Capítulo 1El lobby del Hotel Jardines del Prado, el más lujoso de Montealegre, rebosaba de voces y movimiento. Por todos lados, grupos de personas platicaban animados, intercambiando teorías sobre el gran evento del día: la boda entre el Grupo Meléndez y el Grupo Montoya.—Nunca imaginé que el Grupo Meléndez, siendo tan poderoso, terminaría uniéndose al Grupo Montoya —comentó un hombre de traje, moviendo la cabeza incrédulo.—La verdad, Grupo Montoya sí que se sacó la lotería —respondió otro, con una risita—. Pero, ¿alguien sabe quién es la afortunada que se casa con el heredero?—Dicen que es Paulina Montoya, la hija adoptiva del presidente Montoya… y vaya que es guapa —agregó una mujer, cruzando miradas cómplices con sus amigas.Mientras tanto, el bullicio en la zona de la boda no se comparaba con el desastre que se vivía dentro del camerino de la novia.Y es que Paulina, la protagonista del enlace, había escapado la noche anterior, huyendo del país sin mirar atrás. Para que el acuerdo siguiera en pie, Vicente, el patriarca de los Montoya, decidió que su hija biológica, Flora Montoya, debería tomar el lugar de Paulina en el altar. Pero Flora no estaba dispuesta a aceptar ese destino.—Papá, no pienso casarme en lugar de mi hermana —soltó Flora, con la voz temblorosa pero decidida.¿Quién en su sano juicio se casaría con un desconocido, solo porque así lo dictan los intereses de la familia? Y peor aún, ¿con el mismo hombre que se suponía iba a casarse con su hermana adoptiva?—Te guste o no, vas a casarte. Este asunto no se discute —le espetó Vicente, sin disimular su molestia.La indignación de Flora creció de golpe, y sin filtros, le soltó:—Si tanto quieres que alguien se case, ¿por qué no vas tú y arreglas el asunto en persona?Las palabras de Flora hicieron que la cara de Vicente se tensara, casi de inmediato. El hombre levantó la mano, dispuesto a golpearla.—¡Vicente, no la golpees! —intervino Yolanda, la elegante mujer que estaba a su lado, sujetándolo del brazo—. Flo, no hagas enojar a tu papá. Anda, discúlpate con él.Al escucharla, los ojos de Flora se llenaron de lágrimas, sintiéndose traicionada y sola.—Yolanda, no voy a disculparme. Tampoco pienso casarme en nombre de mi hermana, ya te lo dije —murmuró, haciendo un esfuerzo por no quebrarse.—Aquí no tienes opción —Vicente la fulminó con la mirada, su voz retumbando en el pequeño camerino.Por un instante, un destello de satisfacción cruzó los ojos de Yolanda, aunque enseguida recuperó su gesto de víctima y, con la voz cariñosa, se volvió hacia Vicente:—Vicente… tal vez podríamos cancelar la boda…Pero Vicente la interrumpió, seco e implacable:—¡Nada de cancelar! Ella se casa sí o sí. —Señaló el vestido blanco que colgaba en el perchero—. Ponte el vestido. Cuando llegue la hora, sales y te presentas en la ceremonia.Sin darle tiempo de responder, Vicente la tomó del brazo y salió del camerino, llevándose a Yolanda con él.El silencio se apoderó del lugar en cuanto la puerta se cerró. Flora miró el vestido de novia, tan hermoso bajo la luz, y un nudo se le formó en la garganta. Sentía que la injusticia le quemaba por dentro.¿Por qué tenía que ser ella quien pagara las consecuencias de la fuga de su hermana? Apenas había terminado la universidad, acababa de empezar en el trabajo de sus sueños, su vida apenas estaba comenzando. Ni siquiera había tenido oportunidad de confesarle sus sentimientos a la persona que le gustaba. ¿Y ahora pretenden que se case con un desconocido?—No, no quiero esto —susurró, apretando los labios, mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla. Sin pensarlo dos veces, giró sobre sus talones y se acercó sigilosamente a la puerta.Abrió con cuidado una rendija, y al asomarse, notó que Vicente había dejado a unos tipos vigilando la entrada, por si intentaba escapar.Respiró hondo, cerró la puerta con suavidad y, en un acto de rebeldía, echó el cerrojo desde adentro.Una vez que el seguro estuvo puesto, Flora sintió cómo la adrenalina le recorría el cuerpo. Sus ojos se fijaron en la ventana de cristal que daba al exterior, a solo unos metros de distancia.La habitación estaba en la planta baja. Si lograba romper esa ventana, podría salir corriendo y dejar atrás ese destino impuesto. Quizá, solo quizá, aún podía alcanzar a su verdadero amor…Decidida, tomó una de las sillas del tocador y, con todas sus fuerzas, la lanzó contra el cristal.—¡Paf!—No hizo el estruendo que esperaba, pero el sonido rebotó con claridad en la noche. El vidrio no cedió por completo, pero se llenó de grietas como si una telaraña hubiera cubierto la superficie.Del otro lado de la puerta, se oyó un forcejeo.