Leticia, una destacada ginecóloga, disfruta de tres años de matrimonio con su esposo. En vísperas del cumpleaños de él, Leticia está emocionada por compartirle la noticia de su embarazo, soñando con un hogar feliz. Sin embargo, un dramático giro rompe sus ilusiones. Después de una noche de pasión, su esposo le dice que debe atender un asunto urgente en el trabajo, mientras Leticia tiene una cirugía programada en el hospital. Sorprendentemente, sus caminos se cruzan en el hospital. Ella piensa que la preocupación de su marido es por la empresa, pero la urgencia tiene otro origen: una mujer desconocida que también está embarazada. Lo más impactante para Leticia es que el nombre de su esposo aparece en el registro como familiar de la mujer. Leticia queda conmocionada y su intuición le grita que su esposo le ha sido infiel. Se enfrenta a la devastadora realidad de una traición. ¿Hasta qué punto puede un divorcio llevarse a cabo con dignidad? Leticia no tiene respuesta, pero está segura de una cosa: una mujer que perdona una infidelidad vive en la desdicha, y ella no está dispuesta a tomar ese camino.

Capítulo 1—Leticia, mi amor...El susurro grave y algo ronco de Víctor Soler sonó junto a su oído, tan suave y envolvente como siempre.Llevaban tres años de casados, pero Leticia aún sentía que Víctor era dos personas distintas: uno durante el día y otro por las noches.En la rutina diaria, Víctor era el esposo más atento y caballeroso. Sin embargo, cuando se apagaban las luces y estaban solos, Leticia sentía que no podía seguirle el ritmo, su energía la dejaba agotada.Cuando por fin terminaron, Leticia estaba tan adolorida que ni siquiera podía levantar los brazos.Pero antes de poder relajarse, él tomó su brazo otra vez.Leticia, medio dormida y agotada, entre súplica y juego, murmuró:—Ya, por favor, hay que parar... Mañana tenemos que ir a trabajar.Últimamente estaba preparando el examen de ascenso, vivía tan ocupada que apenas y veía la luz del sol. Siempre terminaba sus reportes ya pasada la medianoche y, justo cuando pensaba que podría descansar, Víctor la arrastraba a otro “maratón”. Ahora, tirada en la cama, se sentía como un pez fuera del agua, tan cansada que solo podía abrir la boca y soltar un suspiro.Víctor soltó una risita suave.—¿En qué estás pensando?Ella se sonrojó un poco.—Entonces, ¿tú...?Las manos fuertes y definidas de Víctor se posaron en sus hombros. Sus dedos encontraron los puntos exactos donde sentía dolor y empezó a masajear con una precisión sorprendente.La presión era justa, ni poca ni demasiada. El alivio se extendió por todo su cuerpo y no pudo evitar soltar un pequeño gemido de gusto.—¿Te sientes mejor?La voz de Víctor le susurró al oído. Ese tono suyo, siempre bajo y suave, hizo que Leticia sintiera el rubor recorrerle las mejillas.A pesar de que Leticia era ginecóloga y en teoría sabía todo sobre el tema, en la práctica era otra historia. En el fondo, se consideraba una experta en teoría, pero una novata total cuando llegaba el momento de la acción.Eso sí, Víctor siempre era un caballero. Su matrimonio no era de esos llenos de melosidad y muestras de cariño a cada rato, pero vivían en armonía, respetándose y cuidándose mutuamente.Leticia nunca se había hecho ilusiones románticas. Se conocieron en una cita arreglada y, sin pasar por el noviazgo típico, se casaron. Para ella, el hecho de llevarse bien y tener una vida tranquila juntos ya era mucho decir.—¿Y ahora? Prueba a mover los hombros —sugirió él.Leticia movió los hombros con cuidado. El masaje había funcionado, se sentía mucho mejor.—Gracias, de verdad que me dejaste como nueva. ¿De dónde aprendiste eso?—Hace años, cuando trabajaba con médicos mayores, aprendí algunos trucos. Por suerte no se me han olvidado.Él le acomodó la mano bajo la cobija y le dijo en voz baja:—Ya, duérmete.¿Qué era una vida feliz en pareja?Tal vez había tantas respuestas como personas en el mundo.A veces Leticia lamentaba no haber tenido un gran amor juvenil, de esos que te dejan marcada para siempre. Pero era una persona agradecida. Víctor lo tenía todo: familia, apariencia, carácter y educación. En cualquier sentido, era el esposo ideal.No fumaba, no tomaba, evitaba las fiestas innecesarias y siempre volvía temprano a casa para estar con ella.Incluso Iris García, su mejor amiga, quien desconfiaba de los hombres, había dicho con pocas palabras:[Es el ejemplo perfecto de marido.]Leticia se sentía muy afortunada. Y ahora, todavía más, porque había un bebé en camino.Se acarició el vientre con ternura y murmuró:—Víctor, la próxima semana es tu cumpleaños. Tengo un regalo muy especial para ti.De repente, el celular de Víctor vibró dos veces sobre la mesa de noche.