Capítulo 1A los dieciocho años, Cristina murió.El freno del carro falló sin aviso mientras cruzaba el puente elevado. Para no arrollar a un grupo de personas, giró el volante con fuerza.El carro rompió la barrera y salió disparado hacia el río.El agua cubrió todo el vehículo. Mientras la oscuridad la envolvía, fragmentos de recuerdos comenzaron a parpadear en su mente.En esos retazos de memoria, Cristina vio otra versión de su vida.Había escuchado una vez sobre la teoría de los mundos paralelos, nacida de la paradoja del gato de Schrödinger. Decían que cada decisión que tomamos nos lleva a un universo diferente, a un destino distinto.Cuando el tiempo deja de ser una simple corriente, cada elección nos lanza a un nuevo espacio paralelo. Y ahora, justo antes de morir, ella podía ver la vida de su familia en otro mundo.En esa vida, vio la forma de sus tres hermanos. Sus siluetas se agitaban como ondas en el agua: borrosas, pero tan cercanas que podía casi tocarlas.El mayor, Federico, era un empresario implacable, siempre con su pulsera de rosario en la muñeca, pero acabó destruido tras una guerra de negocios con otro hombre.Oliver, el segundo, era un artista famoso, rebelde y criticado por todos. En los programas de televisión siempre se enfrentaba al mismo hombre, que en realidad era un famoso actor. Al final, el acoso de las redes sociales lo llevó a la depresión y terminó quitándose la vida.Ángel, el menor, era conocido por pelearse en la escuela. Nunca estudiaba, siempre metido en líos y terminó hiriendo gravemente al hermano de ese hombre, lo que lo llevó directo a la cárcel.¿Y ella? En esa otra vida, había muerto joven, en la secundaria, siendo el gran amor de ese hombre. Su única función era ser la tragedia que motivara su final feliz con otra mujer.Mirando esas escenas, Cristina sintió que el pecho le ardía de rabia. Quería meterse a la fuerza en ese otro mundo y destrozar ese destino injusto.¿Quién aguantaría una vida tan miserable?De pronto, una oleada de adrenalina la recorrió, como si saliera a la superficie tras ahogarse. Abrió los ojos bruscamente y, cuando volvió en sí, estaba de pie frente a un enorme centro comercial.En la pantalla gigante del edificio se leía: “¡Feliz Año Nuevo 2025!”Cristina se dio cuenta de que había regresado a la vida. Pero no solo eso: había renacido en el futuro, once años después de su muerte.Entró de inmediato al centro comercial y buscó el baño, ansiosa por ver su reflejo.En el espejo, la miraba la misma cara bonita y delicada de siempre, con ese vestido negro que había elegido para una cita.Por dentro, sentía un revoltijo de emociones.¡Había saltado once años hacia adelante, pero seguía teniendo dieciocho años!No tenía ni un peso, ni su celular.El aire le pesaba en el pecho, así que inhaló hondo, se pellizcó la cara y comprobó que todo era de verdad.Dejó correr el agua fría y dejó que le escurriera entre los dedos. Al hacerlo, aceptó la realidad.Siempre tuvo una gran ventaja: sabía adaptarse a todo.Cuando sus padres murieron en un accidente, se quedó sola a cargo de sus tres hermanos. El más pequeño apenas tenía dos años. Y aun así, Cristina supo salir adelante.Cerró el grifo y tomó una servilleta para secarse las manos.Justo entonces, entraron dos chicas vestidas con camisa blanca y falda negra, uniformadas como empleadas del centro comercial.Venían platicando, tomadas del brazo, claramente buscando cómo matar el tiempo.—¿Ya te enteraste? —dijo una—. Van a cerrar el centro comercial en media hora. Ya están sacando a todos.—Sí, sí, escuché que va a llegar el jefe. ¡Quiere el lugar solo para él!Ese chisme estaba jugoso y Cristina, sin querer, aguzó el oído.De la nada, iban a desalojar a todos los clientes.Así son los jefes: siempre tan extravagantes y absurdos.—Seguro es porque Fátima Ibáñez vendrá de compras. El jefe no quiere que la molesten los curiosos. ¡Vi en Tiktok que él le invirtió en una película!—¡Qué buena pareja hacen! Ese actor René seguro ya se está arrepintiendo. En su tiempo, todos los shipeaban. ¡Ya quiero ver el drama de “la reconquista imposible”!Al escuchar el nombre de Fátima, a Cristina se le borró la sonrisa.¿Fátima? ¿No era esa la nueva pareja de ese hombre?¿Y René? ¿No era René Cuevas, el actor que provocó el desastre de su familia?Entonces, ¿ese jefe sin sentido no era otro que su querido hermano Federico?Justo estaba pensando en buscar a Fede, y el destino se lo estaba sirviendo en bandeja.Pero antes, necesitaba conseguir algo urgente.Miró a las dos empleadas, que seguían emocionadas con la noticia, y preguntó:—Disculpen, ¿aquí venden Calvin Klein?Las chicas voltearon, sorprendidas de notar que no estaban solas. La que tenía cara de fan de las bellezas se quedó embobada al verla.La otra, más simpática, contestó:—Sí, está en el segundo piso. ¿Vas a comprarle algo a tu papá?Cristina sonrió con picardía.—No, lo quiero para darle un buen golpe a alguien.Las dos se quedaron atónitas.Cristina ya había recorrido el centro comercial. Todo estaba de lujo, y justo a la hora del almuerzo, lo iban a cerrar. ¡La cantidad de dinero que iban a perder!Pero lo peor era lo que sentirían los clientes: los corrían en medio de sus compras. ¿Quién volvería?Ahora entendía por qué Fede terminó en la ruina. Si así manejaba los negocios, era lógico que todo se fuera al caño.Cuando ella tenía dieciocho, Fede solo tenía quince, iba en tercero de secundaria. Era brillante y ya tenía buen instinto para los negocios. En esa época, vendiendo consolas de videojuegos, ya había juntado varios miles de pesos y hasta le compró un bolso de marca.Antes del accidente de sus padres, la familia tenía una empresa de bienes raíces. Que el centro comercial fuera de Federico no era raro. Lo raro era que ahora parecía que a su hermano se le había ido la cabeza.Cristina salió del baño bajo la mirada atónita de las empleadas y se topó con un guardia de seguridad.—Disculpa, señorita, el centro comercial cerrará por la tarde. Necesito que salgas, por favor.—Tengo que hablar con su gerente. ¿Podrías llamarlo?Si el jefe iba a llegar, seguro el gerente estaría disponible.El guardia dudó, pero cada día había clientes con algún asunto especial.—Está bien, lo llamo.Marcó al gerente con su celular.Contestaron rápido.—¿Qué pasa?—Aquí en la planta baja hay una chica que quiere hablar con usted. No sé para qué.—Hoy no tengo tiempo. Dile que venga mañana.El guardia le pasó el mensaje a Cristina.—Dice el gerente que no puede atenderte hoy.Cristina le dedicó una sonrisa educada.—¿Me prestas tu celular? Quiero hablar con él directo.Al otro lado, el gerente Renato Díaz estaba ocupado platicando con un tipo de aura imponente, sentado en la silla del jefe, girando una pulsera de rosario entre los dedos.Justo cuando Renato estaba a punto de colgar, escuchó una voz femenina agradable pero con un matiz impaciente al otro lado de la línea.