—Señorita Montoya, ¿qué está haciendo ahí adentro?Flora no respondió. Levantó la silla que tenía en las manos y la estrelló varias veces contra el vidrio agrietado.El estruendo del vidrio al hacerse pedazos retumbó en la habitación. La ventana del piso al techo se abrió de par en par, y los fragmentos de vidrio volaron en todas direcciones, algunos alcanzando a Flora.Los cristales desgarraron su vestido y le abrieron cortes en los brazos y piernas expuestos. Algunas heridas eran profundas, pero a Flora no le importaba. Ya se escuchaban golpes en la puerta detrás de ella.Se recogió la falda, pisó los vidrios rotos y, sin perder el tiempo, salió apresurada por la ventana destrozada......Al mismo tiempo, en el otro extremo del salón, Isaac Meléndez permanecía inmóvil frente a la ventana panorámica del cuarto de descanso para el novio. Observaba, sin parpadear, las luces de neón que iluminaban la noche afuera, irradiando una indiferencia que mantenía a todos a distancia.Unos pasos detrás de él, el asistente Jorge Orozco esperaba con la espalda ligeramente encorvada, conteniendo la respiración, como si temiera que cualquier ruido pudiera romper la tensión.Pasó un tiempo que pareció eterno hasta que Isaac por fin habló.—¿Por qué la boda sigue en pie?Su voz era tan melodiosa que a cualquiera le habría hecho cosquillas en los oídos. Habló en un tono suave, pero esa suavidad no hizo sino intensificar la presión en el ambiente, provocando que Jorge temblara un poco.—Paulina salió del país anoche, según lo que organizó Yolanda Fernández. Pero Vicente hizo que Flora tomara su lugar en la boda.—¿Flora? —preguntó Isaac con una voz tan calmada que parecía estar decidiendo qué desayunar, pero cada palabra pesaba como una piedra.Jorge, creyendo que Isaac quería saber quién era Flora, se apresuró a explicar:—Flora es la hija de la esposa legítima de Vicente, es dos meses menor que Paulina. Por fuera, Paulina parece la hija adoptiva, pero en realidad ella es la hija biológica de Vicente y Yolanda. Solo que Vicente, por miedo a la familia de su esposa, siempre ha dicho que Paulina es adoptada...Jorge no alcanzó a terminar la frase cuando Isaac lo interrumpió con un gesto.—¿Cuánta gente puso el viejo afuera?Jorge tardó dos segundos en entender el cambio de tema de su jefe.—Más de veinte personas.Isaac soltó una carcajada seca.—De verdad que no le tiembla la mano para gastar.Jorge abrió la boca, pero terminó por no decir nada.El señor Meléndez temía que el presidente escapara de la boda, así que puso a más de veinte guaruras vigilándolo. La seguridad era tan estricta que, incluso él, siendo solo el asistente, tuvo que pasar por varios filtros solo para entregar unos papeles.Después de unos segundos de silencio, Isaac preguntó:—¿Y la gente que te pedí que metieras, ya está lista?—Sí, ya están dentro —respondió Jorge, sintiendo cómo le sudaban las palmas. El presidente Meléndez había planeado todo al detalle para evitar esa boda. Primero, con artimañas para que la familia de la novia cancelara. Luego, como hubo un giro inesperado, recurrió al plan de fuga.Isaac asintió sin emoción.—Diles que se preparen.—Entendido —respondió Jorge, y salió apresurado del cuarto.Unos cinco minutos después de que Jorge se fue, comenzaron a oírse gritos y sonidos de pelea en los pasillos.Poco después, la puerta del cuarto de descanso se abrió de golpe. Jorge entró con prisa.—Presidente Meléndez, es hora de irnos.Isaac apenas murmuró una respuesta y siguió a Jorge fuera del cuarto.El pasillo era un caos: gente empujándose, algunos corriendo, otros gritando.Isaac ni siquiera arrugó la frente. Con Jorge abriéndole paso, cruzó entre el tumulto y salió del edificio.No habían pasado ni cinco minutos desde su salida cuando, al otro lado del salón, se escuchó un alarido:—¡Esto está mal, la novia se escapó!De inmediato, otra voz gritó desde el otro extremo:—¡Esto está peor, el novio también se fugó!Los invitados en el salón quedaron boquiabiertos. ¿Qué estaba pasando? ¿El novio y la novia huyeron al mismo tiempo? ¿Se habrán puesto de acuerdo?Isaac y Jorge salieron juntos y se dirigieron directo al estacionamiento.Por su parte, Flora, preocupada porque Vicente y los demás pudieran perseguirla, no se detuvo ni un minuto dentro del hotel.Salió con prisa, casi corriendo, y fue directo hacia la salida del hotel para tratar de encontrar un taxi y largarse rápido de ahí.Fue hasta que llegó a la esquina cuando recordó que había dejado su bolsa en el camerino.Regresar a buscarla era impensable. Así que solo le quedaba ver si encontraba a alguien de buen corazón que le diera un aventón.La noche de inicios de invierno era helada, y Flora solo llevaba puesto un vestido. Temblando de pies a cabeza, miraba a todos lados en la esquina, esperando un milagro.A lo lejos, vio un carro saliendo del hotel. Se encogió un poco, frotándose los brazos, y levantó la mano para intentar detenerlo.Jorge la vio desde unos metros, frunció el ceño y, mirando por el retrovisor a Isaac, que parecía estar dormitando, le dijo:—Presidente Meléndez, hay una mujer intentando parar carros allá adelante.Isaac levantó la mirada, sus ojos oscuros e intensos parecían un torbellino imposible de descifrar.Alzó la cabeza hacia donde Jorge señalaba. Cuando su mirada, tan cortante como el hielo, se posó en la joven que temblaba de frío a unos metros, algo en su expresión cambió de golpe, como si hubiera visto un fantasma...