Capítulo 1El día de su boda, le pusieron los cuernos.—¡Estela, cómo pudiste ser tan baja!Estela Miranda se quedó paralizada, sin poder apartar la vista de las fotos vergonzosas que se proyectaban en la pantalla gigante. Antes de que pudiera reaccionar, su prometido, Fernando Cuevas, le soltó una bofetada que resonó en todo el salón.Su hermana por parte de padre, Beatriz Miranda, fingía llorar desconsolada mientras se acercaba a ella.—Hermana, Fer es tan bueno contigo, ¿cómo pudiste no valorarlo?En la mente de Estela, algo hizo explosión.Ese día debía ser el más feliz de su vida. Era el día de su boda con Fernando. Sin embargo, apenas puso un pie en el salón de la fiesta, lo primero que vio fue a su prometido abrazando a Beatriz, demasiado cerca, demasiado familiar.No pudo contener su enojo y se acercó a reclamarles, pero justo en ese momento, la pantalla comenzó a mostrar en bucle fotos supuestamente comprometedoras de ella con diferentes hombres.La reacción de los invitados no tardó en hacerse escuchar.—Qué descarada, mira que andar con tantos tipos. Ni cómo compararla con la pureza de la señorita Beatriz.—Quién iba a pensar que Estela era así de... suelta. Si hasta parece una provinciana sin educación.—Ahora que señor Cuevas ya no la quiere, ¿qué pasará con la boda?Su padre, Luciano Miranda, se acomodó la corbata y, fingiendo dignidad, alzó la voz.—La boda es un asunto importante para ambas familias, no se puede cancelar. Así que he decidido que Beatriz tomará el lugar de Estela y se casará con el señor Cuevas.Del lado de la familia Cuevas, Gustavo, el padre de Fernando, asintió con la cara tensa.—No queda de otra. La familia Cuevas jamás aceptaría a una mujer sin vergüenza como nuera.Estela, temblando de rabia, recorrió con la mirada a todos los presentes.Así que ese era el plan.Mientras ella siguiera siendo la prometida de Fernando, Beatriz siempre sería la otra. Por eso había que destruirla, así de simple.La familia Miranda la había usado todo ese tiempo, viviendo de la herencia que su madre le dejó, manteniendo a la hija y amante del padre. Y Fernando, que le debía la vida, había usado su dinero para fundar su empresa y volverse el nuevo rico de San Ángel del Norte.¿Y ahora querían deshacerse de ella como si nada?—Usaron unas fotos falsas para arruinarme el nombre, todo para que la hermanita se quedara con el puesto. Vaya jugada.La madrastra, Romina Peña, fingía llorar con la voz entrecortada.—Estela, ¿cómo puedes decir eso? ¿Acaso crees que Bea te hizo esto a propósito? Mi hija no tiene la culpa de nada.Beatriz, con cara de mártir, susurró:—Hermana, sé que estás enojada conmigo. Lo siento. Si quieres, te devuelvo a Fer…Fernando explotó, su voz cargada de dolor y enojo.—¿Ahora resulta que la mala es Bea? Estela, tú eres la que anduvo con otros, y todavía tienes el descaro de culparla. ¡Con esa cicatriz tan fea en el cuello, ni siquiera estás a mi altura!Esa cicatriz se la había hecho por salvarle la vida a Fernando. Ahora, él la usaba como excusa para humillarla.Estela dejó de intentar contenerse. Alzó la mirada, llena de ironía.—Perfecto. No quiero este compromiso. Que la hermanita siga el ejemplo de la madre y se quede de amante. ¿Cómo podría yo evitar que se casen? Les deseo toda la felicidad del mundo. Gracias, Beatriz, por quedarte con lo que yo ya no quiero.La cara de Fernando se desfiguró de ira.—¿No tienes vergüenza? ¡La que engañó fuiste tú! Encima insultas a Bea… ¡Bea, ¿qué te pasa?!Antes de que acabara la frase, Beatriz se desmayó hacia atrás, el rostro pálido, y murmuró con voz débil:—Me duele el corazón… Fer, ¿será que me voy a morir? No culpes a mi hermana, yo tengo la culpa…Fernando, fuera de sí, sujetó la cabeza de Estela y la golpeó con fuerza contra la baranda.—¡Sabías que Bea padece del corazón y aun así la insultaste! Para que te enteres, Bea y yo nos amamos desde hace mucho. ¡La tercera en discordia aquí eres tú!—Si a Bea le pasa algo, no te lo voy a perdonar jamás.El dolor en la sien de Estela era como hielo que se colaba por todo su cuerpo, paralizándola.Fernando ya se había ido, cargando a Beatriz en brazos, mientras los invitados no dejaban de señalarla y murmurar.Con los ojos cerrados, Estela sintió cómo su dignidad se desmoronaba. Había sido demasiado ingenua estos años; mientras Fernando la entretenía para que le transfiriera sus acciones, él y Beatriz tramaban todo a sus espaldas. ¿Por qué permitir que esa pareja de traidores se saliera con la suya?Si tan enamorados están, pensó, entonces les voy a dar un regalo que no olvidarán jamás....Estela marcó el número y, en cuanto la llamada se conectó, su madrastra Romina lanzó un grito desgarrador desde el otro lado.—¡Estela, ¿qué hiciste ahora?!De inmediato, a Romina le llegó un mensaje. Furiosa, levantó la mano, lista para soltarle una bofetada a Estela.—¿Quién te dijo que mi hija se metió con su cuñado? ¿Qué te pasa, qué clase de porquería andas diciendo? ¡Por tu culpa, Bea está así y todavía tienes el descaro de inventar esas cosas sobre ella! Malagradecida, ahora sí vas a ver—. Romina se abalanzó, fuera de sí.Estela soltó una risa cargada de ironía. Romina no perdía oportunidad para insultarla, y pensar que antes había aguantado tanto solo por Fernando.Esta vez, Estela detuvo la mano de Romina con firmeza y, sin titubear, le devolvió la bofetada, el sonido rebotó en la sala.