundo, atrapaba la escasa luz, haciendo que el hielo empapado en brandy se derritiera despacio, sin hacer ruido.La fiesta la organizaron Óscar y Linda. Según ellos, era para presentarla con la gente del círculo social, para que la conocieran. Al principio, Linda se negaba a toda costa, pero vaya uno a saber qué le dijo Rocío, porque al final la fiesta se hizo.La excusa era que Mireya conociera a todos, pero en realidad nadie le prestó atención en toda la noche.Bueno, salvo al principio.Linda, con ese tono venenoso tan suyo, la presentó entre burlas y doble sentido, dejando claro que su presencia era incómoda, casi una mancha. Los demás solo la miraron con desdén, con esa mezcla de morbo y desprecio que lastima sin necesidad de palabras.Las chicas sentadas cerca de Mireya cuchicheaban sin vergüenza, tan fuerte que solo les faltaba señalarla con el dedo.¡Qué fastidio!Mireya levantó la mirada y les regaló una sonrisa tan dulce y serena que, en vez de tranquilizarlas, las hizo sentir incómodas, como si estuvieran desnudas ante un juez invisible.—Si tanto les interesa mi historia, ¿por qué no las llevo a mi casa y le preguntan directo a mi familia?Las dos muchachas se quedaron mudas, bajando la vista, tragándose el veneno que no se atrevieron a escupir de frente. Por muy incómodo que fuera su origen, la familia Valle era demasiado poderosa como para buscarse problemas.Al fin se callaron.El resto de la fiesta, Linda anduvo como mariposa de flor en flor, saludando a medio mundo y fingiendo que no miraba a Mireya... aunque de vez en cuando le lanzaba una mirada calculada, como para recordarle que ella solo era una invitada incómoda.Mireya lo entendía. Cuando alguien de afuera irrumpe en un círculo cerrado, siempre hay quien teme perder su lugar y hace teatro para demostrar que nada ni nadie puede romper esa armonía. La verdad, le parecía hasta gracioso. Mireya jamás tuvo intenciones de meterse en sus asuntos, mucho menos de pelear por algo que nunca fue suyo.Aun así, podía comprender el golpe que su llegada significaba para los Valle, y especialmente para Linda, la hija mimada, la que toda la vida creyó tener el cariño de su papá asegurado. El enojo y el miedo, en el fondo, se volvían palabras afiladas y chistes crueles. Y eso sí dolía.El grupito de siempre, amigos de toda la vida de los hermanos Valle o gente que buscaba quedar bien con ellos, no perdían oportunidad para humillar a Mireya.—Esa chava ni sabe lo que es una fiesta de verdad. Es del pueblo, seguro nunca ha visto algo así. Mejor ni la peles.—Seguro cuando llegó a los dieciocho ya se quería quedar en la casa. ¿Cuánto ha pasado y sigue de necia? A saber cómo convenció a mi papá... ¡Hasta logró que la reconocieran!Mireya apenas alzó los párpados, mirando a Linda que seguía hablando sin parar. Óscar, por su parte, intentó calmarla un par de veces, pero la consentía tanto que al final la dejó seguir con su show.Habían estado platicando y lanzando indirectas toda la noche, y ni sed les daba.De pronto, la puerta se abrió y entró un hombre. Linda reaccionó como si le hubieran prendido un cohete, corriendo hacia él con una sonrisa empalagosa, los ojos casi cerrados de la emoción.—¡Claudio! Qué bueno que viniste.Mireya lo vio y de inmediato se le heló la sangre.El tipo era alto, de figura elegante y segura. Al entrar, le pasó el saco al mesero con una naturalidad envidiable. Llevaba una camisa negra metida en los pantalones de vestir, los primeros botones abiertos, mostrando apenas los músculos del pecho. Tenía el porte de alguien acostumbrado a dominar cualquier lugar, y sus ojos, fríos y distantes, parecían capaces de atravesarlo todo.Era el mismo con el que Mireya había terminado en la cama esa noche.Su primer pensamiento fue:“Ya llegó el gigoló.”Pero al ver cómo todos se apresuraban a saludarlo y el entusiasmo con el que Linda se le pegaba, Mireya empezó a dudar...Capítulo 2Dentro de la suite del hotel, el ambiente ardía de pasión.Una figura femenina de curvas marcadas se encontraba sobre un hombre, intentando con torpeza y ansiedad desabotonar su camisa. Sus dedos, débiles y temblorosos, batallaban sin éxito, frustrándose más a cada segundo.Una mano cálida y fuerte atrapó la suya, y la voz del hombre, ronca y grave, resonó en el aire.—¿Tienes idea de lo que estás haciendo? ¡Reacciona! Llamé a un doctor para que viniera.Mireya Valle, dominada por los efectos del medicamento, había perdido toda noción de la razón. Una comezón insoportable se apoderaba de su cuerpo, la desesperaba, y fruncía el ceño mientras lo urgía con voz entrecortada.