Capítulo 1—¡Booom!—Un relámpago blanco desgarró el cielo oscuro, iluminando la noche como si pretendiera partir la tierra en dos. El trueno que siguió fue tan fuerte que parecía que la casa misma iba a sacudirse hasta los cimientos.La lluvia caía a cántaros, golpeando sin piedad los ventanales de Villa Monteverde. El repiqueteo —pa-pa-pa— sonaba como si cientos de manos desesperadas quisieran abrirse paso al interior.Por dentro, la mansión brillaba con todas las luces encendidas, pero el resplandor, lejos de calentar el ambiente, solo acentuaba la frialdad del lujo.Gabriela Montero estaba acurrucada en el sofá de la sala, abrazando un termo de comida que ya se había enfriado. Su mirada vacía apuntaba hacia la entrada, esperando. Ella siempre esperaba a que Alan Paredes regresara a casa.Después de dos años de matrimonio, aquello se había vuelto casi un reflejo automático.Su mundo era pequeño, tan pequeño, que solo cabía Alan en él.Dos años atrás, un accidente de carro le había robado todos los recuerdos y la había dejado con el alma de una niña inocente. Alan la rescató, le dijo que él era su prometido.Desde entonces, él era su universo. Él era todo.—Clic.El sonido de la cerradura girando rompió el silencio de la tormenta. Los ojos de Gabriela se iluminaron al instante, igual que los de un gatito que por fin ve regresar a su dueño. Apretando el termo contra su pecho, corrió descalza hasta la puerta, con una sonrisa pura y llena de esperanza.—¡Alan, ya llegaste! Te guardé...Pero no terminó la frase. Una ráfaga de aire helado acompañó a Alan al entrar, congelando todo a su paso, incluso la calidez de su bienvenida.Alan entró impecable, con el traje a la medida y el cabello peinado, apenas salpicado por unas gotas de lluvia. No se veía para nada vulnerable; al contrario, parecía aún más inaccesible, como si la tormenta lo hubiera envuelto en una coraza. Ni siquiera se molestó en regalarle la sonrisa forzada de siempre.Sus ojos estaban tan distantes como la lluvia del otro lado del vidrio.—No hace falta —soltó Alan con voz seca, sin emoción alguna. Pasó de largo, ignorándola, y fue directo al centro de la sala. Con un gesto firme, dejó caer un sobre de documentos y un cheque sobre la mesa de cristal.El sonido no fue fuerte, pero para Gabriela retumbó como un trueno en el corazón.Ella lo siguió, confundida, y preguntó con voz baja:—Alan, ¿qué es esto?Alan se aflojó la corbata y se recargó en el sillón, mirándola desde arriba, como quien observa un objeto que ha perdido su función y estorba en la casa.—Acuerdo de divorcio —la respuesta fue breve, su tono tenía un dejo de impaciencia y alivio—. Ya firmé. Ese cheque es para ti: cinco millones de pesos. Con eso puedes vivir tranquila el resto de tu vida.¿Divorcio...? ¿Acuerdo?Gabriela sintió que su mente se quedaba en blanco, incapaz de comprender lo que significaban esas palabras. Negó suavemente con la cabeza, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.—¿Por qué? Dijiste que estaríamos juntos siempre... ¿Hice algo mal? Puedo cambiar, de verdad...Su voz se quebró, diminuta, como si hablara desde lo más hondo de un pozo. Durante dos años, esa fragilidad suya siempre había conseguido despertar en Alan una mezcla de compasión y necesidad de control.Pero esa noche, solo le provocaba fastidio.—No es eso, Gabriela. Tú no tienes nada malo —dijo Alan, dibujando una sonrisa cruel—. Simplemente, ya no te necesito.Se levantó y se puso frente a ella, mirándola de arriba abajo. Cada palabra la lanzaba con precisión, cortante como un machete:—Voy a casarme. Con Rosa. Ella sí puede apoyarme en mi carrera, puede estar a mi lado, no como tú, que solo eres alguien a quien tengo que cuidar... un peso muerto.La frase la atravesó como una puñalada. "Peso muerto". Esas dos palabras se clavaron en el único rincón de su corazón que aún conservaba algo de esperanza.Rosa Márquez. Ese nombre lo había escuchado antes. Alan solía murmurar su nombre en sueños, como si fuera un secreto inconfesable.Así que todo este tiempo, su obediencia y entrega no habían sido más que una ilusión. Ni siquiera era un reemplazo, solo un estorbo que Alan quería quitarse de encima ahora que ya tenía éxito.El dolor y la traición la arrollaron como una ola. Las lágrimas se desbordaron sin control.—No... no me dejes —rogó, aferrándose a la manga de Alan, igual que un náufrago se aferra a la última tabla—. Por favor, no me abandones...—¡Ya basta! —Alan apartó su mano, impaciente—. Deja de fingir que eres la víctima, ya me cansé.En ese preciso instante——¡BOOM!—Un trueno, aún más aterrador que los anteriores, sacudió el mundo afuera de la ventana. Un destello blanco iluminó por completo el rostro impasible de Alan, y la luz le lastimó los ojos a Gabriela.El estruendo y el resplandor, como una llave inesperada, abrieron de golpe lo más profundo de su mente, que llevaba mucho tiempo enterrado en el olvido.—Zzzzz...