Capítulo 1Habían pasado cuatro años desde la última vez que Dante Encinas y Grecia Miralles se vieron.A Grecia le llamaron del hospital; ya tenían el resultado de la compatibilidad. El médico no dijo si era favorable o no, solo le pidió que fuera a platicar en persona.Tenía pendientes en el trabajo, pero los dejó de lado, pidió permiso a su jefe y salió a tomar un taxi rumbo al hospital.El tráfico estaba terrible, se tardó más de diez minutos en avanzar. Al llegar, ya había alguien en el consultorio del doctor.Grecia se detuvo justo al abrir la puerta. Sabía que vendría alguien de la familia Encinas, pero nunca imaginó que sería él.El hombre estaba sentado de lado respecto a la puerta, con una actitud relajada, recargado hacia atrás, las manos cruzadas al frente. Escuchó el ruido de la puerta, pero ni siquiera volteó.Del pasillo entraba aire fresco por la ventana abierta. Un escalofrío recorrió a Grecia, y sin poder evitarlo recordó aquella mañana, cuatro años atrás, cuando él se sentó igualito en el sillón de la habitación de hotel. Su voz, tan cortante como el hielo, le retumbó en la memoria: “Hasta los Miralles se atrevieron a jugar conmigo.”El doctor hojeaba el expediente, levantó la vista un instante.—Pasa, por favor.Grecia respiró hondo.—Perdón, el tráfico estaba imposible.Se sentó. El doctor le extendió el informe y suspiró.—Este es el resultado de la compatibilidad para el trasplante de médula.No dijo nada más, pero su tono ya lo decía todo.Grecia miró la última columna del reporte. Aunque venía preparada, el corazón se le apretó.Unos segundos después, una mano de dedos largos y piel clara le quitó el reporte. La voz de Dante sonó distante, casi desinteresada.—¿No es compatible?El doctor asintió.—Faltan puntos de coincidencia, no es posible hacer el trasplante.A Grecia le costó trabajo encontrar su voz.—¿No hay otra opción?El médico la miró, luego fijó los ojos en Dante.—Hay una alternativa más, la única que queda por ahora. Pueden considerarla......Grecia regresó a la oficina justo al mediodía, cuando todos iban saliendo a comer. Ella fue de las pocas que nadó contra corriente, caminando de vuelta a su escritorio.Seguía aturdida. Las palabras que Dante le dijo afuera del hospital no dejaban de dar vueltas en su cabeza. Él estaba dentro del carro, la miró a través de la ventana y le dijo:[Piensa en la propuesta.]Eso quería decir que aceptaba la alternativa del doctor.Tener otro hijo.Grecia se frotó la cara, dudó unos segundos y abrió el cajón de al lado.Arriba de todo estaba una foto. En ella, un niño de unos tres años, aunque su cuerpo parecía más pequeño y frágil. Tenía la cara hundida, la cabeza sin un solo cabello.Estaba enfermo. Y muy grave.El doctor había sido claro: si no encontraban un donador compatible para el trasplante, el niño no aguantaría mucho más.La familia Encinas ya había intentado con todos sus parientes, incluso buscaron en el banco de médula, pero nada.Si no fuera por desesperación, jamás la habrían buscado a ella.Era la madre biológica de Carlos Encinas. Pero también era la mancha en la vida de Dante.Ahora, para salvar al primer hijo, él estaba dispuesto a tener un segundo con ella.Pasó la tarde como en trance; cuando llegó la hora de salida, apenas había logrado terminar lo esencial del trabajo.Grecia se obligó a quedarse un rato más. Terminó lo pendiente, guardó sus cosas y bajó. Ni bien salió del edificio, vio un carro estacionado cerca.La ventana estaba baja. Alguien la llamó. Esta vez sí la miró directo.—Súbete.Era Dante.Grecia se acercó.—Señor Encinas.Habían compartido la cama, hasta tenían un hijo juntos.Pero si eran sinceros, seguían siendo dos extraños.Más allá de aquella noche confusa hace cuatro años, no tenía nada más en común. Ni siquiera habían platicado.Dante repitió:—Súbete.Grecia dudó un segundo, pero obedeció.Ni siquiera alcanzó a cerrar la puerta cuando el carro arrancó como si lo persiguiera el diablo.Dante no dijo a dónde iban. Solo apretó el acelerador con más fuerza.La villa de la familia Encinas se encontraba a medio camino de la montaña. Era la primera vez que Grecia visitaba el lugar. Al bajar del carro, siguió a Dante hacia el interior.La propiedad era enorme. Apenas cruzaron el portón principal, se toparon con un estacionamiento amplio. Más adentro, se extendía un jardín lleno de flores, y tras un largo corredor, al fin se veía la entrada principal de la casa.El mayordomo esperaba de pie junto a la puerta.—Señor.Dante no perdió tiempo.