—Presidente Meléndez... —Jorge estaba a punto de preguntarle si debían detenerse, pero en ese instante, vio a Isaac desde el retrovisor, y por primera vez, esa expresión distante e impasible del presidente... se desvaneció.Jorge sintió que le recorría un escalofrío; por un momento, se quedó pasmado.¿El presidente Meléndez estaba... distraído? ¿De verdad estaba distraído?Desde que Jorge empezó a trabajar con él, hacía ya tres años, jamás lo había visto mostrar otra cosa que no fuera indiferencia.Su jefe estaba mirando a la chica que intentaba detener carros en la calle. Jorge echó un vistazo a los ojos de Isaac, luego bajó la velocidad con disimulo, y finalmente detuvo el carro a sólo un metro de donde estaba Flora.Cuando el carro se detuvo, Isaac volvió en sí, y su mirada cortante fue directo hacia Jorge.El chofer se tocó la nariz, carraspeó y se inventó una excusa:—Ejem... el carro se apagó de repente.Isaac apretó los labios, pero no dijo nada.Flora no podía creer su suerte. Apenas intentó parar el primer carro, y de inmediato le hicieron el favor de detenerse.Se frotó los brazos helados, se acercó al Mercedes negro que se había detenido frente a ella y tocó la ventana del conductor.El vidrio bajó suavemente, dejando ver el rostro joven de un hombre.—Buenas noches, ¿podría darme un aventón, por favor?Al ver a Flora, Jorge casi se atraganta del asombro.¿No se suponía que la prometida del presidente Meléndez debía estar esperando en el hotel para la boda? ¿Qué hacía aquí, en la calle, con ese aspecto tan... desaliñado, pidiendo que la llevaran en carro?Como el conductor no respondía, Flora volvió a preguntar en voz bajita:—¿Se podrá?El frío le hacía castañetear los dientes.Jorge no tuvo corazón para rechazarla. Dudó unos segundos, luego asintió:—Súbete. —Al mismo tiempo, presionó el botón para abrir los seguros.—Muchas gracias. —Flora sonrió, agradecida, retrocedió dos pasos y abrió la puerta trasera.—¡Espera! —Jorge quiso detenerla al darse cuenta de lo que hacía, pero ya era tarde.Al abrir la puerta trasera, lo primero que Flora vio fueron unos zapatos negros, impecables, hechos a mano.¡Había alguien sentado atrás! Flora se reprendió en silencio por su torpeza y, bajando la cabeza, se apresuró a disculparse:—Perdón, no sabía que había alguien... Aaachís...Antes de terminar la frase, soltó un estornudo tan fuerte que, de no haber cubierto la boca, habría salpicado todo al pasajero de atrás.Isaac ya estaba algo molesto porque Jorge había decidido por su cuenta dejar subir a esa mujer, pero no esperaba que ella intentara sentarse en el asiento trasero y, además, estuviera a punto de estornudarle encima.Una sombra de disgusto cruzó por sus ojos, giró lentamente el rostro con la intención de rechazarla de una vez, pero cuando vio aquella cabecita temblando, cubierta de mechones alborotados, las palabras simplemente no salieron de su boca...Capítulo 2El lobby del Hotel Jardines del Prado, el más lujoso de Montealegre, rebosaba de voces y movimiento. Por todos lados, grupos de personas platicaban animados, intercambiando teorías sobre el gran evento del día: la boda entre el Grupo Meléndez y el Grupo Montoya.—Nunca imaginé que el Grupo Meléndez, siendo tan poderoso, terminaría uniéndose al Grupo Montoya —comentó un hombre de traje, moviendo la cabeza incrédulo.—La verdad, Grupo Montoya sí que se sacó la lotería —respondió otro, con una risita—. Pero, ¿alguien sabe quién es la afortunada que se casa con el heredero?—Dicen que es Paulina Montoya, la hija adoptiva del presidente Montoya… y vaya que es guapa —agregó una mujer, cruzando miradas cómplices con sus amigas.Mientras tanto, el bullicio en la zona de la boda no se comparaba con el desastre que se vivía dentro del camerino de la novia.Y es que Paulina, la protagonista del enlace, había escapado la noche anterior, huyendo del país sin mirar atrás. Para que el acuerdo siguiera en pie, Vicente, el patriarca de los Montoya, decidió que su hija biológica, Flora Montoya, debería tomar el lugar de Paulina en el altar. Pero Flora no estaba dispuesta a aceptar ese destino.—Papá, no pienso casarme en lugar de mi hermana —soltó Flora, con la voz temblorosa pero decidida.¿Quién en su sano juicio se casaría con un desconocido, solo porque así lo dictan los intereses de la familia? Y peor aún, ¿con el mismo hombre que se suponía iba a casarse con su hermana adoptiva?