Él lo tomó y, al ver la pantalla, su expresión cambió de golpe.Leticia, extrañada, preguntó:—¿Te pasa algo?Víctor se incorporó de inmediato.—Tengo que salir, surgió algo urgente.—¿Es por el trabajo?—...Sí —respondió, con la voz un poco apagada, aunque enseguida sonó más apurado—. Me voy.—Bueno, entonces en el camino...—¡Pum!El portazo retumbó en el pasillo.—Que conduzcas con cuidado... —murmuró Leticia, terminando lo que no alcanzó a decirle en persona.En tres años de casados, nunca había visto a su esposo tan alterado. Seguramente sí se trataba de algo grave en la empresa. Recordó que, apenas un par de días antes, había alcanzado a ver en las noticias que el Grupo Soler andaba envuelto en un rollo de compra de acciones, incluso salió en el canal de finanzas.Ella había estudiado medicina, así que esas cosas de negocios siempre le sonaban a otro idioma. Pero si ya lo mencionaban en el canal de finanzas, seguro era algo grande y complicado.Juntando las manos, Leticia cerró los ojos y susurró una pequeña plegaria, pidiendo que todo saliera bien para él y para la empresa.Apenas se disponía a recostarse, su celular empezó a sonar con insistencia, negándose a dejarla descansar.[Doctora Méndez, ¡tiene que venir ya al hospital! ¡Una paciente embarazada está en estado crítico!]Después de tantos años en medicina, Leticia ya estaba acostumbrada a estas emergencias. Colgó y, sin perder tiempo, se cambió de ropa y salió rumbo al hospital....Cuando llegó, su asistente, Lola, ya la esperaba afuera, mirando de un lado a otro, ansiosa.Apenas la vio, corrió hacia ella y le tendió la bata y los guantes:—¡Doctora Méndez, qué bueno que ya llegó!Leticia tenía un profesionalismo a prueba de todo. Mientras avanzaba rápido por los pasillos, se ponía la bata y los guantes.—¿Qué pasó con la paciente?—Tuvo un accidente de carro. Dicen que fue muy feo. La paciente tiene seis meses de embarazo, perdió muchísima sangre, llegó inconsciente y ya entró en shock.Seis meses... ya era un embarazo avanzado. Tanto si hacían un cerclaje como si había que inducir el parto, la cirugía era inevitable.—¿Ya avisaron a los familiares?—Sí, ya están localizados.—Ve a buscar a los familiares para que firmen el consentimiento. La paciente necesita cirugía urgente.—Enseguida.Leticia se dirigió directo al quirófano....La situación de la paciente era delicada. Revisó rápido las notas del médico de guardia y decidió que lo mejor era hacer el cerclaje de inmediato.Después de eso, el procedimiento fue casi automático, como si su cuerpo trabajara en piloto automático. Se cambió, entró al quirófano y entre maniobras de reanimación y la cirugía, Leticia estuvo ocupada casi seis horas seguidas.Al salir del quirófano, las piernas casi no le respondían. Tuvo que apoyarse en la pared, pero Lola la sostuvo justo a tiempo.—¿Está bien, doctora Méndez? —preguntó Lola, alarmada.Leticia negó con la cabeza, apenas sonriendo.—Ayúdame a sentarme un rato.Lola la acompañó hasta una silla y corrió por un vaso de agua. Se lo entregó, mirándola con preocupación.—Doctora Méndez, usted también está embarazada... No debería estar pasando por tanto estrés. Pero la verdad, nadie más en el hospital tenía la capacidad para salvar a esa paciente.Leticia sintió un leve temblor en la mano al oír la palabra “embarazada”.—¿Cómo supiste eso?Lola le guiñó un ojo, divertida.—¿Y todavía me lo preguntas? ¿Acaso no es una buena noticia? Ayer vi tu hoja de resultados sobre el escritorio.Leticia soltó una risa tímida, algo apenada.—Pues sí, es algo bueno.—¿Ya se lo contaste a tu esposo?—Todavía no. Justo en unos días es su cumpleaños, quiero decírselo ese día...—¡Pum, pum, pum!Alguien golpeaba la puerta del quirófano con desesperación.—Debe ser el esposo de la paciente —comentó Lola—. Seguro quiere saber cómo están su esposa y el bebé. Doctora, quédese aquí, yo le explico.—Voy yo —replicó Leticia—. Fui la cirujana principal, y el reglamento del hospital dice que debo hablar directamente con los familiares.Se apoyó en la pared para levantarse, y Lola corrió a abrir la puerta del quirófano.Apenas se abrió, un hombre casi se abalanzó hacia adentro.—¡Doctora! ¿Cómo está ella?Leticia lo miró con firmeza y le contestó:—Tranquilo, la mamá y el bebé están bien por ahora. Pero su esposa necesita mantenerse en observación...No terminó de hablar cuando ambos se quedaron helados.—¿Leticia...?Leticia parpadeó, incrédula al ver quién tenía enfrente.—¿…Víctor?Lola se sorprendió un poco.—Doctora Méndez, ¿así que usted conoce al esposo de la paciente?Leticia no apartó los ojos de ese rostro tan familiar. Había confusión, asombro, cierta incomodidad, pero sobre todo sentía una preocupación profunda por la mujer que estaba adentro.Aunque él intentaba disimularlo, la angustia y la urgencia seguían reflejándose en su expresión.