Capítulo 1—Señora Lucero, lamento informarle que esta vez la inseminación artificial tampoco funcionó.Karina Leyva sostenía el resultado del laboratorio entre sus dedos, que no dejaban de temblar. El papel se sentía helado, como si el frío viniera de sus propias entrañas. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces le habían dado la misma noticia.Siete años de matrimonio, y toda la familia Lucero esperando que ella diera a luz al tan ansiado heredero. Pero su vientre seguía tan quieto como el desierto en plena noche.Habían probado de todo: noches planeadas, remedios caseros de la abuelita, tratamientos en clínicas, operaciones. Nada había servido.Se encaminó, lista para tocar la puerta del consultorio de su doctora, cuando escuchó un par de voces cuchicheando en el pasillo:—…pobre señora Lucero, ya casi no le queda fuerza en el útero, ¿no ve que está destrozando su salud…?—¿Pobre? ¿Tú no sabes que su esposo ni siquiera quiere hijos? Por más que ella lo intente, aunque lo haga cien veces más, es puro desgaste…El golpe de esas palabras la dejó paralizada. Su mano, ya estirada hacia la puerta, se quedó suspendida en el aire.¿Valentín Lucero… no quería que ella quedara embarazada?...Volvió a casa en automático, sin saber bien cómo había llegado. Se acurrucó en la cama. Afuera, el sol de principios de verano brillaba cálido, pero por dentro sentía un frío que le subía desde los pies y le calaba hasta los huesos.De repente, el colchón se hundió a su lado. El olor a alcohol, mezclado con un aroma a madera y perfume caro, la envolvió. Valentín la abrazó por la espalda, sus manos grandes y cálidas se colaron bajo la tela suave de su pijama.—¿Me extrañaste? —le susurró al oído.Sus caricias lograban que el cuerpo de Karina reaccionara, temblando de deseo, pero su alma se encogía más y más, como si se estuviera marchitando. Ese hombre, que tanto la había hecho soñar, ni siquiera se había molestado en preguntarle por los resultados del hospital.—No hubo suerte… otra vez —musitó, la voz tan ronca que casi no se reconocía.La mano de Valentín se detuvo apenas un instante. Luego, su tono salió tan plano, tan neutro, que no se podía adivinar si le importaba algo:—Ya veo. Has hecho mucho esfuerzo.—Tengo que salir de viaje por negocios, estaré fuera dos meses. Cuídate. Dile a la señora que te prepare una sopa de cebolla, eso te hará bien.Y acto seguido, se inclinó para besarla. Su boca ardía, cargada de deseo y de ese atrevimiento que solo le salía cuando estaba borracho. Karina quiso apartarse, pero no pudo resistirse. Al final, se dejó llevar, como tantas veces antes.Valentín siempre era cuidadoso. Nunca le hacía daño. Después la llevaba al baño, la bañaba, la secaba y la regresaba a la cama, abrazándola hasta que se quedaba dormida entre sus brazos. Todo parecía tan perfecto, tan lleno de cariño, como si fueran la pareja más feliz del mundo.Pero esa noche, mientras él respiraba tranquilo a su lado, Karina no podía dormir. Sus ojos se posaron en el maletín que Valentín había dejado descuidadamente junto al sofá.En siete años de casados, jamás se le había ocurrido revisar nada de lo suyo. Era el respeto básico que sentía por su papel como señora Lucero. Pero ahora, mirando el perfil de Valentín dormido, se levantó de la cama.Unos minutos después, rebuscando entre papeles y carpetas, encontró una cajita de pastillas blancas. Su corazón se detuvo al reconocerlas: ¡eran anticonceptivos!Karina se quedó mirando fijamente. Ella nunca los había usado, no desde que empezaron a buscar un hijo. Solo los conocía porque alguna vez, entre amigas, le habían bromeado diciendo que ella y Valentín se querían tanto que nunca los necesitaría.El golpe de realidad fue devastador. Aunque algo había sospechado en el hospital, ver la evidencia la dejó sin aire. ¿Qué significaba que un hombre que supuestamente busca tener un hijo anduviera con pastillas para no tenerlo?