Capítulo 1—Julia, ¿Sigues enamorada de Germán Barrientos?El baño de la prisión apestaba. Una mujer de rostro duro y mirada retorcida se burló mientras le jalaba el cabello a Julia, amenazando con hundirle la cara en el asqueroso inodoro.Alrededor, las demás reclusas se arremolinaban como buitres, divirtiéndose con la escena. Todas llevaban esa sonrisa torcida, ansiosas de ver a Julia hundirse más.A Julia le temblaba todo el cuerpo. El dolor la recorría de arriba a abajo, y las lágrimas se le escurrían de unos ojos que ya ni sentían. Contestó con voz hueca, moviendo la cabeza una y otra vez.—Ya no me gusta, no me gusta Germán, te lo juro, ya no me gusta Germán...—¿No te gusta? ¡Mentirosa! —La mujer la tomó de nuevo del cabello y le estampó la cabeza contra la pared sin el menor reparo.La respuesta de Julia, en el fondo, no importaba.Lo que importaba era que alguien quería hacerla sufrir.—¡Bah! —La mujer escupió sobre el cabello de Julia con desprecio—. ¿Tú, con esa facha, crees que alguna vez podrías ser la señora Barrientos? ¡Sueña! ¡No te llega ni a los talones!—¿Y todavía te atreviste a ir con los guardias a chismear que te molestamos? Hoy te voy a destrozar la garganta, a ver si se te ocurre volver a quejarte, maldita.—No, por favor, ya aprendí la lección, les juro que ya no lo haré, suéltenme, por favor... —Julia suplicó, humillada, esperando que al menos la dejaran en paz un rato.Pero sus ruegos no sirvieron de nada. Al contrario, cada vez más presas se sumaron para desquitarse con ella, descargando toda la frustración de años encerradas sobre su cuerpo débil.Julia se hizo bolita en el piso, abrazándose la cabeza. Su cuerpo delgado parecía tan frágil como una ramita a punto de quebrarse. No tenía cómo defenderse....¿Por qué? ¿Qué había hecho para merecer semejante humillación y maltrato?El dolor era tan intenso que sentía que no podía ni respirar. Por todos lados la golpeaban, y cada golpe la hacía temblar más.De repente, una punzada en el pecho la hizo abrir los ojos de golpe, como si el corazón se le hubiera desgarrado. Se incorporó en la litera, jadeando.El viejo colchón chirrió bajo su peso.Miró alrededor y vio que estaba sola en la celda de la prisión. El recuerdo del sueño todavía le recorría la piel.¿Había sido un sueño? ¿O no?En ese momento, escuchó pasos en el pasillo y el sonido de la puerta de la celda abriéndose.Julia reaccionó por instinto. Se bajó de la cama y se puso de pie, rígida, sintiendo el miedo en las piernas. Pensó que ya se le había hecho tarde y que la iban a castigar.Pero...—¿Apenas te despiertas? ¿No te quieres ir o qué? Apúrate, recoge tus cosas. Sal, que vas a hacer el trámite para salir.Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Abrió los ojos de par en par, sin poder creer lo que oía.¿De verdad había oído bien? ¿Podía salir?¿De verdad estaba a punto de dejar ese infierno?...Afuera, en la entrada de la prisión.Julia respiró el aire fresco como si hubiera estado bajo el agua por años. Sentía el sol en la piel y, por primera vez en mucho tiempo, el corazón le latía con algo parecido a la esperanza.La calle, bajo el sol, estaba vacía. A lo lejos, no se veía un alma. Julia se quedó parada, sin saber ni a dónde ir. ¿Ahora qué? ¿A dónde se supone que debía ir después de todo esto?Cerca de la sombra de un árbol, un carro negro se mantenía estacionado. Era un Cadillac.Un hombre de cabello canoso, vestido de traje, bajó del asiento del conductor. Caminó hacia Julia con paso inseguro, mirándola como si no estuviera seguro de quién era.—¿Señorita Holguín? —preguntó el hombre, dudando.Julia lo miró, atónita. Tardó un segundo en reconocerlo.Era Tomás, el mayordomo de la casa de Germán, en Villas de los Corales.Sin pensarlo, Julia murmuró con voz ronca:—Tomás...La voz le salió áspera, casi irreconocible.Tomás apenas si pudo disimular la impresión. Cualquiera se sorprendería: la chica huesuda y destrozada que estaba frente a él no tenía nada que ver con la hija radiante de la familia Holguín de hace cuatro años.¿Quién podría imaginar lo que Julia había tenido que pasar durante todo ese tiempo?Tomás tragó saliva y, recuperando la compostura, le habló con respeto:—Señorita Holguín, el señor Barrientos me pidió que viniera por usted.Julia dudó un instante, pero subió al carro.Antes de arrancar, Tomás hizo una llamada.[Avísale al señor Barrientos que ya recogí a la señorita.]Julia miraba el paisaje retroceder por la ventana del carro, sintiendo cómo el cansancio le cerraba los ojos poco a poco. Se dejó llevar por el sueño ligero, mientras los recuerdos pasaban por su mente como una película apresurada.…—Siempre y cuando aceptes cargar con la culpa de Olivia Holguín, puedo concederte cualquier cosa que pidas.Germán, sentado como dueño del mundo en el sillón principal, la observaba con una indiferencia que calaba hasta los huesos. Su voz sonaba seca, sin una pizca de emoción.En ese momento, a Julia se le dibujó por un instante el asombro en la mirada, pero en seguida fue reemplazado por una mezcla de decepción, sarcasmo y amargura.Ella soltó una sonrisa amarga y, mirándolo directo, preguntó:—¿Cualquier cosa? ¿Incluso si te pido convertirme en la señora Barrientos?El hombre, de facciones tan atractivas como implacables, apenas vaciló antes de responder con voz grave:—Sí.