—¿Ya no aguantas que te digan un par de cosas? Todo lo que tú y Beatriz comen y usan sale de la herencia de mi mamá. ¿Quién te dio derecho a venir a gritarme aquí?Al escuchar la palabra “herencia”, a Romina se le olvidó el ardor de la mejilla y su enojo se transformó en pánico.—¡Estela, ¿qué piensas hacer?! Para que puedas reclamar la herencia tienes que casarte con los Cuevas, Fer ya no te quiere, esa herencia es nuestra—. Romina chilló, aferrándose a su última carta.Estela frunció el ceño. Esa sí era una bronca.Según el testamento de su madre, la herencia solo le pertenecería por completo si se casaba con alguien de los Cuevas...Romina, al ver la duda en la cara de Estela, se llenó de valor y escupió con una mueca torcida:—Si te arrodillas y me suplicas, capaz que hasta te ayudo...—La familia Cuevas no solo tiene a Fernando—. Estela la interrumpió, su mirada se afiló como navaja.En ese momento, no muy lejos, el perfil de un hombre llamó la atención de Estela. Era de esos que no se olvidan: mirada intensa, postura elegante. Lo había visto en alguna reunión de la familia Cuevas, uno de los menores, Sebastián. Joven, exitoso y, sobre todo, soltero.Una idea alocada le cruzó la mente, y sus ojos brillaron con picardía.—Señora Peña, esto apenas comienza—. Estela soltó, dándose media vuelta....Sebastián presenció toda la escena desde la distancia y, sin mucho interés, apartó la mirada.—Lleven a la señorita Benítez a su casa—ordenó.Uno de los guardaespaldas escoltó a la mujer que había perdido el control, mientras el asistente de Sebastián, nervioso, intentó convencerlo:—Señor, la abuelita fue muy clara, hoy tiene que casarse sí o sí. Y la señorita Benítez...Sebastián bajó la mirada, su voz sonó seca y distante, cargada de autoridad.—No tolero a las mujeres que se creen demasiado listas.El asistente se quedó callado, comprendiendo el mensaje. Esa señorita Benítez había ido por todos lados presumiendo que pronto sería la señora Mendoza, creída y bocona. Claro que había molestado al jefe.—Pero, sin la señorita Benítez, ¿de dónde va a sacar una novia para hoy?—Busca entre las chicas de sociedad, la que sea. Tienes media hora—. Sebastián ni parpadeó.Justo en ese momento, la misma mujer que acababan de rechazar apareció frente a él con una sonrisa decidida.—Disculpe, señor. Si de lo que se trata es de elegir a cualquier mujer para casarse...Sebastián levantó una ceja, intrigado.Estela, con los labios pintados de rojo, le sostuvo la mirada.—¿Y qué tal yo? —preguntó, sin titubear.El silencio invadió el ambiente. El asistente se quedó de piedra. ¿Acaso esta mujer sabía con quién estaba hablando? ¿De dónde sacaba semejante valor?Sebastián entrecerró los ojos, y su voz se volvió un susurro áspero.—Señorita Miranda, ¿me está proponiendo matrimonio a un desconocido?Detrás de sus lentes dorados, la mirada de Sebastián parecía de cristal, imposible de descifrar.Sentirse observada por alguien así intimidaría a cualquiera, pero Estela respiró hondo y se mantuvo firme.—¿Y eso qué? Hay personas que apenas se conocen y saben que estarán juntas toda la vida, y otras que aunque duren diez años, nunca dejan de ser basura.Sebastián curvó los labios en una sonrisa intrigada.—Hay muchas chicas de sociedad que quieren casarse conmigo, señorita Miranda. ¿Por qué debería elegirla a usted?A Estela casi se le traba la lengua. ¿Cómo se suponía que debía venderse ante él? Pensó y pensó, hasta que de pronto, una idea iluminó su mente y sus ojos brillaron con determinación.—Tengo una cualidad que ninguna otra de esas chicas podría igualar.La mirada de Sebastián se posó en la cicatriz de Estela, deteniéndose un momento, con creciente curiosidad.—¿Ah, sí?—Yo solo quiero casarme con alguien, nada más —Estela soltó la frase de golpe, mirándolo fijamente—. No espero nada raro de ti. Después de casarnos, haz lo que quieras, puedes hacer de cuenta que ni existo. ¿Alguna otra señorita de sociedad podría ofrecerte eso?El tío de Fernando era uno de los poderosos de San Ángel del Norte, y seguro que lo presionaban para casarse; seguro no quería, pero si se casaba con ella, podría tranquilizar a su familia y, al mismo tiempo, tener toda la libertad que quisiera después.Esta vez sí debía aceptar, ¿no?Sebastián se inclinó hacia ella, y en sus ojos se encendió una chispa peligrosa.—¿Nada raro? —preguntó con voz baja, casi como un reto.A Estela le dio un vuelco el corazón. ¿Por qué sentía que a este tipo de pronto se le había borrado la sonrisa? ¿Estaría molesto por algo? Pero, ¿acaso no era bueno para él que a ella no le interesara nada más?El silencio se volvió tan denso que parecía que el aire pesaba. Estela, temiendo que la rechazara, se apresuró a decir algo para arreglarlo, pero en ese instante el hombre giró sobre sus talones y, con paso decidido, se dirigió a la puerta.—Súbete al carro.La asistente de Sebastián la llevó hasta el carro y Estela, todavía confundida, preguntó:—¿A dónde vamos?Sebastián, siempre tan elegante y seguro, respondió con una calma que imponía respeto:—¿No era que la señorita Miranda quería casarse conmigo?…¿Eso significaba que aceptaba casarse?Estela se quedó pasmada unos segundos, y apenas reaccionó, temiendo que él se arrepintiera, se apresuró a sentarse a su lado.