¿Le estaba siendo infiel? ¿O…?De pronto, recordó todas esas veces que Valentín insistía en que la señora le hiciera sopa de cebolla. Un escalofrío le recorrió la columna.Temblando, del fondo del maletín se deslizó una foto. El borde ya estaba desgastado de tanto que alguien la había tocado. En la imagen, un chico sonriente abrazaba a una muchacha, ambos tan felices que dolía mirarlos.—¿Qué estás haciendo?Valentín se levantó de la cama y le arrebató la foto, mirándola con una mezcla de rabia y reproche.—¿Me estás espiando? Karina, ¿desde cuándo eres así de irrespetuosa?Karina soltó una risa amarga, tan dolorosa que casi le saca lágrimas, como si alguien le estuviera arrancando el alma.—¿Irrespetuosa? No. Lo que pasa es que estos años… he sido demasiado “respetuosa” —dijo, la voz quebrándose entre sus carcajadas tristes.Mientras reía, una punzada brutal le atravesó el vientre. Sintió cómo el mundo se le iba y, antes de perder la conciencia, lo último que vio fue la cara de Valentín, pálida de susto…...—¡Cof… cof, cof!—Karina abrió los ojos de golpe. El dolor aún no se le pasaba, pero ahora el humo denso la hacía toser sin control.—¡Fuego! ¡Corran, se está incendiando!—¡Ayuda, por favor!El bullicio la envolvía. Karina se obligó a incorporarse, sin entender nada. Las mesas estaban volcadas, botellas de licor regadas por el piso, las luces de colores parpadeando entre la nube de humo…Entonces, la vio. En el sofá, una figura familiar estaba tirada, desmayada por el alcohol. ¡Fátima Barrios!Pero… ¿no se había muerto en el incendio de hace siete años?El pánico la atravesó. Tomó su celular con manos temblorosas y miró la pantalla.[2026-05-18 22:50]El corazón se le detuvo. ¡Había regresado siete años al pasado, justo la noche en que Fátima murió entre las llamas!¿Estaba viviendo otra vez?El fuego crecía, y ella intentó moverse hacia la puerta. Solo entonces notó su tobillo torcido. Cada paso era como si le clavaran agujas en la carne.—¡BAM!—La puerta se abrió de una patada. Entre el humo apareció una figura alta, fuerte, envuelta en la neblina ardiente.Por un instante, el Valentín de su vida pasada y el de ahora se fundieron en uno solo. Karina, confiando como antes, le extendió la mano.—Valentín… sálvame…Era el Valentín de hace siete años, aún con un aire juvenil, pero ya con esa fuerza y decisión que después lo harían temido y admirado.—No tengas miedo, te sacaré de aquí.Su voz era urgente, llena de esa energía que aún no se le desgastaba.Karina pensó que, como antes, él correría a abrazarla, la protegería con todo su ser y le susurraría que todo estaría bien.Pero no.Valentín apenas la miró un segundo. Solo uno.Luego, pasó de largo sin dudarlo, corrió derecho hacia Fátima y la alzó en brazos.Al pasar junto a Karina, ni siquiera la miró. Solo le gritó rápido:—¡Sígueme!Y salió cargando a Fátima, sin volver la vista atrás.La mano de Karina quedó suspendida en el aire.Sintió cómo el corazón se le hacía pedazos.Tenía el tobillo lastimado.No podía correr.¿Valentín la estaba dejando atrás… para que muriera en lugar de Fátima?El brillo en los ojos de Karina se fue apagando poco a poco. Justo cuando la desesperación la venció y cerró los ojos, una mano fuerte y caliente se aferró a su muñeca. De pronto, todo giró a su alrededor y se sintió envuelta en unos brazos sólidos.