Enzo Rivas siempre decía que Marcela Lara era como una tarde de verano: cálida y tranquila durante el día, pero por la noche, su pasión se desbordaba como en un carnaval. Todo dio un giro inesperado cuando Camila Valdés le soltó que apenas le quedaban seis meses de vida. Sin pensarlo ni un segundo, Enzo le pidió el divorcio a Marcela, pensando que solo sería algo temporal para tranquilizar a Camila y que en seis meses volverían a estar juntos. Pero lo que Enzo nunca esperó fue que Marcela se daría cuenta de la realidad. Después de llorar hasta secarse, su corazón también se endureció. Lo que empezó como un trámite se volvió definitivo. Marcela perdió al bebé y decidió reconstruir su vida desde cero. Sin mirar atrás, Marcela se fue, dejando a Enzo devastado. Cuentan que el orgulloso señor Rivas perdió la cabeza y condujo su lujoso carro desenfrenadamente por las calles, con los ojos llenos de lágrimas, solo para suplicar por una última mirada de compasión de su amada Marcela...

Capítulo 1Arbolada, residencia junto a la montaña, dormitorio.Las sábanas revueltas aún guardaban el calor, y el hombre besaba con pasión la pequeña marca en el pecho de la mujer.Cuando todo terminó, Enzo Rivas se giró y se sentó al borde de la cama.—Vamos a divorciarnos.La voz de Enzo no mostró ni una pizca de emoción.Marcela Lara, aún jadeando tras el esfuerzo, apenas pudo reaccionar. Se volteó, y con la mirada perdida, buscó respuesta en esos ojos profundos que tantas veces la habían desarmado.Un año de matrimonio y aun así, ella no entendía lo que él quería decir.—Ella tiene cáncer de estómago. Le quedan seis meses.Enzo encendió un cigarro, y el humo que subía lentamente comenzó a difuminarle la cara.—Antes de morir, su único deseo es ser mi esposa.Marcela no dijo nada. El dormitorio, grande y silencioso, parecía tragarse los latidos de ambos.La lámpara junto a la cama apenas iluminaba la habitación y la sombra de los dos se proyectaba en la pared, tan cerca y, sin embargo, tan distante.Al notar que ella no respondía de inmediato, Enzo frunció ligeramente el ceño.—Solo es para hacerla sentir bien —agregó con tono seco—. Dentro de medio año, nos volvemos a casar.—Marcela, solo le quedan seis meses.Su voz era tan tranquila que sonaba más a un anuncio que a una suplica.Marcela se quedó mirando su perfil, aturdida.Parecía que, sin importar lo que él pidiera, ella siempre terminaría cediendo.Si él lo decía, ella cumplía. Como si cada palabra suya fuera una orden que no podía desobedecer.Así había sido siempre entre ellos. Ese amor, ella lo había buscado, lo había perseguido hasta el cansancio.Desde adolescente lo había admirado. Al crecer, jamás dejó de estar a su lado.Recordó aquel año, bajo la tormenta, cuando él la protegió del furioso padrastro. El muchacho llevaba en la mano un pedazo de madera podrida, pero lo blandía con tal fuerza que parecía dispuesto a cualquier cosa.—Si vuelves a lastimar a Marcela, te juro que no te la vas a acabar —le gritó, empapado bajo la lluvia.Marcela, casi inconsciente por los golpes, alcanzó a ver, entre la sangre y el agua, esos dedos apretando la madera y los ojos de Enzo, llenos de determinación.Él le salvó la vida esa noche.Desde entonces, lo amó sin remedio, como quien cae en un abismo sin fondo.Por él, hacía hasta lo imposible. Siempre iba más allá que cualquiera, solo para complacerlo.Y cuando lograba lo que él pedía, él le revolvía el cabello y murmuraba en voz baja:—Marci, lo hiciste genial.Sus palabras y sus besos eran siempre suaves, distantes. Su cariño, tibio. Marcela siempre pensó que esa era su manera de amar.Así que, aunque todos la llamaran "perra faldera", ella aceptaba ese papel sin quejarse. Al fin y al cabo, era su elección.Siete años. Toda su juventud la había pasado siguiéndolo.Un año atrás, cuando el abuelo enfermó de gravedad, la familia Rivas había decidido que Enzo debía casarse para ver si la suerte cambiaba.Él fue a buscarla. Se casaron.Marcela creyó que, al fin, esos años de espera darían frutos. Pero tras la boda, Enzo se volvió esquivo, incluso llegó a sentir su rechazo.—Marcela, ¿me estás escuchando? —Enzo la miró con el ceño fruncido, sacándola de sus pensamientos.—¿Es necesario hacerlo? —preguntó ella, la voz apenas un susurro.Él no respondió de inmediato. Evadió su mirada y habló de otra cosa.—Marcela, ella ha sufrido mucho.—¿Y yo? —la pregunta se le escapó antes de pensarla.Enzo guardó silencio. En sus ojos se asomaba el fastidio. Pasaron unos segundos antes de que soltara otra vez:—Marcela, ella se está muriendo.—Quizá no lo sabes, pero ella me ama. Sin embargo, por nuestro matrimonio, nunca quiso hacerte daño. Entre nosotros jamás ha pasado nada.—Incluso si intento darle algo, siempre me lo rechaza.—Es muy buena persona, ¿no puedes cederle esto?