—Gerente, hola, ¿está Federico Soler contigo? ¡Pásame con él, por favor!Renato sintió un escalofrío recorrerle la espalda.¿Quién era esa mujer?Había sido bastante educada con él, pero se atrevía a llamar por su nombre completo al presidente Soler, nada menos.¿Sería alguna admiradora del presidente Soler?Federico Soler era joven, atractivo, tenía dinero y fama; además, en el círculo social de la alta sociedad era conocido como alguien distante. No era raro que muchas mujeres se sintieran atraídas por él.Pero cuando se trataba del presidente, Renato no se atrevía a tomar decisiones por su cuenta.Pulsó el botón de silencio y, con respeto, preguntó:—Presidente Soler, hay una joven en el primer piso del centro comercial que pide que le tome la llamada, ¿quiere atenderla?Renato pensó que el presidente rechazaría la llamada, pero para su sorpresa, Federico extendió la mano casi sin dudarlo.Renato quitó el silencio y, con cuidado, le pasó su celular al presidente.Federico tomó el teléfono y fue directo al grano.—¿Quién eres? ¿Para qué me buscas?—¡Soy tu hermana! Ven...Apenas la joven terminó la frase, Federico la interrumpió, su mirada se volvió dura de inmediato.—Lárgate.El ambiente en la oficina se volvió tan tenso que parecía haber bajado varios grados.Renato, con los nervios de punta, recuperó el celular y de inmediato mandó un mensaje al personal de seguridad.[¡Saquen a esa mujer lo antes posible!]Federico, sentado en la silla ejecutiva, lucía impecable con su traje negro, pero su aura en ese momento era tan cortante como una navaja.A Renato casi se le salía el corazón del miedo, pero aun así intentó apaciguar los ánimos.—Presidente Soler, por favor tranquilícese, ya le pedí a seguridad que se encargue del asunto.No escuchó bien lo que la chica decía al otro lado, pero seguro era alguna admiradora obsesionada con el presidente.Ahora todo el mundo sabía que el presidente Soler estaba interesado en Fátima, la famosa actriz que arrasaba en todos lados.Las otras mujeres ni siquiera se comparaban, pero igual seguían intentando acercársele. ¡Qué necias!Federico no podía creer que alguien se atreviera a hacerse pasar por su hermana. Jugueteó un par de veces con su pulsera de cuentas de rosas, conteniendo el enojo en su interior, y luego tomó su propio celular.Abrió la conversación fijada en la parte superior y escribió un mensaje.[Ya están desalojando el lugar. Avísame cuando llegues para bajar por ti.]El último mensaje que había enviado seguía sin respuesta. Preguntaba si ya había salido de casa.Pero ella andaba ocupada con la promoción de su película, por fin tenía un descanso, así que era normal que tardara en contestar.Renato notó que, por primera vez, los ojos del presidente Soler reflejaban algo de ternura.—Presidente Soler, la última película de la señorita Ibáñez me encantó. ¡Me la aventé tres o cuatro veces con toda la familia!Federico alzó la vista y, por primera vez en mucho tiempo, una sonrisa apenas perceptible se asomó en su cara.—¿De verdad?—Claro, y estoy pensando en organizar a todo el personal del centro comercial para que vayan a ver esa joya de película —dijo Renato, entusiasmado.Federico se relajó un poco y, tomando su taza, dio un sorbo a su bebida.—Perfecto, que la compañía cubra los gastos.La cara de Renato se iluminó como flor en primavera, y enseguida volvió a llenar la taza del presidente.El centro comercial Boulevard Centella pertenecía al Grupo Iluminé, y solo en San Fernando había ocho sucursales. En todo el país, más de cien.Renato sabía que era su oportunidad de quedar bien ante el jefe y así aspirar a un ascenso como gerente regional en el próximo trimestre.Pero la asistente personal del presidente, parada a un costado, estaba a punto de explotar del coraje.¡La reunión a la mitad y todo porque a la señorita Ibáñez se le había ocurrido salir de compras!Podían haber esperado a que despejaran el centro comercial, pero el presidente quería estar ahí en persona.Su celular no dejaba de sonar con mensajes de compañeros, todos relacionados con los temas pendientes de la reunión.Y para colmo, tenía que aguantar a un adulador como Renato, así que era imposible plantear los asuntos de trabajo.La asistente sentía que ese estrés ya le estaba afectando la salud.Renato, sin perder la sonrisa, continuó:—Presidente Soler, sobre la marca que la señorita Ibáñez representa…—Renato, mejor ve a supervisar que todo esté en orden con el desalojo —lo interrumpió la asistente, incapaz de aguantar más.Renato le echó una mirada poco amigable.—Malena, puedes estar tranquila, todo está bajo control.Federico, sin mirarlos, jugó con la pulsera y lanzó una mirada dura a la asistente antes de volver hacia Renato.—Sigue —ordenó.La asistente se quedó callada, resignada.Parecía que el nombre de la señorita Ibáñez era como un hechizo: cada vez que lo escuchaba, al presidente se le olvidaba todo lo demás.Renato pensó para sí que no entendía cómo esa asistente había conseguido el puesto, si ni siquiera tenía buen ojo para las situaciones, ¡y encima era mujer!Pero como era muy hábil socialmente, no dejó ver su opinión y continuó:—La marca que representa la señorita Ibáñez en nuestro centro comercial…Pero antes de que pudiera terminar, un sonido seco rompió el ambiente.—¡Chirrido!—La puerta de la oficina se abrió de golpe.Los tres voltearon al mismo tiempo.Una chica de unos diecisiete o dieciocho años irrumpió en la oficina, mientras un guardia de seguridad intentaba alcanzarla.El semblante de Renato se oscureció.—¿Quién te dio permiso de entrar? ¡Sal de aquí! ¡Seguridad, apúrense y sáquenla!La asistente no dijo nada; algo en la cara de la chica le resultaba familiar.Federico tampoco pronunció palabra. Su mente se quedó en blanco, paralizado.La joven, furiosa, se acercó a él, lo tomó de la oreja y exclamó:—¡Federico, ya me tienes harto con tus tonterías!La oficina del gerente del centro comercial era enorme, pero en ese momento el aire se sentía tan pesado que casi no se podía respirar.Federico apenas lograba jalar aire, con la cara llena de asombro mientras veía a la chica que lo tenía sujeto de la oreja.La chica tenía un atractivo tan intenso que resultaba difícil mirar a otro lado. Sus ojos, grandes y ligeramente redondeados en las esquinas, brillaban como si guardaran un mar de secretos cada vez que sonreía.Pero cuando se enojaba… esos mismos ojos parecían estar a punto de lanzar llamas. Federico lo sabía bien: cada vez que los veía así, le recorría un escalofrío por el cuerpo.Justo como ahora.Sin embargo, el susto no lograba vencer al impacto. Federico no podía asimilar lo que estaba pasando.Renato también se había quedado sin palabras. Los ojos se le abrieron tanto que casi parecían salirse de su cara.—¿Esta mujer está loca o qué? —pensó—. ¿Cómo se atreve a jalarle la oreja al presidente?¿Quién se cree que es?