—Un agudo zumbido le retumbó en los oídos, y acto seguido, un dolor punzante explotó en sus sienes.Imágenes extrañas, imposibles de comprender, llegaron en oleadas furiosas a su cabeza, como una inundación que arrasa con todo a su paso. Códigos verdes desfilaban sin parar, laboratorios blancos llenos de máquinas frías, un hombre con bata blanca sonriéndole con amabilidad, una mujer gritando y llorando con el alma desgarrada...Por último, la imagen quedó fija en un carro descontrolado y el chirrido agudo de los frenos.—¡Ah!—Gabriela soltó un grito ahogado de dolor, se abrazó la cabeza con las dos manos y se encogió en el sofá, vencida por el tormento.El sobresalto de Alan fue inmediato, aunque su reacción no tardó en teñirse de fastidio y desdén. Arrugó el entrecejo, con una mueca de disgusto.—¿Y ahora qué estás fingiendo, Gabriela? Te lo advierto, no sirve de nada. Hoy te divorcias, quieras o no.Él pensó que se trataba de otro truco para dar lástima.Sin embargo, unos segundos después, cuando Gabriela levantó la mirada, Alan se quedó paralizado.Esos ojos... habían cambiado.Si antes la mirada de Gabriela era como el agua clara de un manantial, pura y dulce, llena de inocencia y dependencia, ahora parecía que ese manantial se había transformado en un bloque de hielo eterno. Toda la confusión y fragilidad desaparecieron, reemplazadas por una lucidez cortante y ajena, como si de pronto lo entendiera todo.Era una mirada que lo atravesaba por completo, que llegaba hasta el rincón más oscuro de su alma y lo veía tal como era, con todas sus miserias y secretos.El corazón de Alan dio un brinco, y un escalofrío de inquietud le recorrió la espalda.—Tú... —alcanzó a decir, pero Gabriela ya se había puesto de pie.No lloró. No hizo ningún drama. Hasta las huellas de lágrimas parecían haberse secado, absorbidas por aquella nueva frialdad. Caminó en silencio hacia la mesita, tomó la hoja del acuerdo de divorcio y la pluma.Leyó rápido, como si cada palabra pesara menos que el aire. Al llegar a la última página, firmó sin dudar.—Gabriela.Las letras firmes, decididas, sin rastro de la inseguridad de antes.Empujó el papel hacia Alan con una voz tan serena que no se movía ni una hoja.—Listo.Esa calma repentina, más que cualquier grito o llanto, le heló la sangre a Alan. La observó fijamente, buscando algún indicio de debilidad en su cara, una grieta mínima en la fachada.No encontró nada.Gabriela solo se quedó ahí, en silencio, con la mirada perdida más allá de él, hacia la noche que la tormenta barría del otro lado del vidrio. Como si Alan fuera apenas polvo en el aire, algo sin importancia.Ese desprecio absoluto le pisoteó el orgullo a Alan.—Vaya, por fin entendiste —masculló, tragándose su incomodidad. Tomó el acuerdo de divorcio y lo agitó—. Ya estamos a mano. Desde hoy, cada quien por su camino.Él creyó que todo era un último intento de aferrarse a su dignidad perdida.Sin decir más, Alan se marchó. Ni siquiera volteó. No podía esperar para irse con su querida Rosa, para lanzarse hacia ese futuro brillante que creía suyo.La puerta blindada se cerró de golpe, cortando el vínculo entre los dos mundos.El departamento se quedó en silencio. Solo Gabriela, y el eco de la tormenta.Avanzó hasta la enorme ventana, apoyó los dedos helados en el cristal. Afuera, los relámpagos y el viento hacían temblar el edificio.Pero la verdadera tormenta, la que avanzaba en su mente, apenas estaba comenzando.Alan... Tecnología V-Era... El algoritmo Phoenix...Dos años. Dos años completos viviendo dentro de una mentira tejida con esmero.Gabriela cerró los ojos despacio. Cuando volvió a abrirlos, una chispa más afilada que cualquier rayo cruzó su mirada.Sus cosas. Su vida. Había llegado el momento... de recuperarlo todo, uno por uno.La lluvia se había ido y el cielo comenzaba a aclarar. La luz de la mañana entraba apenas, suave y tibia, a través de los ventanales inmensos. En el piso reluciente, el sol dibujaba una mancha dorada, como si quisiera borrar la memoria de la tormenta de anoche. Afuera, las gotas que aún colgaban de las hojas eran el único testimonio de que el viento y el aguacero no habían sido un mal sueño.Gabriela abrió los ojos en medio de ese silencio absoluto.No había dormido. O mejor dicho, su mente se negó todo el tiempo a rendirse al descanso. Pasó la noche entera así, inmóvil, sentada sobre el suelo helado, permitiendo que dos vidas tan diferentes chocaran y se desgarraran dentro de su cabeza, hasta comenzar a fundirse en una sola.Por un lado, estaban los veintidós años que recordaba como la Gabriela genio. Ahí todo era código, algoritmos, retos científicos sin fin, el cariño de sus padres, la confianza de sus maestros y amigos. El mundo se le mostraba claro, ordenado, lleno de oportunidades.Por otro, esos dos años breves con la mentalidad de una niña, convertida en la “esposa” de alguien. En esos recuerdos, el mundo era pequeño: solo existía esa mansión lujosa, que sentía como una jaula, y un hombre llamado Alan. Allí, la realidad era difusa, los sentimientos simples y el futuro dependía de lo que él decidiera.Ahora, por