—Marcela, no me obligues a pensar que eres una mala persona.La voz de Enzo fue tan seca que a Marcela le dolió el pecho, como si una daga la atravesara.Así que, andar con un hombre casado y soltar unas cuantas palabras falsas era sinónimo de ser buena persona.Mientras que una esposa que no está dispuesta a dejar a su marido es, entonces, la mala del cuento.Marcela lo miró, ese mismo rostro que no había cambiado en todos estos años...Ojos profundos, cejas marcadas, nariz recta y labios delgados como la hoja de un cuchillo.¿En qué momento empezó a cambiar todo? Probablemente fue desde el día en que “ella” apareció.—¿De verdad quieres divorciarte? —preguntó Marcela, una última vez.Él no respondió, apretó los labios en una línea tensa.Al final, apenas separó los labios.—Sí, tú...—Está bien.No lo dejó terminar. Ella ya había aceptado.Enzo se quedó paralizado unos segundos.Entrecerró los ojos, mirándola con una mezcla de asombro y desconfianza.—Marcela, cada vez te vuelves más hábil.Por primera vez, su voz se tiñó de ira.—¿Planeaste todo para que yo tuviera que pedirte esto? ¿Ahora quieres usarlo para manipularme?Marcela no dijo nada. Permaneció en silencio, observando la sombra de ambos proyectada en la blanca pared.Enzo aplastó el cigarro en el cenicero, sin agregar ni una palabra más. Se puso la camisa a toda prisa y salió del cuarto con pasos largos y decididos.Parecía no importarle en absoluto cómo pudiera sentirse ella, ni lo humillante o cruel que era lo que acababa de pedir.Porque lo sabía: ella no podía dejarlo.Había sido así durante todos estos años.—¡Pum!—La puerta retumbó cuando Enzo la cerró de golpe.El cuarto se quedó en silencio, solo con Marcela sentada junto a la cama.Se quedó mucho rato mirando el lugar por donde él se fue....—Bzzz, bzzz—El celular vibró, interrumpiendo el vacío de la habitación.Alguien le había enviado un mensaje.Estiró la mano y tomó el teléfono.Era un mensaje de un contacto guardado como “su otra cuenta”.[Su otra cuenta: Él volvió a visitarme.]El mensaje venía acompañado de una foto. Reflejado en la puerta de vidrio de la entrada, estaba el perfil de Enzo.En su cara se adivinaba una sonrisa cálida, y en los ojos aquella ternura que Marcela jamás había visto dirigida hacia ella.Marcela dudó un instante y empezó a revisar los mensajes anteriores.[Anterior: Me dijo que soy la única en su corazón.][El de antes: ¿Hace frío en la noche lluviosa? Yo no, porque él está conmigo.][Y más arriba: Solo las que no son amadas se vuelven la otra. Marcela, tú no eres más que la que eligió por compromiso cuando necesitaba casarse. Él admira mi gusto, reconoce mi estilo. A la que ama es a mí.]...Mensajes así, uno tras otro, cada uno como una gota de veneno, confirmando la traición de Enzo.Marcela nunca lo imaginó: ese Enzo tan distante durante siete años con ella, en presencia de otra persona era...Tan diferente, tan vivo.Llegó hasta el primer mensaje, ni siquiera leyéndolos, solo deslizándose de manera automática hasta el inicio, donde se detuvo en el primero:[Deberías saber quién soy. ¿Te gustaron las flores de la sala hoy? Las envié yo. Él dijo que estaban preciosas.]—Ja...—Por supuesto que sabía quién era.Una florista reconocida en redes sociales, famosa por decorar mansiones y departamentos de lujo: Camila Valdés.Marcela incluso llegó a mostrarle esos mensajes a Enzo, pero él solo la acusó de no tener pruebas de que Camila era quien los enviaba. Incluso dudó de Marcela, insinuando que quizá ella misma le mandaba esos mensajes desde otra cuenta para culpar a Camila.Casi nunca había fotos. Y las pocas que aparecían, cualquiera podría haberlas tomado de lejos, como si nada.Excepto la de hoy.¿Debería enseñarle esta imagen a Enzo?Soltó el celular a un lado y, desde el fondo del cajón de la mesita de noche, sacó una carpeta.Entre los papeles, tomó aquel que había conseguido esa misma mañana: el comprobante de embarazo.Estaba esperando un hijo de Enzo.En el peor momento posible.Una lágrima cayó sobre el papel, borroneando las letras.¿Para qué servía demostrar nada, si el corazón de él ya no le pertenecía?Se secó las lágrimas.Tomó el encendedor que Enzo había dejado y prendió fuego al documento.Él no lo sabía, pero ese divorcio era la última vez que ella cumpliría una exigencia suya.Siete años de juventud, siete años de vida.Su gratitud ya estaba saldada.Y ella... tampoco quería volver a amarlo.Al día siguiente.Estacionamiento frente al registro civil.Enzo estaba sentado en su carro, un Maybach negro que relucía bajo el sol de la mañana. Su mano izquierda golpeaba con suavidad el volante, marcando un ritmo que solo él entendía.