—¡Suelte al presidente! —gritó Renato, avanzando para apartar a Cristina por la fuerza.Pero antes de que pudiera tocarla, una mano lo detuvo. Encima de su cabeza, la voz de Federico sonó como un golpe seco:—¡Lárgate de aquí!Renato lo miró sin poder creerlo, señalándose a sí mismo:—¿Lárgate? ¿Yo?La asistente especial casi se atragantó de la risa, tirando de él hacia la puerta:—¿Pues quién más? ¡Órale, salte!Ella sabía que el presidente necesitaba platicar a solas con esa chica.Si no se equivocaba, esa chica era la hermana de Federico.Desde su tercer año de universidad había empezado como asistente en la empresa, y en cuatro años se había ganado el puesto de asistente especial, capaz de manejar cualquier asunto.Una vez, cuando el presidente llegó a casa borracho, ella lo acompañó hasta su cuarto. Sentado en la cama, Federico le señaló una foto en el buró, con los ojos llenos de lágrimas.—Esa es mi hermana, ¿a poco no es guapa? Pero se fue hace años…Así que lo que estaba pasando en ese momento era rarísimo. Pero ella prefería no meterse.Los guardias de seguridad, que acababan de llegar corriendo, se quedaron boquiabiertos.¿El gerente siendo echado de su propia oficina?¡Esto sí que era el mundo al revés!La puerta de la oficina se cerró y el dolor en la oreja de Federico se volvió más evidente.Los ojos de Federico se llenaron de lágrimas. Habló con la voz entrecortada:—¿Hermana?La hermana que había muerto hacía once años estaba frente a él.¿Eso era posible?La voz de hace rato sí le había sonado familiar, pero ni en sueños se le habría ocurrido pensar en esto.¿Quién podría creer que alguien muerto desde hace once años regresaría de repente?Cristina soltó la oreja de Federico y, sin ningún pudor, se dejó caer en el sillón del jefe.—¡Tráeme un vaso con agua! Me cansé de tanto correr.Como Federico le había colgado el teléfono, Cristina no tuvo más remedio que preguntarle al guardia dónde estaba la oficina del gerente.El guardia no quería decirle, temiendo que armara un escándalo.Así que Cristina tuvo que buscar piso por piso, con el guardia pisándole los talones, pero claramente ella tenía mejor condición física. En la cima del edificio, por fin encontró la oficina.Federico, el “hombre” frío y temido de la élite, acostumbrado a mover montañas con solo una palabra, al escuchar la orden de Cristina, reaccionó por puro instinto. Caminó directo a servirle el agua.Aunque los apellidos de ambos eran distintos porque Cristina llevaba el de su mamá, en realidad eran hermanos de sangre, hijos de la misma madre y el mismo padre.Al ver que Cristina tenía la frente empapada de sudor, Federico tomó un folder del escritorio y le hizo aire a mano, aunque el aire acondicionado estaba prendido.Cristina agarró el vaso, bebió un buen trago y, al dejarlo sobre la mesa, soltó:—Por cierto, suspende la evacuación de inmediato. ¡Abre el centro y sigan atendiendo a los clientes!Los ojos distantes de Federico brillaron con lágrimas.—¿Hermana? ¿De verdad eres tú?Cristina le soltó un manotazo en la cabeza.—¡Haz lo que te digo!El golpe fue contundente. Federico, en ese instante, se convenció. ¡Sí era su hermana!¡Había vuelto!¡No estaba muerta!La emoción lo arrasó de tal manera que ni siquiera pudo pensar en otra cosa. Se levantó, fue a la puerta y la abrió de golpe. Afuera, Renato seguía parado.—Cancela la evacuación. El centro sigue abierto —ordenó Federico.Antes de que Renato pudiera responder, la puerta volvió a cerrarse en sus narices.Parpadeó, aturdido, y se volvió hacia la asistente:—Malena, creo que acabo de ver al presidente Soler con los ojos llorosos.La asistente puso cara seria.—Te confundiste, mejor apúrate y cancela la evacuación.Renato no entendía quién era esa chica, pero apuró el paso. En cuanto pudo, mandó un mensaje al grupo y avisó a todos los guardias por radio.[Se cancela la evacuación, seguimos atendiendo a los clientes.]Federico, mientras le seguía haciendo aire a Cristina, preguntó impresionado:—Hermana, ¿me estás diciendo que viajaste desde hace once años hasta ahora?La delgada muñeca de Federico, adornada con una pulsera de rosario con rosas, se movía con el ritmo del folder.Cristina supo que no tenía caso ocultarlo.Once años después, y viéndose igual que el día que murió, no podía inventar nada.—Así es. Mira bien, ¿no notas que traigo la misma ropa del día que morí?Federico la miró un largo rato, la tristeza asomándose en su mirada.—Sí… ese día ibas a salir con René.Nunca iba a olvidar ese día.Cristina había probado decenas de vestidos en casa, preguntándole cuál le quedaba mejor.Él, incapaz de aceptar que su hermana tuviera novio, contestó sin pensar:—¡Ninguno te queda bien!Capítulo 2A los dieciocho años, Cristina murió.El freno del carro falló sin aviso mientras cruzaba el puente elevado. Para no arrollar a un grupo de personas, giró el volante con fuerza.El carro rompió la barrera y salió disparado hacia el río.El agua cubrió todo el vehículo. Mientras la oscuridad la envolvía, fragmentos de recuerdos comenzaron a parpadear en su mente.En esos retazos de memoria, Cristina vio otra versión de su vida.Había escuchado una vez sobre la teoría de los mundos paralelos, nacida de la paradoja del gato de Schrödinger. Decían que cada decisión que tomamos nos lleva a un universo diferente, a un destino distinto.Cuando el tiempo deja de ser una simple corriente, cada elección nos lanza a un nuevo espacio paralelo. Y ahora, justo antes de morir, ella podía ver la vida de su familia en otro mundo.En esa vida, vio la forma de sus tres hermanos. Sus siluetas se agitaban como ondas en el agua: borrosas, pero tan cercanas que podía casi tocarlas.El mayor, Federico, era un empresario implacable, siempre con su pulsera de rosario en la muñeca, pero acabó destruido tras una guerra de negocios con otro hombre.Oliver, el segundo, era un artista famoso, rebelde y criticado por todos. En los programas de televisión siempre se enfrentaba al mismo hombre, que en realidad era un famoso actor. Al final, el acoso de las redes sociales lo llevó a la depresión y terminó quitándose la vida.Ángel, el menor, era conocido por pelearse en la escuela. Nunca estudiaba, siempre metido en líos y terminó hiriendo gravemente al hermano de ese hombre, lo que lo llevó directo a la cárcel.¿Y ella? En esa otra vida, había muerto joven, en la secundaria, siendo el gran amor de ese hombre. Su única función era ser la tragedia que motivara su final feliz con otra mujer.Mirando esas escenas, Cristina sintió que el pecho le ardía de rabia. Quería meterse a la fuerza en ese otro mundo y destrozar ese destino injusto.¿Quién aguantaría una vida tan miserable?De pronto, una oleada de adrenalina la recorrió, como si saliera a la superficie tras ahogarse. Abrió los ojos bruscamente y, cuando volvió en sí, estaba de pie frente a un enorme centro comercial.En la pantalla gigante del edificio se leía: “¡Feliz Año Nuevo 2025!”Cristina se dio cuenta de que había regresado a la vida. Pero no solo eso: había renacido en el futuro, once años después de su muerte.Entró de inmediato al centro comercial y buscó el baño, ansiosa por ver su reflejo.En el espejo, la miraba la misma cara bonita y delicada de siempre, con ese vestido negro que había elegido para una cita.Por dentro, sentía un revoltijo de emociones.