—Entonces, nada de perder tiempo, ¡vámonos ya al registro civil!Sebastián curvó los labios en una ligera sonrisa y soltó una risa suave y grave.A lo lejos, Romina observaba la escena y el nerviosismo la invadió. Ese hombre se veía de lo más distinguido, ¿no sería que Estela otra vez iba a meterse con algún millonario? ¡Eso sí que no!Corrió hacia el carro y se aferró a la puerta.—¡Estela! ¿No fue suficiente con arruinarle la vida a Fer? ¿Ahora también quieres arruinarle la vida a otro pobre tipo? ¡No le hagas eso a este señor, no tienes derecho!Estela la miró de arriba abajo, lanzándole una mirada sarcástica:—¿Y tú, que te metiste con él siendo la otra, sí tienes derecho a hablar de arruinar vidas?—¡Deja de decir tonterías!Romina casi pierde el control y, girando hacia Sebastián, le soltó:—Esta mujer tiene la vida hecha un desastre; se ha metido con varios tipos, hay fotos y todo. ¡No es de fiar, no vale la pena llevarla a tu casa!Estela escuchó eso y dejó escapar una risa corta y despreocupada.—Señora Peña, ¿de verdad cree que todos aquí van a caer en sus trampas tan infantiles?Le lanzó una mirada con malicia.—Fernando te cree porque no le da la cabeza para más; en cambio, mi futuro esposo es alguien inteligente, él no cae en esos cuentos.¿Futuro esposo…?Sebastián no pudo evitar que se le dibujara una sonrisa satisfecha.—Sí, confío en la señorita Miranda. Y además… —su voz sonó ronca, cargada de una presencia firme que hizo que a Romina se le helara la sangre—. Si vale o no la pena, eso lo decido yo.A Estela el corazón le latió a mil por hora. Sabía que él solo decía eso para no perder la compostura, pero igual, no pudo evitar sentir algo cálido en el pecho.Ya de regreso en sí, miró a Romina con desdén y una ceja levantada:—Querida madrastra, ¿oíste bien? La gente con ojos sabe elegir. Mejor sigue cuidando a tu hija y ese inútil, porque lo que se parece, se junta. Yo ya no tengo nada que hacer aquí.Apenas terminó de hablar, el carro arrancó dejando una nube de polvo tras de sí.Romina se quedó pálida y con la cara desencajada. ¿Ese tipo en serio iba a casarse con Estela?No podía permitir que Estela pisoteara a Bea.No, tenía que buscar la manera de impedirlo……Media hora después, en el registro civil.Sebastián fue llevado al tercer piso. Un funcionario, con actitud muy formal, les entregó a ambos los papeles que debían llenar para el registro.Estela se sintió un poco extraña. ¿En serio hacía falta tanto protocolo solo para casarse?Por lo menos, al final logró casarse con el tío de Fernando. Solo así podría recuperar la herencia de su mamá.Firmó su nombre. Al fin pudo respirar tranquila, pero al voltear, vio que el hombre a su lado estaba escribiendo un nombre con una caligrafía fuerte y segura: Sebastián.Espera…El aire se le atascó en el pecho y el color se le fue de la cara.—Oye… ¿Por qué tu apellido es Mendoza?¿No se suponía que el tío de Fernando se apellidaba Cuevas también?Sebastián seguía firmando, sin siquiera alzar la vista.—Mi apellido incluye Cuevas, pero escogí usar Mendoza como el primero.—Ah… ah, bueno… —Estela se dio unas palmadas en el pecho, sintiendo que el susto se le bajaba. Por un momento pensó que se había casado con la persona equivocada.Aunque, algo seguía sonando raro. Ese nombre, Sebastián, le resultaba vagamente familiar.Frunció el ceño, y de repente, como si una chispa le recorriera la cabeza, levantó la mirada bruscamente y abrió los ojos de par en par.Capítulo 2El día de su boda, le pusieron los cuernos.—¡Estela, cómo pudiste ser tan baja!Estela Miranda se quedó paralizada, sin poder apartar la vista de las fotos vergonzosas que se proyectaban en la pantalla gigante. Antes de que pudiera reaccionar, su prometido, Fernando Cuevas, le soltó una bofetada que resonó en todo el salón.Su hermana por parte de padre, Beatriz Miranda, fingía llorar desconsolada mientras se acercaba a ella.—Hermana, Fer es tan bueno contigo, ¿cómo pudiste no valorarlo?En la mente de Estela, algo hizo explosión.Ese día debía ser el más feliz de su vida. Era el día de su boda con Fernando. Sin embargo, apenas puso un pie en el salón de la fiesta, lo primero que vio fue a su prometido abrazando a Beatriz, demasiado cerca, demasiado familiar.No pudo contener su enojo y se acercó a reclamarles, pero justo en ese momento, la pantalla comenzó a mostrar en bucle fotos supuestamente comprometedoras de ella con diferentes hombres.La reacción de los invitados no tardó en hacerse escuchar.—Qué descarada, mira que andar con tantos tipos. Ni cómo compararla con la pureza de la señorita Beatriz.—Quién iba a pensar que Estela era así de... suelta. Si hasta parece una provinciana sin educación.—Ahora que señor Cuevas ya no la quiere, ¿qué pasará con la boda?Su padre, Luciano Miranda, se acomodó la corbata y, fingiendo dignidad, alzó la voz.—La boda es un asunto importante para ambas familias, no se puede cancelar. Así que he decidido que Beatriz tomará el lugar de Estela y se casará con el señor Cuevas.Del lado de la familia Cuevas, Gustavo, el padre de Fernando, asintió con la cara tensa.