…El carro se detuvo.Julia abrió los ojos y se dio cuenta de que ya estaban en Villas de los Corales, la residencia privada de Germán.Todo se veía igual que hace cuatro años, pero Julia ya no tenía la misma ilusión que la hacía vibrar entonces.Cuando Josefina vio la transformación de Julia, quedó tan sorprendida como Tomás. Antes, Julia y Olivia solían venir a jugar a esa casa. Josefina recordaba a Julia como una muchacha llena de vida, siempre simpática y risueña; jamás imaginó que en sólo unos años la vida la cambiaría tanto…Josefina, una de las empleadas de la casa, no tenía ni idea del trato entre Germán y Julia. No entendía cómo después de salir de la cárcel, Julia se había convertido en la señora Barrientos.Fiel a su costumbre de hablar poco y trabajar mucho, Josefina se guardó las preguntas. Disimulando su sorpresa, guió a Julia hasta la habitación que le habían preparado.—Señ… digo, señora, hoy ya limpiamos el cuarto. Puede instalarse tranquila.—¿Mis cosas siguen aquí? —preguntó Julia en voz baja, esforzándose por que su tono no sonara tan áspero.Bajo la presión tanto de la familia Holguín como de Germán, Julia aceptó ir a la cárcel por Olivia, cortando todo lazo con los Holguín. Antes de ser arrestada, le había entregado a Germán algunas cosas importantes para que las guardara.Josefina titubeó un poco, pero respondió:—Sí, ahí están.Julia cerró la puerta y recorrió con la vista la habitación lujosa. Caminó hacia el vestidor.Ahí, todo estaba lleno de ropa y bolsos de marca, relucientes y costosos. Julia dejó escapar una sonrisa llena de resignación. Germán, al parecer, estaba cumpliendo su parte del trato: no le faltaría nada que una señora Barrientos debería tener.Pero nada de eso era lo que ella quería en realidad.Aunque, a estas alturas, eso ya no importaba.Entre la ropa, encontró su vieja maleta cubierta de polvo. La puso en el suelo y la abrió. Todo seguía tal cual lo había dejado.Sacó de ahí una caja con clave, la abrió y revisó su contenido: una tarjeta de débito, un acta de matrimonio color rojo intenso y un collar apagado por el tiempo.Julia tomó el acta de matrimonio.En la foto con fondo rojo, aparecían ella y Germán juntos. Ella sonreía como si el mundo entero cupiera en esa alegría, mientras Germán tenía el semblante más duro e impenetrable.Al mirar la foto, Julia no pudo evitar una sonrisa irónica.En el pasado, incluso si Germán jamás le mostraba una cara amable, y aunque los comentarios malintencionados la hacían pedazos, ella seguía persiguiéndolo como si no existiera nada más en el mundo.Estaba convencida de que si no se rendía, un día lograría ver la luz después de tanta tormenta.Pero ahora, lo único que sentía por Germán era miedo y un cansancio que no lograba sacudirse.Por fin, decidió dejar atrás esa obsesión que tanto le había costado.Tal vez aquel muchacho que un día la defendió y la hizo sentir la persona más importante del mundo, ya se había quedado perdido en el pasado.Diez años, desde los doce hasta los veintidós. Ya era hora de cerrar ese ciclo.Julia se permitió sonreír, liberada, y arrojó el acta de matrimonio en el bote de basura junto a ella.Cuatro años en la cárcel eran suficiente pago. Desde hoy, ya no le debía nada a Germán.En la sala de juntas del Grupo Barrientos, el ambiente pesaba como si una tormenta se hubiera instalado ahí.Germán, enfundado en un impecable traje negro hecho a la medida, ocupaba la cabecera de la mesa. Su expresión era tan cortante que nadie se atrevía a cruzar su mirada. Bajo sus cejas oscuras, los ojos de Germán destilaban una autoridad que imponía respeto sin necesidad de palabras.Lanzó una mirada casual a su reloj, interrumpió al gerente con un gesto y sentenció:—Por hoy la reunión termina aquí. Pueden irse a casa.Sin decir más, se levantó y salió de la sala con paso firme.Apenas Germán desapareció por la puerta, todos los presentes sintieron que, por fin, podían relajarse. Varios intercambiaron miradas llenas de asombro. Que Germán diera por terminada una reunión antes de tiempo era tan raro como ver nevar en pleno verano. Normalmente, ni el fin de la jornada lo hacía detenerse.¿Acaso el mundo se había puesto de cabeza hoy?...—Señor Barrientos, ¿regresamos directo a la casa? —preguntó el chofer mientras abría la puerta del carro.Por tradición familiar, Germán solía cenar todos los domingos con su padre, Mario Barrientos, en la casa principal.—Antes, pasa por Villas de los Corales.El lujoso Maybach negro salió del estacionamiento subterráneo y avanzó sin contratiempos hacia Villas de los Corales.Cuando Germán llegó tan temprano, Josefina, la encargada de la casa, no pudo ocultar su sorpresa.—Joven, ¿no que hoy tenía que ir con el señor Mario?—Solo vine por algo. —Germán se quitó los zapatos, y preguntó distraídamente—: ¿Y ella?Josefina vaciló un instante, pero enseguida entendió a quién se refería.—La señora vino, agarró unas cosas y se fue sin decir nada.—¿Se fue? —Los ojos de Germán se entrecerraron, su mirada se volvió aún más intimidante.Josefina apretó nerviosa el delantal.—Parece que la señora dejó una carta en su cuarto para usted.Sin responder, Germán entró en la habitación que había preparado para Julia. Sus ojos recorrieron el lugar hasta que vio una hoja doblada sobre el buró.La tomó, la desplegó y leyó las líneas escritas con una caligrafía firme y elegante.