—Ayúdame, por favor.Claudio Aguilera bajó la mirada, sus ojos oscuros y profundos asemejaban los de una bestia acechando en medio de la selva, fijos en la mujer sobre él.Los rasgos delicados de Mireya, acentuados por el efecto de la droga, destilaban un magnetismo irresistible. Su piel se ruborizaba, los ojos perdidos y las labios entreabiertos se tornaban aún más atractivos.El vestido corto color lila, con estampado de flores, se ceñía a su figura, acentuando la inocencia y el deseo que se mezclaban en su presencia.Al no obtener respuesta, Mireya perdió la paciencia. Golpeó suavemente el pecho firme de Claudio y, con una mezcla de enojo y coquetería, soltó:—¿Qué pasa contigo? Si no puedes, mejor que venga otro.Las manos que la sujetaban por la cintura se cerraron con fuerza, la mirada de Claudio se oscureció y su voz, cargada de advertencia, retumbó.—¿Así que quieres buscar a otro?La desesperación de Mireya rozaba la locura.Ese mismo día, la acababan de traer de regreso con la familia Valle. Sus padres les pidieron a Óscar Valle y Linda Valle que la sacaran a distraerse.Linda no se molestó en ocultar lo poco que la soportaba, y Óscar, tan sobreprotector con su hermana, la ignoró por completo. Los dos la abandonaron en el bar y desaparecieron sin decir nada.Mireya, consciente de lo incómoda que era su presencia y arrastrando el ánimo por los suelos, terminó bebiendo más de la cuenta.Varias personas se le acercaron con intenciones dudosas, y aunque Mireya se mantuvo alerta, no pudo evitar que alguien con malas intenciones la drogara sin que se diera cuenta.Más tarde, Claudio la rescató, pero el efecto del medicamento era brutal. Si no hubiera sido por la desesperación y porque el tipo era bastante atractivo, Mireya jamás hubiese terminado en la cama con su salvador.¡Pero, de verdad, ¿este tipo era hombre o qué?!Ella ya había dado todas las señales, y él seguía resistiéndose como si nada. ¿Acaso era un ninja tortuga? ¿O tenía corazón de piedra?Sentía como si miles de hormigas le recorrieran la piel, una necesidad que la enloquecía.La droga avivaba un deseo salvaje, y la urgencia de liberar ese impulso la mantenía al borde del colapso.Atrapó el cuello de la camisa de Claudio, se inclinó y lo besó en los labios sin dudar.Sus ojos, cargados de sensualidad, lo miraban con descaro, como si una pluma le hiciera cosquillas en el corazón.Tomó la mano de él y la guió hasta su muslo, invitándolo a ir más allá, a descubrir el secreto mejor guardado.La voz de Mireya sonó suave, casi infantil, sin darse cuenta de lo provocadora que resultaba en ese instante.—Te quiero a ti.Ese “boom” interno fue como el estallido de un volcán, y la última cuerda de autocontrol de Claudio se rompió.Las venas marcadas en su frente delataban la lucha interna. Pero después de tanta provocación, no iba a seguir actuando como un santo.En un movimiento rápido, la giró y la dejó debajo de él, su voz ronca y autoritaria advirtió:—Que quede claro, tú lo pediste.El brazo níveo de Mireya se enredó en su hombro, y ella besó la comisura de sus labios, con una voz tan dulce que derretía a cualquiera.—Por favor, hazlo ya.El beso que siguió fue feroz, acallando los suspiros que se escapaban de ella, aunque no pudo contener algunos gemidos llenos de deseo.Las manos de Claudio, por fin, se deshicieron de la ropa que estorbaba, arrojándola al borde de la cama. Sus cuerpos, perfectamente encajados, se buscaron y se encontraron sin reservas.La suite, amplia y silenciosa, se llenó de una atmósfera embriagadora y vibrante, donde la pasión lo tiñó todo.La noche avanzó, la luna se ocultó y la intimidad fue desvaneciéndose poco a poco......Mireya despertó al día siguiente cegada por la luz que entraba por la ventana, olvidando que la noche anterior ni siquiera cerró las cortinas.No podía creer que, en su primer día de regreso a Aguamar, había terminado en la cama de un desconocido.Otro acontecimiento en su lista de momentos cruciales. No sabía si sentirse satisfecha o lamentarlo.Eso sí, tenía claro que nadie podía enterarse, menos aún la familia Valle.Con el cuerpo adolorido y todo el pudor del mundo, Mireya se incorporó con sigilo, recogiendo su ropa que estaba tirada sobre la alfombra.Pero antes de poner un pie en el suelo, un brazo musculoso la rodeó por la cintura y de un tirón la atrajo hacia atrás, su espalda chocó contra un pecho desnudo y firme.Una voz perezosa, recién despierta, sonó en su oído, tan profunda y sensual que le aceleró el corazón.Ese mismo tono la había acompañado durante toda la noche.