—¿Cómo está Carlitos?El mayordomo respondió con tono respetuoso:—El pequeño se sentía un poco mal. La señorita Montes llegó hace un rato y no se ha separado de él, parece que ya está mejor.Grecia caminaba un par de pasos detrás, bajando la mirada.Señorita Montes, Anaís Montes, la novia de Dante.Se decía que, hace años, los dos estaban completamente enamorados y que, después de una de esas fiestas, planeaban anunciar su compromiso. Pero esa misma noche ocurrió el incidente con ella.Desde entonces, nadie sabía si se había enfriado la relación o si había sido otra cosa, pero el asunto de la boda nunca más se tocó y siguió en el aire hasta ahora.Dante solo asintió y continuó caminando, sin decir nada más.En el tercer piso de la casa principal, justo en el descanso de la escalera, había un equipo para desinfectarse.Una empleada aguardaba ahí. Al ver que Dante subía, se apresuró a aplicarle el desinfectante por todo el cuerpo. Cuando sus ojos encontraron a Grecia, vaciló un instante.—Ella también va a entrar —ordenó Dante.La empleada bajó la mirada y repitió el proceso con Grecia.El cuarto de Carlos estaba al fondo del pasillo. Antes de llegar, ya se escuchaba una conversación suave desde adentro.La voz de una mujer acariciaba el aire:—¿Todavía te sientes mal?El niño murmuró:—Un poquito.La mujer rio con ternura.—Entonces deja que mamá te sobé otro rato.El niño, educado, respondió:—Gracias.Dante abrió la puerta.—Carlitos.Grecia se quedó en la entrada, observando. El cuarto era espacioso y la luz entraba a raudales. Ahí, junto a la cama, estaba el niño de las fotos, recostado en brazos de una mujer.En cuanto Carlitos vio a Dante, extendió los brazos de inmediato.—¡Papá!Dante lo levantó con cuidado.—¿Te sigue doliendo algo?Pero Carlos ya no contestó. Había notado a Grecia parada en la puerta.Anaís también la vio y se levantó, actuando con absoluta naturalidad.—Supongo que tú eres la señorita Miralles, ¿cierto?Se acercó, le tomó la mano y la condujo al interior del cuarto.—Gracias, en serio. Gracias por estar aquí, por ayudar y por salvar a Carlitos.Grecia no respondió. Solo la miró en silencio.Había visto fotos de Anaís en revistas de finanzas: siempre con maquillaje impecable, expresión dura y mirada filosa.Pero en persona... bueno, ni se parecía. Era mucho más dulce, incluso algo frágil al sonreír.Grecia retiró su mano y enfocó la vista en Carlos. El niño era todavía más pequeño de lo que recordaba en las fotos, y ahora, acurrucado en brazos de Dante, la miraba curioso.Sintió que algo dentro de ella se ablandaba. Se acercó, algo incómoda, y habló:—¿Te sigue doliendo algo?Carlos la miró con interés.—¿Tú quién eres?Grecia se quedó sin palabras. La familia Encinas probablemente nunca le había mencionado, y ella tampoco sabía cómo presentarse.Anaís, notando el silencio, le lanzó una mirada a Dante y contestó rápido:—Carlitos, ella es la señora Miralles. Es amiga de papá y mamá, vino a verte.—Ah —contestó Carlos, y no preguntó más.Había estado enfermo y agotado. Apenas pudo recostarse en Dante antes de quedarse dormido.Anaís se acercó a Dante y extendió los brazos.—Dámelo, tú has tenido un día pesado. Debes estar cansado.—No hace falta —replicó Dante, pero dudó un segundo, luego volteó hacia Grecia—. ¿Quieres cargarlo tú?Grecia se quedó helada. Cuando el niño nació, se lo habían llevado directo con la familia Encinas. Nunca lo había sostenido, ni siquiera lo había visto de cerca.Ahora, que le ofrecían cargarlo, simplemente no sabía qué hacer. Ni siquiera se atrevía.Dante esperó unos segundos, pero al ver que ella no respondía, su voz se volvió más cortante.—Olvídalo.Cuando el niño por fin cayó rendido, Dante lo acomodó con mucho cuidado en la cama.—Vamos abajo a platicar —dijo en voz baja.Bajaron los tres juntos.En la sala principal, Blanca Encinas estaba recostada en el sillón, apoyada contra el respaldo, mientras una empleada le masajeaba suavemente las sienes. Al escuchar los pasos, alzó la mano para indicarle a la empleada que se retirara.—¿Carlitos ya se durmió? —preguntó mirando a Dante.—Sí, ya —respondió él, notando que la señora tenía mala cara. No pudo evitar preguntar—: ¿Se siente mal?La señora agitó la mano en el aire.—No es nada —contestó.Luego su mirada se posó en Grecia, analizándola de arriba abajo con un aire difícil de descifrar, ni amable ni hostil.—¿Ya viste a Carlitos? —preguntó.Grecia asintió. La señora asintió también.—Qué bueno que lo viste. Es normal que no sientas nada, después de todo no lo criaste tú, pero madre e hijo tienen un lazo especial. Estoy segura de que ahora que lo conociste, no vas a quedarte con los brazos cruzados.Grecia no respondió. Sabía perfectamente por qué Dante la había traído: necesitaba que viera a su propio hijo. Mientras no lo viera, podía hacerse la fuerte, pero después de ese encuentro, todo se desmoronaba ante el instinto de madre.La señora Encinas señaló el sillón.—Siéntate, no estés parada.Anaís se adelantó y se sentó junto a la abuela.—Abuelita, te ves cansada. ¿No has podido dormir bien estos días?—Conozco a un doctor que es buenísimo para recetar tratamientos. ¿Quieres que le pida que venga a revisarte?La señora Encinas la miró, y en sus labios apareció una leve sonrisa.—¿No será mucha molestia?