—Te guste o no, vas a casarte. Este asunto no se discute —le espetó Vicente, sin disimular su molestia.La indignación de Flora creció de golpe, y sin filtros, le soltó:—Si tanto quieres que alguien se case, ¿por qué no vas tú y arreglas el asunto en persona?Las palabras de Flora hicieron que la cara de Vicente se tensara, casi de inmediato. El hombre levantó la mano, dispuesto a golpearla.—¡Vicente, no la golpees! —intervino Yolanda, la elegante mujer que estaba a su lado, sujetándolo del brazo—. Flo, no hagas enojar a tu papá. Anda, discúlpate con él.Al escucharla, los ojos de Flora se llenaron de lágrimas, sintiéndose traicionada y sola.—Yolanda, no voy a disculparme. Tampoco pienso casarme en nombre de mi hermana, ya te lo dije —murmuró, haciendo un esfuerzo por no quebrarse.—Aquí no tienes opción —Vicente la fulminó con la mirada, su voz retumbando en el pequeño camerino.Por un instante, un destello de satisfacción cruzó los ojos de Yolanda, aunque enseguida recuperó su gesto de víctima y, con la voz cariñosa, se volvió hacia Vicente:—Vicente… tal vez podríamos cancelar la boda…Pero Vicente la interrumpió, seco e implacable:—¡Nada de cancelar! Ella se casa sí o sí. —Señaló el vestido blanco que colgaba en el perchero—. Ponte el vestido. Cuando llegue la hora, sales y te presentas en la ceremonia.Sin darle tiempo de responder, Vicente la tomó del brazo y salió del camerino, llevándose a Yolanda con él.El silencio se apoderó del lugar en cuanto la puerta se cerró. Flora miró el vestido de novia, tan hermoso bajo la luz, y un nudo se le formó en la garganta. Sentía que la injusticia le quemaba por dentro.¿Por qué tenía que ser ella quien pagara las consecuencias de la fuga de su hermana? Apenas había terminado la universidad, acababa de empezar en el trabajo de sus sueños, su vida apenas estaba comenzando. Ni siquiera había tenido oportunidad de confesarle sus sentimientos a la persona que le gustaba. ¿Y ahora pretenden que se case con un desconocido?—No, no quiero esto —susurró, apretando los labios, mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla. Sin pensarlo dos veces, giró sobre sus talones y se acercó sigilosamente a la puerta.Abrió con cuidado una rendija, y al asomarse, notó que Vicente había dejado a unos tipos vigilando la entrada, por si intentaba escapar.Respiró hondo, cerró la puerta con suavidad y, en un acto de rebeldía, echó el cerrojo desde adentro.Una vez que el seguro estuvo puesto, Flora sintió cómo la adrenalina le recorría el cuerpo. Sus ojos se fijaron en la ventana de cristal que daba al exterior, a solo unos metros de distancia.La habitación estaba en la planta baja. Si lograba romper esa ventana, podría salir corriendo y dejar atrás ese destino impuesto. Quizá, solo quizá, aún podía alcanzar a su verdadero amor…Decidida, tomó una de las sillas del tocador y, con todas sus fuerzas, la lanzó contra el cristal.—¡Paf!—No hizo el estruendo que esperaba, pero el sonido rebotó con claridad en la noche. El vidrio no cedió por completo, pero se llenó de grietas como si una telaraña hubiera cubierto la superficie.Del otro lado de la puerta, se oyó un forcejeo.—Señorita Montoya, ¿qué está haciendo ahí adentro?Flora no respondió. Levantó la silla que tenía en las manos y la estrelló varias veces contra el vidrio agrietado.El estruendo del vidrio al hacerse pedazos retumbó en la habitación. La ventana del piso al techo se abrió de par en par, y los fragmentos de vidrio volaron en todas direcciones, algunos alcanzando a Flora.Los cristales desgarraron su vestido y le abrieron cortes en los brazos y piernas expuestos. Algunas heridas eran profundas, pero a Flora no le importaba. Ya se escuchaban golpes en la puerta detrás de ella.Se recogió la falda, pisó los vidrios rotos y, sin perder el tiempo, salió apresurada por la ventana destrozada......Al mismo tiempo, en el otro extremo del salón, Isaac Meléndez permanecía inmóvil frente a la ventana panorámica del cuarto de descanso para el novio. Observaba, sin parpadear, las luces de neón que iluminaban la noche afuera, irradiando una indiferencia que mantenía a todos a distancia.Unos pasos detrás de él, el asistente Jorge Orozco esperaba con la espalda ligeramente encorvada, conteniendo la respiración, como si temiera que cualquier ruido pudiera romper la tensión.Pasó un tiempo que pareció eterno hasta que Isaac por fin habló.—¿Por qué la boda sigue en pie?Su voz era tan melodiosa que a cualquiera le habría hecho cosquillas en los oídos. Habló en un tono suave, pero esa suavidad no hizo sino intensificar la presión en el ambiente, provocando que Jorge temblara un poco.—Paulina salió del país anoche, según lo que organizó Yolanda Fernández. Pero Vicente hizo que Flora tomara su lugar en la boda.