—¿Crees que puedes irte así de fácil después de lo que pasó?Mireya, sintiéndose un poco insegura, volteó y se topó de frente con la mirada juguetona del hombre.Ahora, completamente lúcida, Mireya se dio cuenta de que ese tipo era incluso más guapo de lo que había imaginado.Tenía rasgos marcados y definidos, facciones que resaltaban por sí solas: una nariz recta y elegante, pómulos altos, y bajo unas cejas intensas y bien delineadas, unos ojos que destilaban arrogancia y una especie de nobleza natural.Si uno analizaba cada parte de su cara por separado, todas parecían perfectas; ya ni hablar de cómo lucían juntas en ese mismo rostro.Pero la belleza de ese hombre tenía algo agresivo, como si de verdad pudiera cortarte con solo mirarte. Una presencia que no pasaba desapercibida, con una energía que intimidaba.En resumen, era de esos tipos que te dejan sin aliento de lo guapo que son.Por un segundo, Mireya pensó para sí: “Anoche sí que gané”.Pero lo de anoche era cosa del pasado. No tenía caso seguir enredándose más.Su situación actual ya era lo bastante delicada como para meterse en más problemas.El brazo del hombre seguía rodeando la cintura de Mireya, y debajo de la sábana, sus cuerpos desnudos todavía se tocaban, compartiendo ese calor que parecía quemar.Mireya empujó el pecho del hombre, como quien se desliza sin ataduras entre mil flores, y con una voz tranquila y serena, soltó:—Un tipo tan grande como tú, ¿no me digas que ahora quieres que me haga responsable?Claudio arqueó una ceja.—Ayer fui yo quien te salvó.Ya fuera de ese grupo de tipos morbosos que la acosaban, o el tema de la medicina que ella había tomado.—Pues yo ya pagué con mi cuerpo, ¿no? —contestó Mireya, como si no hubiera nada de raro en eso.Usar el cuerpo como pago, pues tampoco estaba tan mal, ¿o sí?—Con ese talento para cambiar las cosas a tu favor, deberías ser abogada defensora —le tiró el hombre, con un tono un tanto seco.—¿O qué? ¿Ahora quieres que me case contigo?Mireya levantó su muñeca delgada y le dio dos palmadas en el hombro.—En su trabajo, lo peor que pueden hacer es enamorarse de un cliente.Claudio frunció el ceño, y sus ojos oscuros se hicieron más profundos.¿Cliente?¿Eso era lo que ella pensaba de él?Mirando la cara tan “desapegada” de Mireya, ya no quedaba ni rastro de esa chica vulnerable que anoche le rogaba por ayuda.Había visto gente sin corazón, pero esto era otro nivel: ni una pizca de cariño después del acto.Mireya se sentó en la cama, se inclinó para recoger su ropa, y su cabello largo y suave cayó como una cascada, dejando al descubierto su espalda pálida y delicada.Claudio, recostado en la cabecera, entrecerró los ojos al ver las marcas rojas y moradas que él mismo había dejado en ella la noche anterior.Ayer parecía que no podía despegarse de él, y hoy ya ni lo reconocía. Vaya que esta mujer sí sabía cómo cortar lazos de golpe.Mireya se vistió, tomó el celular del hombre, desbloqueó la pantalla escaneando su cara, encontró el código de cobro y, sin dudar, le transfirió diez mil pesos.—Esto ya es mucho más de lo que se paga allá afuera. Espero que tengas ética profesional y no andes buscando más, ni vayas a contarle a nadie lo que pasó anoche.Sin mirar la cara del hombre, Mireya se fue dándose una palmadita en los pantalones.Era su primera noche de vuelta en la familia Valle y ya había pasado afuera, así que no podía perder más tiempo: tenía que regresar rápido....Apenas salió del cuarto, Mireya ya no pudo seguir fingiendo y se dejó caer, agotada, contra la pared.—¡Rayos! ¿Quién fue el que tomó la medicina anoche?Le dolía todo el cuerpo, hasta los huesos.Mientras se vestía, las manos le temblaban y no tenía idea de si el hombre lo había notado, pero su maldita necesidad de salir ganando la obligó a no dejarse ver vulnerable.Que su primera vez fuera con un tipo tan experimentado… ¿eso era suerte o una mala jugada del destino?Ya iba a mitad del pasillo cuando, de pronto, se detuvo en seco y llevó una mano a su cuello.