[Germán:Diez años de cariño, hasta aquí llegaron.De ahora en adelante, cada quien por su lado. Que la vida nos dé paz a ambos.Te deseo que encuentres la felicidad con la persona que amas.Julia.]La mirada de Germán se detuvo en la palabra “diez años”. Frunció el entrecejo. Recordaba perfectamente que Julia apenas había vuelto a la familia Holguín cuando tenía dieciséis; en total, llevaban seis años de conocerse, ¿de dónde había salido esa historia de “diez años de cariño”?Seguro sacó esa frase de alguna novela de romance barata, pensó con desdén.Soltó una risa sarcástica y arrugó la carta sin miramientos, pero justo al arrojarla al bote de basura, una mancha roja le llamó la atención.Con cierta duda, recogió el papel que Julia había tirado junto con la carta.Era su acta de matrimonio.La expresión de Germán se endureció poco a poco. Aún recordaba la vez que salieron del registro civil: Julia sostenía el acta entre sus manos como si fuera un tesoro.Ahora, ella la había tirado al basurero sin más.Jamás imaginó que Julia sería capaz de tomar la iniciativa para dejarlo. Peor aún, esa boda había sido el precio de cuatro años en prisión para ella.¿Y ahora, recién salida de la cárcel, simplemente lo dejaba atrás?Aquello lo tomó completamente por sorpresa.¿De verdad se atrevía a pedirle el divorcio?La mandíbula se le tensó. Sacó el celular y envió un mensaje a uno de sus contactos:[Investiga dónde está ella ahora.]...Tras salir de Villas de los Corales, Julia se dirigió a un hotel barato y rentó una habitación para pasar la noche.Por fortuna, durante los tres años antes de ir a prisión, Julia no había malgastado su tiempo con lujos en la familia Holguín. Aprovechó cada vacación para trabajar y ahorrar. Gracias a eso, ahora tenía varios miles de pesos guardados.No era una fortuna, pero al menos no salía a la calle sin un peso ni un techo.Desde su celular, Julia revisaba ofertas de renta. Planeaba encontrar un lugar donde vivir al día siguiente.El tiempo pasó volando mientras buscaba anuncios y miraba fotos de departamentos.Cuando por fin se estiró y miró por la ventana, el sol ya caía y el hambre le rugía en el estómago.Decidió salir a comprar algo de comer.A la entrada del hotel, un Maybach negro de edición limitada destacaba como un cuervo en una bandada de gorriones.Apenas puso un pie fuera, Julia reconoció de inmediato el número de placas. Su corazón latió con tal fuerza que sintió que iba a salírsele del pecho.Pero no era emoción, era puro terror.Ajustó la mascarilla desechable sobre su rostro, bajó la cabeza y dejó que el cabello corto le cubriera la cara. Con paso acelerado y fingida calma, se alejó del carro.Sin embargo, su nerviosismo era tan obvio que cualquiera podría haberlo notado.Había caminado apenas unos metros cuando creyó que ya había escapado del peligro.Pero una bocina sonó a su espalda —¡pi, pi!—, como si la llamara.Julia volteó asustada. El Maybach avanzaba directo hacia ella.Sintió que el suelo se abría bajo sus pies y echó a correr, deseando volverse invisible.Pero, ¿cómo iban sus dos piernas a competir con un carro de lujo?El Maybach aceleró y se cruzó frente a ella de golpe, deteniéndose con un rechinido de llantas y cortándole el paso.Julia quedó petrificada, lista para huir en dirección contraria.Pero el chofer se adelantó y le bloqueó el camino, hablándole con formalidad:—Señorita Holguín, el señor Barrientos quiere platicar con usted.Las piernas de Julia temblaban de miedo, pero era como si se hubieran clavado al suelo. Tartamudeó:—S-se equivocan de persona...El chofer miró nervioso hacia el carro, donde Germán esperaba sin una pizca de paciencia.—Por favor, señorita Holguín, no me ponga en aprietos.Julia bajó la cabeza, inmóvil, de espaldas al carro.Una voz profunda y cortante retumbó a sus espaldas:—Súbete.El simple sonido de esas palabras le heló la sangre.Cuatro años en prisión habían convertido la voz de Germán en su peor pesadilla. No sentía más que miedo, puro y duro.El Maybach negro, estacionado bajo el atardecer, parecía un monstruo acechando en la oscuridad, listo para devorarla.—No me hagas repetirlo.La paciencia de Germán estaba a punto de agotarse.Julia respiró hondo y, rígida, se dio la vuelta.Capítulo 2—Julia, ¿Sigues enamorada de Germán Barrientos?El baño de la prisión apestaba. Una mujer de rostro duro y mirada retorcida se burló mientras le jalaba el cabello a Julia, amenazando con hundirle la cara en el asqueroso inodoro.Alrededor, las demás reclusas se arremolinaban como buitres, divirtiéndose con la escena. Todas llevaban esa sonrisa torcida, ansiosas de ver a Julia hundirse más.A Julia le temblaba todo el cuerpo. El dolor la recorría de arriba a abajo, y las lágrimas se le escurrían de unos ojos que ya ni sentían. Contestó con voz hueca, moviendo la cabeza una y otra vez.—Ya no me gusta, no me gusta Germán, te lo juro, ya no me gusta Germán...—¿No te gusta? ¡Mentirosa! —La mujer la tomó de nuevo del cabello y le estampó la cabeza contra la pared sin el menor reparo.La respuesta de Julia, en el fondo, no importaba.Lo que importaba era que alguien quería hacerla sufrir.—¡Bah! —La mujer escupió sobre el cabello de Julia con desprecio—. ¿Tú, con esa facha, crees que alguna vez podrías ser la señora Barrientos? ¡Sueña! ¡No te llega ni a los talones!—¿Y todavía te atreviste a ir con los guardias a chismear que te molestamos? Hoy te voy a destrozar la garganta, a ver si se te ocurre volver a quejarte, maldita.—No, por favor, ya aprendí la lección, les juro que ya no lo haré, suéltenme, por favor... —Julia suplicó, humillada, esperando que al menos la dejaran en paz un rato.Pero sus ruegos no sirvieron de nada. Al contrario, cada vez más presas se sumaron para desquitarse con ella, descargando toda la frustración de años encerradas sobre su cuerpo débil.Julia se hizo bolita en el piso, abrazándose la cabeza. Su cuerpo delgado parecía tan frágil como una ramita a punto de quebrarse. No tenía cómo defenderse....