fin, todo había terminado.Aquella entrega total, esa dependencia ciega nacida durante esos dos años, se le antojaba ahora un chiste cruel. Lo que creyó su salvación resultó ser un engaño de principio a fin. El supuesto héroe que pensó que la rescataba fue, en realidad, quien la arrojó al abismo y le robó todo lo que era.El dolor le atravesó el pecho, se le extendió a cada rincón del cuerpo, pero su cara no mostró nada.Tras esa oleada de tristeza, solo quedó una calma helada, cortante, como si se hubiera vaciado por dentro.Se puso de pie con lentitud, descalza, y recorrió la casa donde había pasado los últimos dos años. Cada rincón le devolvía ecos de su ingenuidad, de sus intentos por agradar a Alan. En el jardín que cuidó con tanto esmero, en los pasteles que aprendió a hacer para él, en el sillón donde se quedaba dormida esperándolo cuando llegaba tarde...Todo ese velo de ternura se rompía ahora, dejando solo la verdad dura y amarga de haber sido utilizada.Gabriela llegó al estudio, ese espacio que Alan había reservado siempre para sí mismo y al que ella rara vez entraba. Sobre el escritorio, una computadora de las más potentes, la herramienta de Alan para llevar los asuntos de su empresa.Se sentó. Sus dedos largos y pálidos flotaron un instante sobre el teclado, dudosos. Era como si los músculos recordaran, por puro instinto, lo que habían olvidado durante esos dos años.Pero enseguida, sus manos retomaron el ritmo de antes, ágiles, seguras, casi imposibles de seguir con la vista.Tecleó su propio nombre: Gabriela.Enter.La pantalla se llenó de inmediato con decenas de resultados.[¡Joven prodigio de la IA, Gabriela, sufre accidente grave y sigue en coma!][¡Lamentable! ¿Gabriela, autora del algoritmo Phoenix, quedará en estado vegetal? ¿Se apaga la nueva estrella de la tecnología?][Seguimiento al accidente de Gabriela: el conductor ya está detenido, se presume un descuido por cansancio.]…Todas esas noticias tenían fecha de hace dos años y tres meses.A partir de ahí, su nombre desaparecía. Como si, de pronto, Gabriela hubiera dejado de existir en el mundo.Sin que se notara el menor cambio en su expresión, Gabriela cerró las páginas, movió los dedos y escribió otro nombre: Alan.Esta vez, la avalancha de resultados fue abrumadora.[Nuevo líder tecnológico Alan, con Tecnología V-Era, revoluciona la inteligencia artificial.][Entrevista exclusiva con el fundador de V-Era, Alan: “Mi éxito se basa en la pasión por la tecnología.”][¡Producto revolucionario! V-Era lanza el sistema interactivo Phoenix 1.0: inicia una nueva era en IA.]En la pantalla, ese hombre bien vestido, mirada altiva, sonrisa de triunfo, no le despertaba ni un asomo de emoción. Solo sentía un abismo helado en el pecho.Tecnología V-Era había nacido hacía dos años.El algoritmo Phoenix era el proyecto al que Gabriela había entregado su alma antes del accidente, su tesis y la base de su futuro emprendimiento. Ese nombre solo se lo había compartido a una persona, entonces su “novio”: Alan.La línea de tiempo encajaba a la perfección.Durante esos meses en que ella “desapareció”, Alan pasó de ser un estudiante común y corriente, opacado por el brillo de Gabriela, a convertirse en la figura joven y prometedora que ahora encabezaba la revolución de la inteligencia artificial, dueño de la tecnología que ella misma había creado.Capítulo 2—¡Booom!—Un relámpago blanco desgarró el cielo oscuro, iluminando la noche como si pretendiera partir la tierra en dos. El trueno que siguió fue tan fuerte que parecía que la casa misma iba a sacudirse hasta los cimientos.La lluvia caía a cántaros, golpeando sin piedad los ventanales de Villa Monteverde. El repiqueteo —pa-pa-pa— sonaba como si cientos de manos desesperadas quisieran abrirse paso al interior.Por dentro, la mansión brillaba con todas las luces encendidas, pero el resplandor, lejos de calentar el ambiente, solo acentuaba la frialdad del lujo.Gabriela Montero estaba acurrucada en el sofá de la sala, abrazando un termo de comida que ya se había enfriado. Su mirada vacía apuntaba hacia la entrada, esperando. Ella siempre esperaba a que Alan Paredes regresara a casa.Después de dos años de matrimonio, aquello se había vuelto casi un reflejo automático.Su mundo era pequeño, tan pequeño, que solo cabía Alan en él.Dos años atrás, un accidente de carro le había robado todos los recuerdos y la había dejado con el alma de una niña inocente. Alan la rescató, le dijo que él era su prometido.Desde entonces, él era su universo. Él era todo.—Clic.El sonido de la cerradura girando rompió el silencio de la tormenta. Los ojos de Gabriela se iluminaron al instante, igual que los de un gatito que por fin ve regresar a su dueño. Apretando el termo contra su pecho, corrió descalza hasta la puerta, con una sonrisa pura y llena de esperanza.