—Para nada, abuelita —contestó Anaís, acercándosele y con voz mimada—. Si tú estás bien, todos vamos a estar tranquilos.La señora la halagó diciendo que era muy atenta y cariñosa. Pero al mirar de reojo a Grecia, su expresión no cambió mucho, aunque sí dejó ver cierto desagrado. No llegaba a ser rechazo, más bien prefería no tener nada que ver con ella.Después de un rato, la señora se levantó. La empleada que estaba en la puerta se acercó a ayudarla.—Platiquen ustedes, yo ya me siento cansada. Anaís, ven a acompañarme un ratito.Anaís se quedó sorprendida, miró a Dante y luego, sin querer, a Grecia. Pero al final se levantó y siguió a la señora escaleras arriba.La sala quedó en silencio, solo ellos dos. Dante sacó una cajetilla de cigarros, golpeó el fondo y tomó uno. Lo encendió sin prisa.Grecia se sentó a cierta distancia, tomó la iniciativa:—¿Toda tu familia ya sabe el resultado de la compatibilidad?—Sí —respondió Dante—. El doctor Olivares es amigo de mi abuela, apenas tuvo el resultado, nos avisó.Eso quería decir que la familia Encinas ya conocía la única solución posible.—¿Y qué piensan de todo esto? —preguntó Grecia.Dante la miró con el cigarro entre los labios, sin responder.Esa mirada la puso incómoda.—He estado pensando… podríamos intentar tener otro hijo. Hoy en día hay muchos métodos, no sería tan complicado.Entendió al instante.—¿Quieres decir por fertilización asistida?Antes de que Grecia pudiera contestar, Dante la interrumpió.—Esa fue mi primera opción, pero el doctor no lo recomienda. Hay demasiados riesgos y Carlitos no puede esperar tanto.La noticia la dejó helada. Respiró profundo.Ya lo había investigado en internet por la tarde: los intentos fallidos con fertilización asistida eran frecuentes.Además, hacía tres meses en la empresa le habían hecho un chequeo y los resultados no salieron tan bien. Su salud no era la mejor y aunque estuviera dispuesta a soportar todo por Carlitos, no podía asegurar que funcionara pronto.Dudó un poco antes de preguntar:—¿Y la señorita Montes? ¿Qué opina de todo esto?Dante soltó una carcajada seca.—Eso no le incumbe a Anaís. La decisión es tuya.Grecia había pensado que Anaís tenía derecho a opinar, pero luego recordó cómo la abuela se la había llevado aparte. Seguro que estaba tratando de convencerla de algo.Ya no preguntó más.—Está bien. Lo voy a pensar.Pero en el fondo sabía que ni hacía falta pensarlo. Al igual que había dicho la señora Encinas, después de ver a Carlitos, ya no podía ignorarlo. El lazo de madre era más fuerte que cualquier cosa. Jamás permitiría que su hijo muriera sin hacer nada.Sin saber qué más decir, se puso de pie.—Señor Encinas, ya es tarde. Yo…Dante apagó el cigarro.—Le pido al chofer que te lleve.No había forma de pedir un carro en esa zona, así que Grecia aceptó.Salieron de la casa principal. Al llegar al pasillo, Dante se detuvo de pronto y la encaró. Sus palabras salieron con un dejo de impaciencia imposible de ocultar.—Grecia, si aceptas tener un segundo hijo, te pago el doble. ¿Qué te parece?Añadió enseguida:—O si quieres algo más, mientras no sea matrimonio, lo que pidas.Pero su mirada se endureció.—Eso sí, después de eso, ninguno de los dos niños tendrá que ver contigo. No podrás verlos nunca más.Grecia no se fijó en esa última condición, sino en lo que había dicho antes. Preguntó:—Cuando les entregaron a Carlitos, ¿les pagaron?Capítulo 2Habían pasado cuatro años desde la última vez que Dante Encinas y Grecia Miralles se vieron.A Grecia le llamaron del hospital; ya tenían el resultado de la compatibilidad. El médico no dijo si era favorable o no, solo le pidió que fuera a platicar en persona.Tenía pendientes en el trabajo, pero los dejó de lado, pidió permiso a su jefe y salió a tomar un taxi rumbo al hospital.El tráfico estaba terrible, se tardó más de diez minutos en avanzar. Al llegar, ya había alguien en el consultorio del doctor.Grecia se detuvo justo al abrir la puerta. Sabía que vendría alguien de la familia Encinas, pero nunca imaginó que sería él.El hombre estaba sentado de lado respecto a la puerta, con una actitud relajada, recargado hacia atrás, las manos cruzadas al frente. Escuchó el ruido de la puerta, pero ni siquiera volteó.Del pasillo entraba aire fresco por la ventana abierta. Un escalofrío recorrió a Grecia, y sin poder evitarlo recordó aquella mañana, cuatro años atrás, cuando él se sentó igualito en el sillón de la habitación de hotel. Su voz, tan cortante como el hielo, le retumbó en la memoria: “Hasta los Miralles se atrevieron a jugar conmigo.”El doctor hojeaba el expediente, levantó la vista un instante.—Pasa, por favor.Grecia respiró hondo.—Perdón, el tráfico estaba imposible.Se sentó. El doctor le extendió el informe y suspiró.—Este es el resultado de la compatibilidad para el trasplante de médula.No dijo nada más, pero su tono ya lo decía todo.Grecia miró la última columna del reporte. Aunque venía preparada, el corazón se le apretó.Unos segundos después, una mano de dedos largos y piel clara le quitó el reporte. La voz de Dante sonó distante, casi desinteresada.