¡Había saltado once años hacia adelante, pero seguía teniendo dieciocho años!No tenía ni un peso, ni su celular.El aire le pesaba en el pecho, así que inhaló hondo, se pellizcó la cara y comprobó que todo era de verdad.Dejó correr el agua fría y dejó que le escurriera entre los dedos. Al hacerlo, aceptó la realidad.Siempre tuvo una gran ventaja: sabía adaptarse a todo.Cuando sus padres murieron en un accidente, se quedó sola a cargo de sus tres hermanos. El más pequeño apenas tenía dos años. Y aun así, Cristina supo salir adelante.Cerró el grifo y tomó una servilleta para secarse las manos.Justo entonces, entraron dos chicas vestidas con camisa blanca y falda negra, uniformadas como empleadas del centro comercial.Venían platicando, tomadas del brazo, claramente buscando cómo matar el tiempo.—¿Ya te enteraste? —dijo una—. Van a cerrar el centro comercial en media hora. Ya están sacando a todos.—Sí, sí, escuché que va a llegar el jefe. ¡Quiere el lugar solo para él!Ese chisme estaba jugoso y Cristina, sin querer, aguzó el oído.De la nada, iban a desalojar a todos los clientes.Así son los jefes: siempre tan extravagantes y absurdos.—Seguro es porque Fátima Ibáñez vendrá de compras. El jefe no quiere que la molesten los curiosos. ¡Vi en Tiktok que él le invirtió en una película!—¡Qué buena pareja hacen! Ese actor René seguro ya se está arrepintiendo. En su tiempo, todos los shipeaban. ¡Ya quiero ver el drama de “la reconquista imposible”!Al escuchar el nombre de Fátima, a Cristina se le borró la sonrisa.¿Fátima? ¿No era esa la nueva pareja de ese hombre?¿Y René? ¿No era René Cuevas, el actor que provocó el desastre de su familia?Entonces, ¿ese jefe sin sentido no era otro que su querido hermano Federico?Justo estaba pensando en buscar a Fede, y el destino se lo estaba sirviendo en bandeja.Pero antes, necesitaba conseguir algo urgente.Miró a las dos empleadas, que seguían emocionadas con la noticia, y preguntó:—Disculpen, ¿aquí venden Calvin Klein?Las chicas voltearon, sorprendidas de notar que no estaban solas. La que tenía cara de fan de las bellezas se quedó embobada al verla.La otra, más simpática, contestó:—Sí, está en el segundo piso. ¿Vas a comprarle algo a tu papá?Cristina sonrió con picardía.—No, lo quiero para darle un buen golpe a alguien.Las dos se quedaron atónitas.Cristina ya había recorrido el centro comercial. Todo estaba de lujo, y justo a la hora del almuerzo, lo iban a cerrar. ¡La cantidad de dinero que iban a perder!Pero lo peor era lo que sentirían los clientes: los corrían en medio de sus compras. ¿Quién volvería?Ahora entendía por qué Fede terminó en la ruina. Si así manejaba los negocios, era lógico que todo se fuera al caño.Cuando ella tenía dieciocho, Fede solo tenía quince, iba en tercero de secundaria. Era brillante y ya tenía buen instinto para los negocios. En esa época, vendiendo consolas de videojuegos, ya había juntado varios miles de pesos y hasta le compró un bolso de marca.Antes del accidente de sus padres, la familia tenía una empresa de bienes raíces. Que el centro comercial fuera de Federico no era raro. Lo raro era que ahora parecía que a su hermano se le había ido la cabeza.Cristina salió del baño bajo la mirada atónita de las empleadas y se topó con un guardia de seguridad.—Disculpa, señorita, el centro comercial cerrará por la tarde. Necesito que salgas, por favor.—Tengo que hablar con su gerente. ¿Podrías llamarlo?Si el jefe iba a llegar, seguro el gerente estaría disponible.El guardia dudó, pero cada día había clientes con algún asunto especial.—Está bien, lo llamo.Marcó al gerente con su celular.Contestaron rápido.—¿Qué pasa?—Aquí en la planta baja hay una chica que quiere hablar con usted. No sé para qué.—Hoy no tengo tiempo. Dile que venga mañana.El guardia le pasó el mensaje a Cristina.—Dice el gerente que no puede atenderte hoy.Cristina le dedicó una sonrisa educada.—¿Me prestas tu celular? Quiero hablar con él directo.Al otro lado, el gerente Renato Díaz estaba ocupado platicando con un tipo de aura imponente, sentado en la silla del jefe, girando una pulsera de rosario entre los dedos.Justo cuando Renato estaba a punto de colgar, escuchó una voz femenina agradable pero con un matiz impaciente al otro lado de la línea.—Gerente, hola, ¿está Federico Soler contigo? ¡Pásame con él, por favor!Renato sintió un escalofrío recorrerle la espalda.¿Quién era esa mujer?Había sido bastante educada con él, pero se atrevía a llamar por su nombre completo al presidente Soler, nada menos.¿Sería alguna admiradora del presidente Soler?Federico Soler era joven, atractivo, tenía dinero y fama; además, en el círculo social de la alta sociedad era conocido como alguien distante. No era raro que muchas mujeres se sintieran atraídas por él.Pero cuando se trataba del presidente, Renato no se atrevía a tomar decisiones por su cuenta.Pulsó el botón de silencio y, con respeto, preguntó:—Presidente Soler, hay una joven en el primer piso del centro comercial que pide que le tome la llamada, ¿quiere atenderla?Renato pensó que el presidente rechazaría la llamada, pero para su sorpresa, Federico extendió la mano casi sin dudarlo.Renato quitó el silencio y, con cuidado, le pasó su celular al presidente.Federico tomó el teléfono y fue directo al grano.—¿Quién eres? ¿Para qué me buscas?—¡Soy tu hermana! Ven...Apenas la joven terminó la frase, Federico la interrumpió, su mirada se volvió dura de inmediato.—Lárgate.El ambiente en la oficina se volvió tan tenso que parecía haber bajado varios grados.Renato, con los nervios de punta, recuperó el celular y de inmediato mandó un mensaje al personal de seguridad.[¡Saquen a esa mujer lo antes posible!]Federico, sentado en la silla ejecutiva, lucía impecable con su traje negro, pero su aura en ese momento era tan cortante como una navaja.A Renato casi se le salía el corazón del miedo, pero aun así intentó apaciguar los ánimos.—Presidente Soler, por favor tranquilícese, ya le pedí a seguridad que se encargue del asunto.No escuchó bien lo que la chica decía al otro lado, pero seguro era alguna admiradora obsesionada con el presidente.Ahora todo el mundo sabía que el presidente Soler estaba interesado en Fátima, la famosa actriz que arrasaba en todos lados.Las otras mujeres ni siquiera se comparaban, pero igual seguían intentando acercársele. ¡Qué necias!Federico no podía creer que alguien se atreviera a hacerse pasar por su hermana. Jugueteó un par de veces con su pulsera de cuentas de rosas, conteniendo el enojo en su interior, y luego tomó su propio celular.Abrió la conversación fijada en la parte superior y escribió un mensaje.