—¡Agárrate de mí! —la voz, segura y urgente, la sacudió.Aquel hombre la levantó como si fuera una pluma, sin delicadeza alguna, tal cual levantaría a un gato del suelo.En el siguiente instante, algo explotó frente a ellos. El desconocido la apretó aún más contra su pecho, cubriéndole la cabeza.El aire se llenó con el olor picante de la pólvora, y una oleada de calor ardiente los envolvió desde atrás. Sin embargo, entre todo ese caos, Karina sintió algo más. Un aroma cortante, casi gélido, que le resultaba tan extraño como familiar.La nube de humo la obligó a cerrar los ojos. A duras penas, entreabrió los párpados, queriendo ver el rostro de quien la estaba salvando.A través de la máscara de protección, solo alcanzó a distinguir unos ojos oscuros, profundos, insondables.De reojo, alcanzó a ver cómo Valentín ya había salido con Fátima en brazos, colocándola en una zona segura. Apretaba a Fátima contra su pecho, como si temiera perderla de nuevo, con una angustia y un alivio en el rostro que Karina jamás le había visto.Karina cerró los ojos despacio.Una lágrima, silenciosa, rodó por su mejilla.No le quedaba la menor duda.Valentín también había regresado.Solo que esta vez, él eligió a Fátima.En la vida pasada, por salvar a Karina, Fátima murió en el incendio. Valentín llevó la foto de Fátima consigo durante siete años, recordándola cada día, atormentándose por su pérdida. Jamás permitió que otra mujer le diera un hijo, como si su vida se hubiera detenido en ese instante.Ahora, por fin había salvado a la mujer de su corazón, compensando el dolor de la vida anterior.¿No estaría feliz?Karina dejó escapar una sonrisa amarga.Quizá así era mejor.Si el destino les había dado otra oportunidad, tal vez solo quería que, de una vez por todas, cortaran ese lazo que solo les trajo dolor.Era momento de dejarlo ir.El humo la había debilitado demasiado, y las emociones la tenían exhausta. Todo se volvió negro y perdió el conocimiento.Justo antes de sumirse en la oscuridad total, creyó escuchar la voz inquieta de Valentín, gritando no muy lejos:—¿Dónde está? ¿Dónde está Karina?Ja, seguro lo había imaginado.Ahora todo su mundo giraba en torno a Fátima.¿Y Karina? ¿A quién le importaba?...Cuando por fin despertó, ya era de mañana.Abrió los ojos con lentitud. Lo primero que vio fue el rostro de su madre, tenso y bañado en preocupación.—Kari, ¿ya despertaste? ¿Te duele algo? ¿Estás bien? —la voz de su madre temblaba entre miedo y alivio.Los ojos de Karina se llenaron de lágrimas. De un brinco, se incorporó y se arrojó a los brazos de su mamá, aferrándose como si temiera perderla otra vez.—Mamá, te extrañé tanto...¡Qué fortuna tenerte viva en esta vida!En la vida pasada, a menos de seis meses de casarse con Valentín, sus padres sufrieron un accidente de avión privado durante un viaje de negocios y nunca regresaron. Ni siquiera pudieron recuperar sus cuerpos.Después de eso, la vida de Karina se volvió una larga noche. Solo le quedaba la supuesta devoción de Valentín, que no era más que una máscara hueca. Nadie más le mostró nunca un poco de calor.Todos la juzgaban por no quedar embarazada, murmuraban a sus espaldas, como si eso fuera lo único que importaba. Nadie sabía cuánta angustia sufría, cuántas noches lloraba en silencio, sin tener a quién contarle sus penas.A veces, entre sueños, sollozaba deseando que su madre la abrazara y le dijera que todo estaría bien.Pero ahora, la vida le daba otra oportunidad.Esta vez, no dejaría que la tragedia se repitiera.Yolanda Sierra, su madre, le acarició la espalda con suavidad, agradecida y temblorosa:—¿Te asustaste mucho anoche? Por suerte, Valentín reaccionó rápido y te sacó del incendio... Hija, casi me da un infarto. Si te pasa algo, ¿qué haría yo justo cuando ya te vas a casar?Karina frunció el ceño.Ella recordaba perfectamente que Valentín había salvado a Fátima, no a ella. Alguien más la había sacado del fuego, así que, ¿por qué darle el crédito a Valentín?Sin embargo, no era momento de discutir. Karina apretó la mano de su madre y, con una firmeza que no le cabía en el pecho, dijo:—Mamá, no me voy a casar con Valentín.—¿Qué? ¿Ya no te vas a casar?Yolanda se quedó congelada por un segundo, luego suspiró resignada.—Pero si ya habían fijado la boda, hasta las invitaciones están repartidas. ¿Cómo vas a echarte para atrás justo ahora…?Karina hundió la cabeza en el pecho de su madre, como si fuera una niña a la que le acabaran de romper el corazón.