¿Por qué? ¿Qué había hecho para merecer semejante humillación y maltrato?El dolor era tan intenso que sentía que no podía ni respirar. Por todos lados la golpeaban, y cada golpe la hacía temblar más.De repente, una punzada en el pecho la hizo abrir los ojos de golpe, como si el corazón se le hubiera desgarrado. Se incorporó en la litera, jadeando.El viejo colchón chirrió bajo su peso.Miró alrededor y vio que estaba sola en la celda de la prisión. El recuerdo del sueño todavía le recorría la piel.¿Había sido un sueño? ¿O no?En ese momento, escuchó pasos en el pasillo y el sonido de la puerta de la celda abriéndose.Julia reaccionó por instinto. Se bajó de la cama y se puso de pie, rígida, sintiendo el miedo en las piernas. Pensó que ya se le había hecho tarde y que la iban a castigar.Pero...—¿Apenas te despiertas? ¿No te quieres ir o qué? Apúrate, recoge tus cosas. Sal, que vas a hacer el trámite para salir.Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Abrió los ojos de par en par, sin poder creer lo que oía.¿De verdad había oído bien? ¿Podía salir?¿De verdad estaba a punto de dejar ese infierno?...Afuera, en la entrada de la prisión.Julia respiró el aire fresco como si hubiera estado bajo el agua por años. Sentía el sol en la piel y, por primera vez en mucho tiempo, el corazón le latía con algo parecido a la esperanza.La calle, bajo el sol, estaba vacía. A lo lejos, no se veía un alma. Julia se quedó parada, sin saber ni a dónde ir. ¿Ahora qué? ¿A dónde se supone que debía ir después de todo esto?Cerca de la sombra de un árbol, un carro negro se mantenía estacionado. Era un Cadillac.Un hombre de cabello canoso, vestido de traje, bajó del asiento del conductor. Caminó hacia Julia con paso inseguro, mirándola como si no estuviera seguro de quién era.—¿Señorita Holguín? —preguntó el hombre, dudando.Julia lo miró, atónita. Tardó un segundo en reconocerlo.Era Tomás, el mayordomo de la casa de Germán, en Villas de los Corales.Sin pensarlo, Julia murmuró con voz ronca:—Tomás...La voz le salió áspera, casi irreconocible.Tomás apenas si pudo disimular la impresión. Cualquiera se sorprendería: la chica huesuda y destrozada que estaba frente a él no tenía nada que ver con la hija radiante de la familia Holguín de hace cuatro años.¿Quién podría imaginar lo que Julia había tenido que pasar durante todo ese tiempo?Tomás tragó saliva y, recuperando la compostura, le habló con respeto:—Señorita Holguín, el señor Barrientos me pidió que viniera por usted.Julia dudó un instante, pero subió al carro.Antes de arrancar, Tomás hizo una llamada.[Avísale al señor Barrientos que ya recogí a la señorita.]Julia miraba el paisaje retroceder por la ventana del carro, sintiendo cómo el cansancio le cerraba los ojos poco a poco. Se dejó llevar por el sueño ligero, mientras los recuerdos pasaban por su mente como una película apresurada.…—Siempre y cuando aceptes cargar con la culpa de Olivia Holguín, puedo concederte cualquier cosa que pidas.Germán, sentado como dueño del mundo en el sillón principal, la observaba con una indiferencia que calaba hasta los huesos. Su voz sonaba seca, sin una pizca de emoción.En ese momento, a Julia se le dibujó por un instante el asombro en la mirada, pero en seguida fue reemplazado por una mezcla de decepción, sarcasmo y amargura.Ella soltó una sonrisa amarga y, mirándolo directo, preguntó:—¿Cualquier cosa? ¿Incluso si te pido convertirme en la señora Barrientos?El hombre, de facciones tan atractivas como implacables, apenas vaciló antes de responder con voz grave:—Sí.…El carro se detuvo.Julia abrió los ojos y se dio cuenta de que ya estaban en Villas de los Corales, la residencia privada de Germán.Todo se veía igual que hace cuatro años, pero Julia ya no tenía la misma ilusión que la hacía vibrar entonces.Cuando Josefina vio la transformación de Julia, quedó tan sorprendida como Tomás. Antes, Julia y Olivia solían venir a jugar a esa casa. Josefina recordaba a Julia como una muchacha llena de vida, siempre simpática y risueña; jamás imaginó que en sólo unos años la vida la cambiaría tanto…Josefina, una de las empleadas de la casa, no tenía ni idea del trato entre Germán y Julia. No entendía cómo después de salir de la cárcel, Julia se había convertido en la señora Barrientos.Fiel a su costumbre de hablar poco y trabajar mucho, Josefina se guardó las preguntas. Disimulando su sorpresa, guió a Julia hasta la habitación que le habían preparado.—Señ… digo, señora, hoy ya limpiamos el cuarto. Puede instalarse tranquila.—¿Mis cosas siguen aquí? —preguntó Julia en voz baja, esforzándose por que su tono no sonara tan áspero.Bajo la presión tanto de la familia Holguín como de Germán, Julia aceptó ir a la cárcel por Olivia, cortando todo lazo con los Holguín. Antes de ser arrestada, le había entregado a Germán algunas cosas importantes para que las guardara.Josefina titubeó un poco, pero respondió:—Sí, ahí están.Julia cerró la puerta y recorrió con la vista la habitación lujosa. Caminó hacia el vestidor.Ahí, todo estaba lleno de ropa y bolsos de marca, relucientes y costosos. Julia dejó escapar una sonrisa llena de resignación. Germán, al parecer, estaba cumpliendo su parte del trato: no le faltaría nada que una señora Barrientos debería tener.Pero nada de eso era lo que ella quería en realidad.Aunque, a estas alturas, eso ya no importaba.Entre la ropa, encontró su vieja maleta cubierta de polvo. La puso en el suelo y la abrió. Todo seguía tal cual lo había dejado.Sacó de ahí una caja con clave, la abrió y revisó su contenido: una tarjeta de débito, un acta de matrimonio color rojo intenso y un collar apagado por el tiempo.Julia tomó el acta de matrimonio.En