—¿No es compatible?El doctor asintió.—Faltan puntos de coincidencia, no es posible hacer el trasplante.A Grecia le costó trabajo encontrar su voz.—¿No hay otra opción?El médico la miró, luego fijó los ojos en Dante.—Hay una alternativa más, la única que queda por ahora. Pueden considerarla......Grecia regresó a la oficina justo al mediodía, cuando todos iban saliendo a comer. Ella fue de las pocas que nadó contra corriente, caminando de vuelta a su escritorio.Seguía aturdida. Las palabras que Dante le dijo afuera del hospital no dejaban de dar vueltas en su cabeza. Él estaba dentro del carro, la miró a través de la ventana y le dijo:[Piensa en la propuesta.]Eso quería decir que aceptaba la alternativa del doctor.Tener otro hijo.Grecia se frotó la cara, dudó unos segundos y abrió el cajón de al lado.Arriba de todo estaba una foto. En ella, un niño de unos tres años, aunque su cuerpo parecía más pequeño y frágil. Tenía la cara hundida, la cabeza sin un solo cabello.Estaba enfermo. Y muy grave.El doctor había sido claro: si no encontraban un donador compatible para el trasplante, el niño no aguantaría mucho más.La familia Encinas ya había intentado con todos sus parientes, incluso buscaron en el banco de médula, pero nada.Si no fuera por desesperación, jamás la habrían buscado a ella.Era la madre biológica de Carlos Encinas. Pero también era la mancha en la vida de Dante.Ahora, para salvar al primer hijo, él estaba dispuesto a tener un segundo con ella.Pasó la tarde como en trance; cuando llegó la hora de salida, apenas había logrado terminar lo esencial del trabajo.Grecia se obligó a quedarse un rato más. Terminó lo pendiente, guardó sus cosas y bajó. Ni bien salió del edificio, vio un carro estacionado cerca.La ventana estaba baja. Alguien la llamó. Esta vez sí la miró directo.—Súbete.Era Dante.Grecia se acercó.—Señor Encinas.Habían compartido la cama, hasta tenían un hijo juntos.Pero si eran sinceros, seguían siendo dos extraños.Más allá de aquella noche confusa hace cuatro años, no tenía nada más en común. Ni siquiera habían platicado.Dante repitió:—Súbete.Grecia dudó un segundo, pero obedeció.Ni siquiera alcanzó a cerrar la puerta cuando el carro arrancó como si lo persiguiera el diablo.Dante no dijo a dónde iban. Solo apretó el acelerador con más fuerza.La villa de la familia Encinas se encontraba a medio camino de la montaña. Era la primera vez que Grecia visitaba el lugar. Al bajar del carro, siguió a Dante hacia el interior.La propiedad era enorme. Apenas cruzaron el portón principal, se toparon con un estacionamiento amplio. Más adentro, se extendía un jardín lleno de flores, y tras un largo corredor, al fin se veía la entrada principal de la casa.El mayordomo esperaba de pie junto a la puerta.—Señor.Dante no perdió tiempo.—¿Cómo está Carlitos?El mayordomo respondió con tono respetuoso:—El pequeño se sentía un poco mal. La señorita Montes llegó hace un rato y no se ha separado de él, parece que ya está mejor.Grecia caminaba un par de pasos detrás, bajando la mirada.Señorita Montes, Anaís Montes, la novia de Dante.Se decía que, hace años, los dos estaban completamente enamorados y que, después de una de esas fiestas, planeaban anunciar su compromiso. Pero esa misma noche ocurrió el incidente con ella.Desde entonces, nadie sabía si se había enfriado la relación o si había sido otra cosa, pero el asunto de la boda nunca más se tocó y siguió en el aire hasta ahora.Dante solo asintió y continuó caminando, sin decir nada más.En el tercer piso de la casa principal, justo en el descanso de la escalera, había un equipo para desinfectarse.Una empleada aguardaba ahí. Al ver que Dante subía, se apresuró a aplicarle el desinfectante por todo el cuerpo. Cuando sus ojos encontraron a Grecia, vaciló un instante.—Ella también va a entrar —ordenó Dante.La empleada bajó la mirada y repitió el proceso con Grecia.El cuarto de Carlos estaba al fondo del pasillo. Antes de llegar, ya se escuchaba una conversación suave desde adentro.La voz de una mujer acariciaba el aire:—¿Todavía te sientes mal?El niño murmuró:—Un poquito.La mujer rio con ternura.—Entonces deja que mamá te sobé otro rato.El niño, educado, respondió:—Gracias.Dante abrió la puerta.—Carlitos.Grecia se quedó en la entrada, observando. El cuarto era espacioso y la luz entraba a raudales. Ahí, junto a la cama, estaba el niño de las fotos, recostado en brazos de una mujer.En cuanto Carlitos vio a Dante, extendió los brazos de inmediato.—¡Papá!Dante lo levantó con cuidado.—¿Te sigue doliendo algo?Pero Carlos ya no contestó. Había notado a Grecia parada en la puerta.Anaís también la vio y se levantó, actuando con absoluta naturalidad.—Supongo que tú eres la señorita Miralles, ¿cierto?Se acercó, le tomó la mano y la condujo al interior del cuarto.