—No queda de otra. La familia Cuevas jamás aceptaría a una mujer sin vergüenza como nuera.Estela, temblando de rabia, recorrió con la mirada a todos los presentes.Así que ese era el plan.Mientras ella siguiera siendo la prometida de Fernando, Beatriz siempre sería la otra. Por eso había que destruirla, así de simple.La familia Miranda la había usado todo ese tiempo, viviendo de la herencia que su madre le dejó, manteniendo a la hija y amante del padre. Y Fernando, que le debía la vida, había usado su dinero para fundar su empresa y volverse el nuevo rico de San Ángel del Norte.¿Y ahora querían deshacerse de ella como si nada?—Usaron unas fotos falsas para arruinarme el nombre, todo para que la hermanita se quedara con el puesto. Vaya jugada.La madrastra, Romina Peña, fingía llorar con la voz entrecortada.—Estela, ¿cómo puedes decir eso? ¿Acaso crees que Bea te hizo esto a propósito? Mi hija no tiene la culpa de nada.Beatriz, con cara de mártir, susurró:—Hermana, sé que estás enojada conmigo. Lo siento. Si quieres, te devuelvo a Fer…Fernando explotó, su voz cargada de dolor y enojo.—¿Ahora resulta que la mala es Bea? Estela, tú eres la que anduvo con otros, y todavía tienes el descaro de culparla. ¡Con esa cicatriz tan fea en el cuello, ni siquiera estás a mi altura!Esa cicatriz se la había hecho por salvarle la vida a Fernando. Ahora, él la usaba como excusa para humillarla.Estela dejó de intentar contenerse. Alzó la mirada, llena de ironía.—Perfecto. No quiero este compromiso. Que la hermanita siga el ejemplo de la madre y se quede de amante. ¿Cómo podría yo evitar que se casen? Les deseo toda la felicidad del mundo. Gracias, Beatriz, por quedarte con lo que yo ya no quiero.La cara de Fernando se desfiguró de ira.—¿No tienes vergüenza? ¡La que engañó fuiste tú! Encima insultas a Bea… ¡Bea, ¿qué te pasa?!Antes de que acabara la frase, Beatriz se desmayó hacia atrás, el rostro pálido, y murmuró con voz débil:—Me duele el corazón… Fer, ¿será que me voy a morir? No culpes a mi hermana, yo tengo la culpa…Fernando, fuera de sí, sujetó la cabeza de Estela y la golpeó con fuerza contra la baranda.—¡Sabías que Bea padece del corazón y aun así la insultaste! Para que te enteres, Bea y yo nos amamos desde hace mucho. ¡La tercera en discordia aquí eres tú!—Si a Bea le pasa algo, no te lo voy a perdonar jamás.El dolor en la sien de Estela era como hielo que se colaba por todo su cuerpo, paralizándola.Fernando ya se había ido, cargando a Beatriz en brazos, mientras los invitados no dejaban de señalarla y murmurar.Con los ojos cerrados, Estela sintió cómo su dignidad se desmoronaba. Había sido demasiado ingenua estos años; mientras Fernando la entretenía para que le transfiriera sus acciones, él y Beatriz tramaban todo a sus espaldas. ¿Por qué permitir que esa pareja de traidores se saliera con la suya?Si tan enamorados están, pensó, entonces les voy a dar un regalo que no olvidarán jamás....Estela marcó el número y, en cuanto la llamada se conectó, su madrastra Romina lanzó un grito desgarrador desde el otro lado.—¡Estela, ¿qué hiciste ahora?!De inmediato, a Romina le llegó un mensaje. Furiosa, levantó la mano, lista para soltarle una bofetada a Estela.—¿Quién te dijo que mi hija se metió con su cuñado? ¿Qué te pasa, qué clase de porquería andas diciendo? ¡Por tu culpa, Bea está así y todavía tienes el descaro de inventar esas cosas sobre ella! Malagradecida, ahora sí vas a ver—. Romina se abalanzó, fuera de sí.Estela soltó una risa cargada de ironía. Romina no perdía oportunidad para insultarla, y pensar que antes había aguantado tanto solo por Fernando.Esta vez, Estela detuvo la mano de Romina con firmeza y, sin titubear, le devolvió la bofetada, el sonido rebotó en la sala.—¿Ya no aguantas que te digan un par de cosas? Todo lo que tú y Beatriz comen y usan sale de la herencia de mi mamá. ¿Quién te dio derecho a venir a gritarme aquí?Al escuchar la palabra “herencia”, a Romina se le olvidó el ardor de la mejilla y su enojo se transformó en pánico.—¡Estela, ¿qué piensas hacer?! Para que puedas reclamar la herencia tienes que casarte con los Cuevas, Fer ya no te quiere, esa herencia es nuestra—. Romina chilló, aferrándose a su última carta.Estela frunció el ceño. Esa sí era una bronca.Según el testamento de su madre, la herencia solo le pertenecería por completo si se casaba con alguien de los Cuevas...Romina, al ver la duda en la cara de Estela, se llenó de valor y escupió con una mueca torcida:—Si te arrodillas y me suplicas, capaz que hasta te ayudo...—La familia Cuevas no solo tiene a Fernando—. Estela la interrumpió, su mirada se afiló como navaja.En ese momento, no muy lejos, el perfil de un hombre llamó la atención de Estela. Era de esos que no se olvidan: mirada intensa, postura elegante. Lo había visto en alguna reunión de la familia Cuevas, uno de los menores, Sebastián. Joven, exitoso y, sobre todo, soltero.Una idea alocada le cruzó la mente, y sus ojos brillaron con picardía.—Señora Peña, esto apenas comienza—. Estela soltó, dándose media vuelta....Sebastián presenció toda la escena desde la distancia y, sin mucho interés, apartó la mirada.—Lleven a la señorita Benítez a su casa—ordenó.Uno de los guardaespaldas escoltó a la mujer que había perdido el control, mientras el asistente de Sebastián, nervioso, intentó convencerlo:—Señor, la abuelita fue muy clara, hoy tiene que casarse sí o sí. Y la señorita Benítez...Sebastián bajó la mirada, su voz sonó seca y distante, cargada de autoridad.