—Enzo, hijo, ya llevas un año casado con Marci, deberían apurarse y tener un niño —la voz de su abuela se escuchaba fuerte y clara a través del teléfono.Enzo relajó la expresión, aunque en el fondo se notaba un dejo de resignación. Aun así, contestó con paciencia:—Abuelita, todavía estamos jóvenes, no hay prisa. Lo que de verdad importa ahora es que te cuides mucho, también el abuelo. Él…—¿Cómo que no hay prisa? —lo interrumpió la anciana, con tono firme—. Tu abuelo ya está mejor, pero los dos ya estamos grandes, cualquier día nos podemos ir de este mundo.—Abuelita…—Y no me salgas con otras cosas —apretó con seriedad—. También escuché algunos chismes, Enzo, no se te ocurra tratar mal a Marci.Enzo guardó silencio, tres largos segundos en los que solo se escuchaba el ruido lejano del exterior. Hasta que la abuela volvió a insistir:—¿Me oíste bien?Él se frotó la frente, como tratando de despejar el cansancio.—Sí, abuelita, lo escuché.Después de intercambiar unas cuantas palabras más, Enzo terminó la llamada. Dejó el celular a un lado, pero sus dedos seguían golpeando el volante, perdidos en pensamientos.Dirigió la mirada hacia el edificio del registro civil. Sus labios formaron una línea tensa.Sacó el celular y revisó la lista de mensajes.Deslizó el dedo por el contacto guardado como “Mi Amor”, la foto de una florista que le sonreía desde el ícono, pero no se detuvo ahí. Bajó hasta “Marcela” y abrió el chat.El último mensaje era de él, avisándole sobre la cita de esa mañana para tramitar el divorcio y el lugar donde se encontrarían.Ella aún no llegaba.Frunciendo apenas el ceño, le envió un mensaje:[¿Dónde estás?]En ese momento, alguien golpeó la ventana. Enzo levantó la vista y vio el rostro pálido de Marcela a través del cristal.Marcela abrió la puerta y se sentó en el asiento de copiloto. Lo miró un segundo, con los ojos apagados.Seguía usando la ropa del día anterior, la que ella misma había elegido para él. Durante todos esos años, Marcela se encargó de cada detalle: desde la loción y la corbata, hasta las camisas y los trajes hechos a la medida. Todo, absolutamente todo, lo había gestionado ella.—¿Por qué llegaste tarde? —preguntó Enzo, sin apartar la vista.Marcela desvió la mirada hacia el frente.—No llegué tarde —respondió, sin más.Ya no era esa mujer que antes se desvivía por llegar antes de la hora, solo para esperarlo, aunque él nunca lo pidiera.Enzo detuvo el golpeteo de sus dedos y la miró de reojo. Notó lo pálida que estaba; seguro no había dormido bien después de que él le pidió el divorcio la noche anterior. Pero tampoco le pareció un asunto tan grave.—Abuelita me llamó hace rato —dijo, bajando el tono—. No le digas nada sobre lo nuestro. Los viejitos ya no aguantan estos sustos.Marcela no respondió de inmediato. Solo preguntó:—¿Qué te dijo la abuelita?—Que quiere un nieto —Enzo entrecerró los ojos, apareció un destello de fastidio en la mirada.El silencio se instaló entre los dos, tan denso que parecía que nadie se animaría a romperlo. Pasaron unos minutos, hasta que Marcela dejó escapar una risita suave y amarga.Enzo apretó el puño, mirando por la ventana. No pronunció palabra.En algún momento, él también imaginó cómo sería tener un hijo, incluso pensó en el día en que llegara. Cuando estaban juntos, hubo noches en que acariciaba el vientre de Marcela y murmuraba en su oído:—Marci, ¿cuándo me vas a dar un hijo?Pero…De todas formas, nunca quedó embarazada.Y en seis meses seguro volvería a casarse; para ese entonces, aún habría tiempo.A Cami le quedaban solo seis meses.Afuera, la gente iba y venía, ajena a todo. Pasaron unos segundos más.Entonces, Marcela rompió el silencio:—Por última vez, Enzito, ¿vas en serio con el divorcio?—¿Te arrepentiste? —le soltó Enzo, ahora sí molesto.Cami lo esperaba en casa. No tenía tiempo para escenas.Marcela, al escuchar la confirmación, no añadió nada. Sacó un sobre del bolso y se lo extendió.Enzo lo tomó de mala gana y al revisar el contenido, notó que era un acuerdo de reparto de bienes.Capítulo 2Arbolada, residencia junto a la montaña, dormitorio.Las sábanas revueltas aún guardaban el calor, y el hombre besaba con pasión la pequeña marca en el pecho de la mujer.Cuando todo terminó, Enzo Rivas se giró y se sentó al borde de la cama.—Vamos a divorciarnos.La voz de Enzo no mostró ni una pizca de emoción.Marcela Lara, aún jadeando tras el esfuerzo, apenas pudo reaccionar. Se volteó, y con la mirada perdida, buscó respuesta en esos ojos profundos que tantas veces la habían desarmado.Un año de matrimonio y aun así, ella no entendía lo que él quería decir.—Ella tiene cáncer de estómago. Le quedan seis meses.Enzo encendió un cigarro, y el humo que subía lentamente comenzó a difuminarle la cara.—Antes de morir, su único deseo es ser mi esposa.Marcela no dijo nada. El dormitorio, grande y silencioso, parecía tragarse los latidos de ambos.La lámpara junto a la cama apenas iluminaba la habitación y la sombra de los dos se proyectaba en la pared, tan cerca y, sin embargo, tan distante.Al notar que ella no respondía de inmediato, Enzo frunció ligeramente el ceño.