¡No puede ser!Su amuleto de jade, el que siempre llevaba puesto, se había quedado en el hotel.La noche anterior, entre caricias y besos, ella había dicho que tenía frío, y él, después de bromear diciéndole “consentida”, le quitó el amuleto y lo puso a un lado.Cuando volvió al hotel, el hombre ya no estaba.La persona de limpieza estaba recogiendo el cuarto y le aseguró que no había visto nada.Mireya salió de ahí con el ánimo por los suelos. No tenía ni el nombre ni el contacto del tipo, ¿cómo iba a recuperar su amuleto?Ese era un objeto muy especial para ella, un regalo que sus padres adoptivos habían traído de una iglesia y que llevaba usando muchos años.Desanimada, llegó por fin a la casa de los Valle, solo para descubrir que a nadie le importaba si había llegado o no.Y bueno, tampoco podía esperar otra cosa, si ni siquiera había un mensaje o llamada en su celular.La familia Valle estaba reunida en la sala, los cuatro sentados platicando y riendo con Linda, escuchando sus historias, todos con una mirada llena de cariño auténtico.Ellos sí eran una verdadera familia. Mireya, en cambio, era como una intrusa, alguien que no encajaba y que solo venía a romper la armonía de los demás.—Mireya, ¿y tú, por qué saliste tan temprano? —preguntó Rocío, notando por fin su presencia.Ni siquiera se habían dado cuenta de que anoche no estuvo en casa.Mireya se mordió los labios y respondió rápido:—Perdí algo anoche, salí a buscarlo.—¿Qué cosa? ¿Era importante?—¿Qué podría tener ella que valga la pena? —saltó Linda, con una voz áspera—. Mireya, ya deja de andar con ese aire de pobreza, que no se diga que en la familia Valle andamos mal de dinero.—¡Linda! —la regañó Rocío, aunque sin mucha fuerza. Linda simplemente hizo un gesto de desinterés y sacó la lengua.—No es nada, voy a subir a descansar.Estaba agotada.Más cansada que después de una noche de pelea bajo las sábanas.Su habitación estaba al fondo del segundo piso.Escondida, apartada, igual que ella en esa casa.Casi no tenía luz, era pequeña, como si hubieran adaptado un almacén a las prisas para dársela.Mireya se tiró en la cama, se envolvió con la cobija y dejó que la tristeza la fuera envolviendo poco a poco.No sabía si era por estar ahora dependiendo de otros, en una vida donde no encajaba.O por haber perdido su amuleto de jade.O tal vez por haber entregado su primera vez a un extraño.Sea como sea, nada de eso era lo que ella había soñado.No lograba entender por qué la familia Valle había decidido reconocerla y traerla de vuelta.—Oigan, ¿esa es la hija ilegítima que la familia Valle acaba de traer de vuelta?—La del pueblo, la que parece salida del rancho... ¿qué hace aquí en nuestra fiesta?—¿A poco los papás de la familia Valle eran tan felices y aun así el señor tuvo otra hija por fuera?Las voces, llenas de chismes y veneno, no pararon ni un segundo desde que Mireya apareció. Los murmullos se arrastraban de un rincón a otro como culebras, enredándose en el aire sofocante del salón.Mireya, sin embargo, se mantuvo imperturbable. Sentada en un rincón, casi oculta a la vista, observaba en silencio el vaso frente a ella. El licor, de un tono dorado profundo, atrapaba la escasa luz, haciendo que el hielo empapado en brandy se derritiera despacio, sin hacer ruido.La fiesta la organizaron Óscar y Linda. Según ellos, era para presentarla con la gente del círculo social, para que la conocieran. Al principio, Linda se negaba a toda costa, pero vaya uno a saber qué le dijo Rocío, porque al final la fiesta se hizo.La excusa era que Mireya conociera a todos, pero en realidad nadie le prestó atención en toda la noche.Bueno, salvo al principio.Linda, con ese tono venenoso tan suyo, la presentó entre burlas y doble sentido, dejando claro que su presencia era incómoda, casi una mancha. Los demás solo la miraron con desdén, con esa mezcla de morbo y desprecio que lastima sin necesidad de palabras.Las chicas sentadas cerca de Mireya cuchicheaban sin vergüenza, tan fuerte que solo les faltaba señalarla con el dedo.¡Qué fastidio!Mireya levantó la mirada y les regaló una sonrisa tan dulce y serena que, en vez de tranquilizarlas, las hizo sentir incómodas, como si estuvieran desnudas ante un juez invisible.—Si tanto les interesa mi historia, ¿por qué no las llevo a mi casa y le preguntan directo a mi familia?Las dos muchachas se quedaron mudas, bajando la vista, tragándose el veneno que no se atrevieron a escupir de frente. Por muy incómodo que fuera su origen, la familia Valle era demasiado poderosa como para buscarse problemas.Al fin se callaron.El resto de la fiesta, Linda anduvo como mariposa de flor en flor, saludando a medio mundo y fingiendo que no miraba a Mireya... aunque de vez en cuando le lanzaba una mirada calculada, como para recordarle que ella solo era una invitada incómoda.Mireya lo entendía. Cuando alguien de afuera irrumpe en un círculo cerrado, siempre hay quien teme perder su lugar y hace teatro para demostrar que nada ni nadie puede romper esa armonía. La verdad, le parecía hasta gracioso. Mireya jamás tuvo intenciones de meterse en sus asuntos, mucho menos de pelear por algo que nunca fue suyo.Aun así, podía comprender el golpe que su llegada significaba para los Valle, y especialmente para Linda, la hija mimada, la que toda la vida creyó tener el cariño de su papá asegurado. El enojo y el miedo, en el fondo, se volvían palabras afiladas y chistes crueles. Y eso sí dolía.El grupito de siempre, amigos de toda la vida de los hermanos Valle o gente que buscaba quedar bien con ellos, no perdían oportunidad para humillar a Mireya.