—No tolero a las mujeres que se creen demasiado listas.El asistente se quedó callado, comprendiendo el mensaje. Esa señorita Benítez había ido por todos lados presumiendo que pronto sería la señora Mendoza, creída y bocona. Claro que había molestado al jefe.—Pero, sin la señorita Benítez, ¿de dónde va a sacar una novia para hoy?—Busca entre las chicas de sociedad, la que sea. Tienes media hora—. Sebastián ni parpadeó.Justo en ese momento, la misma mujer que acababan de rechazar apareció frente a él con una sonrisa decidida.—Disculpe, señor. Si de lo que se trata es de elegir a cualquier mujer para casarse...Sebastián levantó una ceja, intrigado.Estela, con los labios pintados de rojo, le sostuvo la mirada.—¿Y qué tal yo? —preguntó, sin titubear.El silencio invadió el ambiente. El asistente se quedó de piedra. ¿Acaso esta mujer sabía con quién estaba hablando? ¿De dónde sacaba semejante valor?Sebastián entrecerró los ojos, y su voz se volvió un susurro áspero.—Señorita Miranda, ¿me está proponiendo matrimonio a un desconocido?Detrás de sus lentes dorados, la mirada de Sebastián parecía de cristal, imposible de descifrar.Sentirse observada por alguien así intimidaría a cualquiera, pero Estela respiró hondo y se mantuvo firme.—¿Y eso qué? Hay personas que apenas se conocen y saben que estarán juntas toda la vida, y otras que aunque duren diez años, nunca dejan de ser basura.Sebastián curvó los labios en una sonrisa intrigada.—Hay muchas chicas de sociedad que quieren casarse conmigo, señorita Miranda. ¿Por qué debería elegirla a usted?A Estela casi se le traba la lengua. ¿Cómo se suponía que debía venderse ante él? Pensó y pensó, hasta que de pronto, una idea iluminó su mente y sus ojos brillaron con determinación.—Tengo una cualidad que ninguna otra de esas chicas podría igualar.La mirada de Sebastián se posó en la cicatriz de Estela, deteniéndose un momento, con creciente curiosidad.—¿Ah, sí?—Yo solo quiero casarme con alguien, nada más —Estela soltó la frase de golpe, mirándolo fijamente—. No espero nada raro de ti. Después de casarnos, haz lo que quieras, puedes hacer de cuenta que ni existo. ¿Alguna otra señorita de sociedad podría ofrecerte eso?El tío de Fernando era uno de los poderosos de San Ángel del Norte, y seguro que lo presionaban para casarse; seguro no quería, pero si se casaba con ella, podría tranquilizar a su familia y, al mismo tiempo, tener toda la libertad que quisiera después.Esta vez sí debía aceptar, ¿no?Sebastián se inclinó hacia ella, y en sus ojos se encendió una chispa peligrosa.—¿Nada raro? —preguntó con voz baja, casi como un reto.A Estela le dio un vuelco el corazón. ¿Por qué sentía que a este tipo de pronto se le había borrado la sonrisa? ¿Estaría molesto por algo? Pero, ¿acaso no era bueno para él que a ella no le interesara nada más?El silencio se volvió tan denso que parecía que el aire pesaba. Estela, temiendo que la rechazara, se apresuró a decir algo para arreglarlo, pero en ese instante el hombre giró sobre sus talones y, con paso decidido, se dirigió a la puerta.—Súbete al carro.La asistente de Sebastián la llevó hasta el carro y Estela, todavía confundida, preguntó:—¿A dónde vamos?Sebastián, siempre tan elegante y seguro, respondió con una calma que imponía respeto:—¿No era que la señorita Miranda quería casarse conmigo?…¿Eso significaba que aceptaba casarse?Estela se quedó pasmada unos segundos, y apenas reaccionó, temiendo que él se arrepintiera, se apresuró a sentarse a su lado.—Entonces, nada de perder tiempo, ¡vámonos ya al registro civil!Sebastián curvó los labios en una ligera sonrisa y soltó una risa suave y grave.A lo lejos, Romina observaba la escena y el nerviosismo la invadió. Ese hombre se veía de lo más distinguido, ¿no sería que Estela otra vez iba a meterse con algún millonario? ¡Eso sí que no!Corrió hacia el carro y se aferró a la puerta.—¡Estela! ¿No fue suficiente con arruinarle la vida a Fer? ¿Ahora también quieres arruinarle la vida a otro pobre tipo? ¡No le hagas eso a este señor, no tienes derecho!Estela la miró de arriba abajo, lanzándole una mirada sarcástica:—¿Y tú, que te metiste con él siendo la otra, sí tienes derecho a hablar de arruinar vidas?—¡Deja de decir tonterías!Romina casi pierde el control y, girando hacia Sebastián, le soltó:—Esta mujer tiene la vida hecha un desastre; se ha metido con varios tipos, hay fotos y todo. ¡No es de fiar, no vale la pena llevarla a tu casa!Estela escuchó eso y dejó escapar una risa corta y despreocupada.—Señora Peña, ¿de verdad cree que todos aquí van a caer en sus trampas tan infantiles?Le lanzó una mirada con malicia.—Fernando te cree porque no le da la cabeza para más; en cambio, mi futuro esposo es alguien inteligente, él no cae en esos cuentos.¿Futuro esposo…?Sebastián no pudo evitar que se le dibujara una sonrisa satisfecha.