—Gracias, en serio. Gracias por estar aquí, por ayudar y por salvar a Carlitos.Grecia no respondió. Solo la miró en silencio.Había visto fotos de Anaís en revistas de finanzas: siempre con maquillaje impecable, expresión dura y mirada filosa.Pero en persona... bueno, ni se parecía. Era mucho más dulce, incluso algo frágil al sonreír.Grecia retiró su mano y enfocó la vista en Carlos. El niño era todavía más pequeño de lo que recordaba en las fotos, y ahora, acurrucado en brazos de Dante, la miraba curioso.Sintió que algo dentro de ella se ablandaba. Se acercó, algo incómoda, y habló:—¿Te sigue doliendo algo?Carlos la miró con interés.—¿Tú quién eres?Grecia se quedó sin palabras. La familia Encinas probablemente nunca le había mencionado, y ella tampoco sabía cómo presentarse.Anaís, notando el silencio, le lanzó una mirada a Dante y contestó rápido:—Carlitos, ella es la señora Miralles. Es amiga de papá y mamá, vino a verte.—Ah —contestó Carlos, y no preguntó más.Había estado enfermo y agotado. Apenas pudo recostarse en Dante antes de quedarse dormido.Anaís se acercó a Dante y extendió los brazos.—Dámelo, tú has tenido un día pesado. Debes estar cansado.—No hace falta —replicó Dante, pero dudó un segundo, luego volteó hacia Grecia—. ¿Quieres cargarlo tú?Grecia se quedó helada. Cuando el niño nació, se lo habían llevado directo con la familia Encinas. Nunca lo había sostenido, ni siquiera lo había visto de cerca.Ahora, que le ofrecían cargarlo, simplemente no sabía qué hacer. Ni siquiera se atrevía.Dante esperó unos segundos, pero al ver que ella no respondía, su voz se volvió más cortante.—Olvídalo.Cuando el niño por fin cayó rendido, Dante lo acomodó con mucho cuidado en la cama.—Vamos abajo a platicar —dijo en voz baja.Bajaron los tres juntos.En la sala principal, Blanca Encinas estaba recostada en el sillón, apoyada contra el respaldo, mientras una empleada le masajeaba suavemente las sienes. Al escuchar los pasos, alzó la mano para indicarle a la empleada que se retirara.—¿Carlitos ya se durmió? —preguntó mirando a Dante.—Sí, ya —respondió él, notando que la señora tenía mala cara. No pudo evitar preguntar—: ¿Se siente mal?La señora agitó la mano en el aire.—No es nada —contestó.Luego su mirada se posó en Grecia, analizándola de arriba abajo con un aire difícil de descifrar, ni amable ni hostil.—¿Ya viste a Carlitos? —preguntó.Grecia asintió. La señora asintió también.—Qué bueno que lo viste. Es normal que no sientas nada, después de todo no lo criaste tú, pero madre e hijo tienen un lazo especial. Estoy segura de que ahora que lo conociste, no vas a quedarte con los brazos cruzados.Grecia no respondió. Sabía perfectamente por qué Dante la había traído: necesitaba que viera a su propio hijo. Mientras no lo viera, podía hacerse la fuerte, pero después de ese encuentro, todo se desmoronaba ante el instinto de madre.La señora Encinas señaló el sillón.—Siéntate, no estés parada.Anaís se adelantó y se sentó junto a la abuela.—Abuelita, te ves cansada. ¿No has podido dormir bien estos días?—Conozco a un doctor que es buenísimo para recetar tratamientos. ¿Quieres que le pida que venga a revisarte?La señora Encinas la miró, y en sus labios apareció una leve sonrisa.—¿No será mucha molestia?—Para nada, abuelita —contestó Anaís, acercándosele y con voz mimada—. Si tú estás bien, todos vamos a estar tranquilos.La señora la halagó diciendo que era muy atenta y cariñosa. Pero al mirar de reojo a Grecia, su expresión no cambió mucho, aunque sí dejó ver cierto desagrado. No llegaba a ser rechazo, más bien prefería no tener nada que ver con ella.Después de un rato, la señora se levantó. La empleada que estaba en la puerta se acercó a ayudarla.—Platiquen ustedes, yo ya me siento cansada. Anaís, ven a acompañarme un ratito.Anaís se quedó sorprendida, miró a Dante y luego, sin querer, a Grecia. Pero al final se levantó y siguió a la señora escaleras arriba.La sala quedó en silencio, solo ellos dos. Dante sacó una cajetilla de cigarros, golpeó el fondo y tomó uno. Lo encendió sin prisa.Grecia se sentó a cierta distancia, tomó la iniciativa:—¿Toda tu familia ya sabe el resultado de la compatibilidad?—Sí —respondió Dante—. El doctor Olivares es amigo de mi abuela, apenas tuvo el resultado, nos avisó.Eso quería decir que la familia Encinas ya conocía la única solución posible.—¿Y qué piensan de todo esto? —preguntó Grecia.Dante la miró con el cigarro entre los labios, sin responder.Esa mirada la puso incómoda.—He estado pensando… podríamos intentar tener otro hijo. Hoy en día hay muchos métodos, no sería tan complicado.Entendió al instante.—¿Quieres decir por fertilización asistida?Antes de que Grecia pudiera contestar, Dante la interrumpió.