—Solo es para hacerla sentir bien —agregó con tono seco—. Dentro de medio año, nos volvemos a casar.—Marcela, solo le quedan seis meses.Su voz era tan tranquila que sonaba más a un anuncio que a una suplica.Marcela se quedó mirando su perfil, aturdida.Parecía que, sin importar lo que él pidiera, ella siempre terminaría cediendo.Si él lo decía, ella cumplía. Como si cada palabra suya fuera una orden que no podía desobedecer.Así había sido siempre entre ellos. Ese amor, ella lo había buscado, lo había perseguido hasta el cansancio.Desde adolescente lo había admirado. Al crecer, jamás dejó de estar a su lado.Recordó aquel año, bajo la tormenta, cuando él la protegió del furioso padrastro. El muchacho llevaba en la mano un pedazo de madera podrida, pero lo blandía con tal fuerza que parecía dispuesto a cualquier cosa.—Si vuelves a lastimar a Marcela, te juro que no te la vas a acabar —le gritó, empapado bajo la lluvia.Marcela, casi inconsciente por los golpes, alcanzó a ver, entre la sangre y el agua, esos dedos apretando la madera y los ojos de Enzo, llenos de determinación.Él le salvó la vida esa noche.Desde entonces, lo amó sin remedio, como quien cae en un abismo sin fondo.Por él, hacía hasta lo imposible. Siempre iba más allá que cualquiera, solo para complacerlo.Y cuando lograba lo que él pedía, él le revolvía el cabello y murmuraba en voz baja:—Marci, lo hiciste genial.Sus palabras y sus besos eran siempre suaves, distantes. Su cariño, tibio. Marcela siempre pensó que esa era su manera de amar.Así que, aunque todos la llamaran "perra faldera", ella aceptaba ese papel sin quejarse. Al fin y al cabo, era su elección.Siete años. Toda su juventud la había pasado siguiéndolo.Un año atrás, cuando el abuelo enfermó de gravedad, la familia Rivas había decidido que Enzo debía casarse para ver si la suerte cambiaba.Él fue a buscarla. Se casaron.Marcela creyó que, al fin, esos años de espera darían frutos. Pero tras la boda, Enzo se volvió esquivo, incluso llegó a sentir su rechazo.—Marcela, ¿me estás escuchando? —Enzo la miró con el ceño fruncido, sacándola de sus pensamientos.—¿Es necesario hacerlo? —preguntó ella, la voz apenas un susurro.Él no respondió de inmediato. Evadió su mirada y habló de otra cosa.—Marcela, ella ha sufrido mucho.—¿Y yo? —la pregunta se le escapó antes de pensarla.Enzo guardó silencio. En sus ojos se asomaba el fastidio. Pasaron unos segundos antes de que soltara otra vez:—Marcela, ella se está muriendo.—Quizá no lo sabes, pero ella me ama. Sin embargo, por nuestro matrimonio, nunca quiso hacerte daño. Entre nosotros jamás ha pasado nada.—Incluso si intento darle algo, siempre me lo rechaza.—Es muy buena persona, ¿no puedes cederle esto?—Marcela, no me obligues a pensar que eres una mala persona.La voz de Enzo fue tan seca que a Marcela le dolió el pecho, como si una daga la atravesara.Así que, andar con un hombre casado y soltar unas cuantas palabras falsas era sinónimo de ser buena persona.Mientras que una esposa que no está dispuesta a dejar a su marido es, entonces, la mala del cuento.Marcela lo miró, ese mismo rostro que no había cambiado en todos estos años...Ojos profundos, cejas marcadas, nariz recta y labios delgados como la hoja de un cuchillo.¿En qué momento empezó a cambiar todo? Probablemente fue desde el día en que “ella” apareció.—¿De verdad quieres divorciarte? —preguntó Marcela, una última vez.Él no respondió, apretó los labios en una línea tensa.Al final, apenas separó los labios.—Sí, tú...—Está bien.No lo dejó terminar. Ella ya había aceptado.Enzo se quedó paralizado unos segundos.Entrecerró los ojos, mirándola con una mezcla de asombro y desconfianza.—Marcela, cada vez te vuelves más hábil.Por primera vez, su voz se tiñó de ira.—¿Planeaste todo para que yo tuviera que pedirte esto? ¿Ahora quieres usarlo para manipularme?Marcela no dijo nada. Permaneció en silencio, observando la sombra de ambos proyectada en la blanca pared.Enzo aplastó el cigarro en el cenicero, sin agregar ni una palabra más. Se puso la camisa a toda prisa y salió del cuarto con pasos largos y decididos.Parecía no importarle en absoluto cómo pudiera sentirse ella, ni lo humillante o cruel que era lo que acababa de pedir.Porque lo sabía: ella no podía dejarlo.Había sido así durante todos estos años.—¡Pum!—La puerta retumbó cuando Enzo la cerró de golpe.El cuarto se quedó en silencio, solo con Marcela sentada junto a la cama.Se quedó mucho rato mirando el lugar por donde él se fue....—Bzzz, bzzz—El celular vibró, interrumpiendo el vacío de la habitación.Alguien le había enviado un mensaje.Estiró la mano y tomó el teléfono.Era un mensaje de un contacto guardado como “su otra cuenta”.