—Sí, confío en la señorita Miranda. Y además… —su voz sonó ronca, cargada de una presencia firme que hizo que a Romina se le helara la sangre—. Si vale o no la pena, eso lo decido yo.A Estela el corazón le latió a mil por hora. Sabía que él solo decía eso para no perder la compostura, pero igual, no pudo evitar sentir algo cálido en el pecho.Ya de regreso en sí, miró a Romina con desdén y una ceja levantada:—Querida madrastra, ¿oíste bien? La gente con ojos sabe elegir. Mejor sigue cuidando a tu hija y ese inútil, porque lo que se parece, se junta. Yo ya no tengo nada que hacer aquí.Apenas terminó de hablar, el carro arrancó dejando una nube de polvo tras de sí.Romina se quedó pálida y con la cara desencajada. ¿Ese tipo en serio iba a casarse con Estela?No podía permitir que Estela pisoteara a Bea.No, tenía que buscar la manera de impedirlo……Media hora después, en el registro civil.Sebastián fue llevado al tercer piso. Un funcionario, con actitud muy formal, les entregó a ambos los papeles que debían llenar para el registro.Estela se sintió un poco extraña. ¿En serio hacía falta tanto protocolo solo para casarse?Por lo menos, al final logró casarse con el tío de Fernando. Solo así podría recuperar la herencia de su mamá.Firmó su nombre. Al fin pudo respirar tranquila, pero al voltear, vio que el hombre a su lado estaba escribiendo un nombre con una caligrafía fuerte y segura: Sebastián.Espera…El aire se le atascó en el pecho y el color se le fue de la cara.—Oye… ¿Por qué tu apellido es Mendoza?¿No se suponía que el tío de Fernando se apellidaba Cuevas también?Sebastián seguía firmando, sin siquiera alzar la vista.—Mi apellido incluye Cuevas, pero escogí usar Mendoza como el primero.—Ah… ah, bueno… —Estela se dio unas palmadas en el pecho, sintiendo que el susto se le bajaba. Por un momento pensó que se había casado con la persona equivocada.Aunque, algo seguía sonando raro. Ese nombre, Sebastián, le resultaba vagamente familiar.Frunció el ceño, y de repente, como si una chispa le recorriera la cabeza, levantó la mirada bruscamente y abrió los ojos de par en par.Capítulo 3El día de su boda, le pusieron los cuernos.—¡Estela, cómo pudiste ser tan baja!Estela Miranda se quedó paralizada, sin poder apartar la vista de las fotos vergonzosas que se proyectaban en la pantalla gigante. Antes de que pudiera reaccionar, su prometido, Fernando Cuevas, le soltó una bofetada que resonó en todo el salón.Su hermana por parte de padre, Beatriz Miranda, fingía llorar desconsolada mientras se acercaba a ella.—Hermana, Fer es tan bueno contigo, ¿cómo pudiste no valorarlo?En la mente de Estela, algo hizo explosión.Ese día debía ser el más feliz de su vida. Era el día de su boda con Fernando. Sin embargo, apenas puso un pie en el salón de la fiesta, lo primero que vio fue a su prometido abrazando a Beatriz, demasiado cerca, demasiado familiar.No pudo contener su enojo y se acercó a reclamarles, pero justo en ese momento, la pantalla comenzó a mostrar en bucle fotos supuestamente comprometedoras de ella con diferentes hombres.La reacción de los invitados no tardó en hacerse escuchar.—Qué descarada, mira que andar con tantos tipos. Ni cómo compararla con la pureza de la señorita Beatriz.—Quién iba a pensar que Estela era así de... suelta. Si hasta parece una provinciana sin educación.—Ahora que señor Cuevas ya no la quiere, ¿qué pasará con la boda?Su padre, Luciano Miranda, se acomodó la corbata y, fingiendo dignidad, alzó la voz.—La boda es un asunto importante para ambas familias, no se puede cancelar. Así que he decidido que Beatriz tomará el lugar de Estela y se casará con el señor Cuevas.Del lado de la familia Cuevas, Gustavo, el padre de Fernando, asintió con la cara tensa.—No queda de otra. La familia Cuevas jamás aceptaría a una mujer sin vergüenza como nuera.Estela, temblando de rabia, recorrió con la mirada a todos los presentes.Así que ese era el plan.Mientras ella siguiera siendo la prometida de Fernando, Beatriz siempre sería la otra. Por eso había que destruirla, así de simple.La familia Miranda la había usado todo ese tiempo, viviendo de la herencia que su madre le dejó, manteniendo a la hija y amante del padre. Y Fernando, que le debía la vida, había usado su dinero para fundar su empresa y volverse el nuevo rico de San Ángel del Norte.¿Y ahora querían deshacerse de ella como si nada?—Usaron unas fotos falsas para arruinarme el nombre, todo para que la hermanita se quedara con el puesto. Vaya jugada.La madrastra, Romina Peña, fingía llorar con la voz entrecortada.—Estela, ¿cómo puedes decir eso? ¿Acaso crees que Bea te hizo esto a propósito? Mi hija no tiene la culpa de nada.Beatriz, con cara de mártir, susurró:—Hermana, sé que estás enojada conmigo. Lo siento. Si quieres, te devuelvo a Fer…Fernando explotó, su voz cargada de dolor y enojo.—¿Ahora resulta que la mala es Bea? Estela, tú eres la que anduvo con otros, y todavía tienes el descaro de culparla. ¡Con esa cicatriz tan fea en el cuello, ni siquiera estás a mi altura!Esa cicatriz se la había hecho por salvarle la vida a Fernando. Ahora, él la usaba como excusa para humillarla.Estela dejó de intentar contenerse. Alzó la mirada, llena de ironía.—Perfecto. No quiero este compromiso. Que la hermanita siga el ejemplo de la madre y se quede de amante. ¿Cómo podría yo evitar que se casen? Les deseo toda la felicidad del mundo. Gracias, Beatriz, por quedarte con lo que yo ya no quiero.La cara de Fernando se desfiguró de ira.