—Esa fue mi primera opción, pero el doctor no lo recomienda. Hay demasiados riesgos y Carlitos no puede esperar tanto.La noticia la dejó helada. Respiró profundo.Ya lo había investigado en internet por la tarde: los intentos fallidos con fertilización asistida eran frecuentes.Además, hacía tres meses en la empresa le habían hecho un chequeo y los resultados no salieron tan bien. Su salud no era la mejor y aunque estuviera dispuesta a soportar todo por Carlitos, no podía asegurar que funcionara pronto.Dudó un poco antes de preguntar:—¿Y la señorita Montes? ¿Qué opina de todo esto?Dante soltó una carcajada seca.—Eso no le incumbe a Anaís. La decisión es tuya.Grecia había pensado que Anaís tenía derecho a opinar, pero luego recordó cómo la abuela se la había llevado aparte. Seguro que estaba tratando de convencerla de algo.Ya no preguntó más.—Está bien. Lo voy a pensar.Pero en el fondo sabía que ni hacía falta pensarlo. Al igual que había dicho la señora Encinas, después de ver a Carlitos, ya no podía ignorarlo. El lazo de madre era más fuerte que cualquier cosa. Jamás permitiría que su hijo muriera sin hacer nada.Sin saber qué más decir, se puso de pie.—Señor Encinas, ya es tarde. Yo…Dante apagó el cigarro.—Le pido al chofer que te lleve.No había forma de pedir un carro en esa zona, así que Grecia aceptó.Salieron de la casa principal. Al llegar al pasillo, Dante se detuvo de pronto y la encaró. Sus palabras salieron con un dejo de impaciencia imposible de ocultar.—Grecia, si aceptas tener un segundo hijo, te pago el doble. ¿Qué te parece?Añadió enseguida:—O si quieres algo más, mientras no sea matrimonio, lo que pidas.Pero su mirada se endureció.—Eso sí, después de eso, ninguno de los dos niños tendrá que ver contigo. No podrás verlos nunca más.Grecia no se fijó en esa última condición, sino en lo que había dicho antes. Preguntó:—Cuando les entregaron a Carlitos, ¿les pagaron?Capítulo 3Habían pasado cuatro años desde la última vez que Dante Encinas y Grecia Miralles se vieron.A Grecia le llamaron del hospital; ya tenían el resultado de la compatibilidad. El médico no dijo si era favorable o no, solo le pidió que fuera a platicar en persona.Tenía pendientes en el trabajo, pero los dejó de lado, pidió permiso a su jefe y salió a tomar un taxi rumbo al hospital.El tráfico estaba terrible, se tardó más de diez minutos en avanzar. Al llegar, ya había alguien en el consultorio del doctor.Grecia se detuvo justo al abrir la puerta. Sabía que vendría alguien de la familia Encinas, pero nunca imaginó que sería él.El hombre estaba sentado de lado respecto a la puerta, con una actitud relajada, recargado hacia atrás, las manos cruzadas al frente. Escuchó el ruido de la puerta, pero ni siquiera volteó.Del pasillo entraba aire fresco por la ventana abierta. Un escalofrío recorrió a Grecia, y sin poder evitarlo recordó aquella mañana, cuatro años atrás, cuando él se sentó igualito en el sillón de la habitación de hotel. Su voz, tan cortante como el hielo, le retumbó en la memoria: “Hasta los Miralles se atrevieron a jugar conmigo.”El doctor hojeaba el expediente, levantó la vista un instante.—Pasa, por favor.Grecia respiró hondo.—Perdón, el tráfico estaba imposible.Se sentó. El doctor le extendió el informe y suspiró.—Este es el resultado de la compatibilidad para el trasplante de médula.No dijo nada más, pero su tono ya lo decía todo.Grecia miró la última columna del reporte. Aunque venía preparada, el corazón se le apretó.Unos segundos después, una mano de dedos largos y piel clara le quitó el reporte. La voz de Dante sonó distante, casi desinteresada.—¿No es compatible?El doctor asintió.—Faltan puntos de coincidencia, no es posible hacer el trasplante.A Grecia le costó trabajo encontrar su voz.—¿No hay otra opción?El médico la miró, luego fijó los ojos en Dante.—Hay una alternativa más, la única que queda por ahora. Pueden considerarla......Grecia regresó a la oficina justo al mediodía, cuando todos iban saliendo a comer. Ella fue de las pocas que nadó contra corriente, caminando de vuelta a su escritorio.Seguía aturdida. Las palabras que Dante le dijo afuera del hospital no dejaban de dar vueltas en su cabeza. Él estaba dentro del carro, la miró a través de la ventana y le dijo:[Piensa en la propuesta.]Eso quería decir que aceptaba la alternativa del doctor.Tener otro hijo.Grecia se frotó la cara, dudó unos segundos y abrió el cajón de al lado.Arriba de todo estaba una foto. En ella, un niño de unos tres años, aunque su cuerpo parecía más pequeño y frágil. Tenía la cara hundida, la cabeza sin un solo cabello.Estaba enfermo. Y muy grave.El doctor había sido claro: si no encontraban un donador compatible para el trasplante, el niño no aguantaría mucho más.La familia Encinas ya había intentado con todos sus parientes, incluso buscaron en el banco de médula, pero nada.Si no fuera por desesperación, jamás la habrían buscado a ella.Era la madre biológica de Carlos Encinas. Pero también era la mancha en la vida de Dante.Ahora, para salvar al primer hijo, él estaba dispuesto a tener un segundo con ella.Pasó la tarde como en trance; cuando llegó la hora de salida, apenas había logrado terminar lo esencial del trabajo.Grecia se obligó a quedarse un rato más. Terminó lo pendiente, guardó sus cosas y bajó. Ni bien salió del edificio, vio un carro estacionado cerca.La ventana estaba baja. Alguien la llamó. Esta vez sí la miró directo.