—Esa chava ni sabe lo que es una fiesta de verdad. Es del pueblo, seguro nunca ha visto algo así. Mejor ni la peles.—Seguro cuando llegó a los dieciocho ya se quería quedar en la casa. ¿Cuánto ha pasado y sigue de necia? A saber cómo convenció a mi papá... ¡Hasta logró que la reconocieran!Mireya apenas alzó los párpados, mirando a Linda que seguía hablando sin parar. Óscar, por su parte, intentó calmarla un par de veces, pero la consentía tanto que al final la dejó seguir con su show.Habían estado platicando y lanzando indirectas toda la noche, y ni sed les daba.De pronto, la puerta se abrió y entró un hombre. Linda reaccionó como si le hubieran prendido un cohete, corriendo hacia él con una sonrisa empalagosa, los ojos casi cerrados de la emoción.—¡Claudio! Qué bueno que viniste.Mireya lo vio y de inmediato se le heló la sangre.El tipo era alto, de figura elegante y segura. Al entrar, le pasó el saco al mesero con una naturalidad envidiable. Llevaba una camisa negra metida en los pantalones de vestir, los primeros botones abiertos, mostrando apenas los músculos del pecho. Tenía el porte de alguien acostumbrado a dominar cualquier lugar, y sus ojos, fríos y distantes, parecían capaces de atravesarlo todo.Era el mismo con el que Mireya había terminado en la cama esa noche.Su primer pensamiento fue:“Ya llegó el gigoló.”Pero al ver cómo todos se apresuraban a saludarlo y el entusiasmo con el que Linda se le pegaba, Mireya empezó a dudar...Capítulo 3Dentro de la suite del hotel, el ambiente ardía de pasión.Una figura femenina de curvas marcadas se encontraba sobre un hombre, intentando con torpeza y ansiedad desabotonar su camisa. Sus dedos, débiles y temblorosos, batallaban sin éxito, frustrándose más a cada segundo.Una mano cálida y fuerte atrapó la suya, y la voz del hombre, ronca y grave, resonó en el aire.—¿Tienes idea de lo que estás haciendo? ¡Reacciona! Llamé a un doctor para que viniera.Mireya Valle, dominada por los efectos del medicamento, había perdido toda noción de la razón. Una comezón insoportable se apoderaba de su cuerpo, la desesperaba, y fruncía el ceño mientras lo urgía con voz entrecortada.—Ayúdame, por favor.Claudio Aguilera bajó la mirada, sus ojos oscuros y profundos asemejaban los de una bestia acechando en medio de la selva, fijos en la mujer sobre él.Los rasgos delicados de Mireya, acentuados por el efecto de la droga, destilaban un magnetismo irresistible. Su piel se ruborizaba, los ojos perdidos y las labios entreabiertos se tornaban aún más atractivos.El vestido corto color lila, con estampado de flores, se ceñía a su figura, acentuando la inocencia y el deseo que se mezclaban en su presencia.Al no obtener respuesta, Mireya perdió la paciencia. Golpeó suavemente el pecho firme de Claudio y, con una mezcla de enojo y coquetería, soltó:—¿Qué pasa contigo? Si no puedes, mejor que venga otro.Las manos que la sujetaban por la cintura se cerraron con fuerza, la mirada de Claudio se oscureció y su voz, cargada de advertencia, retumbó.—¿Así que quieres buscar a otro?La desesperación de Mireya rozaba la locura.Ese mismo día, la acababan de traer de regreso con la familia Valle. Sus padres les pidieron a Óscar Valle y Linda Valle que la sacaran a distraerse.Linda no se molestó en ocultar lo poco que la soportaba, y Óscar, tan sobreprotector con su hermana, la ignoró por completo. Los dos la abandonaron en el bar y desaparecieron sin decir nada.Mireya, consciente de lo incómoda que era su presencia y arrastrando el ánimo por los suelos, terminó bebiendo más de la cuenta.Varias personas se le acercaron con intenciones dudosas, y aunque Mireya se mantuvo alerta, no pudo evitar que alguien con malas intenciones la drogara sin que se diera cuenta.Más tarde, Claudio la rescató, pero el efecto del medicamento era brutal. Si no hubiera sido por la desesperación y porque el tipo era bastante atractivo, Mireya jamás hubiese terminado en la cama con su salvador.