—¿Tú eres su…? —Leticia echó un vistazo al interior del quirófano—. ¿Esposo?Lola, sin pensarlo mucho, soltó:—Sí, claro, él es. Justo fue el familiar que firmó hace un rato para la cirugía.Leticia sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, y el color se le fue un poco del rostro.—…Entiendo.Víctor apretó los dientes.—Leticia, luego te explico bien todo esto.Leticia respiró hondo, obligándose a mantener la compostura profesional. Enderezó la espalda y contestó:—No te preocupes, la cirugía salió muy bien. La madre y el bebé están estables, pero tendrán que quedarse unos días en observación, con suero para evitar cualquier complicación. Si todo sigue bien, para el fin de semana ya podrían irse a casa.La expresión de Víctor se suavizó al instante, como si le hubieran quitado un peso de encima.—Perfecto.Después de una breve pausa, añadió:—Leticia, gracias por todo tu esfuerzo.—No hay problema. Sea quien sea, como doctora siempre haré lo mejor para mis pacientes....Leticia regresó a su oficina. Se sirvió un vaso de agua fría y se sentó, intentando calmarse. Tardó varios minutos en recuperar la tranquilidad.Pasados unos diez minutos, alguien llamó a la puerta.—Leticia, soy yo —escuchó su voz desde afuera.Leticia se levantó y fue a abrir. Víctor lucía algo más repuesto, pero sus ojos seguían enrojecidos y la preocupación no había desaparecido del todo de su mirada.Ahora que el shock de hace un momento se había disipado un poco, Leticia notó los detalles: la camisa blanca de Víctor estaba manchada de sangre en varias zonas, arrugada, y los puños todavía húmedos.Solo había dos explicaciones: o se había manchado al cargar a la mujer embarazada cuando la trajo al hospital, o los rastros eran de las lágrimas que ella había derramado en la habitación.Leticia dio media vuelta, regresó a su asiento y preguntó con voz tranquila:—¿Ya la fuiste a ver?Víctor asintió despacio.—Sí. Está dormida.—Ella…Víctor la interrumpió:—El bebé no es mío.A Leticia se le aflojó el cuerpo, sintió como si le regresara el aire a los pulmones y se dejó caer en la silla.—Tuvo un accidente en carro, estaba en estado crítico. Yo la traje al hospital. Me avisaron que había que operar, pero solo los familiares pueden firmar la autorización y… no había nadie más.Leticia comprendió al instante.—Fui yo quien le pidió a mi asistente que buscara a un familiar para la firma.—Ahora ya sabes —añadió Víctor—. Afuera del quirófano, con tanta gente rondando, no podía explicarte. Si alguien se enteraba de que en realidad yo no era su esposo, nadie habría podido firmar por ella. Lo importante era salvarle la vida.Leticia lo entendió todo.Sintió una pizca de culpa. Conociendo a Víctor, tan atento y confiable, ¿cómo iba a pensar que él era capaz de engañar así? Seguramente, mientras iba rumbo a su trabajo, presenció el accidente y, al ver la situación tan grave, no pudo quedarse de brazos cruzados. Por eso la trajo de inmediato al hospital.—¿Y en tu empresa, todo está bien? Aquí me tienes a mí, puedes estar tranquilo con la paciente.Víctor dudó un instante, como si quisiera decir algo más.—Leticia, yo…—¿Qué pasa? —preguntó Leticia.Pero él solo negó con la cabeza:—No pasa nada en la empresa. ¿Ya terminaste aquí? Yo… te espero afuera y nos vamos juntos a casa.La cirugía había terminado, y la paciente estaría bien atendida por las enfermeras. Leticia ya no tenía nada urgente qué hacer.Se quitó la bata blanca, abrió el cajón y guardó cuidadosamente la hoja de resultados de su propio ultrasonido en la cartera. Tomó su bolso y salió.En cuanto salió al estacionamiento, reconoció de inmediato el Cayenne blanco de Víctor. Caminó hacia él con paso acelerado.A la distancia, el olor a tabaco en el aire era tan fuerte que le irritó la nariz.Capítulo 2—Leticia, mi amor...El susurro grave y algo ronco de Víctor Soler sonó junto a su oído, tan suave y envolvente como siempre.Llevaban tres años de casados, pero Leticia aún sentía que Víctor era dos personas distintas: uno durante el día y otro por las noches.En la rutina diaria, Víctor era el esposo más atento y caballeroso. Sin embargo, cuando se apagaban las luces y estaban solos, Leticia sentía que no podía seguirle el ritmo, su energía la dejaba agotada.Cuando por fin terminaron, Leticia estaba tan adolorida que ni siquiera podía levantar los brazos.Pero antes de poder relajarse, él tomó su brazo otra vez.Leticia, medio dormida y agotada, entre súplica y juego, murmuró:—Ya, por favor, hay que parar... Mañana tenemos que ir a trabajar.