—Súbete.Era Dante.Grecia se acercó.—Señor Encinas.Habían compartido la cama, hasta tenían un hijo juntos.Pero si eran sinceros, seguían siendo dos extraños.Más allá de aquella noche confusa hace cuatro años, no tenía nada más en común. Ni siquiera habían platicado.Dante repitió:—Súbete.Grecia dudó un segundo, pero obedeció.Ni siquiera alcanzó a cerrar la puerta cuando el carro arrancó como si lo persiguiera el diablo.Dante no dijo a dónde iban. Solo apretó el acelerador con más fuerza.La villa de la familia Encinas se encontraba a medio camino de la montaña. Era la primera vez que Grecia visitaba el lugar. Al bajar del carro, siguió a Dante hacia el interior.La propiedad era enorme. Apenas cruzaron el portón principal, se toparon con un estacionamiento amplio. Más adentro, se extendía un jardín lleno de flores, y tras un largo corredor, al fin se veía la entrada principal de la casa.El mayordomo esperaba de pie junto a la puerta.—Señor.Dante no perdió tiempo.—¿Cómo está Carlitos?El mayordomo respondió con tono respetuoso:—El pequeño se sentía un poco mal. La señorita Montes llegó hace un rato y no se ha separado de él, parece que ya está mejor.Grecia caminaba un par de pasos detrás, bajando la mirada.Señorita Montes, Anaís Montes, la novia de Dante.Se decía que, hace años, los dos estaban completamente enamorados y que, después de una de esas fiestas, planeaban anunciar su compromiso. Pero esa misma noche ocurrió el incidente con ella.Desde entonces, nadie sabía si se había enfriado la relación o si había sido otra cosa, pero el asunto de la boda nunca más se tocó y siguió en el aire hasta ahora.Dante solo asintió y continuó caminando, sin decir nada más.En el tercer piso de la casa principal, justo en el descanso de la escalera, había un equipo para desinfectarse.Una empleada aguardaba ahí. Al ver que Dante subía, se apresuró a aplicarle el desinfectante por todo el cuerpo. Cuando sus ojos encontraron a Grecia, vaciló un instante.—Ella también va a entrar —ordenó Dante.La empleada bajó la mirada y repitió el proceso con Grecia.El cuarto de Carlos estaba al fondo del pasillo. Antes de llegar, ya se escuchaba una conversación suave desde adentro.La voz de una mujer acariciaba el aire:—¿Todavía te sientes mal?El niño murmuró:—Un poquito.La mujer rio con ternura.—Entonces deja que mamá te sobé otro rato.El niño, educado, respondió:—Gracias.Dante abrió la puerta.—Carlitos.Grecia se quedó en la entrada, observando. El cuarto era espacioso y la luz entraba a raudales. Ahí, junto a la cama, estaba el niño de las fotos, recostado en brazos de una mujer.En cuanto Carlitos vio a Dante, extendió los brazos de inmediato.—¡Papá!Dante lo levantó con cuidado.—¿Te sigue doliendo algo?Pero Carlos ya no contestó. Había notado a Grecia parada en la puerta.Anaís también la vio y se levantó, actuando con absoluta naturalidad.—Supongo que tú eres la señorita Miralles, ¿cierto?Se acercó, le tomó la mano y la condujo al interior del cuarto.—Gracias, en serio. Gracias por estar aquí, por ayudar y por salvar a Carlitos.Grecia no respondió. Solo la miró en silencio.Había visto fotos de Anaís en revistas de finanzas: siempre con maquillaje impecable, expresión dura y mirada filosa.Pero en persona... bueno, ni se parecía. Era mucho más dulce, incluso algo frágil al sonreír.Grecia retiró su mano y enfocó la vista en Carlos. El niño era todavía más pequeño de lo que recordaba en las fotos, y ahora, acurrucado en brazos de Dante, la miraba curioso.Sintió que algo dentro de ella se ablandaba. Se acercó, algo incómoda, y habló:—¿Te sigue doliendo algo?Carlos la miró con interés.—¿Tú quién eres?Grecia se quedó sin palabras. La familia Encinas probablemente nunca le había mencionado, y ella tampoco sabía cómo presentarse.Anaís, notando el silencio, le lanzó una mirada a Dante y contestó rápido:—Carlitos, ella es la señora Miralles. Es amiga de papá y mamá, vino a verte.—Ah —contestó Carlos, y no preguntó más.Había estado enfermo y agotado. Apenas pudo recostarse en Dante antes de quedarse dormido.Anaís se acercó a Dante y extendió los brazos.—Dámelo, tú has tenido un día pesado. Debes estar cansado.—No hace falta —replicó Dante, pero dudó un segundo, luego volteó hacia Grecia—. ¿Quieres cargarlo tú?Grecia se quedó helada. Cuando el niño nació, se lo habían llevado directo con la familia Encinas. Nunca lo había sostenido, ni siquiera lo había visto de cerca.Ahora, que le ofrecían cargarlo, simplemente no sabía qué hacer. Ni siquiera se atrevía.Dante esperó unos segundos, pero al ver que ella no respondía, su voz se volvió más cortante.—Olvídalo.Cuando el niño por fin cayó rendido, Dante lo acomodó con mucho cuidado en la cama.