la foto con fondo rojo, aparecían ella y Germán juntos. Ella sonreía como si el mundo entero cupiera en esa alegría, mientras Germán tenía el semblante más duro e impenetrable.Al mirar la foto, Julia no pudo evitar una sonrisa irónica.En el pasado, incluso si Germán jamás le mostraba una cara amable, y aunque los comentarios malintencionados la hacían pedazos, ella seguía persiguiéndolo como si no existiera nada más en el mundo.Estaba convencida de que si no se rendía, un día lograría ver la luz después de tanta tormenta.Pero ahora, lo único que sentía por Germán era miedo y un cansancio que no lograba sacudirse.Por fin, decidió dejar atrás esa obsesión que tanto le había costado.Tal vez aquel muchacho que un día la defendió y la hizo sentir la persona más importante del mundo, ya se había quedado perdido en el pasado.Diez años, desde los doce hasta los veintidós. Ya era hora de cerrar ese ciclo.Julia se permitió sonreír, liberada, y arrojó el acta de matrimonio en el bote de basura junto a ella.Cuatro años en la cárcel eran suficiente pago. Desde hoy, ya no le debía nada a Germán.En la sala de juntas del Grupo Barrientos, el ambiente pesaba como si una tormenta se hubiera instalado ahí.Germán, enfundado en un impecable traje negro hecho a la medida, ocupaba la cabecera de la mesa. Su expresión era tan cortante que nadie se atrevía a cruzar su mirada. Bajo sus cejas oscuras, los ojos de Germán destilaban una autoridad que imponía respeto sin necesidad de palabras.Lanzó una mirada casual a su reloj, interrumpió al gerente con un gesto y sentenció:—Por hoy la reunión termina aquí. Pueden irse a casa.Sin decir más, se levantó y salió de la sala con paso firme.Apenas Germán desapareció por la puerta, todos los presentes sintieron que, por fin, podían relajarse. Varios intercambiaron miradas llenas de asombro. Que Germán diera por terminada una reunión antes de tiempo era tan raro como ver nevar en pleno verano. Normalmente, ni el fin de la jornada lo hacía detenerse.¿Acaso el mundo se había puesto de cabeza hoy?...—Señor Barrientos, ¿regresamos directo a la casa? —preguntó el chofer mientras abría la puerta del carro.Por tradición familiar, Germán solía cenar todos los domingos con su padre, Mario Barrientos, en la casa principal.—Antes, pasa por Villas de los Corales.El lujoso Maybach negro salió del estacionamiento subterráneo y avanzó sin contratiempos hacia Villas de los Corales.Cuando Germán llegó tan temprano, Josefina, la encargada de la casa, no pudo ocultar su sorpresa.—Joven, ¿no que hoy tenía que ir con el señor Mario?—Solo vine por algo. —Germán se quitó los zapatos, y preguntó distraídamente—: ¿Y ella?Josefina vaciló un instante, pero enseguida entendió a quién se refería.—La señora vino, agarró unas cosas y se fue sin decir nada.—¿Se fue? —Los ojos de Germán se entrecerraron, su mirada se volvió aún más intimidante.Josefina apretó nerviosa el delantal.—Parece que la señora dejó una carta en su cuarto para usted.Sin responder, Germán entró en la habitación que había preparado para Julia. Sus ojos recorrieron el lugar hasta que vio una hoja doblada sobre el buró.La tomó, la desplegó y leyó las líneas escritas con una caligrafía firme y elegante.[Germán:Diez años de cariño, hasta aquí llegaron.De ahora en adelante, cada quien por su lado. Que la vida nos dé paz a ambos.Te deseo que encuentres la felicidad con la persona que amas.Julia.]La mirada de Germán se detuvo en la palabra “diez años”. Frunció el entrecejo. Recordaba perfectamente que Julia apenas había vuelto a la familia Holguín cuando tenía dieciséis; en total, llevaban seis años de conocerse, ¿de dónde había salido esa historia de “diez años de cariño”?Seguro sacó esa frase de alguna novela de romance barata, pensó con desdén.Soltó una risa sarcástica y arrugó la carta sin miramientos, pero justo al arrojarla al bote de basura, una mancha roja le llamó la atención.Con cierta duda, recogió el papel que Julia había tirado junto con la carta.Era su acta de matrimonio.La expresión de Germán se endureció poco a poco. Aún recordaba la vez que salieron del registro civil: Julia sostenía el acta entre sus manos como si fuera un tesoro.Ahora, ella la había tirado al basurero sin más.Jamás imaginó que Julia sería capaz de tomar la iniciativa para dejarlo. Peor aún, esa boda había sido el precio de cuatro años en prisión para ella.¿Y ahora, recién salida de la cárcel, simplemente lo dejaba atrás?Aquello lo tomó completamente por sorpresa.¿De verdad se atrevía a pedirle el divorcio?La mandíbula se le tensó. Sacó el celular y envió un mensaje a uno de sus contactos:[Investiga dónde está ella ahora.]...Tras salir de Villas de los Corales, Julia se dirigió a un hotel barato y rentó una habitación para pasar la noche.Por fortuna, durante los tres años antes de ir a prisión, Julia no había malgastado su tiempo con lujos en la familia Holguín. Aprovechó cada vacación para trabajar y ahorrar. Gracias a eso, ahora tenía varios miles de pesos guardados.No era una fortuna, pero al menos no salía a la calle sin un peso ni un techo.Desde su celular, Julia revisaba ofertas de renta. Planeaba encontrar un lugar donde vivir al día siguiente.El tiempo pasó volando mientras buscaba anuncios y miraba fotos de departamentos.Cuando por fin se estiró y miró por la ventana, el sol ya caía y el hambre le rugía en el estómago.Decidió salir a comprar algo de comer.A la entrada del hotel, un Maybach negro de edición limitada destacaba como un cuervo en una bandada de gorriones.Apenas puso un pie fuera, Julia reconoció de inmediato el número de placas. Su corazón latió con tal fuerza que sintió que iba a salírsele del pecho.Pero no era emoción, era puro terror.Ajustó la mascarilla desechable sobre su rostro, bajó la cabeza y dejó que el cabello corto le cubriera la cara. Con paso acelerado y fingida calma, se alejó del carro.Sin embargo, su nerviosismo era tan obvio que cualquiera podría haberlo notado.Había caminado apenas unos metros cuando creyó que ya había escapado del peligro.Pero una bocina sonó a su espalda —¡pi, pi!