Últimamente estaba preparando el examen de ascenso, vivía tan ocupada que apenas y veía la luz del sol. Siempre terminaba sus reportes ya pasada la medianoche y, justo cuando pensaba que podría descansar, Víctor la arrastraba a otro “maratón”. Ahora, tirada en la cama, se sentía como un pez fuera del agua, tan cansada que solo podía abrir la boca y soltar un suspiro.Víctor soltó una risita suave.—¿En qué estás pensando?Ella se sonrojó un poco.—Entonces, ¿tú...?Las manos fuertes y definidas de Víctor se posaron en sus hombros. Sus dedos encontraron los puntos exactos donde sentía dolor y empezó a masajear con una precisión sorprendente.La presión era justa, ni poca ni demasiada. El alivio se extendió por todo su cuerpo y no pudo evitar soltar un pequeño gemido de gusto.—¿Te sientes mejor?La voz de Víctor le susurró al oído. Ese tono suyo, siempre bajo y suave, hizo que Leticia sintiera el rubor recorrerle las mejillas.A pesar de que Leticia era ginecóloga y en teoría sabía todo sobre el tema, en la práctica era otra historia. En el fondo, se consideraba una experta en teoría, pero una novata total cuando llegaba el momento de la acción.Eso sí, Víctor siempre era un caballero. Su matrimonio no era de esos llenos de melosidad y muestras de cariño a cada rato, pero vivían en armonía, respetándose y cuidándose mutuamente.Leticia nunca se había hecho ilusiones románticas. Se conocieron en una cita arreglada y, sin pasar por el noviazgo típico, se casaron. Para ella, el hecho de llevarse bien y tener una vida tranquila juntos ya era mucho decir.—¿Y ahora? Prueba a mover los hombros —sugirió él.Leticia movió los hombros con cuidado. El masaje había funcionado, se sentía mucho mejor.—Gracias, de verdad que me dejaste como nueva. ¿De dónde aprendiste eso?—Hace años, cuando trabajaba con médicos mayores, aprendí algunos trucos. Por suerte no se me han olvidado.Él le acomodó la mano bajo la cobija y le dijo en voz baja:—Ya, duérmete.¿Qué era una vida feliz en pareja?Tal vez había tantas respuestas como personas en el mundo.A veces Leticia lamentaba no haber tenido un gran amor juvenil, de esos que te dejan marcada para siempre. Pero era una persona agradecida. Víctor lo tenía todo: familia, apariencia, carácter y educación. En cualquier sentido, era el esposo ideal.No fumaba, no tomaba, evitaba las fiestas innecesarias y siempre volvía temprano a casa para estar con ella.Incluso Iris García, su mejor amiga, quien desconfiaba de los hombres, había dicho con pocas palabras:[Es el ejemplo perfecto de marido.]Leticia se sentía muy afortunada. Y ahora, todavía más, porque había un bebé en camino.Se acarició el vientre con ternura y murmuró:—Víctor, la próxima semana es tu cumpleaños. Tengo un regalo muy especial para ti.De repente, el celular de Víctor vibró dos veces sobre la mesa de noche.Él lo tomó y, al ver la pantalla, su expresión cambió de golpe.Leticia, extrañada, preguntó:—¿Te pasa algo?Víctor se incorporó de inmediato.—Tengo que salir, surgió algo urgente.—¿Es por el trabajo?—...Sí —respondió, con la voz un poco apagada, aunque enseguida sonó más apurado—. Me voy.—Bueno, entonces en el camino...—¡Pum!El portazo retumbó en el pasillo.—Que conduzcas con cuidado... —murmuró Leticia, terminando lo que no alcanzó a decirle en persona.En tres años de casados, nunca había visto a su esposo tan alterado. Seguramente sí se trataba de algo grave en la empresa. Recordó que, apenas un par de días antes, había alcanzado a ver en las noticias que el Grupo Soler andaba envuelto en un rollo de compra de acciones, incluso salió en el canal de finanzas.Ella había estudiado medicina, así que esas cosas de negocios siempre le sonaban a otro idioma. Pero si ya lo mencionaban en el canal de finanzas, seguro era algo grande y complicado.Juntando las manos, Leticia cerró los ojos y susurró una pequeña plegaria, pidiendo que todo saliera bien para él y para la empresa.Apenas se disponía a recostarse, su celular empezó a sonar con insistencia, negándose a dejarla descansar.[Doctora Méndez, ¡tiene que venir ya al hospital! ¡Una paciente embarazada está en estado crítico!]Después de tantos años en medicina, Leticia ya estaba acostumbrada a estas emergencias. Colgó y, sin perder tiempo, se cambió de ropa y salió rumbo al hospital....Cuando llegó, su asistente, Lola, ya la esperaba afuera, mirando de un lado a otro, ansiosa.Apenas la vio, corrió hacia ella y le tendió la bata y los guantes:—¡Doctora Méndez, qué bueno que ya llegó!Leticia tenía un profesionalismo a prueba de todo. Mientras avanzaba rápido por los pasillos, se ponía la bata y los guantes.—¿Qué pasó con la paciente?—Tuvo un accidente de carro. Dicen que fue muy feo. La paciente tiene seis meses de embarazo, perdió muchísima sangre, llegó inconsciente y ya entró en shock.Seis meses... ya era un embarazo avanzado. Tanto si hacían un cerclaje como si había que inducir el parto, la cirugía era inevitable.