[Ya están desalojando el lugar. Avísame cuando llegues para bajar por ti.]El último mensaje que había enviado seguía sin respuesta. Preguntaba si ya había salido de casa.Pero ella andaba ocupada con la promoción de su película, por fin tenía un descanso, así que era normal que tardara en contestar.Renato notó que, por primera vez, los ojos del presidente Soler reflejaban algo de ternura.—Presidente Soler, la última película de la señorita Ibáñez me encantó. ¡Me la aventé tres o cuatro veces con toda la familia!Federico alzó la vista y, por primera vez en mucho tiempo, una sonrisa apenas perceptible se asomó en su cara.—¿De verdad?—Claro, y estoy pensando en organizar a todo el personal del centro comercial para que vayan a ver esa joya de película —dijo Renato, entusiasmado.Federico se relajó un poco y, tomando su taza, dio un sorbo a su bebida.—Perfecto, que la compañía cubra los gastos.La cara de Renato se iluminó como flor en primavera, y enseguida volvió a llenar la taza del presidente.El centro comercial Boulevard Centella pertenecía al Grupo Iluminé, y solo en San Fernando había ocho sucursales. En todo el país, más de cien.Renato sabía que era su oportunidad de quedar bien ante el jefe y así aspirar a un ascenso como gerente regional en el próximo trimestre.Pero la asistente personal del presidente, parada a un costado, estaba a punto de explotar del coraje.¡La reunión a la mitad y todo porque a la señorita Ibáñez se le había ocurrido salir de compras!Podían haber esperado a que despejaran el centro comercial, pero el presidente quería estar ahí en persona.Su celular no dejaba de sonar con mensajes de compañeros, todos relacionados con los temas pendientes de la reunión.Y para colmo, tenía que aguantar a un adulador como Renato, así que era imposible plantear los asuntos de trabajo.La asistente sentía que ese estrés ya le estaba afectando la salud.Renato, sin perder la sonrisa, continuó:—Presidente Soler, sobre la marca que la señorita Ibáñez representa…—Renato, mejor ve a supervisar que todo esté en orden con el desalojo —lo interrumpió la asistente, incapaz de aguantar más.Renato le echó una mirada poco amigable.—Malena, puedes estar tranquila, todo está bajo control.Federico, sin mirarlos, jugó con la pulsera y lanzó una mirada dura a la asistente antes de volver hacia Renato.—Sigue —ordenó.La asistente se quedó callada, resignada.Parecía que el nombre de la señorita Ibáñez era como un hechizo: cada vez que lo escuchaba, al presidente se le olvidaba todo lo demás.Renato pensó para sí que no entendía cómo esa asistente había conseguido el puesto, si ni siquiera tenía buen ojo para las situaciones, ¡y encima era mujer!Pero como era muy hábil socialmente, no dejó ver su opinión y continuó:—La marca que representa la señorita Ibáñez en nuestro centro comercial…Pero antes de que pudiera terminar, un sonido seco rompió el ambiente.—¡Chirrido!—La puerta de la oficina se abrió de golpe.Los tres voltearon al mismo tiempo.Una chica de unos diecisiete o dieciocho años irrumpió en la oficina, mientras un guardia de seguridad intentaba alcanzarla.El semblante de Renato se oscureció.—¿Quién te dio permiso de entrar? ¡Sal de aquí! ¡Seguridad, apúrense y sáquenla!La asistente no dijo nada; algo en la cara de la chica le resultaba familiar.Federico tampoco pronunció palabra. Su mente se quedó en blanco, paralizado.La joven, furiosa, se acercó a él, lo tomó de la oreja y exclamó:—¡Federico, ya me tienes harto con tus tonterías!La oficina del gerente del centro comercial era enorme, pero en ese momento el aire se sentía tan pesado que casi no se podía respirar.Federico apenas lograba jalar aire, con la cara llena de asombro mientras veía a la chica que lo tenía sujeto de la oreja.La chica tenía un atractivo tan intenso que resultaba difícil mirar a otro lado. Sus ojos, grandes y ligeramente redondeados en las esquinas, brillaban como si guardaran un mar de secretos cada vez que sonreía.Pero cuando se enojaba… esos mismos ojos parecían estar a punto de lanzar llamas. Federico lo sabía bien: cada vez que los veía así, le recorría un escalofrío por el cuerpo.Justo como ahora.Sin embargo, el susto no lograba vencer al impacto. Federico no podía asimilar lo que estaba pasando.Renato también se había quedado sin palabras. Los ojos se le abrieron tanto que casi parecían salirse de su cara.—¿Esta mujer está loca o qué? —pensó—. ¿Cómo se atreve a jalarle la oreja al presidente?¿Quién se cree que es?—¡Suelte al presidente! —gritó Renato, avanzando para apartar a Cristina por la fuerza.Pero antes de que pudiera tocarla, una mano lo detuvo. Encima de su cabeza, la voz de Federico sonó como un golpe seco:—¡Lárgate de aquí!Renato lo miró sin poder creerlo, señalándose a sí mismo:—¿Lárgate? ¿Yo?La asistente especial casi se atragantó de la risa, tirando de él hacia la puerta:—¿Pues quién más? ¡Órale, salte!Ella sabía que el presidente necesitaba platicar a solas con esa chica.Si no se equivocaba, esa chica era la hermana de Federico.Desde su tercer año de universidad había empezado como asistente en la empresa, y en cuatro años se había ganado el puesto de asistente especial, capaz de manejar cualquier asunto.Una vez, cuando el presidente llegó a casa borracho, ella lo acompañó hasta su cuarto. Sentado en la cama, Federico le señaló una foto en el buró, con los ojos llenos de lágrimas.—Esa es mi hermana, ¿a poco no es guapa? Pero se fue hace años…Así que lo que estaba pasando en ese momento era rarísimo. Pero ella prefería no meterse.Los guardias de seguridad, que acababan de llegar corriendo, se quedaron boquiabiertos.¿El gerente siendo echado de su propia oficina?¡Esto sí que era el mundo al revés!La puerta de la oficina se cerró y el dolor en la oreja de Federico se volvió más evidente.Los ojos de Federico se llenaron de lágrimas. Habló con la voz entrecortada:—¿Hermana?La hermana que había muerto hacía once años estaba frente a él.¿Eso era posible?La voz de hace rato sí le había sonado familiar, pero ni en sueños se le habría ocurrido pensar en esto.¿Quién podría creer que alguien muerto desde hace once años regresaría de repente?Cristina soltó la oreja de Federico y, sin ningún pudor, se dejó caer en el sillón del jefe.—¡Tráeme un vaso con agua! Me cansé de tanto correr.Como Federico le había colgado el teléfono, Cristina no tuvo más remedio que preguntarle al guardia dónde estaba la oficina del gerente.El guardia no quería decirle, temiendo que armara un escándalo.Así que Cristina tuvo que buscar piso por piso, con el guardia pisándole los talones, pero claramente ella tenía mejor condición física. En la cima del edificio, por fin encontró la oficina.Federico, el “hombre” frío y temido de la élite, acostumbrado a mover montañas con solo una palabra, al escuchar la orden de Cristina, reaccionó por puro instinto. Caminó directo a servirle el agua.Aunque los apellidos de ambos eran distintos porque Cristina llevaba el de su mamá, en realidad eran hermanos de sangre, hijos de la misma madre y el mismo padre.Al ver que Cristina tenía la frente empapada de sudor, Federico tomó un folder del escritorio y le hizo aire a mano, aunque el aire acondicionado estaba prendido.Cristina agarró el vaso, bebió un buen trago y, al dejarlo sobre la mesa, soltó:—Por cierto, suspende la evacuación de inmediato. ¡Abre el centro y sigan atendiendo a los clientes!Los ojos distantes de Federico brillaron con lágrimas.