—¡Alan, ya llegaste! Te guardé...Pero no terminó la frase. Una ráfaga de aire helado acompañó a Alan al entrar, congelando todo a su paso, incluso la calidez de su bienvenida.Alan entró impecable, con el traje a la medida y el cabello peinado, apenas salpicado por unas gotas de lluvia. No se veía para nada vulnerable; al contrario, parecía aún más inaccesible, como si la tormenta lo hubiera envuelto en una coraza. Ni siquiera se molestó en regalarle la sonrisa forzada de siempre.Sus ojos estaban tan distantes como la lluvia del otro lado del vidrio.—No hace falta —soltó Alan con voz seca, sin emoción alguna. Pasó de largo, ignorándola, y fue directo al centro de la sala. Con un gesto firme, dejó caer un sobre de documentos y un cheque sobre la mesa de cristal.El sonido no fue fuerte, pero para Gabriela retumbó como un trueno en el corazón.Ella lo siguió, confundida, y preguntó con voz baja:—Alan, ¿qué es esto?Alan se aflojó la corbata y se recargó en el sillón, mirándola desde arriba, como quien observa un objeto que ha perdido su función y estorba en la casa.—Acuerdo de divorcio —la respuesta fue breve, su tono tenía un dejo de impaciencia y alivio—. Ya firmé. Ese cheque es para ti: cinco millones de pesos. Con eso puedes vivir tranquila el resto de tu vida.¿Divorcio...? ¿Acuerdo?Gabriela sintió que su mente se quedaba en blanco, incapaz de comprender lo que significaban esas palabras. Negó suavemente con la cabeza, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.—¿Por qué? Dijiste que estaríamos juntos siempre... ¿Hice algo mal? Puedo cambiar, de verdad...Su voz se quebró, diminuta, como si hablara desde lo más hondo de un pozo. Durante dos años, esa fragilidad suya siempre había conseguido despertar en Alan una mezcla de compasión y necesidad de control.Pero esa noche, solo le provocaba fastidio.—No es eso, Gabriela. Tú no tienes nada malo —dijo Alan, dibujando una sonrisa cruel—. Simplemente, ya no te necesito.Se levantó y se puso frente a ella, mirándola de arriba abajo. Cada palabra la lanzaba con precisión, cortante como un machete:—Voy a casarme. Con Rosa. Ella sí puede apoyarme en mi carrera, puede estar a mi lado, no como tú, que solo eres alguien a quien tengo que cuidar... un peso muerto.La frase la atravesó como una puñalada. "Peso muerto". Esas dos palabras se clavaron en el único rincón de su corazón que aún conservaba algo de esperanza.Rosa Márquez. Ese nombre lo había escuchado antes. Alan solía murmurar su nombre en sueños, como si fuera un secreto inconfesable.Así que todo este tiempo, su obediencia y entrega no habían sido más que una ilusión. Ni siquiera era un reemplazo, solo un estorbo que Alan quería quitarse de encima ahora que ya tenía éxito.El dolor y la traición la arrollaron como una ola. Las lágrimas se desbordaron sin control.—No... no me dejes —rogó, aferrándose a la manga de Alan, igual que un náufrago se aferra a la última tabla—. Por favor, no me abandones...—¡Ya basta! —Alan apartó su mano, impaciente—. Deja de fingir que eres la víctima, ya me cansé.En ese preciso instante——¡BOOM!—Un trueno, aún más aterrador que los anteriores, sacudió el mundo afuera de la ventana. Un destello blanco iluminó por completo el rostro impasible de Alan, y la luz le lastimó los ojos a Gabriela.El estruendo y el resplandor, como una llave inesperada, abrieron de golpe lo más profundo de su mente, que llevaba mucho tiempo enterrado en el olvido.—Zzzzz...—Un agudo zumbido le retumbó en los oídos, y acto seguido, un dolor punzante explotó en sus sienes.Imágenes extrañas, imposibles de comprender, llegaron en oleadas furiosas a su cabeza, como una inundación que arrasa con todo a su paso. Códigos verdes desfilaban sin parar, laboratorios blancos llenos de máquinas frías, un hombre con bata blanca sonriéndole con amabilidad, una mujer gritando y llorando con el alma desgarrada...Por último, la imagen quedó fija en un carro descontrolado y el chirrido agudo de los frenos.—¡Ah!—Gabriela soltó un grito ahogado de dolor, se abrazó la cabeza con las dos manos y se encogió en el sofá, vencida por el tormento.El sobresalto de Alan fue inmediato, aunque su reacción no tardó en teñirse de fastidio y desdén. Arrugó el entrecejo, con una mueca de disgusto.—¿Y ahora qué estás fingiendo, Gabriela? Te lo advierto, no sirve de nada. Hoy te divorcias, quieras o no.Él pensó que se trataba de otro truco para dar lástima.Sin embargo, unos segundos después, cuando Gabriela levantó la mirada, Alan se quedó paralizado.Esos ojos... habían cambiado.Si antes la mirada de Gabriela era como el agua clara de un manantial, pura y dulce, llena de inocencia y dependencia, ahora parecía que ese manantial se había transformado en un bloque de hielo eterno. Toda la confusión y fragilidad desaparecieron, reemplazadas por una lucidez cortante y ajena, como si de pronto lo entendiera todo.Era una mirada que lo atravesaba por completo, que llegaba hasta el rincón más oscuro de su alma y lo veía tal como era, con todas sus miserias y secretos.El corazón de Alan dio un brinco, y un escalofrío de inquietud le recorrió la espalda.