—¿Ya avisaron a los familiares?—Sí, ya están localizados.—Ve a buscar a los familiares para que firmen el consentimiento. La paciente necesita cirugía urgente.—Enseguida.Leticia se dirigió directo al quirófano....La situación de la paciente era delicada. Revisó rápido las notas del médico de guardia y decidió que lo mejor era hacer el cerclaje de inmediato.Después de eso, el procedimiento fue casi automático, como si su cuerpo trabajara en piloto automático. Se cambió, entró al quirófano y entre maniobras de reanimación y la cirugía, Leticia estuvo ocupada casi seis horas seguidas.Al salir del quirófano, las piernas casi no le respondían. Tuvo que apoyarse en la pared, pero Lola la sostuvo justo a tiempo.—¿Está bien, doctora Méndez? —preguntó Lola, alarmada.Leticia negó con la cabeza, apenas sonriendo.—Ayúdame a sentarme un rato.Lola la acompañó hasta una silla y corrió por un vaso de agua. Se lo entregó, mirándola con preocupación.—Doctora Méndez, usted también está embarazada... No debería estar pasando por tanto estrés. Pero la verdad, nadie más en el hospital tenía la capacidad para salvar a esa paciente.Leticia sintió un leve temblor en la mano al oír la palabra “embarazada”.—¿Cómo supiste eso?Lola le guiñó un ojo, divertida.—¿Y todavía me lo preguntas? ¿Acaso no es una buena noticia? Ayer vi tu hoja de resultados sobre el escritorio.Leticia soltó una risa tímida, algo apenada.—Pues sí, es algo bueno.—¿Ya se lo contaste a tu esposo?—Todavía no. Justo en unos días es su cumpleaños, quiero decírselo ese día...—¡Pum, pum, pum!Alguien golpeaba la puerta del quirófano con desesperación.—Debe ser el esposo de la paciente —comentó Lola—. Seguro quiere saber cómo están su esposa y el bebé. Doctora, quédese aquí, yo le explico.—Voy yo —replicó Leticia—. Fui la cirujana principal, y el reglamento del hospital dice que debo hablar directamente con los familiares.Se apoyó en la pared para levantarse, y Lola corrió a abrir la puerta del quirófano.Apenas se abrió, un hombre casi se abalanzó hacia adentro.—¡Doctora! ¿Cómo está ella?Leticia lo miró con firmeza y le contestó:—Tranquilo, la mamá y el bebé están bien por ahora. Pero su esposa necesita mantenerse en observación...No terminó de hablar cuando ambos se quedaron helados.—¿Leticia...?Leticia parpadeó, incrédula al ver quién tenía enfrente.—¿…Víctor?Lola se sorprendió un poco.—Doctora Méndez, ¿así que usted conoce al esposo de la paciente?Leticia no apartó los ojos de ese rostro tan familiar. Había confusión, asombro, cierta incomodidad, pero sobre todo sentía una preocupación profunda por la mujer que estaba adentro.Aunque él intentaba disimularlo, la angustia y la urgencia seguían reflejándose en su expresión.—¿Tú eres su…? —Leticia echó un vistazo al interior del quirófano—. ¿Esposo?Lola, sin pensarlo mucho, soltó:—Sí, claro, él es. Justo fue el familiar que firmó hace un rato para la cirugía.Leticia sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, y el color se le fue un poco del rostro.—…Entiendo.Víctor apretó los dientes.—Leticia, luego te explico bien todo esto.Leticia respiró hondo, obligándose a mantener la compostura profesional. Enderezó la espalda y contestó:—No te preocupes, la cirugía salió muy bien. La madre y el bebé están estables, pero tendrán que quedarse unos días en observación, con suero para evitar cualquier complicación. Si todo sigue bien, para el fin de semana ya podrían irse a casa.La expresión de Víctor se suavizó al instante, como si le hubieran quitado un peso de encima.—Perfecto.Después de una breve pausa, añadió:—Leticia, gracias por todo tu esfuerzo.—No hay problema. Sea quien sea, como doctora siempre haré lo mejor para mis pacientes....Leticia regresó a su oficina. Se sirvió un vaso de agua fría y se sentó, intentando calmarse. Tardó varios minutos en recuperar la tranquilidad.Pasados unos diez minutos, alguien llamó a la puerta.—Leticia, soy yo —escuchó su voz desde afuera.Leticia se levantó y fue a abrir. Víctor lucía algo más repuesto, pero sus ojos seguían enrojecidos y la preocupación no había desaparecido del todo de su mirada.Ahora que el shock de hace un momento se había disipado un poco, Leticia notó los detalles: la camisa blanca de Víctor estaba manchada de sangre en varias zonas, arrugada, y los puños todavía húmedos.Solo había dos explicaciones: o se había manchado al cargar a la mujer embarazada cuando la trajo al hospital, o los rastros eran de las lágrimas que ella había derramado en la habitación.Leticia dio media vuelta, regresó a su asiento y preguntó con voz tranquila:—¿Ya la fuiste a ver?Víctor asintió despacio.