—, como si la llamara.Julia volteó asustada. El Maybach avanzaba directo hacia ella.Sintió que el suelo se abría bajo sus pies y echó a correr, deseando volverse invisible.Pero, ¿cómo iban sus dos piernas a competir con un carro de lujo?El Maybach aceleró y se cruzó frente a ella de golpe, deteniéndose con un rechinido de llantas y cortándole el paso.Julia quedó petrificada, lista para huir en dirección contraria.Pero el chofer se adelantó y le bloqueó el camino, hablándole con formalidad:—Señorita Holguín, el señor Barrientos quiere platicar con usted.Las piernas de Julia temblaban de miedo, pero era como si se hubieran clavado al suelo. Tartamudeó:—S-se equivocan de persona...El chofer miró nervioso hacia el carro, donde Germán esperaba sin una pizca de paciencia.—Por favor, señorita Holguín, no me ponga en aprietos.Julia bajó la cabeza, inmóvil, de espaldas al carro.Una voz profunda y cortante retumbó a sus espaldas:—Súbete.El simple sonido de esas palabras le heló la sangre.Cuatro años en prisión habían convertido la voz de Germán en su peor pesadilla. No sentía más que miedo, puro y duro.El Maybach negro, estacionado bajo el atardecer, parecía un monstruo acechando en la oscuridad, listo para devorarla.—No me hagas repetirlo.La paciencia de Germán estaba a punto de agotarse.Julia respiró hondo y, rígida, se dio la vuelta.Capítulo 3—Julia, ¿Sigues enamorada de Germán Barrientos?El baño de la prisión apestaba. Una mujer de rostro duro y mirada retorcida se burló mientras le jalaba el cabello a Julia, amenazando con hundirle la cara en el asqueroso inodoro.Alrededor, las demás reclusas se arremolinaban como buitres, divirtiéndose con la escena. Todas llevaban esa sonrisa torcida, ansiosas de ver a Julia hundirse más.A Julia le temblaba todo el cuerpo. El dolor la recorría de arriba a abajo, y las lágrimas se le escurrían de unos ojos que ya ni sentían. Contestó con voz hueca, moviendo la cabeza una y otra vez.—Ya no me gusta, no me gusta Germán, te lo juro, ya no me gusta Germán...—¿No te gusta? ¡Mentirosa! —La mujer la tomó de nuevo del cabello y le estampó la cabeza contra la pared sin el menor reparo.La respuesta de Julia, en el fondo, no importaba.Lo que importaba era que alguien quería hacerla sufrir.—¡Bah! —La mujer escupió sobre el cabello de Julia con desprecio—. ¿Tú, con esa facha, crees que alguna vez podrías ser la señora Barrientos? ¡Sueña! ¡No te llega ni a los talones!—¿Y todavía te atreviste a ir con los guardias a chismear que te molestamos? Hoy te voy a destrozar la garganta, a ver si se te ocurre volver a quejarte, maldita.—No, por favor, ya aprendí la lección, les juro que ya no lo haré, suéltenme, por favor... —Julia suplicó, humillada, esperando que al menos la dejaran en paz un rato.Pero sus ruegos no sirvieron de nada. Al contrario, cada vez más presas se sumaron para desquitarse con ella, descargando toda la frustración de años encerradas sobre su cuerpo débil.Julia se hizo bolita en el piso, abrazándose la cabeza. Su cuerpo delgado parecía tan frágil como una ramita a punto de quebrarse. No tenía cómo defenderse....¿Por qué? ¿Qué había hecho para merecer semejante humillación y maltrato?El dolor era tan intenso que sentía que no podía ni respirar. Por todos lados la golpeaban, y cada golpe la hacía temblar más.De repente, una punzada en el pecho la hizo abrir los ojos de golpe, como si el corazón se le hubiera desgarrado. Se incorporó en la litera, jadeando.El viejo colchón chirrió bajo su peso.Miró alrededor y vio que estaba sola en la celda de la prisión. El recuerdo del sueño todavía le recorría la piel.¿Había sido un sueño? ¿O no?En ese momento, escuchó pasos en el pasillo y el sonido de la puerta de la celda abriéndose.Julia reaccionó por instinto. Se bajó de la cama y se puso de pie, rígida, sintiendo el miedo en las piernas. Pensó que ya se le había hecho tarde y que la iban a castigar.Pero...—¿Apenas te despiertas? ¿No te quieres ir o qué? Apúrate, recoge tus cosas. Sal, que vas a hacer el trámite para salir.Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Abrió los ojos de par en par, sin poder creer lo que oía.¿De verdad había oído bien? ¿Podía salir?¿De verdad estaba a punto de dejar ese infierno?...Afuera, en la entrada de la prisión.Julia respiró el aire fresco como si hubiera estado bajo el agua por años. Sentía el sol en la piel y, por primera vez en mucho tiempo, el corazón le latía con algo parecido a la esperanza.La calle, bajo el sol, estaba vacía. A lo lejos, no se veía un alma. Julia se quedó parada, sin saber ni a dónde ir. ¿Ahora qué? ¿A dónde se supone que debía ir después de todo esto?Cerca de la sombra de un árbol, un carro negro se mantenía estacionado. Era un Cadillac.Un hombre de cabello canoso, vestido de traje, bajó del asiento del conductor. Caminó hacia Julia con paso inseguro, mirándola como si no estuviera seguro de quién era.