—Tú... —alcanzó a decir, pero Gabriela ya se había puesto de pie.No lloró. No hizo ningún drama. Hasta las huellas de lágrimas parecían haberse secado, absorbidas por aquella nueva frialdad. Caminó en silencio hacia la mesita, tomó la hoja del acuerdo de divorcio y la pluma.Leyó rápido, como si cada palabra pesara menos que el aire. Al llegar a la última página, firmó sin dudar.—Gabriela.Las letras firmes, decididas, sin rastro de la inseguridad de antes.Empujó el papel hacia Alan con una voz tan serena que no se movía ni una hoja.—Listo.Esa calma repentina, más que cualquier grito o llanto, le heló la sangre a Alan. La observó fijamente, buscando algún indicio de debilidad en su cara, una grieta mínima en la fachada.No encontró nada.Gabriela solo se quedó ahí, en silencio, con la mirada perdida más allá de él, hacia la noche que la tormenta barría del otro lado del vidrio. Como si Alan fuera apenas polvo en el aire, algo sin importancia.Ese desprecio absoluto le pisoteó el orgullo a Alan.—Vaya, por fin entendiste —masculló, tragándose su incomodidad. Tomó el acuerdo de divorcio y lo agitó—. Ya estamos a mano. Desde hoy, cada quien por su camino.Él creyó que todo era un último intento de aferrarse a su dignidad perdida.Sin decir más, Alan se marchó. Ni siquiera volteó. No podía esperar para irse con su querida Rosa, para lanzarse hacia ese futuro brillante que creía suyo.La puerta blindada se cerró de golpe, cortando el vínculo entre los dos mundos.El departamento se quedó en silencio. Solo Gabriela, y el eco de la tormenta.Avanzó hasta la enorme ventana, apoyó los dedos helados en el cristal. Afuera, los relámpagos y el viento hacían temblar el edificio.Pero la verdadera tormenta, la que avanzaba en su mente, apenas estaba comenzando.Alan... Tecnología V-Era... El algoritmo Phoenix...Dos años. Dos años completos viviendo dentro de una mentira tejida con esmero.Gabriela cerró los ojos despacio. Cuando volvió a abrirlos, una chispa más afilada que cualquier rayo cruzó su mirada.Sus cosas. Su vida. Había llegado el momento... de recuperarlo todo, uno por uno.La lluvia se había ido y el cielo comenzaba a aclarar. La luz de la mañana entraba apenas, suave y tibia, a través de los ventanales inmensos. En el piso reluciente, el sol dibujaba una mancha dorada, como si quisiera borrar la memoria de la tormenta de anoche. Afuera, las gotas que aún colgaban de las hojas eran el único testimonio de que el viento y el aguacero no habían sido un mal sueño.Gabriela abrió los ojos en medio de ese silencio absoluto.No había dormido. O mejor dicho, su mente se negó todo el tiempo a rendirse al descanso. Pasó la noche entera así, inmóvil, sentada sobre el suelo helado, permitiendo que dos vidas tan diferentes chocaran y se desgarraran dentro de su cabeza, hasta comenzar a fundirse en una sola.Por un lado, estaban los veintidós años que recordaba como la Gabriela genio. Ahí todo era código, algoritmos, retos científicos sin fin, el cariño de sus padres, la confianza de sus maestros y amigos. El mundo se le mostraba claro, ordenado, lleno de oportunidades.Por otro, esos dos años breves con la mentalidad de una niña, convertida en la “esposa” de alguien. En esos recuerdos, el mundo era pequeño: solo existía esa mansión lujosa, que sentía como una jaula, y un hombre llamado Alan. Allí, la realidad era difusa, los sentimientos simples y el futuro dependía de lo que él decidiera.Ahora, por fin, todo había terminado.Aquella entrega total, esa dependencia ciega nacida durante esos dos años, se le antojaba ahora un chiste cruel. Lo que creyó su salvación resultó ser un engaño de principio a fin. El supuesto héroe que pensó que la rescataba fue, en realidad, quien la arrojó al abismo y le robó todo lo que era.El dolor le atravesó el pecho, se le extendió a cada rincón del cuerpo, pero su cara no mostró nada.Tras esa oleada de tristeza, solo quedó una calma helada, cortante, como si se hubiera vaciado por dentro.Se puso de pie con lentitud, descalza, y recorrió la casa donde había pasado los últimos dos años. Cada rincón le devolvía ecos de su ingenuidad, de sus intentos por agradar a Alan. En el jardín que cuidó con tanto esmero, en los pasteles que aprendió a hacer para él, en el sillón donde se quedaba dormida esperándolo cuando llegaba tarde...Todo ese velo de ternura se rompía ahora, dejando solo la verdad dura y amarga de haber sido utilizada.Gabriela llegó al estudio, ese espacio que Alan había reservado siempre para sí mismo y al que ella rara vez entraba. Sobre el escritorio, una computadora de las más potentes, la herramienta de Alan para llevar los asuntos de su empresa.Se sentó. Sus dedos largos y pálidos flotaron un instante sobre el teclado, dudosos. Era como si los músculos recordaran, por puro instinto, lo que habían olvidado durante esos dos años.Pero enseguida, sus manos retomaron el ritmo de antes, ágiles, seguras, casi imposibles de seguir con la vista.Tecleó su propio nombre: Gabriela.Enter.La pantalla se llenó de inmediato con decenas de resultados.