¡Pero, de verdad, ¿este tipo era hombre o qué?!Ella ya había dado todas las señales, y él seguía resistiéndose como si nada. ¿Acaso era un ninja tortuga? ¿O tenía corazón de piedra?Sentía como si miles de hormigas le recorrieran la piel, una necesidad que la enloquecía.La droga avivaba un deseo salvaje, y la urgencia de liberar ese impulso la mantenía al borde del colapso.Atrapó el cuello de la camisa de Claudio, se inclinó y lo besó en los labios sin dudar.Sus ojos, cargados de sensualidad, lo miraban con descaro, como si una pluma le hiciera cosquillas en el corazón.Tomó la mano de él y la guió hasta su muslo, invitándolo a ir más allá, a descubrir el secreto mejor guardado.La voz de Mireya sonó suave, casi infantil, sin darse cuenta de lo provocadora que resultaba en ese instante.—Te quiero a ti.Ese “boom” interno fue como el estallido de un volcán, y la última cuerda de autocontrol de Claudio se rompió.Las venas marcadas en su frente delataban la lucha interna. Pero después de tanta provocación, no iba a seguir actuando como un santo.En un movimiento rápido, la giró y la dejó debajo de él, su voz ronca y autoritaria advirtió:—Que quede claro, tú lo pediste.El brazo níveo de Mireya se enredó en su hombro, y ella besó la comisura de sus labios, con una voz tan dulce que derretía a cualquiera.—Por favor, hazlo ya.El beso que siguió fue feroz, acallando los suspiros que se escapaban de ella, aunque no pudo contener algunos gemidos llenos de deseo.Las manos de Claudio, por fin, se deshicieron de la ropa que estorbaba, arrojándola al borde de la cama. Sus cuerpos, perfectamente encajados, se buscaron y se encontraron sin reservas.La suite, amplia y silenciosa, se llenó de una atmósfera embriagadora y vibrante, donde la pasión lo tiñó todo.La noche avanzó, la luna se ocultó y la intimidad fue desvaneciéndose poco a poco......Mireya despertó al día siguiente cegada por la luz que entraba por la ventana, olvidando que la noche anterior ni siquiera cerró las cortinas.No podía creer que, en su primer día de regreso a Aguamar, había terminado en la cama de un desconocido.Otro acontecimiento en su lista de momentos cruciales. No sabía si sentirse satisfecha o lamentarlo.Eso sí, tenía claro que nadie podía enterarse, menos aún la familia Valle.Con el cuerpo adolorido y todo el pudor del mundo, Mireya se incorporó con sigilo, recogiendo su ropa que estaba tirada sobre la alfombra.Pero antes de poner un pie en el suelo, un brazo musculoso la rodeó por la cintura y de un tirón la atrajo hacia atrás, su espalda chocó contra un pecho desnudo y firme.Una voz perezosa, recién despierta, sonó en su oído, tan profunda y sensual que le aceleró el corazón.Ese mismo tono la había acompañado durante toda la noche.—¿Crees que puedes irte así de fácil después de lo que pasó?Mireya, sintiéndose un poco insegura, volteó y se topó de frente con la mirada juguetona del hombre.Ahora, completamente lúcida, Mireya se dio cuenta de que ese tipo era incluso más guapo de lo que había imaginado.Tenía rasgos marcados y definidos, facciones que resaltaban por sí solas: una nariz recta y elegante, pómulos altos, y bajo unas cejas intensas y bien delineadas, unos ojos que destilaban arrogancia y una especie de nobleza natural.Si uno analizaba cada parte de su cara por separado, todas parecían perfectas; ya ni hablar de cómo lucían juntas en ese mismo rostro.Pero la belleza de ese hombre tenía algo agresivo, como si de verdad pudiera cortarte con solo mirarte. Una presencia que no pasaba desapercibida, con una energía que intimidaba.En resumen, era de esos tipos que te dejan sin aliento de lo guapo que son.Por un segundo, Mireya pensó para sí: “Anoche sí que gané”.Pero lo de anoche era cosa del pasado. No tenía caso seguir enredándose más.Su situación actual ya era lo bastante delicada como para meterse en más problemas.El brazo del hombre seguía rodeando la cintura de Mireya, y debajo de la sábana, sus cuerpos desnudos todavía se tocaban, compartiendo ese calor que parecía quemar.Mireya empujó el pecho del hombre, como quien se desliza sin ataduras entre mil flores, y con una voz tranquila y serena, soltó:—Un tipo tan grande como tú, ¿no me digas que ahora quieres que me haga responsable?Claudio arqueó una ceja.—Ayer fui yo quien te salvó.Ya fuera de ese grupo de tipos morbosos que la acosaban, o el tema de la medicina que ella había tomado.—Pues yo ya pagué con mi cuerpo, ¿no? —contestó Mireya, como si no hubiera nada de raro en eso.Usar el cuerpo como pago, pues tampoco estaba tan mal, ¿o sí?—Con ese talento para cambiar las cosas a tu favor, deberías ser abogada defensora —le tiró el hombre, con un tono un tanto seco.