—¿Flora? —preguntó Isaac con una voz tan calmada que parecía estar decidiendo qué desayunar, pero cada palabra pesaba como una piedra.Jorge, creyendo que Isaac quería saber quién era Flora, se apresuró a explicar:—Flora es la hija de la esposa legítima de Vicente, es dos meses menor que Paulina. Por fuera, Paulina parece la hija adoptiva, pero en realidad ella es la hija biológica de Vicente y Yolanda. Solo que Vicente, por miedo a la familia de su esposa, siempre ha dicho que Paulina es adoptada...Jorge no alcanzó a terminar la frase cuando Isaac lo interrumpió con un gesto.—¿Cuánta gente puso el viejo afuera?Jorge tardó dos segundos en entender el cambio de tema de su jefe.—Más de veinte personas.Isaac soltó una carcajada seca.—De verdad que no le tiembla la mano para gastar.Jorge abrió la boca, pero terminó por no decir nada.El señor Meléndez temía que el presidente escapara de la boda, así que puso a más de veinte guaruras vigilándolo. La seguridad era tan estricta que, incluso él, siendo solo el asistente, tuvo que pasar por varios filtros solo para entregar unos papeles.Después de unos segundos de silencio, Isaac preguntó:—¿Y la gente que te pedí que metieras, ya está lista?—Sí, ya están dentro —respondió Jorge, sintiendo cómo le sudaban las palmas. El presidente Meléndez había planeado todo al detalle para evitar esa boda. Primero, con artimañas para que la familia de la novia cancelara. Luego, como hubo un giro inesperado, recurrió al plan de fuga.Isaac asintió sin emoción.—Diles que se preparen.—Entendido —respondió Jorge, y salió apresurado del cuarto.Unos cinco minutos después de que Jorge se fue, comenzaron a oírse gritos y sonidos de pelea en los pasillos.Poco después, la puerta del cuarto de descanso se abrió de golpe. Jorge entró con prisa.—Presidente Meléndez, es hora de irnos.Isaac apenas murmuró una respuesta y siguió a Jorge fuera del cuarto.El pasillo era un caos: gente empujándose, algunos corriendo, otros gritando.Isaac ni siquiera arrugó la frente. Con Jorge abriéndole paso, cruzó entre el tumulto y salió del edificio.No habían pasado ni cinco minutos desde su salida cuando, al otro lado del salón, se escuchó un alarido:—¡Esto está mal, la novia se escapó!De inmediato, otra voz gritó desde el otro extremo:—¡Esto está peor, el novio también se fugó!Los invitados en el salón quedaron boquiabiertos. ¿Qué estaba pasando? ¿El novio y la novia huyeron al mismo tiempo? ¿Se habrán puesto de acuerdo?Isaac y Jorge salieron juntos y se dirigieron directo al estacionamiento.Por su parte, Flora, preocupada porque Vicente y los demás pudieran perseguirla, no se detuvo ni un minuto dentro del hotel.Salió con prisa, casi corriendo, y fue directo hacia la salida del hotel para tratar de encontrar un taxi y largarse rápido de ahí.Fue hasta que llegó a la esquina cuando recordó que había dejado su bolsa en el camerino.Regresar a buscarla era impensable. Así que solo le quedaba ver si encontraba a alguien de buen corazón que le diera un aventón.La noche de inicios de invierno era helada, y Flora solo llevaba puesto un vestido. Temblando de pies a cabeza, miraba a todos lados en la esquina, esperando un milagro.A lo lejos, vio un carro saliendo del hotel. Se encogió un poco, frotándose los brazos, y levantó la mano para intentar detenerlo.Jorge la vio desde unos metros, frunció el ceño y, mirando por el retrovisor a Isaac, que parecía estar dormitando, le dijo:—Presidente Meléndez, hay una mujer intentando parar carros allá adelante.Isaac levantó la mirada, sus ojos oscuros e intensos parecían un torbellino imposible de descifrar.Alzó la cabeza hacia donde Jorge señalaba. Cuando su mirada, tan cortante como el hielo, se posó en la joven que temblaba de frío a unos metros, algo en su expresión cambió de golpe, como si hubiera visto un fantasma...—Presidente Meléndez... —Jorge estaba a punto de preguntarle si debían detenerse, pero en ese instante, vio a Isaac desde el retrovisor, y por primera vez, esa expresión distante e impasible del presidente... se desvaneció.Jorge sintió que le recorría un escalofrío; por un momento, se quedó pasmado.¿El presidente Meléndez estaba... distraído? ¿De verdad estaba distraído?Desde que Jorge empezó a trabajar con él, hacía ya tres años, jamás lo había visto mostrar otra cosa que no fuera indiferencia.Su jefe estaba mirando a la chica que intentaba detener carros en la calle. Jorge echó un vistazo a los ojos de Isaac, luego bajó la velocidad con disimulo, y finalmente detuvo el carro a sólo un metro de donde estaba Flora.Cuando el carro se detuvo, Isaac volvió en sí, y su mirada cortante fue directo hacia Jorge.El chofer se tocó la nariz, carraspeó y se inventó una excusa:—Ejem... el carro se apagó de repente.Isaac apretó los labios, pero no dijo nada.Flora no podía creer su suerte. Apenas intentó parar el primer carro, y de inmediato le hicieron el favor de detenerse.Se frotó los brazos helados, se acercó al Mercedes negro que se había detenido frente a ella y tocó la ventana del conductor.El vidrio bajó suavemente, dejando ver el rostro joven de un hombre.