[¡Joven prodigio de la IA, Gabriela, sufre accidente grave y sigue en coma!][¡Lamentable! ¿Gabriela, autora del algoritmo Phoenix, quedará en estado vegetal? ¿Se apaga la nueva estrella de la tecnología?][Seguimiento al accidente de Gabriela: el conductor ya está detenido, se presume un descuido por cansancio.]…Todas esas noticias tenían fecha de hace dos años y tres meses.A partir de ahí, su nombre desaparecía. Como si, de pronto, Gabriela hubiera dejado de existir en el mundo.Sin que se notara el menor cambio en su expresión, Gabriela cerró las páginas, movió los dedos y escribió otro nombre: Alan.Esta vez, la avalancha de resultados fue abrumadora.[Nuevo líder tecnológico Alan, con Tecnología V-Era, revoluciona la inteligencia artificial.][Entrevista exclusiva con el fundador de V-Era, Alan: “Mi éxito se basa en la pasión por la tecnología.”][¡Producto revolucionario! V-Era lanza el sistema interactivo Phoenix 1.0: inicia una nueva era en IA.]En la pantalla, ese hombre bien vestido, mirada altiva, sonrisa de triunfo, no le despertaba ni un asomo de emoción. Solo sentía un abismo helado en el pecho.Tecnología V-Era había nacido hacía dos años.El algoritmo Phoenix era el proyecto al que Gabriela había entregado su alma antes del accidente, su tesis y la base de su futuro emprendimiento. Ese nombre solo se lo había compartido a una persona, entonces su “novio”: Alan.La línea de tiempo encajaba a la perfección.Durante esos meses en que ella “desapareció”, Alan pasó de ser un estudiante común y corriente, opacado por el brillo de Gabriela, a convertirse en la figura joven y prometedora que ahora encabezaba la revolución de la inteligencia artificial, dueño de la tecnología que ella misma había creado.Capítulo 3—¡Booom!—Un relámpago blanco desgarró el cielo oscuro, iluminando la noche como si pretendiera partir la tierra en dos. El trueno que siguió fue tan fuerte que parecía que la casa misma iba a sacudirse hasta los cimientos.La lluvia caía a cántaros, golpeando sin piedad los ventanales de Villa Monteverde. El repiqueteo —pa-pa-pa— sonaba como si cientos de manos desesperadas quisieran abrirse paso al interior.Por dentro, la mansión brillaba con todas las luces encendidas, pero el resplandor, lejos de calentar el ambiente, solo acentuaba la frialdad del lujo.Gabriela Montero estaba acurrucada en el sofá de la sala, abrazando un termo de comida que ya se había enfriado. Su mirada vacía apuntaba hacia la entrada, esperando. Ella siempre esperaba a que Alan Paredes regresara a casa.Después de dos años de matrimonio, aquello se había vuelto casi un reflejo automático.Su mundo era pequeño, tan pequeño, que solo cabía Alan en él.Dos años atrás, un accidente de carro le había robado todos los recuerdos y la había dejado con el alma de una niña inocente. Alan la rescató, le dijo que él era su prometido.Desde entonces, él era su universo. Él era todo.—Clic.El sonido de la cerradura girando rompió el silencio de la tormenta. Los ojos de Gabriela se iluminaron al instante, igual que los de un gatito que por fin ve regresar a su dueño. Apretando el termo contra su pecho, corrió descalza hasta la puerta, con una sonrisa pura y llena de esperanza.—¡Alan, ya llegaste! Te guardé...Pero no terminó la frase. Una ráfaga de aire helado acompañó a Alan al entrar, congelando todo a su paso, incluso la calidez de su bienvenida.Alan entró impecable, con el traje a la medida y el cabello peinado, apenas salpicado por unas gotas de lluvia. No se veía para nada vulnerable; al contrario, parecía aún más inaccesible, como si la tormenta lo hubiera envuelto en una coraza. Ni siquiera se molestó en regalarle la sonrisa forzada de siempre.Sus ojos estaban tan distantes como la lluvia del otro lado del vidrio.—No hace falta —soltó Alan con voz seca, sin emoción alguna. Pasó de largo, ignorándola, y fue directo al centro de la sala. Con un gesto firme, dejó caer un sobre de documentos y un cheque sobre la mesa de cristal.El sonido no fue fuerte, pero para Gabriela retumbó como un trueno en el corazón.Ella lo siguió, confundida, y preguntó con voz baja:—Alan, ¿qué es esto?Alan se aflojó la corbata y se recargó en el sillón, mirándola desde arriba, como quien observa un objeto que ha perdido su función y estorba en la casa.—Acuerdo de divorcio —la respuesta fue breve, su tono tenía un dejo de impaciencia y alivio—. Ya firmé. Ese cheque es para ti: cinco millones de pesos. Con eso puedes vivir tranquila el resto de tu vida.¿Divorcio...? ¿Acuerdo?Gabriela sintió que su mente se quedaba en blanco, incapaz de comprender lo que significaban esas palabras. Negó suavemente con la cabeza, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.—¿Por qué? Dijiste que estaríamos juntos siempre... ¿Hice algo mal? Puedo cambiar, de verdad...Su voz se quebró, diminuta, como si hablara desde lo más hondo de un pozo. Durante dos años, esa fragilidad suya siempre había conseguido despertar en Alan una mezcla de compasión y necesidad de control.Pero esa noche, solo le provocaba fastidio.