[Su otra cuenta: Él volvió a visitarme.]El mensaje venía acompañado de una foto. Reflejado en la puerta de vidrio de la entrada, estaba el perfil de Enzo.En su cara se adivinaba una sonrisa cálida, y en los ojos aquella ternura que Marcela jamás había visto dirigida hacia ella.Marcela dudó un instante y empezó a revisar los mensajes anteriores.[Anterior: Me dijo que soy la única en su corazón.][El de antes: ¿Hace frío en la noche lluviosa? Yo no, porque él está conmigo.][Y más arriba: Solo las que no son amadas se vuelven la otra. Marcela, tú no eres más que la que eligió por compromiso cuando necesitaba casarse. Él admira mi gusto, reconoce mi estilo. A la que ama es a mí.]...Mensajes así, uno tras otro, cada uno como una gota de veneno, confirmando la traición de Enzo.Marcela nunca lo imaginó: ese Enzo tan distante durante siete años con ella, en presencia de otra persona era...Tan diferente, tan vivo.Llegó hasta el primer mensaje, ni siquiera leyéndolos, solo deslizándose de manera automática hasta el inicio, donde se detuvo en el primero:[Deberías saber quién soy. ¿Te gustaron las flores de la sala hoy? Las envié yo. Él dijo que estaban preciosas.]—Ja...—Por supuesto que sabía quién era.Una florista reconocida en redes sociales, famosa por decorar mansiones y departamentos de lujo: Camila Valdés.Marcela incluso llegó a mostrarle esos mensajes a Enzo, pero él solo la acusó de no tener pruebas de que Camila era quien los enviaba. Incluso dudó de Marcela, insinuando que quizá ella misma le mandaba esos mensajes desde otra cuenta para culpar a Camila.Casi nunca había fotos. Y las pocas que aparecían, cualquiera podría haberlas tomado de lejos, como si nada.Excepto la de hoy.¿Debería enseñarle esta imagen a Enzo?Soltó el celular a un lado y, desde el fondo del cajón de la mesita de noche, sacó una carpeta.Entre los papeles, tomó aquel que había conseguido esa misma mañana: el comprobante de embarazo.Estaba esperando un hijo de Enzo.En el peor momento posible.Una lágrima cayó sobre el papel, borroneando las letras.¿Para qué servía demostrar nada, si el corazón de él ya no le pertenecía?Se secó las lágrimas.Tomó el encendedor que Enzo había dejado y prendió fuego al documento.Él no lo sabía, pero ese divorcio era la última vez que ella cumpliría una exigencia suya.Siete años de juventud, siete años de vida.Su gratitud ya estaba saldada.Y ella... tampoco quería volver a amarlo.Al día siguiente.Estacionamiento frente al registro civil.Enzo estaba sentado en su carro, un Maybach negro que relucía bajo el sol de la mañana. Su mano izquierda golpeaba con suavidad el volante, marcando un ritmo que solo él entendía.—Enzo, hijo, ya llevas un año casado con Marci, deberían apurarse y tener un niño —la voz de su abuela se escuchaba fuerte y clara a través del teléfono.Enzo relajó la expresión, aunque en el fondo se notaba un dejo de resignación. Aun así, contestó con paciencia:—Abuelita, todavía estamos jóvenes, no hay prisa. Lo que de verdad importa ahora es que te cuides mucho, también el abuelo. Él…—¿Cómo que no hay prisa? —lo interrumpió la anciana, con tono firme—. Tu abuelo ya está mejor, pero los dos ya estamos grandes, cualquier día nos podemos ir de este mundo.—Abuelita…—Y no me salgas con otras cosas —apretó con seriedad—. También escuché algunos chismes, Enzo, no se te ocurra tratar mal a Marci.Enzo guardó silencio, tres largos segundos en los que solo se escuchaba el ruido lejano del exterior. Hasta que la abuela volvió a insistir:—¿Me oíste bien?Él se frotó la frente, como tratando de despejar el cansancio.—Sí, abuelita, lo escuché.Después de intercambiar unas cuantas palabras más, Enzo terminó la llamada. Dejó el celular a un lado, pero sus dedos seguían golpeando el volante, perdidos en pensamientos.Dirigió la mirada hacia el edificio del registro civil. Sus labios formaron una línea tensa.Sacó el celular y revisó la lista de mensajes.Deslizó el dedo por el contacto guardado como “Mi Amor”, la foto de una florista que le sonreía desde el ícono, pero no se detuvo ahí. Bajó hasta “Marcela” y abrió el chat.El último mensaje era de él, avisándole sobre la cita de esa mañana para tramitar el divorcio y el lugar donde se encontrarían.Ella aún no llegaba.Frunciendo apenas el ceño, le envió un mensaje:[¿Dónde estás?]En ese momento, alguien golpeó la ventana. Enzo levantó la vista y vio el rostro pálido de Marcela a través del cristal.Marcela abrió la puerta y se sentó en el asiento de copiloto. Lo miró un segundo, con los ojos apagados.Seguía usando la ropa del día anterior, la que ella misma había elegido para él. Durante todos esos años, Marcela se encargó de cada detalle: desde la loción y la corbata, hasta las camisas y los trajes hechos a la medida. Todo, absolutamente todo, lo había gestionado ella.