—¿Señorita Holguín? —preguntó el hombre, dudando.Julia lo miró, atónita. Tardó un segundo en reconocerlo.Era Tomás, el mayordomo de la casa de Germán, en Villas de los Corales.Sin pensarlo, Julia murmuró con voz ronca:—Tomás...La voz le salió áspera, casi irreconocible.Tomás apenas si pudo disimular la impresión. Cualquiera se sorprendería: la chica huesuda y destrozada que estaba frente a él no tenía nada que ver con la hija radiante de la familia Holguín de hace cuatro años.¿Quién podría imaginar lo que Julia había tenido que pasar durante todo ese tiempo?Tomás tragó saliva y, recuperando la compostura, le habló con respeto:—Señorita Holguín, el señor Barrientos me pidió que viniera por usted.Julia dudó un instante, pero subió al carro.Antes de arrancar, Tomás hizo una llamada.[Avísale al señor Barrientos que ya recogí a la señorita.]Julia miraba el paisaje retroceder por la ventana del carro, sintiendo cómo el cansancio le cerraba los ojos poco a poco. Se dejó llevar por el sueño ligero, mientras los recuerdos pasaban por su mente como una película apresurada.…—Siempre y cuando aceptes cargar con la culpa de Olivia Holguín, puedo concederte cualquier cosa que pidas.Germán, sentado como dueño del mundo en el sillón principal, la observaba con una indiferencia que calaba hasta los huesos. Su voz sonaba seca, sin una pizca de emoción.En ese momento, a Julia se le dibujó por un instante el asombro en la mirada, pero en seguida fue reemplazado por una mezcla de decepción, sarcasmo y amargura.Ella soltó una sonrisa amarga y, mirándolo directo, preguntó:—¿Cualquier cosa? ¿Incluso si te pido convertirme en la señora Barrientos?El hombre, de facciones tan atractivas como implacables, apenas vaciló antes de responder con voz grave:—Sí.…El carro se detuvo.Julia abrió los ojos y se dio cuenta de que ya estaban en Villas de los Corales, la residencia privada de Germán.Todo se veía igual que hace cuatro años, pero Julia ya no tenía la misma ilusión que la hacía vibrar entonces.Cuando Josefina vio la transformación de Julia, quedó tan sorprendida como Tomás. Antes, Julia y Olivia solían venir a jugar a esa casa. Josefina recordaba a Julia como una muchacha llena de vida, siempre simpática y risueña; jamás imaginó que en sólo unos años la vida la cambiaría tanto…Josefina, una de las empleadas de la casa, no tenía ni idea del trato entre Germán y Julia. No entendía cómo después de salir de la cárcel, Julia se había convertido en la señora Barrientos.Fiel a su costumbre de hablar poco y trabajar mucho, Josefina se guardó las preguntas. Disimulando su sorpresa, guió a Julia hasta la habitación que le habían preparado.—Señ… digo, señora, hoy ya limpiamos el cuarto. Puede instalarse tranquila.—¿Mis cosas siguen aquí? —preguntó Julia en voz baja, esforzándose por que su tono no sonara tan áspero.Bajo la presión tanto de la familia Holguín como de Germán, Julia aceptó ir a la cárcel por Olivia, cortando todo lazo con los Holguín. Antes de ser arrestada, le había entregado a Germán algunas cosas importantes para que las guardara.Josefina titubeó un poco, pero respondió:—Sí, ahí están.Julia cerró la puerta y recorrió con la vista la habitación lujosa. Caminó hacia el vestidor.Ahí, todo estaba lleno de ropa y bolsos de marca, relucientes y costosos. Julia dejó escapar una sonrisa llena de resignación. Germán, al parecer, estaba cumpliendo su parte del trato: no le faltaría nada que una señora Barrientos debería tener.Pero nada de eso era lo que ella quería en realidad.Aunque, a estas alturas, eso ya no importaba.Entre la ropa, encontró su vieja maleta cubierta de polvo. La puso en el suelo y la abrió. Todo seguía tal cual lo había dejado.Sacó de ahí una caja con clave, la abrió y revisó su contenido: una tarjeta de débito, un acta de matrimonio color rojo intenso y un collar apagado por el tiempo.Julia tomó el acta de matrimonio.En la foto con fondo rojo, aparecían ella y Germán juntos. Ella sonreía como si el mundo entero cupiera en esa alegría, mientras Germán tenía el semblante más duro e impenetrable.Al mirar la foto, Julia no pudo evitar una sonrisa irónica.En el pasado, incluso si Germán jamás le mostraba una cara amable, y aunque los comentarios malintencionados la hacían pedazos, ella seguía persiguiéndolo como si no existiera nada más en el mundo.Estaba convencida de que si no se rendía, un día lograría ver la luz después de tanta tormenta.Pero ahora, lo único que sentía por Germán era miedo y un cansancio que no lograba sacudirse.Por fin, decidió dejar atrás esa obsesión que tanto le había costado.Tal vez aquel muchacho que un día la defendió y la hizo sentir la persona más importante del mundo, ya se había quedado perdido en el pasado.Diez años, desde los doce hasta los veintidós. Ya era hora de cerrar ese ciclo.Julia se permitió sonreír, liberada, y arrojó el acta de matrimonio en el bote de basura junto a ella.Cuatro años en la cárcel eran suficiente pago. Desde hoy, ya no le debía nada a Germán.En la sala de juntas del Grupo Barrientos, el ambiente pesaba como si una tormenta se hubiera instalado ahí.Germán, enfundado en un impecable traje negro hecho a la medida, ocupaba la cabecera de la mesa. Su expresión era tan cortante que nadie se atrevía a cruzar su mirada. Bajo sus cejas oscuras, los ojos de Germán destilaban una autoridad que imponía respeto sin necesidad de palabras.Lanzó una mirada casual a su reloj, interrumpió al gerente con un gesto y sentenció:—Por hoy la reunión termina aquí. Pueden irse a casa.Sin decir más, se levantó y salió de la sala con paso firme.Apenas Germán desapareció por la puerta, todos los presentes sintieron que, por fin, podían relajarse. Varios intercambiaron miradas llenas de asombro. Que Germán diera por terminada una reunión antes de tiempo era tan raro como ver nevar en pleno verano. Normalmente, ni el fin de la jornada lo hacía detenerse.