—¿Hermana? ¿De verdad eres tú?Cristina le soltó un manotazo en la cabeza.—¡Haz lo que te digo!El golpe fue contundente. Federico, en ese instante, se convenció. ¡Sí era su hermana!¡Había vuelto!¡No estaba muerta!La emoción lo arrasó de tal manera que ni siquiera pudo pensar en otra cosa. Se levantó, fue a la puerta y la abrió de golpe. Afuera, Renato seguía parado.—Cancela la evacuación. El centro sigue abierto —ordenó Federico.Antes de que Renato pudiera responder, la puerta volvió a cerrarse en sus narices.Parpadeó, aturdido, y se volvió hacia la asistente:—Malena, creo que acabo de ver al presidente Soler con los ojos llorosos.La asistente puso cara seria.—Te confundiste, mejor apúrate y cancela la evacuación.Renato no entendía quién era esa chica, pero apuró el paso. En cuanto pudo, mandó un mensaje al grupo y avisó a todos los guardias por radio.[Se cancela la evacuación, seguimos atendiendo a los clientes.]Federico, mientras le seguía haciendo aire a Cristina, preguntó impresionado:—Hermana, ¿me estás diciendo que viajaste desde hace once años hasta ahora?La delgada muñeca de Federico, adornada con una pulsera de rosario con rosas, se movía con el ritmo del folder.Cristina supo que no tenía caso ocultarlo.Once años después, y viéndose igual que el día que murió, no podía inventar nada.—Así es. Mira bien, ¿no notas que traigo la misma ropa del día que morí?Federico la miró un largo rato, la tristeza asomándose en su mirada.—Sí… ese día ibas a salir con René.Nunca iba a olvidar ese día.Cristina había probado decenas de vestidos en casa, preguntándole cuál le quedaba mejor.Él, incapaz de aceptar que su hermana tuviera novio, contestó sin pensar:—¡Ninguno te queda bien!Capítulo 3A los dieciocho años, Cristina murió.El freno del carro falló sin aviso mientras cruzaba el puente elevado. Para no arrollar a un grupo de personas, giró el volante con fuerza.El carro rompió la barrera y salió disparado hacia el río.El agua cubrió todo el vehículo. Mientras la oscuridad la envolvía, fragmentos de recuerdos comenzaron a parpadear en su mente.En esos retazos de memoria, Cristina vio otra versión de su vida.Había escuchado una vez sobre la teoría de los mundos paralelos, nacida de la paradoja del gato de Schrödinger. Decían que cada decisión que tomamos nos lleva a un universo diferente, a un destino distinto.Cuando el tiempo deja de ser una simple corriente, cada elección nos lanza a un nuevo espacio paralelo. Y ahora, justo antes de morir, ella podía ver la vida de su familia en otro mundo.En esa vida, vio la forma de sus tres hermanos. Sus siluetas se agitaban como ondas en el agua: borrosas, pero tan cercanas que podía casi tocarlas.El mayor, Federico, era un empresario implacable, siempre con su pulsera de rosario en la muñeca, pero acabó destruido tras una guerra de negocios con otro hombre.Oliver, el segundo, era un artista famoso, rebelde y criticado por todos. En los programas de televisión siempre se enfrentaba al mismo hombre, que en realidad era un famoso actor. Al final, el acoso de las redes sociales lo llevó a la depresión y terminó quitándose la vida.Ángel, el menor, era conocido por pelearse en la escuela. Nunca estudiaba, siempre metido en líos y terminó hiriendo gravemente al hermano de ese hombre, lo que lo llevó directo a la cárcel.¿Y ella? En esa otra vida, había muerto joven, en la secundaria, siendo el gran amor de ese hombre. Su única función era ser la tragedia que motivara su final feliz con otra mujer.Mirando esas escenas, Cristina sintió que el pecho le ardía de rabia. Quería meterse a la fuerza en ese otro mundo y destrozar ese destino injusto.¿Quién aguantaría una vida tan miserable?De pronto, una oleada de adrenalina la recorrió, como si saliera a la superficie tras ahogarse. Abrió los ojos bruscamente y, cuando volvió en sí, estaba de pie frente a un enorme centro comercial.En la pantalla gigante del edificio se leía: “¡Feliz Año Nuevo 2025!”Cristina se dio cuenta de que había regresado a la vida. Pero no solo eso: había renacido en el futuro, once años después de su muerte.Entró de inmediato al centro comercial y buscó el baño, ansiosa por ver su reflejo.En el espejo, la miraba la misma cara bonita y delicada de siempre, con ese vestido negro que había elegido para una cita.Por dentro, sentía un revoltijo de emociones.¡Había saltado once años hacia adelante, pero seguía teniendo dieciocho años!No tenía ni un peso, ni su celular.El aire le pesaba en el pecho, así que inhaló hondo, se pellizcó la cara y comprobó que todo era de verdad.Dejó correr el agua fría y dejó que le escurriera entre los dedos. Al hacerlo, aceptó la realidad.Siempre tuvo una gran ventaja: sabía adaptarse a todo.Cuando sus padres murieron en un accidente, se quedó sola a cargo de sus tres hermanos. El más pequeño apenas tenía dos años. Y aun así, Cristina supo salir adelante.Cerró el grifo y tomó una servilleta para secarse las manos.Justo entonces, entraron dos chicas vestidas con camisa blanca y falda negra, uniformadas como empleadas del centro comercial.Venían platicando, tomadas del brazo, claramente buscando cómo matar el tiempo.—¿Ya te enteraste? —dijo una—. Van a cerrar el centro comercial en media hora. Ya están sacando a todos.—Sí, sí, escuché que va a llegar el jefe. ¡Quiere el lugar solo para él!Ese chisme estaba jugoso y Cristina, sin querer, aguzó el oído.De la nada, iban a desalojar a todos los clientes.Así son los jefes: siempre tan extravagantes y absurdos.—Seguro es porque Fátima Ibáñez vendrá de compras. El jefe no quiere que la molesten los curiosos. ¡Vi en Tiktok que él le invirtió en una película!—¡Qué buena pareja hacen! Ese actor René seguro ya se está arrepintiendo. En su tiempo, todos los shipeaban. ¡Ya quiero ver el drama de “la reconquista imposible”!Al escuchar el nombre de Fátima, a Cristina se le borró la sonrisa.¿Fátima? ¿No era esa la nueva pareja de ese hombre?¿Y René? ¿No era René Cuevas, el actor que provocó el desastre de su familia?Entonces, ¿ese jefe sin sentido no era otro que su querido hermano Federico?Justo estaba pensando en buscar a Fede, y el destino se lo estaba sirviendo en bandeja.Pero antes, necesitaba conseguir algo urgente.Miró a las dos empleadas, que seguían emocionadas con la noticia, y preguntó:—Disculpen, ¿aquí venden Calvin Klein?Las chicas voltearon, sorprendidas de notar que no estaban solas. La que tenía cara de fan de las bellezas se quedó embobada al verla.La otra, más simpática, contestó:—Sí, está en el segundo piso. ¿Vas a comprarle algo a tu papá?Cristina sonrió con picardía.