—No es eso, Gabriela. Tú no tienes nada malo —dijo Alan, dibujando una sonrisa cruel—. Simplemente, ya no te necesito.Se levantó y se puso frente a ella, mirándola de arriba abajo. Cada palabra la lanzaba con precisión, cortante como un machete:—Voy a casarme. Con Rosa. Ella sí puede apoyarme en mi carrera, puede estar a mi lado, no como tú, que solo eres alguien a quien tengo que cuidar... un peso muerto.La frase la atravesó como una puñalada. "Peso muerto". Esas dos palabras se clavaron en el único rincón de su corazón que aún conservaba algo de esperanza.Rosa Márquez. Ese nombre lo había escuchado antes. Alan solía murmurar su nombre en sueños, como si fuera un secreto inconfesable.Así que todo este tiempo, su obediencia y entrega no habían sido más que una ilusión. Ni siquiera era un reemplazo, solo un estorbo que Alan quería quitarse de encima ahora que ya tenía éxito.El dolor y la traición la arrollaron como una ola. Las lágrimas se desbordaron sin control.—No... no me dejes —rogó, aferrándose a la manga de Alan, igual que un náufrago se aferra a la última tabla—. Por favor, no me abandones...—¡Ya basta! —Alan apartó su mano, impaciente—. Deja de fingir que eres la víctima, ya me cansé.En ese preciso instante——¡BOOM!—Un trueno, aún más aterrador que los anteriores, sacudió el mundo afuera de la ventana. Un destello blanco iluminó por completo el rostro impasible de Alan, y la luz le lastimó los ojos a Gabriela.El estruendo y el resplandor, como una llave inesperada, abrieron de golpe lo más profundo de su mente, que llevaba mucho tiempo enterrado en el olvido.—Zzzzz...—Un agudo zumbido le retumbó en los oídos, y acto seguido, un dolor punzante explotó en sus sienes.Imágenes extrañas, imposibles de comprender, llegaron en oleadas furiosas a su cabeza, como una inundación que arrasa con todo a su paso. Códigos verdes desfilaban sin parar, laboratorios blancos llenos de máquinas frías, un hombre con bata blanca sonriéndole con amabilidad, una mujer gritando y llorando con el alma desgarrada...Por último, la imagen quedó fija en un carro descontrolado y el chirrido agudo de los frenos.—¡Ah!—Gabriela soltó un grito ahogado de dolor, se abrazó la cabeza con las dos manos y se encogió en el sofá, vencida por el tormento.El sobresalto de Alan fue inmediato, aunque su reacción no tardó en teñirse de fastidio y desdén. Arrugó el entrecejo, con una mueca de disgusto.—¿Y ahora qué estás fingiendo, Gabriela? Te lo advierto, no sirve de nada. Hoy te divorcias, quieras o no.Él pensó que se trataba de otro truco para dar lástima.Sin embargo, unos segundos después, cuando Gabriela levantó la mirada, Alan se quedó paralizado.Esos ojos... habían cambiado.Si antes la mirada de Gabriela era como el agua clara de un manantial, pura y dulce, llena de inocencia y dependencia, ahora parecía que ese manantial se había transformado en un bloque de hielo eterno. Toda la confusión y fragilidad desaparecieron, reemplazadas por una lucidez cortante y ajena, como si de pronto lo entendiera todo.Era una mirada que lo atravesaba por completo, que llegaba hasta el rincón más oscuro de su alma y lo veía tal como era, con todas sus miserias y secretos.El corazón de Alan dio un brinco, y un escalofrío de inquietud le recorrió la espalda.—Tú... —alcanzó a decir, pero Gabriela ya se había puesto de pie.No lloró. No hizo ningún drama. Hasta las huellas de lágrimas parecían haberse secado, absorbidas por aquella nueva frialdad. Caminó en silencio hacia la mesita, tomó la hoja del acuerdo de divorcio y la pluma.Leyó rápido, como si cada palabra pesara menos que el aire. Al llegar a la última página, firmó sin dudar.—Gabriela.Las letras firmes, decididas, sin rastro de la inseguridad de antes.Empujó el papel hacia Alan con una voz tan serena que no se movía ni una hoja.—Listo.Esa calma repentina, más que cualquier grito o llanto, le heló la sangre a Alan. La observó fijamente, buscando algún indicio de debilidad en su cara, una grieta mínima en la fachada.No encontró nada.Gabriela solo se quedó ahí, en silencio, con la mirada perdida más allá de él, hacia la noche que la tormenta barría del otro lado del vidrio. Como si Alan fuera apenas polvo en el aire, algo sin importancia.Ese desprecio absoluto le pisoteó el orgullo a Alan.—Vaya, por fin entendiste —masculló, tragándose su incomodidad. Tomó el acuerdo de divorcio y lo agitó—. Ya estamos a mano. Desde hoy, cada quien por su camino.