—Sí. Está dormida.—Ella…Víctor la interrumpió:—El bebé no es mío.A Leticia se le aflojó el cuerpo, sintió como si le regresara el aire a los pulmones y se dejó caer en la silla.—Tuvo un accidente en carro, estaba en estado crítico. Yo la traje al hospital. Me avisaron que había que operar, pero solo los familiares pueden firmar la autorización y… no había nadie más.Leticia comprendió al instante.—Fui yo quien le pidió a mi asistente que buscara a un familiar para la firma.—Ahora ya sabes —añadió Víctor—. Afuera del quirófano, con tanta gente rondando, no podía explicarte. Si alguien se enteraba de que en realidad yo no era su esposo, nadie habría podido firmar por ella. Lo importante era salvarle la vida.Leticia lo entendió todo.Sintió una pizca de culpa. Conociendo a Víctor, tan atento y confiable, ¿cómo iba a pensar que él era capaz de engañar así? Seguramente, mientras iba rumbo a su trabajo, presenció el accidente y, al ver la situación tan grave, no pudo quedarse de brazos cruzados. Por eso la trajo de inmediato al hospital.—¿Y en tu empresa, todo está bien? Aquí me tienes a mí, puedes estar tranquilo con la paciente.Víctor dudó un instante, como si quisiera decir algo más.—Leticia, yo…—¿Qué pasa? —preguntó Leticia.Pero él solo negó con la cabeza:—No pasa nada en la empresa. ¿Ya terminaste aquí? Yo… te espero afuera y nos vamos juntos a casa.La cirugía había terminado, y la paciente estaría bien atendida por las enfermeras. Leticia ya no tenía nada urgente qué hacer.Se quitó la bata blanca, abrió el cajón y guardó cuidadosamente la hoja de resultados de su propio ultrasonido en la cartera. Tomó su bolso y salió.En cuanto salió al estacionamiento, reconoció de inmediato el Cayenne blanco de Víctor. Caminó hacia él con paso acelerado.A la distancia, el olor a tabaco en el aire era tan fuerte que le irritó la nariz.Capítulo 3—Leticia, mi amor...El susurro grave y algo ronco de Víctor Soler sonó junto a su oído, tan suave y envolvente como siempre.Llevaban tres años de casados, pero Leticia aún sentía que Víctor era dos personas distintas: uno durante el día y otro por las noches.En la rutina diaria, Víctor era el esposo más atento y caballeroso. Sin embargo, cuando se apagaban las luces y estaban solos, Leticia sentía que no podía seguirle el ritmo, su energía la dejaba agotada.Cuando por fin terminaron, Leticia estaba tan adolorida que ni siquiera podía levantar los brazos.Pero antes de poder relajarse, él tomó su brazo otra vez.Leticia, medio dormida y agotada, entre súplica y juego, murmuró:—Ya, por favor, hay que parar... Mañana tenemos que ir a trabajar.Últimamente estaba preparando el examen de ascenso, vivía tan ocupada que apenas y veía la luz del sol. Siempre terminaba sus reportes ya pasada la medianoche y, justo cuando pensaba que podría descansar, Víctor la arrastraba a otro “maratón”. Ahora, tirada en la cama, se sentía como un pez fuera del agua, tan cansada que solo podía abrir la boca y soltar un suspiro.Víctor soltó una risita suave.—¿En qué estás pensando?Ella se sonrojó un poco.—Entonces, ¿tú...?Las manos fuertes y definidas de Víctor se posaron en sus hombros. Sus dedos encontraron los puntos exactos donde sentía dolor y empezó a masajear con una precisión sorprendente.La presión era justa, ni poca ni demasiada. El alivio se extendió por todo su cuerpo y no pudo evitar soltar un pequeño gemido de gusto.—¿Te sientes mejor?La voz de Víctor le susurró al oído. Ese tono suyo, siempre bajo y suave, hizo que Leticia sintiera el rubor recorrerle las mejillas.A pesar de que Leticia era ginecóloga y en teoría sabía todo sobre el tema, en la práctica era otra historia. En el fondo, se consideraba una experta en teoría, pero una novata total cuando llegaba el momento de la acción.Eso sí, Víctor siempre era un caballero. Su matrimonio no era de esos llenos de melosidad y muestras de cariño a cada rato, pero vivían en armonía, respetándose y cuidándose mutuamente.Leticia nunca se había hecho ilusiones románticas. Se conocieron en una cita arreglada y, sin pasar por el noviazgo típico, se casaron. Para ella, el hecho de llevarse bien y tener una vida tranquila juntos ya era mucho decir.—¿Y ahora? Prueba a mover los hombros —sugirió él.Leticia movió los hombros con cuidado. El masaje había funcionado, se sentía mucho mejor.—Gracias, de verdad que me dejaste como nueva. ¿De dónde aprendiste eso?—Hace años, cuando trabajaba con médicos mayores, aprendí algunos trucos. Por suerte no se me han olvidado.Él le acomodó la mano bajo la cobija y le dijo en voz baja:—Ya, duérmete.