—No, lo quiero para darle un buen golpe a alguien.Las dos se quedaron atónitas.Cristina ya había recorrido el centro comercial. Todo estaba de lujo, y justo a la hora del almuerzo, lo iban a cerrar. ¡La cantidad de dinero que iban a perder!Pero lo peor era lo que sentirían los clientes: los corrían en medio de sus compras. ¿Quién volvería?Ahora entendía por qué Fede terminó en la ruina. Si así manejaba los negocios, era lógico que todo se fuera al caño.Cuando ella tenía dieciocho, Fede solo tenía quince, iba en tercero de secundaria. Era brillante y ya tenía buen instinto para los negocios. En esa época, vendiendo consolas de videojuegos, ya había juntado varios miles de pesos y hasta le compró un bolso de marca.Antes del accidente de sus padres, la familia tenía una empresa de bienes raíces. Que el centro comercial fuera de Federico no era raro. Lo raro era que ahora parecía que a su hermano se le había ido la cabeza.Cristina salió del baño bajo la mirada atónita de las empleadas y se topó con un guardia de seguridad.—Disculpa, señorita, el centro comercial cerrará por la tarde. Necesito que salgas, por favor.—Tengo que hablar con su gerente. ¿Podrías llamarlo?Si el jefe iba a llegar, seguro el gerente estaría disponible.El guardia dudó, pero cada día había clientes con algún asunto especial.—Está bien, lo llamo.Marcó al gerente con su celular.Contestaron rápido.—¿Qué pasa?—Aquí en la planta baja hay una chica que quiere hablar con usted. No sé para qué.—Hoy no tengo tiempo. Dile que venga mañana.El guardia le pasó el mensaje a Cristina.—Dice el gerente que no puede atenderte hoy.Cristina le dedicó una sonrisa educada.—¿Me prestas tu celular? Quiero hablar con él directo.Al otro lado, el gerente Renato Díaz estaba ocupado platicando con un tipo de aura imponente, sentado en la silla del jefe, girando una pulsera de rosario entre los dedos.Justo cuando Renato estaba a punto de colgar, escuchó una voz femenina agradable pero con un matiz impaciente al otro lado de la línea.—Gerente, hola, ¿está Federico Soler contigo? ¡Pásame con él, por favor!Renato sintió un escalofrío recorrerle la espalda.¿Quién era esa mujer?Había sido bastante educada con él, pero se atrevía a llamar por su nombre completo al presidente Soler, nada menos.¿Sería alguna admiradora del presidente Soler?Federico Soler era joven, atractivo, tenía dinero y fama; además, en el círculo social de la alta sociedad era conocido como alguien distante. No era raro que muchas mujeres se sintieran atraídas por él.Pero cuando se trataba del presidente, Renato no se atrevía a tomar decisiones por su cuenta.Pulsó el botón de silencio y, con respeto, preguntó:—Presidente Soler, hay una joven en el primer piso del centro comercial que pide que le tome la llamada, ¿quiere atenderla?Renato pensó que el presidente rechazaría la llamada, pero para su sorpresa, Federico extendió la mano casi sin dudarlo.Renato quitó el silencio y, con cuidado, le pasó su celular al presidente.Federico tomó el teléfono y fue directo al grano.—¿Quién eres? ¿Para qué me buscas?—¡Soy tu hermana! Ven...Apenas la joven terminó la frase, Federico la interrumpió, su mirada se volvió dura de inmediato.—Lárgate.El ambiente en la oficina se volvió tan tenso que parecía haber bajado varios grados.Renato, con los nervios de punta, recuperó el celular y de inmediato mandó un mensaje al personal de seguridad.[¡Saquen a esa mujer lo antes posible!]Federico, sentado en la silla ejecutiva, lucía impecable con su traje negro, pero su aura en ese momento era tan cortante como una navaja.A Renato casi se le salía el corazón del miedo, pero aun así intentó apaciguar los ánimos.—Presidente Soler, por favor tranquilícese, ya le pedí a seguridad que se encargue del asunto.No escuchó bien lo que la chica decía al otro lado, pero seguro era alguna admiradora obsesionada con el presidente.Ahora todo el mundo sabía que el presidente Soler estaba interesado en Fátima, la famosa actriz que arrasaba en todos lados.Las otras mujeres ni siquiera se comparaban, pero igual seguían intentando acercársele. ¡Qué necias!Federico no podía creer que alguien se atreviera a hacerse pasar por su hermana. Jugueteó un par de veces con su pulsera de cuentas de rosas, conteniendo el enojo en su interior, y luego tomó su propio celular.Abrió la conversación fijada en la parte superior y escribió un mensaje.[Ya están desalojando el lugar. Avísame cuando llegues para bajar por ti.]El último mensaje que había enviado seguía sin respuesta. Preguntaba si ya había salido de casa.Pero ella andaba ocupada con la promoción de su película, por fin tenía un descanso, así que era normal que tardara en contestar.Renato notó que, por primera vez, los ojos del presidente Soler reflejaban algo de ternura.—Presidente Soler, la última película de la señorita Ibáñez me encantó. ¡Me la aventé tres o cuatro veces con toda la familia!Federico alzó la vista y, por primera vez en mucho tiempo, una sonrisa apenas perceptible se asomó en su cara.—¿De verdad?—Claro, y estoy pensando en organizar a todo el personal del centro comercial para que vayan a ver esa joya de película —dijo Renato, entusiasmado.Federico se relajó un poco y, tomando su taza, dio un sorbo a su bebida.—Perfecto, que la compañía cubra los gastos.La cara de Renato se iluminó como flor en primavera, y enseguida volvió a llenar la taza del presidente.El centro comercial Boulevard Centella pertenecía al Grupo Iluminé, y solo en San Fernando había ocho sucursales. En todo el país, más de cien.Renato sabía que era su oportunidad de quedar bien ante el jefe y así aspirar a un ascenso como gerente regional en el próximo trimestre.Pero la asistente personal del presidente, parada a un costado, estaba a punto de explotar del coraje.¡La reunión a la mitad y todo porque a la señorita Ibáñez se le había ocurrido salir de compras!Podían haber esperado a que despejaran el centro comercial, pero el presidente quería estar ahí en persona.Su celular no dejaba de sonar con mensajes de compañeros, todos relacionados con los temas pendientes de la reunión.Y para colmo, tenía que aguantar a un adulador como Renato, así que era imposible plantear los asuntos de trabajo.La asistente sentía que ese estrés ya le estaba afectando la salud.Renato, sin perder la sonrisa, continuó:—Presidente Soler, sobre la marca que la señorita Ibáñez representa…—Renato, mejor ve a supervisar que todo esté en orden con el desalojo —lo interrumpió la asistente, incapaz de aguantar más.Renato le echó una mirada poco amigable.