—Vamos abajo a platicar —dijo en voz baja.Bajaron los tres juntos.En la sala principal, Blanca Encinas estaba recostada en el sillón, apoyada contra el respaldo, mientras una empleada le masajeaba suavemente las sienes. Al escuchar los pasos, alzó la mano para indicarle a la empleada que se retirara.—¿Carlitos ya se durmió? —preguntó mirando a Dante.—Sí, ya —respondió él, notando que la señora tenía mala cara. No pudo evitar preguntar—: ¿Se siente mal?La señora agitó la mano en el aire.—No es nada —contestó.Luego su mirada se posó en Grecia, analizándola de arriba abajo con un aire difícil de descifrar, ni amable ni hostil.—¿Ya viste a Carlitos? —preguntó.Grecia asintió. La señora asintió también.—Qué bueno que lo viste. Es normal que no sientas nada, después de todo no lo criaste tú, pero madre e hijo tienen un lazo especial. Estoy segura de que ahora que lo conociste, no vas a quedarte con los brazos cruzados.Grecia no respondió. Sabía perfectamente por qué Dante la había traído: necesitaba que viera a su propio hijo. Mientras no lo viera, podía hacerse la fuerte, pero después de ese encuentro, todo se desmoronaba ante el instinto de madre.La señora Encinas señaló el sillón.—Siéntate, no estés parada.Anaís se adelantó y se sentó junto a la abuela.—Abuelita, te ves cansada. ¿No has podido dormir bien estos días?—Conozco a un doctor que es buenísimo para recetar tratamientos. ¿Quieres que le pida que venga a revisarte?La señora Encinas la miró, y en sus labios apareció una leve sonrisa.—¿No será mucha molestia?—Para nada, abuelita —contestó Anaís, acercándosele y con voz mimada—. Si tú estás bien, todos vamos a estar tranquilos.La señora la halagó diciendo que era muy atenta y cariñosa. Pero al mirar de reojo a Grecia, su expresión no cambió mucho, aunque sí dejó ver cierto desagrado. No llegaba a ser rechazo, más bien prefería no tener nada que ver con ella.Después de un rato, la señora se levantó. La empleada que estaba en la puerta se acercó a ayudarla.—Platiquen ustedes, yo ya me siento cansada. Anaís, ven a acompañarme un ratito.Anaís se quedó sorprendida, miró a Dante y luego, sin querer, a Grecia. Pero al final se levantó y siguió a la señora escaleras arriba.La sala quedó en silencio, solo ellos dos. Dante sacó una cajetilla de cigarros, golpeó el fondo y tomó uno. Lo encendió sin prisa.Grecia se sentó a cierta distancia, tomó la iniciativa:—¿Toda tu familia ya sabe el resultado de la compatibilidad?—Sí —respondió Dante—. El doctor Olivares es amigo de mi abuela, apenas tuvo el resultado, nos avisó.Eso quería decir que la familia Encinas ya conocía la única solución posible.—¿Y qué piensan de todo esto? —preguntó Grecia.Dante la miró con el cigarro entre los labios, sin responder.Esa mirada la puso incómoda.—He estado pensando… podríamos intentar tener otro hijo. Hoy en día hay muchos métodos, no sería tan complicado.Entendió al instante.—¿Quieres decir por fertilización asistida?Antes de que Grecia pudiera contestar, Dante la interrumpió.—Esa fue mi primera opción, pero el doctor no lo recomienda. Hay demasiados riesgos y Carlitos no puede esperar tanto.La noticia la dejó helada. Respiró profundo.Ya lo había investigado en internet por la tarde: los intentos fallidos con fertilización asistida eran frecuentes.Además, hacía tres meses en la empresa le habían hecho un chequeo y los resultados no salieron tan bien. Su salud no era la mejor y aunque estuviera dispuesta a soportar todo por Carlitos, no podía asegurar que funcionara pronto.Dudó un poco antes de preguntar:—¿Y la señorita Montes? ¿Qué opina de todo esto?Dante soltó una carcajada seca.—Eso no le incumbe a Anaís. La decisión es tuya.Grecia había pensado que Anaís tenía derecho a opinar, pero luego recordó cómo la abuela se la había llevado aparte. Seguro que estaba tratando de convencerla de algo.Ya no preguntó más.—Está bien. Lo voy a pensar.Pero en el fondo sabía que ni hacía falta pensarlo. Al igual que había dicho la señora Encinas, después de ver a Carlitos, ya no podía ignorarlo. El lazo de madre era más fuerte que cualquier cosa. Jamás permitiría que su hijo muriera sin hacer nada.Sin saber qué más decir, se puso de pie.—Señor Encinas, ya es tarde. Yo…Dante apagó el cigarro.—Le pido al chofer que te lleve.No había forma de pedir un carro en esa zona, así que Grecia aceptó.Salieron de la casa principal. Al llegar al pasillo, Dante se detuvo de pronto y la encaró. Sus palabras salieron con un dejo de impaciencia imposible de ocultar.—Grecia, si aceptas tener un segundo hijo, te pago el doble. ¿Qué te parece?Añadió enseguida:—O si quieres algo más, mientras no sea matrimonio, lo que pidas.Pero su mirada se endureció.—Eso sí, después de eso, ninguno de los dos niños tendrá que ver contigo. No podrás verlos nunca más.Grecia no se fijó en esa última condición, sino en lo que había dicho antes. Preguntó:—Cuando les entregaron a Carlitos, ¿les pagaron?