¿Qué era una vida feliz en pareja?Tal vez había tantas respuestas como personas en el mundo.A veces Leticia lamentaba no haber tenido un gran amor juvenil, de esos que te dejan marcada para siempre. Pero era una persona agradecida. Víctor lo tenía todo: familia, apariencia, carácter y educación. En cualquier sentido, era el esposo ideal.No fumaba, no tomaba, evitaba las fiestas innecesarias y siempre volvía temprano a casa para estar con ella.Incluso Iris García, su mejor amiga, quien desconfiaba de los hombres, había dicho con pocas palabras:[Es el ejemplo perfecto de marido.]Leticia se sentía muy afortunada. Y ahora, todavía más, porque había un bebé en camino.Se acarició el vientre con ternura y murmuró:—Víctor, la próxima semana es tu cumpleaños. Tengo un regalo muy especial para ti.De repente, el celular de Víctor vibró dos veces sobre la mesa de noche.Él lo tomó y, al ver la pantalla, su expresión cambió de golpe.Leticia, extrañada, preguntó:—¿Te pasa algo?Víctor se incorporó de inmediato.—Tengo que salir, surgió algo urgente.—¿Es por el trabajo?—...Sí —respondió, con la voz un poco apagada, aunque enseguida sonó más apurado—. Me voy.—Bueno, entonces en el camino...—¡Pum!El portazo retumbó en el pasillo.—Que conduzcas con cuidado... —murmuró Leticia, terminando lo que no alcanzó a decirle en persona.En tres años de casados, nunca había visto a su esposo tan alterado. Seguramente sí se trataba de algo grave en la empresa. Recordó que, apenas un par de días antes, había alcanzado a ver en las noticias que el Grupo Soler andaba envuelto en un rollo de compra de acciones, incluso salió en el canal de finanzas.Ella había estudiado medicina, así que esas cosas de negocios siempre le sonaban a otro idioma. Pero si ya lo mencionaban en el canal de finanzas, seguro era algo grande y complicado.Juntando las manos, Leticia cerró los ojos y susurró una pequeña plegaria, pidiendo que todo saliera bien para él y para la empresa.Apenas se disponía a recostarse, su celular empezó a sonar con insistencia, negándose a dejarla descansar.[Doctora Méndez, ¡tiene que venir ya al hospital! ¡Una paciente embarazada está en estado crítico!]Después de tantos años en medicina, Leticia ya estaba acostumbrada a estas emergencias. Colgó y, sin perder tiempo, se cambió de ropa y salió rumbo al hospital....Cuando llegó, su asistente, Lola, ya la esperaba afuera, mirando de un lado a otro, ansiosa.Apenas la vio, corrió hacia ella y le tendió la bata y los guantes:—¡Doctora Méndez, qué bueno que ya llegó!Leticia tenía un profesionalismo a prueba de todo. Mientras avanzaba rápido por los pasillos, se ponía la bata y los guantes.—¿Qué pasó con la paciente?—Tuvo un accidente de carro. Dicen que fue muy feo. La paciente tiene seis meses de embarazo, perdió muchísima sangre, llegó inconsciente y ya entró en shock.Seis meses... ya era un embarazo avanzado. Tanto si hacían un cerclaje como si había que inducir el parto, la cirugía era inevitable.—¿Ya avisaron a los familiares?—Sí, ya están localizados.—Ve a buscar a los familiares para que firmen el consentimiento. La paciente necesita cirugía urgente.—Enseguida.Leticia se dirigió directo al quirófano....La situación de la paciente era delicada. Revisó rápido las notas del médico de guardia y decidió que lo mejor era hacer el cerclaje de inmediato.Después de eso, el procedimiento fue casi automático, como si su cuerpo trabajara en piloto automático. Se cambió, entró al quirófano y entre maniobras de reanimación y la cirugía, Leticia estuvo ocupada casi seis horas seguidas.Al salir del quirófano, las piernas casi no le respondían. Tuvo que apoyarse en la pared, pero Lola la sostuvo justo a tiempo.—¿Está bien, doctora Méndez? —preguntó Lola, alarmada.Leticia negó con la cabeza, apenas sonriendo.—Ayúdame a sentarme un rato.Lola la acompañó hasta una silla y corrió por un vaso de agua. Se lo entregó, mirándola con preocupación.—Doctora Méndez, usted también está embarazada... No debería estar pasando por tanto estrés. Pero la verdad, nadie más en el hospital tenía la capacidad para salvar a esa paciente.Leticia sintió un leve temblor en la mano al oír la palabra “embarazada”.—¿Cómo supiste eso?Lola le guiñó un ojo, divertida.—¿Y todavía me lo preguntas? ¿Acaso no es una buena noticia? Ayer vi tu hoja de resultados sobre el escritorio.Leticia soltó una risa tímida, algo apenada.—Pues sí, es algo bueno.—¿Ya se lo contaste a tu esposo?—Todavía no. Justo en unos días es su cumpleaños, quiero decírselo ese día...—¡Pum, pum, pum!Alguien golpeaba la puerta del quirófano con desesperación.—Debe ser el esposo de la paciente —comentó Lola—. Seguro quiere saber cómo están su esposa y el bebé. Doctora, quédese aquí, yo le explico.