—Es que no quiero dejarte sola, mamá.Yolanda acarició con ternura la suave cabellera de su hija, y su tono se suavizó todavía más:—Ay, mi niña, si desde chiquita estabas enamorada de Valentín. Siempre soñaste con casarte con él y armar tu propia familia juntos. ¿Por qué de repente…?Un sabor amargo le subió al pecho a Karina.Las palabras de su madre la hicieron regresar a la realidad en un instante.Valentín creció bajo la mirada atenta de los mayores de la familia Leyva, siempre se destacó y se ganó la confianza y cariño de todos.Especialmente después de que se comprometieron hace medio año, su papá incluso le confió proyectos importantes del grupo familiar.Pero, ¿cómo podía explicarle a su madre?En el fondo, Valentín nunca le dio un lugar en su vida.Después de la boda, todo lo que les esperaba era una fachada de armonía y cariño.Ni siquiera tenía derecho a ser madre; aunque arriesgara su salud, no lograría que él le tuviera un poco de compasión.Y mientras tanto, la empresa familiar iba cayendo poco a poco en sus manos, hasta convertirse en el trampolín que lo llevó a la cima del mundo empresarial.Recordar todo lo que había vivido en su vida pasada le desgarraba el alma....—Señora, la señorita Fátima ya regresó. El señor Valentín también vino con ella.La voz de la empleada se escuchó desde afuera.Yolanda pensó que Valentín había venido a platicar los detalles de la boda, o tal vez a ver cómo estaba Karina después del susto.Le dio unas palmaditas en la mano.—No te llenes la cabeza de cosas feas. Ve a lavarte la cara y ponte algo bonito, no lo hagas esperar tanto.Karina frunció el ceño.¿Apenas regresaba Fátima?Vaya, claro.Al fin y al cabo, Fátima era el gran amor perdido de Valentín, a quien había extrañado durante siete años. Apenas la recuperó anoche, seguro no quería soltarla tan pronto.Fátima era hija de Sabrina Barrios, la mejor amiga de su madre.Medio año atrás, Fátima volvió del extranjero solo para asistir a su fiesta de compromiso con Valentín, y luego se quedó a vivir en la casa familiar argumentando que quería crecer profesionalmente aquí.Su madre, por cariño a Sabrina, siempre la trató de maravilla.En estos meses, todo lo que Karina tenía, su madre también lo preparaba para Fátima, nunca le dejó faltar nada.En su vida pasada, tras la muerte inesperada de Fátima en aquel incendio, su madre lloró hasta desmayarse, repitiendo que no había cuidado bien a la hija de su amiga, como si el mundo se le viniera abajo de tanta culpa.Pero, después de que sus padres murieron, Karina fue a revisar sus pertenencias y descubrió algo increíble: su papá había estado transfiriendo enormes cantidades de dinero al extranjero durante años.Las sumas eran tan grandes que daban miedo.Todo ese dinero terminaba en una sola cuenta: la de Sabrina, la madre de Fátima.Por desgracia, cuando Karina descubrió todo esto, tanto Fátima como su padre ya habían fallecido. Jamás pudo entender qué había detrás de todo eso hasta el día en que murió.Por eso, ahora tenía que buscar el momento para advertirle a su mamá; temía que su papá hubiera perdido el rumbo desde hacía tiempo.Karina no bajó enseguida.Todavía sentía molestias en el tobillo, así que le pidió a la empleada que la llevara en silla por el pasillo del segundo piso y se detuvo junto a la baranda para asomarse.Abajo, Valentín se veía impecable con su traje entallado, de pie en medio de la sala. Su voz grave y distante llenó el ambiente:—Señor, señora, hoy además de traer de vuelta a la señorita Fátima, quiero hablarles de algo importante.—Debo cancelar mi boda con Karina.—Todos estos años la he visto como una hermana, nunca la he considerado como pareja.