—¿Por qué llegaste tarde? —preguntó Enzo, sin apartar la vista.Marcela desvió la mirada hacia el frente.—No llegué tarde —respondió, sin más.Ya no era esa mujer que antes se desvivía por llegar antes de la hora, solo para esperarlo, aunque él nunca lo pidiera.Enzo detuvo el golpeteo de sus dedos y la miró de reojo. Notó lo pálida que estaba; seguro no había dormido bien después de que él le pidió el divorcio la noche anterior. Pero tampoco le pareció un asunto tan grave.—Abuelita me llamó hace rato —dijo, bajando el tono—. No le digas nada sobre lo nuestro. Los viejitos ya no aguantan estos sustos.Marcela no respondió de inmediato. Solo preguntó:—¿Qué te dijo la abuelita?—Que quiere un nieto —Enzo entrecerró los ojos, apareció un destello de fastidio en la mirada.El silencio se instaló entre los dos, tan denso que parecía que nadie se animaría a romperlo. Pasaron unos minutos, hasta que Marcela dejó escapar una risita suave y amarga.Enzo apretó el puño, mirando por la ventana. No pronunció palabra.En algún momento, él también imaginó cómo sería tener un hijo, incluso pensó en el día en que llegara. Cuando estaban juntos, hubo noches en que acariciaba el vientre de Marcela y murmuraba en su oído:—Marci, ¿cuándo me vas a dar un hijo?Pero…De todas formas, nunca quedó embarazada.Y en seis meses seguro volvería a casarse; para ese entonces, aún habría tiempo.A Cami le quedaban solo seis meses.Afuera, la gente iba y venía, ajena a todo. Pasaron unos segundos más.Entonces, Marcela rompió el silencio:—Por última vez, Enzito, ¿vas en serio con el divorcio?—¿Te arrepentiste? —le soltó Enzo, ahora sí molesto.Cami lo esperaba en casa. No tenía tiempo para escenas.Marcela, al escuchar la confirmación, no añadió nada. Sacó un sobre del bolso y se lo extendió.Enzo lo tomó de mala gana y al revisar el contenido, notó que era un acuerdo de reparto de bienes.Capítulo 3Arbolada, residencia junto a la montaña, dormitorio.Las sábanas revueltas aún guardaban el calor, y el hombre besaba con pasión la pequeña marca en el pecho de la mujer.Cuando todo terminó, Enzo Rivas se giró y se sentó al borde de la cama.—Vamos a divorciarnos.La voz de Enzo no mostró ni una pizca de emoción.Marcela Lara, aún jadeando tras el esfuerzo, apenas pudo reaccionar. Se volteó, y con la mirada perdida, buscó respuesta en esos ojos profundos que tantas veces la habían desarmado.Un año de matrimonio y aun así, ella no entendía lo que él quería decir.—Ella tiene cáncer de estómago. Le quedan seis meses.Enzo encendió un cigarro, y el humo que subía lentamente comenzó a difuminarle la cara.—Antes de morir, su único deseo es ser mi esposa.Marcela no dijo nada. El dormitorio, grande y silencioso, parecía tragarse los latidos de ambos.La lámpara junto a la cama apenas iluminaba la habitación y la sombra de los dos se proyectaba en la pared, tan cerca y, sin embargo, tan distante.Al notar que ella no respondía de inmediato, Enzo frunció ligeramente el ceño.—Solo es para hacerla sentir bien —agregó con tono seco—. Dentro de medio año, nos volvemos a casar.—Marcela, solo le quedan seis meses.Su voz era tan tranquila que sonaba más a un anuncio que a una suplica.Marcela se quedó mirando su perfil, aturdida.Parecía que, sin importar lo que él pidiera, ella siempre terminaría cediendo.Si él lo decía, ella cumplía. Como si cada palabra suya fuera una orden que no podía desobedecer.Así había sido siempre entre ellos. Ese amor, ella lo había buscado, lo había perseguido hasta el cansancio.Desde adolescente lo había admirado. Al crecer, jamás dejó de estar a su lado.Recordó aquel año, bajo la tormenta, cuando él la protegió del furioso padrastro. El muchacho llevaba en la mano un pedazo de madera podrida, pero lo blandía con tal fuerza que parecía dispuesto a cualquier cosa.—Si vuelves a lastimar a Marcela, te juro que no te la vas a acabar —le gritó, empapado bajo la lluvia.Marcela, casi inconsciente por los golpes, alcanzó a ver, entre la sangre y el agua, esos dedos apretando la madera y los ojos de Enzo, llenos de determinación.Él le salvó la vida esa noche.Desde entonces, lo amó sin remedio, como quien cae en un abismo sin fondo.Por él, hacía hasta lo imposible. Siempre iba más allá que cualquiera, solo para complacerlo.Y cuando lograba lo que él pedía, él le revolvía el cabello y murmuraba en voz baja:—Marci, lo hiciste genial.Sus palabras y sus besos eran siempre suaves, distantes. Su cariño, tibio. Marcela siempre pensó que esa era su manera de amar.Así que, aunque todos la llamaran "perra faldera", ella aceptaba ese papel sin quejarse. Al fin y al cabo, era su elección.Siete años. Toda su juventud la había pasado siguiéndolo.Un año atrás, cuando el abuelo enfermó de gravedad, la familia Rivas había decidido que Enzo debía casarse para ver si la suerte cambiaba.