—Voy yo —replicó Leticia—. Fui la cirujana principal, y el reglamento del hospital dice que debo hablar directamente con los familiares.Se apoyó en la pared para levantarse, y Lola corrió a abrir la puerta del quirófano.Apenas se abrió, un hombre casi se abalanzó hacia adentro.—¡Doctora! ¿Cómo está ella?Leticia lo miró con firmeza y le contestó:—Tranquilo, la mamá y el bebé están bien por ahora. Pero su esposa necesita mantenerse en observación...No terminó de hablar cuando ambos se quedaron helados.—¿Leticia...?Leticia parpadeó, incrédula al ver quién tenía enfrente.—¿…Víctor?Lola se sorprendió un poco.—Doctora Méndez, ¿así que usted conoce al esposo de la paciente?Leticia no apartó los ojos de ese rostro tan familiar. Había confusión, asombro, cierta incomodidad, pero sobre todo sentía una preocupación profunda por la mujer que estaba adentro.Aunque él intentaba disimularlo, la angustia y la urgencia seguían reflejándose en su expresión.—¿Tú eres su…? —Leticia echó un vistazo al interior del quirófano—. ¿Esposo?Lola, sin pensarlo mucho, soltó:—Sí, claro, él es. Justo fue el familiar que firmó hace un rato para la cirugía.Leticia sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, y el color se le fue un poco del rostro.—…Entiendo.Víctor apretó los dientes.—Leticia, luego te explico bien todo esto.Leticia respiró hondo, obligándose a mantener la compostura profesional. Enderezó la espalda y contestó:—No te preocupes, la cirugía salió muy bien. La madre y el bebé están estables, pero tendrán que quedarse unos días en observación, con suero para evitar cualquier complicación. Si todo sigue bien, para el fin de semana ya podrían irse a casa.La expresión de Víctor se suavizó al instante, como si le hubieran quitado un peso de encima.—Perfecto.Después de una breve pausa, añadió:—Leticia, gracias por todo tu esfuerzo.—No hay problema. Sea quien sea, como doctora siempre haré lo mejor para mis pacientes....Leticia regresó a su oficina. Se sirvió un vaso de agua fría y se sentó, intentando calmarse. Tardó varios minutos en recuperar la tranquilidad.Pasados unos diez minutos, alguien llamó a la puerta.—Leticia, soy yo —escuchó su voz desde afuera.Leticia se levantó y fue a abrir. Víctor lucía algo más repuesto, pero sus ojos seguían enrojecidos y la preocupación no había desaparecido del todo de su mirada.Ahora que el shock de hace un momento se había disipado un poco, Leticia notó los detalles: la camisa blanca de Víctor estaba manchada de sangre en varias zonas, arrugada, y los puños todavía húmedos.Solo había dos explicaciones: o se había manchado al cargar a la mujer embarazada cuando la trajo al hospital, o los rastros eran de las lágrimas que ella había derramado en la habitación.Leticia dio media vuelta, regresó a su asiento y preguntó con voz tranquila:—¿Ya la fuiste a ver?Víctor asintió despacio.—Sí. Está dormida.—Ella…Víctor la interrumpió:—El bebé no es mío.A Leticia se le aflojó el cuerpo, sintió como si le regresara el aire a los pulmones y se dejó caer en la silla.—Tuvo un accidente en carro, estaba en estado crítico. Yo la traje al hospital. Me avisaron que había que operar, pero solo los familiares pueden firmar la autorización y… no había nadie más.Leticia comprendió al instante.—Fui yo quien le pidió a mi asistente que buscara a un familiar para la firma.—Ahora ya sabes —añadió Víctor—. Afuera del quirófano, con tanta gente rondando, no podía explicarte. Si alguien se enteraba de que en realidad yo no era su esposo, nadie habría podido firmar por ella. Lo importante era salvarle la vida.Leticia lo entendió todo.Sintió una pizca de culpa. Conociendo a Víctor, tan atento y confiable, ¿cómo iba a pensar que él era capaz de engañar así? Seguramente, mientras iba rumbo a su trabajo, presenció el accidente y, al ver la situación tan grave, no pudo quedarse de brazos cruzados. Por eso la trajo de inmediato al hospital.—¿Y en tu empresa, todo está bien? Aquí me tienes a mí, puedes estar tranquilo con la paciente.Víctor dudó un instante, como si quisiera decir algo más.—Leticia, yo…—¿Qué pasa? —preguntó Leticia.Pero él solo negó con la cabeza:—No pasa nada en la empresa. ¿Ya terminaste aquí? Yo… te espero afuera y nos vamos juntos a casa.La cirugía había terminado, y la paciente estaría bien atendida por las enfermeras. Leticia ya no tenía nada urgente qué hacer.Se quitó la bata blanca, abrió el cajón y guardó cuidadosamente la hoja de resultados de su propio ultrasonido en la cartera. Tomó su bolso y salió.En cuanto salió al estacionamiento, reconoció de inmediato el Cayenne blanco de Víctor. Caminó hacia él con paso acelerado.A la distancia, el olor a tabaco en el aire era tan fuerte que le irritó la nariz.

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