—Malena, puedes estar tranquila, todo está bajo control.Federico, sin mirarlos, jugó con la pulsera y lanzó una mirada dura a la asistente antes de volver hacia Renato.—Sigue —ordenó.La asistente se quedó callada, resignada.Parecía que el nombre de la señorita Ibáñez era como un hechizo: cada vez que lo escuchaba, al presidente se le olvidaba todo lo demás.Renato pensó para sí que no entendía cómo esa asistente había conseguido el puesto, si ni siquiera tenía buen ojo para las situaciones, ¡y encima era mujer!Pero como era muy hábil socialmente, no dejó ver su opinión y continuó:—La marca que representa la señorita Ibáñez en nuestro centro comercial…Pero antes de que pudiera terminar, un sonido seco rompió el ambiente.—¡Chirrido!—La puerta de la oficina se abrió de golpe.Los tres voltearon al mismo tiempo.Una chica de unos diecisiete o dieciocho años irrumpió en la oficina, mientras un guardia de seguridad intentaba alcanzarla.El semblante de Renato se oscureció.—¿Quién te dio permiso de entrar? ¡Sal de aquí! ¡Seguridad, apúrense y sáquenla!La asistente no dijo nada; algo en la cara de la chica le resultaba familiar.Federico tampoco pronunció palabra. Su mente se quedó en blanco, paralizado.La joven, furiosa, se acercó a él, lo tomó de la oreja y exclamó:—¡Federico, ya me tienes harto con tus tonterías!La oficina del gerente del centro comercial era enorme, pero en ese momento el aire se sentía tan pesado que casi no se podía respirar.Federico apenas lograba jalar aire, con la cara llena de asombro mientras veía a la chica que lo tenía sujeto de la oreja.La chica tenía un atractivo tan intenso que resultaba difícil mirar a otro lado. Sus ojos, grandes y ligeramente redondeados en las esquinas, brillaban como si guardaran un mar de secretos cada vez que sonreía.Pero cuando se enojaba… esos mismos ojos parecían estar a punto de lanzar llamas. Federico lo sabía bien: cada vez que los veía así, le recorría un escalofrío por el cuerpo.Justo como ahora.Sin embargo, el susto no lograba vencer al impacto. Federico no podía asimilar lo que estaba pasando.Renato también se había quedado sin palabras. Los ojos se le abrieron tanto que casi parecían salirse de su cara.—¿Esta mujer está loca o qué? —pensó—. ¿Cómo se atreve a jalarle la oreja al presidente?¿Quién se cree que es?—¡Suelte al presidente! —gritó Renato, avanzando para apartar a Cristina por la fuerza.Pero antes de que pudiera tocarla, una mano lo detuvo. Encima de su cabeza, la voz de Federico sonó como un golpe seco:—¡Lárgate de aquí!Renato lo miró sin poder creerlo, señalándose a sí mismo:—¿Lárgate? ¿Yo?La asistente especial casi se atragantó de la risa, tirando de él hacia la puerta:—¿Pues quién más? ¡Órale, salte!Ella sabía que el presidente necesitaba platicar a solas con esa chica.Si no se equivocaba, esa chica era la hermana de Federico.Desde su tercer año de universidad había empezado como asistente en la empresa, y en cuatro años se había ganado el puesto de asistente especial, capaz de manejar cualquier asunto.Una vez, cuando el presidente llegó a casa borracho, ella lo acompañó hasta su cuarto. Sentado en la cama, Federico le señaló una foto en el buró, con los ojos llenos de lágrimas.—Esa es mi hermana, ¿a poco no es guapa? Pero se fue hace años…Así que lo que estaba pasando en ese momento era rarísimo. Pero ella prefería no meterse.Los guardias de seguridad, que acababan de llegar corriendo, se quedaron boquiabiertos.¿El gerente siendo echado de su propia oficina?¡Esto sí que era el mundo al revés!La puerta de la oficina se cerró y el dolor en la oreja de Federico se volvió más evidente.Los ojos de Federico se llenaron de lágrimas. Habló con la voz entrecortada:—¿Hermana?La hermana que había muerto hacía once años estaba frente a él.¿Eso era posible?La voz de hace rato sí le había sonado familiar, pero ni en sueños se le habría ocurrido pensar en esto.¿Quién podría creer que alguien muerto desde hace once años regresaría de repente?Cristina soltó la oreja de Federico y, sin ningún pudor, se dejó caer en el sillón del jefe.—¡Tráeme un vaso con agua! Me cansé de tanto correr.Como Federico le había colgado el teléfono, Cristina no tuvo más remedio que preguntarle al guardia dónde estaba la oficina del gerente.El guardia no quería decirle, temiendo que armara un escándalo.Así que Cristina tuvo que buscar piso por piso, con el guardia pisándole los talones, pero claramente ella tenía mejor condición física. En la cima del edificio, por fin encontró la oficina.Federico, el “hombre” frío y temido de la élite, acostumbrado a mover montañas con solo una palabra, al escuchar la orden de Cristina, reaccionó por puro instinto. Caminó directo a servirle el agua.Aunque los apellidos de ambos eran distintos porque Cristina llevaba el de su mamá, en realidad eran hermanos de sangre, hijos de la misma madre y el mismo padre.Al ver que Cristina tenía la frente empapada de sudor, Federico tomó un folder del escritorio y le hizo aire a mano, aunque el aire acondicionado estaba prendido.Cristina agarró el vaso, bebió un buen trago y, al dejarlo sobre la mesa, soltó:—Por cierto, suspende la evacuación de inmediato. ¡Abre el centro y sigan atendiendo a los clientes!Los ojos distantes de Federico brillaron con lágrimas.—¿Hermana? ¿De verdad eres tú?Cristina le soltó un manotazo en la cabeza.—¡Haz lo que te digo!El golpe fue contundente. Federico, en ese instante, se convenció. ¡Sí era su hermana!¡Había vuelto!¡No estaba muerta!La emoción lo arrasó de tal manera que ni siquiera pudo pensar en otra cosa. Se levantó, fue a la puerta y la abrió de golpe. Afuera, Renato seguía parado.—Cancela la evacuación. El centro sigue abierto —ordenó Federico.Antes de que Renato pudiera responder, la puerta volvió a cerrarse en sus narices.Parpadeó, aturdido, y se volvió hacia la asistente:—Malena, creo que acabo de ver al presidente Soler con los ojos llorosos.La asistente puso cara seria.—Te confundiste, mejor apúrate y cancela la evacuación.Renato no entendía quién era esa chica, pero apuró el paso. En cuanto pudo, mandó un mensaje al grupo y avisó a todos los guardias por radio.[Se cancela la evacuación, seguimos atendiendo a los clientes.]Federico, mientras le seguía haciendo aire a Cristina, preguntó impresionado:—Hermana, ¿me estás diciendo que viajaste desde hace once años hasta ahora?La delgada muñeca de Federico, adornada con una pulsera de rosario con rosas, se movía con el ritmo del folder.Cristina supo que no tenía caso ocultarlo.Once años después, y viéndose igual que el día que murió, no podía inventar nada.—Así es. Mira bien, ¿no notas que traigo la misma ropa del día que morí?Federico la miró un largo rato, la tristeza asomándose en su mirada.—Sí… ese día ibas a salir con René.Nunca iba a olvidar ese día.Cristina había probado decenas de vestidos en casa, preguntándole cuál le quedaba mejor.Él, incapaz de aceptar que su hermana tuviera novio, contestó sin pensar:—¡Ninguno te queda bien!