—¿No tienes vergüenza? ¡La que engañó fuiste tú! Encima insultas a Bea… ¡Bea, ¿qué te pasa?!Antes de que acabara la frase, Beatriz se desmayó hacia atrás, el rostro pálido, y murmuró con voz débil:—Me duele el corazón… Fer, ¿será que me voy a morir? No culpes a mi hermana, yo tengo la culpa…Fernando, fuera de sí, sujetó la cabeza de Estela y la golpeó con fuerza contra la baranda.—¡Sabías que Bea padece del corazón y aun así la insultaste! Para que te enteres, Bea y yo nos amamos desde hace mucho. ¡La tercera en discordia aquí eres tú!—Si a Bea le pasa algo, no te lo voy a perdonar jamás.El dolor en la sien de Estela era como hielo que se colaba por todo su cuerpo, paralizándola.Fernando ya se había ido, cargando a Beatriz en brazos, mientras los invitados no dejaban de señalarla y murmurar.Con los ojos cerrados, Estela sintió cómo su dignidad se desmoronaba. Había sido demasiado ingenua estos años; mientras Fernando la entretenía para que le transfiriera sus acciones, él y Beatriz tramaban todo a sus espaldas. ¿Por qué permitir que esa pareja de traidores se saliera con la suya?Si tan enamorados están, pensó, entonces les voy a dar un regalo que no olvidarán jamás....Estela marcó el número y, en cuanto la llamada se conectó, su madrastra Romina lanzó un grito desgarrador desde el otro lado.—¡Estela, ¿qué hiciste ahora?!De inmediato, a Romina le llegó un mensaje. Furiosa, levantó la mano, lista para soltarle una bofetada a Estela.—¿Quién te dijo que mi hija se metió con su cuñado? ¿Qué te pasa, qué clase de porquería andas diciendo? ¡Por tu culpa, Bea está así y todavía tienes el descaro de inventar esas cosas sobre ella! Malagradecida, ahora sí vas a ver—. Romina se abalanzó, fuera de sí.Estela soltó una risa cargada de ironía. Romina no perdía oportunidad para insultarla, y pensar que antes había aguantado tanto solo por Fernando.Esta vez, Estela detuvo la mano de Romina con firmeza y, sin titubear, le devolvió la bofetada, el sonido rebotó en la sala.—¿Ya no aguantas que te digan un par de cosas? Todo lo que tú y Beatriz comen y usan sale de la herencia de mi mamá. ¿Quién te dio derecho a venir a gritarme aquí?Al escuchar la palabra “herencia”, a Romina se le olvidó el ardor de la mejilla y su enojo se transformó en pánico.—¡Estela, ¿qué piensas hacer?! Para que puedas reclamar la herencia tienes que casarte con los Cuevas, Fer ya no te quiere, esa herencia es nuestra—. Romina chilló, aferrándose a su última carta.Estela frunció el ceño. Esa sí era una bronca.Según el testamento de su madre, la herencia solo le pertenecería por completo si se casaba con alguien de los Cuevas...Romina, al ver la duda en la cara de Estela, se llenó de valor y escupió con una mueca torcida:—Si te arrodillas y me suplicas, capaz que hasta te ayudo...—La familia Cuevas no solo tiene a Fernando—. Estela la interrumpió, su mirada se afiló como navaja.En ese momento, no muy lejos, el perfil de un hombre llamó la atención de Estela. Era de esos que no se olvidan: mirada intensa, postura elegante. Lo había visto en alguna reunión de la familia Cuevas, uno de los menores, Sebastián. Joven, exitoso y, sobre todo, soltero.Una idea alocada le cruzó la mente, y sus ojos brillaron con picardía.—Señora Peña, esto apenas comienza—. Estela soltó, dándose media vuelta....Sebastián presenció toda la escena desde la distancia y, sin mucho interés, apartó la mirada.—Lleven a la señorita Benítez a su casa—ordenó.Uno de los guardaespaldas escoltó a la mujer que había perdido el control, mientras el asistente de Sebastián, nervioso, intentó convencerlo:—Señor, la abuelita fue muy clara, hoy tiene que casarse sí o sí. Y la señorita Benítez...Sebastián bajó la mirada, su voz sonó seca y distante, cargada de autoridad.—No tolero a las mujeres que se creen demasiado listas.El asistente se quedó callado, comprendiendo el mensaje. Esa señorita Benítez había ido por todos lados presumiendo que pronto sería la señora Mendoza, creída y bocona. Claro que había molestado al jefe.—Pero, sin la señorita Benítez, ¿de dónde va a sacar una novia para hoy?—Busca entre las chicas de sociedad, la que sea. Tienes media hora—. Sebastián ni parpadeó.Justo en ese momento, la misma mujer que acababan de rechazar apareció frente a él con una sonrisa decidida.—Disculpe, señor. Si de lo que se trata es de elegir a cualquier mujer para casarse...Sebastián levantó una ceja, intrigado.Estela, con los labios pintados de rojo, le sostuvo la mirada.—¿Y qué tal yo? —preguntó, sin titubear.El silencio invadió el ambiente. El asistente se quedó de piedra. ¿Acaso esta mujer sabía con quién estaba hablando? ¿De dónde sacaba semejante valor?Sebastián entrecerró los ojos, y su voz se volvió un susurro áspero.—Señorita Miranda, ¿me está proponiendo matrimonio a un desconocido?Detrás de sus lentes dorados, la mirada de Sebastián parecía de cristal, imposible de descifrar.Sentirse observada por alguien así intimidaría a cualquiera, pero Estela respiró hondo y se mantuvo firme.—¿Y eso qué? Hay personas que apenas se conocen y saben que estarán juntas toda la vida, y otras que aunque duren diez años, nunca dejan de ser basura.Sebastián curvó los labios en una sonrisa intrigada.—Hay muchas chicas de sociedad que quieren casarse conmigo, señorita Miranda. ¿Por qué debería elegirla a usted?A Estela casi se le traba la lengua. ¿Cómo se suponía que debía venderse ante él? Pensó y pensó, hasta que de pronto, una idea iluminó su mente y sus ojos brillaron con determinación.