—Buenas noches, ¿podría darme un aventón, por favor?Al ver a Flora, Jorge casi se atraganta del asombro.¿No se suponía que la prometida del presidente Meléndez debía estar esperando en el hotel para la boda? ¿Qué hacía aquí, en la calle, con ese aspecto tan... desaliñado, pidiendo que la llevaran en carro?Como el conductor no respondía, Flora volvió a preguntar en voz bajita:—¿Se podrá?El frío le hacía castañetear los dientes.Jorge no tuvo corazón para rechazarla. Dudó unos segundos, luego asintió:—Súbete. —Al mismo tiempo, presionó el botón para abrir los seguros.—Muchas gracias. —Flora sonrió, agradecida, retrocedió dos pasos y abrió la puerta trasera.—¡Espera! —Jorge quiso detenerla al darse cuenta de lo que hacía, pero ya era tarde.Al abrir la puerta trasera, lo primero que Flora vio fueron unos zapatos negros, impecables, hechos a mano.¡Había alguien sentado atrás! Flora se reprendió en silencio por su torpeza y, bajando la cabeza, se apresuró a disculparse:—Perdón, no sabía que había alguien... Aaachís...Antes de terminar la frase, soltó un estornudo tan fuerte que, de no haber cubierto la boca, habría salpicado todo al pasajero de atrás.Isaac ya estaba algo molesto porque Jorge había decidido por su cuenta dejar subir a esa mujer, pero no esperaba que ella intentara sentarse en el asiento trasero y, además, estuviera a punto de estornudarle encima.Una sombra de disgusto cruzó por sus ojos, giró lentamente el rostro con la intención de rechazarla de una vez, pero cuando vio aquella cabecita temblando, cubierta de mechones alborotados, las palabras simplemente no salieron de su boca...Capítulo 3El lobby del Hotel Jardines del Prado, el más lujoso de Montealegre, rebosaba de voces y movimiento. Por todos lados, grupos de personas platicaban animados, intercambiando teorías sobre el gran evento del día: la boda entre el Grupo Meléndez y el Grupo Montoya.—Nunca imaginé que el Grupo Meléndez, siendo tan poderoso, terminaría uniéndose al Grupo Montoya —comentó un hombre de traje, moviendo la cabeza incrédulo.—La verdad, Grupo Montoya sí que se sacó la lotería —respondió otro, con una risita—. Pero, ¿alguien sabe quién es la afortunada que se casa con el heredero?—Dicen que es Paulina Montoya, la hija adoptiva del presidente Montoya… y vaya que es guapa —agregó una mujer, cruzando miradas cómplices con sus amigas.Mientras tanto, el bullicio en la zona de la boda no se comparaba con el desastre que se vivía dentro del camerino de la novia.Y es que Paulina, la protagonista del enlace, había escapado la noche anterior, huyendo del país sin mirar atrás. Para que el acuerdo siguiera en pie, Vicente, el patriarca de los Montoya, decidió que su hija biológica, Flora Montoya, debería tomar el lugar de Paulina en el altar. Pero Flora no estaba dispuesta a aceptar ese destino.—Papá, no pienso casarme en lugar de mi hermana —soltó Flora, con la voz temblorosa pero decidida.¿Quién en su sano juicio se casaría con un desconocido, solo porque así lo dictan los intereses de la familia? Y peor aún, ¿con el mismo hombre que se suponía iba a casarse con su hermana adoptiva?—Te guste o no, vas a casarte. Este asunto no se discute —le espetó Vicente, sin disimular su molestia.La indignación de Flora creció de golpe, y sin filtros, le soltó:—Si tanto quieres que alguien se case, ¿por qué no vas tú y arreglas el asunto en persona?Las palabras de Flora hicieron que la cara de Vicente se tensara, casi de inmediato. El hombre levantó la mano, dispuesto a golpearla.—¡Vicente, no la golpees! —intervino Yolanda, la elegante mujer que estaba a su lado, sujetándolo del brazo—. Flo, no hagas enojar a tu papá. Anda, discúlpate con él.Al escucharla, los ojos de Flora se llenaron de lágrimas, sintiéndose traicionada y sola.—Yolanda, no voy a disculparme. Tampoco pienso casarme en nombre de mi hermana, ya te lo dije —murmuró, haciendo un esfuerzo por no quebrarse.—Aquí no tienes opción —Vicente la fulminó con la mirada, su voz retumbando en el pequeño camerino.Por un instante, un destello de satisfacción cruzó los ojos de Yolanda, aunque enseguida recuperó su gesto de víctima y, con la voz cariñosa, se volvió hacia Vicente:—Vicente… tal vez podríamos cancelar la boda…Pero Vicente la interrumpió, seco e implacable:—¡Nada de cancelar! Ella se casa sí o sí. —Señaló el vestido blanco que colgaba en el perchero—. Ponte el vestido. Cuando llegue la hora, sales y te presentas en la ceremonia.Sin darle tiempo de responder, Vicente la tomó del brazo y salió del camerino, llevándose a Yolanda con él.El silencio se apoderó del lugar en cuanto la puerta se cerró. Flora miró el vestido de novia, tan hermoso bajo la luz, y un nudo se le formó en la garganta. Sentía que la injusticia le quemaba por dentro.