—¿O qué? ¿Ahora quieres que me case contigo?Mireya levantó su muñeca delgada y le dio dos palmadas en el hombro.—En su trabajo, lo peor que pueden hacer es enamorarse de un cliente.Claudio frunció el ceño, y sus ojos oscuros se hicieron más profundos.¿Cliente?¿Eso era lo que ella pensaba de él?Mirando la cara tan “desapegada” de Mireya, ya no quedaba ni rastro de esa chica vulnerable que anoche le rogaba por ayuda.Había visto gente sin corazón, pero esto era otro nivel: ni una pizca de cariño después del acto.Mireya se sentó en la cama, se inclinó para recoger su ropa, y su cabello largo y suave cayó como una cascada, dejando al descubierto su espalda pálida y delicada.Claudio, recostado en la cabecera, entrecerró los ojos al ver las marcas rojas y moradas que él mismo había dejado en ella la noche anterior.Ayer parecía que no podía despegarse de él, y hoy ya ni lo reconocía. Vaya que esta mujer sí sabía cómo cortar lazos de golpe.Mireya se vistió, tomó el celular del hombre, desbloqueó la pantalla escaneando su cara, encontró el código de cobro y, sin dudar, le transfirió diez mil pesos.—Esto ya es mucho más de lo que se paga allá afuera. Espero que tengas ética profesional y no andes buscando más, ni vayas a contarle a nadie lo que pasó anoche.Sin mirar la cara del hombre, Mireya se fue dándose una palmadita en los pantalones.Era su primera noche de vuelta en la familia Valle y ya había pasado afuera, así que no podía perder más tiempo: tenía que regresar rápido....Apenas salió del cuarto, Mireya ya no pudo seguir fingiendo y se dejó caer, agotada, contra la pared.—¡Rayos! ¿Quién fue el que tomó la medicina anoche?Le dolía todo el cuerpo, hasta los huesos.Mientras se vestía, las manos le temblaban y no tenía idea de si el hombre lo había notado, pero su maldita necesidad de salir ganando la obligó a no dejarse ver vulnerable.Que su primera vez fuera con un tipo tan experimentado… ¿eso era suerte o una mala jugada del destino?Ya iba a mitad del pasillo cuando, de pronto, se detuvo en seco y llevó una mano a su cuello.¡No puede ser!Su amuleto de jade, el que siempre llevaba puesto, se había quedado en el hotel.La noche anterior, entre caricias y besos, ella había dicho que tenía frío, y él, después de bromear diciéndole “consentida”, le quitó el amuleto y lo puso a un lado.Cuando volvió al hotel, el hombre ya no estaba.La persona de limpieza estaba recogiendo el cuarto y le aseguró que no había visto nada.Mireya salió de ahí con el ánimo por los suelos. No tenía ni el nombre ni el contacto del tipo, ¿cómo iba a recuperar su amuleto?Ese era un objeto muy especial para ella, un regalo que sus padres adoptivos habían traído de una iglesia y que llevaba usando muchos años.Desanimada, llegó por fin a la casa de los Valle, solo para descubrir que a nadie le importaba si había llegado o no.Y bueno, tampoco podía esperar otra cosa, si ni siquiera había un mensaje o llamada en su celular.La familia Valle estaba reunida en la sala, los cuatro sentados platicando y riendo con Linda, escuchando sus historias, todos con una mirada llena de cariño auténtico.Ellos sí eran una verdadera familia. Mireya, en cambio, era como una intrusa, alguien que no encajaba y que solo venía a romper la armonía de los demás.—Mireya, ¿y tú, por qué saliste tan temprano? —preguntó Rocío, notando por fin su presencia.Ni siquiera se habían dado cuenta de que anoche no estuvo en casa.Mireya se mordió los labios y respondió rápido:—Perdí algo anoche, salí a buscarlo.—¿Qué cosa? ¿Era importante?—¿Qué podría tener ella que valga la pena? —saltó Linda, con una voz áspera—. Mireya, ya deja de andar con ese aire de pobreza, que no se diga que en la familia Valle andamos mal de dinero.—¡Linda! —la regañó Rocío, aunque sin mucha fuerza. Linda simplemente hizo un gesto de desinterés y sacó la lengua.—No es nada, voy a subir a descansar.Estaba agotada.Más cansada que después de una noche de pelea bajo las sábanas.Su habitación estaba al fondo del segundo piso.Escondida, apartada, igual que ella en esa casa.Casi no tenía luz, era pequeña, como si hubieran adaptado un almacén a las prisas para dársela.Mireya se tiró en la cama, se envolvió con la cobija y dejó que la tristeza la fuera envolviendo poco a poco.No sabía si era por estar ahora dependiendo de otros, en una vida donde no encajaba.O por haber perdido su amuleto de jade.O tal vez por haber entregado su primera vez a un extraño.Sea como sea, nada de eso era lo que ella había soñado.No lograba entender por qué la familia Valle había decidido reconocerla y traerla de vuelta.