¿Acaso el mundo se había puesto de cabeza hoy?...—Señor Barrientos, ¿regresamos directo a la casa? —preguntó el chofer mientras abría la puerta del carro.Por tradición familiar, Germán solía cenar todos los domingos con su padre, Mario Barrientos, en la casa principal.—Antes, pasa por Villas de los Corales.El lujoso Maybach negro salió del estacionamiento subterráneo y avanzó sin contratiempos hacia Villas de los Corales.Cuando Germán llegó tan temprano, Josefina, la encargada de la casa, no pudo ocultar su sorpresa.—Joven, ¿no que hoy tenía que ir con el señor Mario?—Solo vine por algo. —Germán se quitó los zapatos, y preguntó distraídamente—: ¿Y ella?Josefina vaciló un instante, pero enseguida entendió a quién se refería.—La señora vino, agarró unas cosas y se fue sin decir nada.—¿Se fue? —Los ojos de Germán se entrecerraron, su mirada se volvió aún más intimidante.Josefina apretó nerviosa el delantal.—Parece que la señora dejó una carta en su cuarto para usted.Sin responder, Germán entró en la habitación que había preparado para Julia. Sus ojos recorrieron el lugar hasta que vio una hoja doblada sobre el buró.La tomó, la desplegó y leyó las líneas escritas con una caligrafía firme y elegante.[Germán:Diez años de cariño, hasta aquí llegaron.De ahora en adelante, cada quien por su lado. Que la vida nos dé paz a ambos.Te deseo que encuentres la felicidad con la persona que amas.Julia.]La mirada de Germán se detuvo en la palabra “diez años”. Frunció el entrecejo. Recordaba perfectamente que Julia apenas había vuelto a la familia Holguín cuando tenía dieciséis; en total, llevaban seis años de conocerse, ¿de dónde había salido esa historia de “diez años de cariño”?Seguro sacó esa frase de alguna novela de romance barata, pensó con desdén.Soltó una risa sarcástica y arrugó la carta sin miramientos, pero justo al arrojarla al bote de basura, una mancha roja le llamó la atención.Con cierta duda, recogió el papel que Julia había tirado junto con la carta.Era su acta de matrimonio.La expresión de Germán se endureció poco a poco. Aún recordaba la vez que salieron del registro civil: Julia sostenía el acta entre sus manos como si fuera un tesoro.Ahora, ella la había tirado al basurero sin más.Jamás imaginó que Julia sería capaz de tomar la iniciativa para dejarlo. Peor aún, esa boda había sido el precio de cuatro años en prisión para ella.¿Y ahora, recién salida de la cárcel, simplemente lo dejaba atrás?Aquello lo tomó completamente por sorpresa.¿De verdad se atrevía a pedirle el divorcio?La mandíbula se le tensó. Sacó el celular y envió un mensaje a uno de sus contactos:[Investiga dónde está ella ahora.]...Tras salir de Villas de los Corales, Julia se dirigió a un hotel barato y rentó una habitación para pasar la noche.Por fortuna, durante los tres años antes de ir a prisión, Julia no había malgastado su tiempo con lujos en la familia Holguín. Aprovechó cada vacación para trabajar y ahorrar. Gracias a eso, ahora tenía varios miles de pesos guardados.No era una fortuna, pero al menos no salía a la calle sin un peso ni un techo.Desde su celular, Julia revisaba ofertas de renta. Planeaba encontrar un lugar donde vivir al día siguiente.El tiempo pasó volando mientras buscaba anuncios y miraba fotos de departamentos.Cuando por fin se estiró y miró por la ventana, el sol ya caía y el hambre le rugía en el estómago.Decidió salir a comprar algo de comer.A la entrada del hotel, un Maybach negro de edición limitada destacaba como un cuervo en una bandada de gorriones.Apenas puso un pie fuera, Julia reconoció de inmediato el número de placas. Su corazón latió con tal fuerza que sintió que iba a salírsele del pecho.Pero no era emoción, era puro terror.Ajustó la mascarilla desechable sobre su rostro, bajó la cabeza y dejó que el cabello corto le cubriera la cara. Con paso acelerado y fingida calma, se alejó del carro.Sin embargo, su nerviosismo era tan obvio que cualquiera podría haberlo notado.Había caminado apenas unos metros cuando creyó que ya había escapado del peligro.Pero una bocina sonó a su espalda —¡pi, pi!—, como si la llamara.Julia volteó asustada. El Maybach avanzaba directo hacia ella.Sintió que el suelo se abría bajo sus pies y echó a correr, deseando volverse invisible.Pero, ¿cómo iban sus dos piernas a competir con un carro de lujo?El Maybach aceleró y se cruzó frente a ella de golpe, deteniéndose con un rechinido de llantas y cortándole el paso.Julia quedó petrificada, lista para huir en dirección contraria.Pero el chofer se adelantó y le bloqueó el camino, hablándole con formalidad:—Señorita Holguín, el señor Barrientos quiere platicar con usted.Las piernas de Julia temblaban de miedo, pero era como si se hubieran clavado al suelo. Tartamudeó:—S-se equivocan de persona...El chofer miró nervioso hacia el carro, donde Germán esperaba sin una pizca de paciencia.—Por favor, señorita Holguín, no me ponga en aprietos.Julia bajó la cabeza, inmóvil, de espaldas al carro.Una voz profunda y cortante retumbó a sus espaldas:—Súbete.El simple sonido de esas palabras le heló la sangre.Cuatro años en prisión habían convertido la voz de Germán en su peor pesadilla. No sentía más que miedo, puro y duro.El Maybach negro, estacionado bajo el atardecer, parecía un monstruo acechando en la oscuridad, listo para devorarla.—No me hagas repetirlo.La paciencia de Germán estaba a punto de agotarse.Julia respiró hondo y, rígida, se dio la vuelta.