¿Por qué tenía que ser ella quien pagara las consecuencias de la fuga de su hermana? Apenas había terminado la universidad, acababa de empezar en el trabajo de sus sueños, su vida apenas estaba comenzando. Ni siquiera había tenido oportunidad de confesarle sus sentimientos a la persona que le gustaba. ¿Y ahora pretenden que se case con un desconocido?—No, no quiero esto —susurró, apretando los labios, mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla. Sin pensarlo dos veces, giró sobre sus talones y se acercó sigilosamente a la puerta.Abrió con cuidado una rendija, y al asomarse, notó que Vicente había dejado a unos tipos vigilando la entrada, por si intentaba escapar.Respiró hondo, cerró la puerta con suavidad y, en un acto de rebeldía, echó el cerrojo desde adentro.Una vez que el seguro estuvo puesto, Flora sintió cómo la adrenalina le recorría el cuerpo. Sus ojos se fijaron en la ventana de cristal que daba al exterior, a solo unos metros de distancia.La habitación estaba en la planta baja. Si lograba romper esa ventana, podría salir corriendo y dejar atrás ese destino impuesto. Quizá, solo quizá, aún podía alcanzar a su verdadero amor…Decidida, tomó una de las sillas del tocador y, con todas sus fuerzas, la lanzó contra el cristal.—¡Paf!—No hizo el estruendo que esperaba, pero el sonido rebotó con claridad en la noche. El vidrio no cedió por completo, pero se llenó de grietas como si una telaraña hubiera cubierto la superficie.Del otro lado de la puerta, se oyó un forcejeo.—Señorita Montoya, ¿qué está haciendo ahí adentro?Flora no respondió. Levantó la silla que tenía en las manos y la estrelló varias veces contra el vidrio agrietado.El estruendo del vidrio al hacerse pedazos retumbó en la habitación. La ventana del piso al techo se abrió de par en par, y los fragmentos de vidrio volaron en todas direcciones, algunos alcanzando a Flora.Los cristales desgarraron su vestido y le abrieron cortes en los brazos y piernas expuestos. Algunas heridas eran profundas, pero a Flora no le importaba. Ya se escuchaban golpes en la puerta detrás de ella.Se recogió la falda, pisó los vidrios rotos y, sin perder el tiempo, salió apresurada por la ventana destrozada......Al mismo tiempo, en el otro extremo del salón, Isaac Meléndez permanecía inmóvil frente a la ventana panorámica del cuarto de descanso para el novio. Observaba, sin parpadear, las luces de neón que iluminaban la noche afuera, irradiando una indiferencia que mantenía a todos a distancia.Unos pasos detrás de él, el asistente Jorge Orozco esperaba con la espalda ligeramente encorvada, conteniendo la respiración, como si temiera que cualquier ruido pudiera romper la tensión.Pasó un tiempo que pareció eterno hasta que Isaac por fin habló.—¿Por qué la boda sigue en pie?Su voz era tan melodiosa que a cualquiera le habría hecho cosquillas en los oídos. Habló en un tono suave, pero esa suavidad no hizo sino intensificar la presión en el ambiente, provocando que Jorge temblara un poco.—Paulina salió del país anoche, según lo que organizó Yolanda Fernández. Pero Vicente hizo que Flora tomara su lugar en la boda.—¿Flora? —preguntó Isaac con una voz tan calmada que parecía estar decidiendo qué desayunar, pero cada palabra pesaba como una piedra.Jorge, creyendo que Isaac quería saber quién era Flora, se apresuró a explicar:—Flora es la hija de la esposa legítima de Vicente, es dos meses menor que Paulina. Por fuera, Paulina parece la hija adoptiva, pero en realidad ella es la hija biológica de Vicente y Yolanda. Solo que Vicente, por miedo a la familia de su esposa, siempre ha dicho que Paulina es adoptada...Jorge no alcanzó a terminar la frase cuando Isaac lo interrumpió con un gesto.—¿Cuánta gente puso el viejo afuera?Jorge tardó dos segundos en entender el cambio de tema de su jefe.—Más de veinte personas.Isaac soltó una carcajada seca.—De verdad que no le tiembla la mano para gastar.Jorge abrió la boca, pero terminó por no decir nada.El señor Meléndez temía que el presidente escapara de la boda, así que puso a más de veinte guaruras vigilándolo. La seguridad era tan estricta que, incluso él, siendo solo el asistente, tuvo que pasar por varios filtros solo para entregar unos papeles.Después de unos segundos de silencio, Isaac preguntó:—¿Y la gente que te pedí que metieras, ya está lista?—Sí, ya están dentro —respondió Jorge, sintiendo cómo le sudaban las palmas. El presidente Meléndez había planeado todo al detalle para evitar esa boda. Primero, con artimañas para que la familia de la novia cancelara. Luego, como hubo un giro inesperado, recurrió al plan de fuga.Isaac asintió sin emoción.—Diles que se preparen.—Entendido —respondió Jorge, y salió apresurado del cuarto.Unos cinco minutos después de que Jorge se fue, comenzaron a oírse gritos y sonidos de pelea en los pasillos.Poco después, la puerta del cuarto de descanso se abrió de golpe. Jorge entró con prisa.