—Oigan, ¿esa es la hija ilegítima que la familia Valle acaba de traer de vuelta?—La del pueblo, la que parece salida del rancho... ¿qué hace aquí en nuestra fiesta?—¿A poco los papás de la familia Valle eran tan felices y aun así el señor tuvo otra hija por fuera?Las voces, llenas de chismes y veneno, no pararon ni un segundo desde que Mireya apareció. Los murmullos se arrastraban de un rincón a otro como culebras, enredándose en el aire sofocante del salón.Mireya, sin embargo, se mantuvo imperturbable. Sentada en un rincón, casi oculta a la vista, observaba en silencio el vaso frente a ella. El licor, de un tono dorado profundo, atrapaba la escasa luz, haciendo que el hielo empapado en brandy se derritiera despacio, sin hacer ruido.La fiesta la organizaron Óscar y Linda. Según ellos, era para presentarla con la gente del círculo social, para que la conocieran. Al principio, Linda se negaba a toda costa, pero vaya uno a saber qué le dijo Rocío, porque al final la fiesta se hizo.La excusa era que Mireya conociera a todos, pero en realidad nadie le prestó atención en toda la noche.Bueno, salvo al principio.Linda, con ese tono venenoso tan suyo, la presentó entre burlas y doble sentido, dejando claro que su presencia era incómoda, casi una mancha. Los demás solo la miraron con desdén, con esa mezcla de morbo y desprecio que lastima sin necesidad de palabras.Las chicas sentadas cerca de Mireya cuchicheaban sin vergüenza, tan fuerte que solo les faltaba señalarla con el dedo.¡Qué fastidio!Mireya levantó la mirada y les regaló una sonrisa tan dulce y serena que, en vez de tranquilizarlas, las hizo sentir incómodas, como si estuvieran desnudas ante un juez invisible.—Si tanto les interesa mi historia, ¿por qué no las llevo a mi casa y le preguntan directo a mi familia?Las dos muchachas se quedaron mudas, bajando la vista, tragándose el veneno que no se atrevieron a escupir de frente. Por muy incómodo que fuera su origen, la familia Valle era demasiado poderosa como para buscarse problemas.Al fin se callaron.El resto de la fiesta, Linda anduvo como mariposa de flor en flor, saludando a medio mundo y fingiendo que no miraba a Mireya... aunque de vez en cuando le lanzaba una mirada calculada, como para recordarle que ella solo era una invitada incómoda.Mireya lo entendía. Cuando alguien de afuera irrumpe en un círculo cerrado, siempre hay quien teme perder su lugar y hace teatro para demostrar que nada ni nadie puede romper esa armonía. La verdad, le parecía hasta gracioso. Mireya jamás tuvo intenciones de meterse en sus asuntos, mucho menos de pelear por algo que nunca fue suyo.Aun así, podía comprender el golpe que su llegada significaba para los Valle, y especialmente para Linda, la hija mimada, la que toda la vida creyó tener el cariño de su papá asegurado. El enojo y el miedo, en el fondo, se volvían palabras afiladas y chistes crueles. Y eso sí dolía.El grupito de siempre, amigos de toda la vida de los hermanos Valle o gente que buscaba quedar bien con ellos, no perdían oportunidad para humillar a Mireya.—Esa chava ni sabe lo que es una fiesta de verdad. Es del pueblo, seguro nunca ha visto algo así. Mejor ni la peles.—Seguro cuando llegó a los dieciocho ya se quería quedar en la casa. ¿Cuánto ha pasado y sigue de necia? A saber cómo convenció a mi papá... ¡Hasta logró que la reconocieran!Mireya apenas alzó los párpados, mirando a Linda que seguía hablando sin parar. Óscar, por su parte, intentó calmarla un par de veces, pero la consentía tanto que al final la dejó seguir con su show.Habían estado platicando y lanzando indirectas toda la noche, y ni sed les daba.De pronto, la puerta se abrió y entró un hombre. Linda reaccionó como si le hubieran prendido un cohete, corriendo hacia él con una sonrisa empalagosa, los ojos casi cerrados de la emoción.—¡Claudio! Qué bueno que viniste.Mireya lo vio y de inmediato se le heló la sangre.El tipo era alto, de figura elegante y segura. Al entrar, le pasó el saco al mesero con una naturalidad envidiable. Llevaba una camisa negra metida en los pantalones de vestir, los primeros botones abiertos, mostrando apenas los músculos del pecho. Tenía el porte de alguien acostumbrado a dominar cualquier lugar, y sus ojos, fríos y distantes, parecían capaces de atravesarlo todo.Era el mismo con el que Mireya había terminado en la cama esa noche.Su primer pensamiento fue:“Ya llegó el gigoló.”Pero al ver cómo todos se apresuraban a saludarlo y el entusiasmo con el que Linda se le pegaba, Mireya empezó a dudar...

Sigue leyendo