Él fue a buscarla. Se casaron.Marcela creyó que, al fin, esos años de espera darían frutos. Pero tras la boda, Enzo se volvió esquivo, incluso llegó a sentir su rechazo.—Marcela, ¿me estás escuchando? —Enzo la miró con el ceño fruncido, sacándola de sus pensamientos.—¿Es necesario hacerlo? —preguntó ella, la voz apenas un susurro.Él no respondió de inmediato. Evadió su mirada y habló de otra cosa.—Marcela, ella ha sufrido mucho.—¿Y yo? —la pregunta se le escapó antes de pensarla.Enzo guardó silencio. En sus ojos se asomaba el fastidio. Pasaron unos segundos antes de que soltara otra vez:—Marcela, ella se está muriendo.—Quizá no lo sabes, pero ella me ama. Sin embargo, por nuestro matrimonio, nunca quiso hacerte daño. Entre nosotros jamás ha pasado nada.—Incluso si intento darle algo, siempre me lo rechaza.—Es muy buena persona, ¿no puedes cederle esto?—Marcela, no me obligues a pensar que eres una mala persona.La voz de Enzo fue tan seca que a Marcela le dolió el pecho, como si una daga la atravesara.Así que, andar con un hombre casado y soltar unas cuantas palabras falsas era sinónimo de ser buena persona.Mientras que una esposa que no está dispuesta a dejar a su marido es, entonces, la mala del cuento.Marcela lo miró, ese mismo rostro que no había cambiado en todos estos años...Ojos profundos, cejas marcadas, nariz recta y labios delgados como la hoja de un cuchillo.¿En qué momento empezó a cambiar todo? Probablemente fue desde el día en que “ella” apareció.—¿De verdad quieres divorciarte? —preguntó Marcela, una última vez.Él no respondió, apretó los labios en una línea tensa.Al final, apenas separó los labios.—Sí, tú...—Está bien.No lo dejó terminar. Ella ya había aceptado.Enzo se quedó paralizado unos segundos.Entrecerró los ojos, mirándola con una mezcla de asombro y desconfianza.—Marcela, cada vez te vuelves más hábil.Por primera vez, su voz se tiñó de ira.—¿Planeaste todo para que yo tuviera que pedirte esto? ¿Ahora quieres usarlo para manipularme?Marcela no dijo nada. Permaneció en silencio, observando la sombra de ambos proyectada en la blanca pared.Enzo aplastó el cigarro en el cenicero, sin agregar ni una palabra más. Se puso la camisa a toda prisa y salió del cuarto con pasos largos y decididos.Parecía no importarle en absoluto cómo pudiera sentirse ella, ni lo humillante o cruel que era lo que acababa de pedir.Porque lo sabía: ella no podía dejarlo.Había sido así durante todos estos años.—¡Pum!—La puerta retumbó cuando Enzo la cerró de golpe.El cuarto se quedó en silencio, solo con Marcela sentada junto a la cama.Se quedó mucho rato mirando el lugar por donde él se fue....—Bzzz, bzzz—El celular vibró, interrumpiendo el vacío de la habitación.Alguien le había enviado un mensaje.Estiró la mano y tomó el teléfono.Era un mensaje de un contacto guardado como “su otra cuenta”.[Su otra cuenta: Él volvió a visitarme.]El mensaje venía acompañado de una foto. Reflejado en la puerta de vidrio de la entrada, estaba el perfil de Enzo.En su cara se adivinaba una sonrisa cálida, y en los ojos aquella ternura que Marcela jamás había visto dirigida hacia ella.Marcela dudó un instante y empezó a revisar los mensajes anteriores.[Anterior: Me dijo que soy la única en su corazón.][El de antes: ¿Hace frío en la noche lluviosa? Yo no, porque él está conmigo.][Y más arriba: Solo las que no son amadas se vuelven la otra. Marcela, tú no eres más que la que eligió por compromiso cuando necesitaba casarse. Él admira mi gusto, reconoce mi estilo. A la que ama es a mí.]...Mensajes así, uno tras otro, cada uno como una gota de veneno, confirmando la traición de Enzo.Marcela nunca lo imaginó: ese Enzo tan distante durante siete años con ella, en presencia de otra persona era...Tan diferente, tan vivo.Llegó hasta el primer mensaje, ni siquiera leyéndolos, solo deslizándose de manera automática hasta el inicio, donde se detuvo en el primero:[Deberías saber quién soy. ¿Te gustaron las flores de la sala hoy? Las envié yo. Él dijo que estaban preciosas.]—Ja...—Por supuesto que sabía quién era.Una florista reconocida en redes sociales, famosa por decorar mansiones y departamentos de lujo: Camila Valdés.Marcela incluso llegó a mostrarle esos mensajes a Enzo, pero él solo la acusó de no tener pruebas de que Camila era quien los enviaba. Incluso dudó de Marcela, insinuando que quizá ella misma le mandaba esos mensajes desde otra cuenta para culpar a Camila.Casi nunca había fotos. Y las pocas que aparecían, cualquiera podría haberlas tomado de lejos, como si nada.Excepto la de hoy.¿Debería enseñarle esta imagen a Enzo?Soltó el celular a un lado y, desde el fondo del cajón de la mesita de noche, sacó una carpeta.Entre los papeles, tomó aquel que había conseguido esa misma mañana: el comprobante de embarazo.Estaba esperando un hijo de Enzo.En el peor momento posible.Una lágrima cayó sobre el papel, borroneando las letras.