Él creyó que todo era un último intento de aferrarse a su dignidad perdida.Sin decir más, Alan se marchó. Ni siquiera volteó. No podía esperar para irse con su querida Rosa, para lanzarse hacia ese futuro brillante que creía suyo.La puerta blindada se cerró de golpe, cortando el vínculo entre los dos mundos.El departamento se quedó en silencio. Solo Gabriela, y el eco de la tormenta.Avanzó hasta la enorme ventana, apoyó los dedos helados en el cristal. Afuera, los relámpagos y el viento hacían temblar el edificio.Pero la verdadera tormenta, la que avanzaba en su mente, apenas estaba comenzando.Alan... Tecnología V-Era... El algoritmo Phoenix...Dos años. Dos años completos viviendo dentro de una mentira tejida con esmero.Gabriela cerró los ojos despacio. Cuando volvió a abrirlos, una chispa más afilada que cualquier rayo cruzó su mirada.Sus cosas. Su vida. Había llegado el momento... de recuperarlo todo, uno por uno.La lluvia se había ido y el cielo comenzaba a aclarar. La luz de la mañana entraba apenas, suave y tibia, a través de los ventanales inmensos. En el piso reluciente, el sol dibujaba una mancha dorada, como si quisiera borrar la memoria de la tormenta de anoche. Afuera, las gotas que aún colgaban de las hojas eran el único testimonio de que el viento y el aguacero no habían sido un mal sueño.Gabriela abrió los ojos en medio de ese silencio absoluto.No había dormido. O mejor dicho, su mente se negó todo el tiempo a rendirse al descanso. Pasó la noche entera así, inmóvil, sentada sobre el suelo helado, permitiendo que dos vidas tan diferentes chocaran y se desgarraran dentro de su cabeza, hasta comenzar a fundirse en una sola.Por un lado, estaban los veintidós años que recordaba como la Gabriela genio. Ahí todo era código, algoritmos, retos científicos sin fin, el cariño de sus padres, la confianza de sus maestros y amigos. El mundo se le mostraba claro, ordenado, lleno de oportunidades.Por otro, esos dos años breves con la mentalidad de una niña, convertida en la “esposa” de alguien. En esos recuerdos, el mundo era pequeño: solo existía esa mansión lujosa, que sentía como una jaula, y un hombre llamado Alan. Allí, la realidad era difusa, los sentimientos simples y el futuro dependía de lo que él decidiera.Ahora, por fin, todo había terminado.Aquella entrega total, esa dependencia ciega nacida durante esos dos años, se le antojaba ahora un chiste cruel. Lo que creyó su salvación resultó ser un engaño de principio a fin. El supuesto héroe que pensó que la rescataba fue, en realidad, quien la arrojó al abismo y le robó todo lo que era.El dolor le atravesó el pecho, se le extendió a cada rincón del cuerpo, pero su cara no mostró nada.Tras esa oleada de tristeza, solo quedó una calma helada, cortante, como si se hubiera vaciado por dentro.Se puso de pie con lentitud, descalza, y recorrió la casa donde había pasado los últimos dos años. Cada rincón le devolvía ecos de su ingenuidad, de sus intentos por agradar a Alan. En el jardín que cuidó con tanto esmero, en los pasteles que aprendió a hacer para él, en el sillón donde se quedaba dormida esperándolo cuando llegaba tarde...Todo ese velo de ternura se rompía ahora, dejando solo la verdad dura y amarga de haber sido utilizada.Gabriela llegó al estudio, ese espacio que Alan había reservado siempre para sí mismo y al que ella rara vez entraba. Sobre el escritorio, una computadora de las más potentes, la herramienta de Alan para llevar los asuntos de su empresa.Se sentó. Sus dedos largos y pálidos flotaron un instante sobre el teclado, dudosos. Era como si los músculos recordaran, por puro instinto, lo que habían olvidado durante esos dos años.Pero enseguida, sus manos retomaron el ritmo de antes, ágiles, seguras, casi imposibles de seguir con la vista.Tecleó su propio nombre: Gabriela.Enter.La pantalla se llenó de inmediato con decenas de resultados.[¡Joven prodigio de la IA, Gabriela, sufre accidente grave y sigue en coma!][¡Lamentable! ¿Gabriela, autora del algoritmo Phoenix, quedará en estado vegetal? ¿Se apaga la nueva estrella de la tecnología?][Seguimiento al accidente de Gabriela: el conductor ya está detenido, se presume un descuido por cansancio.]…Todas esas noticias tenían fecha de hace dos años y tres meses.A partir de ahí, su nombre desaparecía. Como si, de pronto, Gabriela hubiera dejado de existir en el mundo.Sin que se notara el menor cambio en su expresión, Gabriela cerró las páginas, movió los dedos y escribió otro nombre: Alan.Esta vez, la avalancha de resultados fue abrumadora.[Nuevo líder tecnológico Alan, con Tecnología V-Era, revoluciona la inteligencia artificial.][Entrevista exclusiva con el fundador de V-Era, Alan: “Mi éxito se basa en la pasión por la tecnología.”][¡Producto revolucionario! V-Era lanza el sistema interactivo Phoenix 1.0: inicia una nueva era en IA.]En la pantalla, ese hombre bien vestido, mirada altiva, sonrisa de triunfo, no le despertaba ni un asomo de emoción. Solo sentía un abismo helado en el pecho.Tecnología V-Era había nacido hacía dos años.El algoritmo Phoenix era el proyecto al que Gabriela había entregado su alma antes del accidente, su tesis y la base de su futuro emprendimiento. Ese nombre solo se lo había compartido a una persona, entonces su “novio”: Alan.La línea de tiempo encajaba a la perfección.Durante esos meses en que ella “desapareció”, Alan pasó de ser un estudiante común y corriente, opacado por el brillo de Gabriela, a convertirse en la figura joven y prometedora que ahora encabezaba la revolución de la inteligencia artificial, dueño de la tecnología que ella misma había creado.