—Presidente Meléndez, es hora de irnos.Isaac apenas murmuró una respuesta y siguió a Jorge fuera del cuarto.El pasillo era un caos: gente empujándose, algunos corriendo, otros gritando.Isaac ni siquiera arrugó la frente. Con Jorge abriéndole paso, cruzó entre el tumulto y salió del edificio.No habían pasado ni cinco minutos desde su salida cuando, al otro lado del salón, se escuchó un alarido:—¡Esto está mal, la novia se escapó!De inmediato, otra voz gritó desde el otro extremo:—¡Esto está peor, el novio también se fugó!Los invitados en el salón quedaron boquiabiertos. ¿Qué estaba pasando? ¿El novio y la novia huyeron al mismo tiempo? ¿Se habrán puesto de acuerdo?Isaac y Jorge salieron juntos y se dirigieron directo al estacionamiento.Por su parte, Flora, preocupada porque Vicente y los demás pudieran perseguirla, no se detuvo ni un minuto dentro del hotel.Salió con prisa, casi corriendo, y fue directo hacia la salida del hotel para tratar de encontrar un taxi y largarse rápido de ahí.Fue hasta que llegó a la esquina cuando recordó que había dejado su bolsa en el camerino.Regresar a buscarla era impensable. Así que solo le quedaba ver si encontraba a alguien de buen corazón que le diera un aventón.La noche de inicios de invierno era helada, y Flora solo llevaba puesto un vestido. Temblando de pies a cabeza, miraba a todos lados en la esquina, esperando un milagro.A lo lejos, vio un carro saliendo del hotel. Se encogió un poco, frotándose los brazos, y levantó la mano para intentar detenerlo.Jorge la vio desde unos metros, frunció el ceño y, mirando por el retrovisor a Isaac, que parecía estar dormitando, le dijo:—Presidente Meléndez, hay una mujer intentando parar carros allá adelante.Isaac levantó la mirada, sus ojos oscuros e intensos parecían un torbellino imposible de descifrar.Alzó la cabeza hacia donde Jorge señalaba. Cuando su mirada, tan cortante como el hielo, se posó en la joven que temblaba de frío a unos metros, algo en su expresión cambió de golpe, como si hubiera visto un fantasma...—Presidente Meléndez... —Jorge estaba a punto de preguntarle si debían detenerse, pero en ese instante, vio a Isaac desde el retrovisor, y por primera vez, esa expresión distante e impasible del presidente... se desvaneció.Jorge sintió que le recorría un escalofrío; por un momento, se quedó pasmado.¿El presidente Meléndez estaba... distraído? ¿De verdad estaba distraído?Desde que Jorge empezó a trabajar con él, hacía ya tres años, jamás lo había visto mostrar otra cosa que no fuera indiferencia.Su jefe estaba mirando a la chica que intentaba detener carros en la calle. Jorge echó un vistazo a los ojos de Isaac, luego bajó la velocidad con disimulo, y finalmente detuvo el carro a sólo un metro de donde estaba Flora.Cuando el carro se detuvo, Isaac volvió en sí, y su mirada cortante fue directo hacia Jorge.El chofer se tocó la nariz, carraspeó y se inventó una excusa:—Ejem... el carro se apagó de repente.Isaac apretó los labios, pero no dijo nada.Flora no podía creer su suerte. Apenas intentó parar el primer carro, y de inmediato le hicieron el favor de detenerse.Se frotó los brazos helados, se acercó al Mercedes negro que se había detenido frente a ella y tocó la ventana del conductor.El vidrio bajó suavemente, dejando ver el rostro joven de un hombre.—Buenas noches, ¿podría darme un aventón, por favor?Al ver a Flora, Jorge casi se atraganta del asombro.¿No se suponía que la prometida del presidente Meléndez debía estar esperando en el hotel para la boda? ¿Qué hacía aquí, en la calle, con ese aspecto tan... desaliñado, pidiendo que la llevaran en carro?Como el conductor no respondía, Flora volvió a preguntar en voz bajita:—¿Se podrá?El frío le hacía castañetear los dientes.Jorge no tuvo corazón para rechazarla. Dudó unos segundos, luego asintió:—Súbete. —Al mismo tiempo, presionó el botón para abrir los seguros.—Muchas gracias. —Flora sonrió, agradecida, retrocedió dos pasos y abrió la puerta trasera.—¡Espera! —Jorge quiso detenerla al darse cuenta de lo que hacía, pero ya era tarde.Al abrir la puerta trasera, lo primero que Flora vio fueron unos zapatos negros, impecables, hechos a mano.¡Había alguien sentado atrás! Flora se reprendió en silencio por su torpeza y, bajando la cabeza, se apresuró a disculparse:—Perdón, no sabía que había alguien... Aaachís...Antes de terminar la frase, soltó un estornudo tan fuerte que, de no haber cubierto la boca, habría salpicado todo al pasajero de atrás.Isaac ya estaba algo molesto porque Jorge había decidido por su cuenta dejar subir a esa mujer, pero no esperaba que ella intentara sentarse en el asiento trasero y, además, estuviera a punto de estornudarle encima.Una sombra de disgusto cruzó por sus ojos, giró lentamente el rostro con la intención de rechazarla de una vez, pero cuando vio aquella cabecita temblando, cubierta de mechones alborotados, las palabras simplemente no salieron de su boca...