¿Para qué servía demostrar nada, si el corazón de él ya no le pertenecía?Se secó las lágrimas.Tomó el encendedor que Enzo había dejado y prendió fuego al documento.Él no lo sabía, pero ese divorcio era la última vez que ella cumpliría una exigencia suya.Siete años de juventud, siete años de vida.Su gratitud ya estaba saldada.Y ella... tampoco quería volver a amarlo.Al día siguiente.Estacionamiento frente al registro civil.Enzo estaba sentado en su carro, un Maybach negro que relucía bajo el sol de la mañana. Su mano izquierda golpeaba con suavidad el volante, marcando un ritmo que solo él entendía.—Enzo, hijo, ya llevas un año casado con Marci, deberían apurarse y tener un niño —la voz de su abuela se escuchaba fuerte y clara a través del teléfono.Enzo relajó la expresión, aunque en el fondo se notaba un dejo de resignación. Aun así, contestó con paciencia:—Abuelita, todavía estamos jóvenes, no hay prisa. Lo que de verdad importa ahora es que te cuides mucho, también el abuelo. Él…—¿Cómo que no hay prisa? —lo interrumpió la anciana, con tono firme—. Tu abuelo ya está mejor, pero los dos ya estamos grandes, cualquier día nos podemos ir de este mundo.—Abuelita…—Y no me salgas con otras cosas —apretó con seriedad—. También escuché algunos chismes, Enzo, no se te ocurra tratar mal a Marci.Enzo guardó silencio, tres largos segundos en los que solo se escuchaba el ruido lejano del exterior. Hasta que la abuela volvió a insistir:—¿Me oíste bien?Él se frotó la frente, como tratando de despejar el cansancio.—Sí, abuelita, lo escuché.Después de intercambiar unas cuantas palabras más, Enzo terminó la llamada. Dejó el celular a un lado, pero sus dedos seguían golpeando el volante, perdidos en pensamientos.Dirigió la mirada hacia el edificio del registro civil. Sus labios formaron una línea tensa.Sacó el celular y revisó la lista de mensajes.Deslizó el dedo por el contacto guardado como “Mi Amor”, la foto de una florista que le sonreía desde el ícono, pero no se detuvo ahí. Bajó hasta “Marcela” y abrió el chat.El último mensaje era de él, avisándole sobre la cita de esa mañana para tramitar el divorcio y el lugar donde se encontrarían.Ella aún no llegaba.Frunciendo apenas el ceño, le envió un mensaje:[¿Dónde estás?]En ese momento, alguien golpeó la ventana. Enzo levantó la vista y vio el rostro pálido de Marcela a través del cristal.Marcela abrió la puerta y se sentó en el asiento de copiloto. Lo miró un segundo, con los ojos apagados.Seguía usando la ropa del día anterior, la que ella misma había elegido para él. Durante todos esos años, Marcela se encargó de cada detalle: desde la loción y la corbata, hasta las camisas y los trajes hechos a la medida. Todo, absolutamente todo, lo había gestionado ella.—¿Por qué llegaste tarde? —preguntó Enzo, sin apartar la vista.Marcela desvió la mirada hacia el frente.—No llegué tarde —respondió, sin más.Ya no era esa mujer que antes se desvivía por llegar antes de la hora, solo para esperarlo, aunque él nunca lo pidiera.Enzo detuvo el golpeteo de sus dedos y la miró de reojo. Notó lo pálida que estaba; seguro no había dormido bien después de que él le pidió el divorcio la noche anterior. Pero tampoco le pareció un asunto tan grave.—Abuelita me llamó hace rato —dijo, bajando el tono—. No le digas nada sobre lo nuestro. Los viejitos ya no aguantan estos sustos.Marcela no respondió de inmediato. Solo preguntó:—¿Qué te dijo la abuelita?—Que quiere un nieto —Enzo entrecerró los ojos, apareció un destello de fastidio en la mirada.El silencio se instaló entre los dos, tan denso que parecía que nadie se animaría a romperlo. Pasaron unos minutos, hasta que Marcela dejó escapar una risita suave y amarga.Enzo apretó el puño, mirando por la ventana. No pronunció palabra.En algún momento, él también imaginó cómo sería tener un hijo, incluso pensó en el día en que llegara. Cuando estaban juntos, hubo noches en que acariciaba el vientre de Marcela y murmuraba en su oído:—Marci, ¿cuándo me vas a dar un hijo?Pero…De todas formas, nunca quedó embarazada.Y en seis meses seguro volvería a casarse; para ese entonces, aún habría tiempo.A Cami le quedaban solo seis meses.Afuera, la gente iba y venía, ajena a todo. Pasaron unos segundos más.Entonces, Marcela rompió el silencio:—Por última vez, Enzito, ¿vas en serio con el divorcio?—¿Te arrepentiste? —le soltó Enzo, ahora sí molesto.Cami lo esperaba en casa. No tenía tiempo para escenas.Marcela, al escuchar la confirmación, no añadió nada. Sacó un sobre del bolso y se lo extendió.Enzo lo tomó de mala gana y al revisar el contenido, notó que era un acuerdo de reparto de bienes.

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