—Tengo una cualidad que ninguna otra de esas chicas podría igualar.La mirada de Sebastián se posó en la cicatriz de Estela, deteniéndose un momento, con creciente curiosidad.—¿Ah, sí?—Yo solo quiero casarme con alguien, nada más —Estela soltó la frase de golpe, mirándolo fijamente—. No espero nada raro de ti. Después de casarnos, haz lo que quieras, puedes hacer de cuenta que ni existo. ¿Alguna otra señorita de sociedad podría ofrecerte eso?El tío de Fernando era uno de los poderosos de San Ángel del Norte, y seguro que lo presionaban para casarse; seguro no quería, pero si se casaba con ella, podría tranquilizar a su familia y, al mismo tiempo, tener toda la libertad que quisiera después.Esta vez sí debía aceptar, ¿no?Sebastián se inclinó hacia ella, y en sus ojos se encendió una chispa peligrosa.—¿Nada raro? —preguntó con voz baja, casi como un reto.A Estela le dio un vuelco el corazón. ¿Por qué sentía que a este tipo de pronto se le había borrado la sonrisa? ¿Estaría molesto por algo? Pero, ¿acaso no era bueno para él que a ella no le interesara nada más?El silencio se volvió tan denso que parecía que el aire pesaba. Estela, temiendo que la rechazara, se apresuró a decir algo para arreglarlo, pero en ese instante el hombre giró sobre sus talones y, con paso decidido, se dirigió a la puerta.—Súbete al carro.La asistente de Sebastián la llevó hasta el carro y Estela, todavía confundida, preguntó:—¿A dónde vamos?Sebastián, siempre tan elegante y seguro, respondió con una calma que imponía respeto:—¿No era que la señorita Miranda quería casarse conmigo?…¿Eso significaba que aceptaba casarse?Estela se quedó pasmada unos segundos, y apenas reaccionó, temiendo que él se arrepintiera, se apresuró a sentarse a su lado.—Entonces, nada de perder tiempo, ¡vámonos ya al registro civil!Sebastián curvó los labios en una ligera sonrisa y soltó una risa suave y grave.A lo lejos, Romina observaba la escena y el nerviosismo la invadió. Ese hombre se veía de lo más distinguido, ¿no sería que Estela otra vez iba a meterse con algún millonario? ¡Eso sí que no!Corrió hacia el carro y se aferró a la puerta.—¡Estela! ¿No fue suficiente con arruinarle la vida a Fer? ¿Ahora también quieres arruinarle la vida a otro pobre tipo? ¡No le hagas eso a este señor, no tienes derecho!Estela la miró de arriba abajo, lanzándole una mirada sarcástica:—¿Y tú, que te metiste con él siendo la otra, sí tienes derecho a hablar de arruinar vidas?—¡Deja de decir tonterías!Romina casi pierde el control y, girando hacia Sebastián, le soltó:—Esta mujer tiene la vida hecha un desastre; se ha metido con varios tipos, hay fotos y todo. ¡No es de fiar, no vale la pena llevarla a tu casa!Estela escuchó eso y dejó escapar una risa corta y despreocupada.—Señora Peña, ¿de verdad cree que todos aquí van a caer en sus trampas tan infantiles?Le lanzó una mirada con malicia.—Fernando te cree porque no le da la cabeza para más; en cambio, mi futuro esposo es alguien inteligente, él no cae en esos cuentos.¿Futuro esposo…?Sebastián no pudo evitar que se le dibujara una sonrisa satisfecha.—Sí, confío en la señorita Miranda. Y además… —su voz sonó ronca, cargada de una presencia firme que hizo que a Romina se le helara la sangre—. Si vale o no la pena, eso lo decido yo.A Estela el corazón le latió a mil por hora. Sabía que él solo decía eso para no perder la compostura, pero igual, no pudo evitar sentir algo cálido en el pecho.Ya de regreso en sí, miró a Romina con desdén y una ceja levantada:—Querida madrastra, ¿oíste bien? La gente con ojos sabe elegir. Mejor sigue cuidando a tu hija y ese inútil, porque lo que se parece, se junta. Yo ya no tengo nada que hacer aquí.Apenas terminó de hablar, el carro arrancó dejando una nube de polvo tras de sí.Romina se quedó pálida y con la cara desencajada. ¿Ese tipo en serio iba a casarse con Estela?No podía permitir que Estela pisoteara a Bea.No, tenía que buscar la manera de impedirlo……Media hora después, en el registro civil.Sebastián fue llevado al tercer piso. Un funcionario, con actitud muy formal, les entregó a ambos los papeles que debían llenar para el registro.Estela se sintió un poco extraña. ¿En serio hacía falta tanto protocolo solo para casarse?Por lo menos, al final logró casarse con el tío de Fernando. Solo así podría recuperar la herencia de su mamá.Firmó su nombre. Al fin pudo respirar tranquila, pero al voltear, vio que el hombre a su lado estaba escribiendo un nombre con una caligrafía fuerte y segura: Sebastián.Espera…El aire se le atascó en el pecho y el color se le fue de la cara.—Oye… ¿Por qué tu apellido es Mendoza?¿No se suponía que el tío de Fernando se apellidaba Cuevas también?Sebastián seguía firmando, sin siquiera alzar la vista.—Mi apellido incluye Cuevas, pero escogí usar Mendoza como el primero.—Ah… ah, bueno… —Estela se dio unas palmadas en el pecho, sintiendo que el susto se le bajaba. Por un momento pensó que se había casado con la persona equivocada.Aunque, algo seguía sonando raro. Ese nombre, Sebastián, le resultaba vagamente familiar.Frunció el ceño, y de repente, como si una chispa le recorriera la cabeza, levantó la mirada bruscamente y abrió los ojos de par en par.