—La persona que quiero es Fátima. Les pido que me permitan estar con ella.Capítulo 2—Señora Lucero, lamento informarle que esta vez la inseminación artificial tampoco funcionó.Karina Leyva sostenía el resultado del laboratorio entre sus dedos, que no dejaban de temblar. El papel se sentía helado, como si el frío viniera de sus propias entrañas. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces le habían dado la misma noticia.Siete años de matrimonio, y toda la familia Lucero esperando que ella diera a luz al tan ansiado heredero. Pero su vientre seguía tan quieto como el desierto en plena noche.Habían probado de todo: noches planeadas, remedios caseros de la abuelita, tratamientos en clínicas, operaciones. Nada había servido.Se encaminó, lista para tocar la puerta del consultorio de su doctora, cuando escuchó un par de voces cuchicheando en el pasillo:—…pobre señora Lucero, ya casi no le queda fuerza en el útero, ¿no ve que está destrozando su salud…?—¿Pobre? ¿Tú no sabes que su esposo ni siquiera quiere hijos? Por más que ella lo intente, aunque lo haga cien veces más, es puro desgaste…El golpe de esas palabras la dejó paralizada. Su mano, ya estirada hacia la puerta, se quedó suspendida en el aire.¿Valentín Lucero… no quería que ella quedara embarazada?...Volvió a casa en automático, sin saber bien cómo había llegado. Se acurrucó en la cama. Afuera, el sol de principios de verano brillaba cálido, pero por dentro sentía un frío que le subía desde los pies y le calaba hasta los huesos.De repente, el colchón se hundió a su lado. El olor a alcohol, mezclado con un aroma a madera y perfume caro, la envolvió. Valentín la abrazó por la espalda, sus manos grandes y cálidas se colaron bajo la tela suave de su pijama.—¿Me extrañaste? —le susurró al oído.Sus caricias lograban que el cuerpo de Karina reaccionara, temblando de deseo, pero su alma se encogía más y más, como si se estuviera marchitando. Ese hombre, que tanto la había hecho soñar, ni siquiera se había molestado en preguntarle por los resultados del hospital.—No hubo suerte… otra vez —musitó, la voz tan ronca que casi no se reconocía.La mano de Valentín se detuvo apenas un instante. Luego, su tono salió tan plano, tan neutro, que no se podía adivinar si le importaba algo:—Ya veo. Has hecho mucho esfuerzo.—Tengo que salir de viaje por negocios, estaré fuera dos meses. Cuídate. Dile a la señora que te prepare una sopa de cebolla, eso te hará bien.Y acto seguido, se inclinó para besarla. Su boca ardía, cargada de deseo y de ese atrevimiento que solo le salía cuando estaba borracho. Karina quiso apartarse, pero no pudo resistirse. Al final, se dejó llevar, como tantas veces antes.Valentín siempre era cuidadoso. Nunca le hacía daño. Después la llevaba al baño, la bañaba, la secaba y la regresaba a la cama, abrazándola hasta que se quedaba dormida entre sus brazos. Todo parecía tan perfecto, tan lleno de cariño, como si fueran la pareja más feliz del mundo.Pero esa noche, mientras él respiraba tranquilo a su lado, Karina no podía dormir. Sus ojos se posaron en el maletín que Valentín había dejado descuidadamente junto al sofá.En siete años de casados, jamás se le había ocurrido revisar nada de lo suyo. Era el respeto básico que sentía por su papel como señora Lucero. Pero ahora, mirando el perfil de Valentín dormido, se levantó de la cama.Unos minutos después, rebuscando entre papeles y carpetas, encontró una cajita de pastillas blancas. Su corazón se detuvo al reconocerlas: ¡eran anticonceptivos!Karina se quedó mirando fijamente. Ella nunca los había usado, no desde que empezaron a buscar un hijo. Solo los conocía porque alguna vez, entre amigas, le habían bromeado diciendo que ella y Valentín se querían tanto que nunca los necesitaría.El golpe de realidad fue devastador. Aunque algo había sospechado en el hospital, ver la evidencia la dejó sin aire. ¿Qué significaba que un hombre que supuestamente busca tener un hijo anduviera con pastillas para no tenerlo?¿Le estaba siendo infiel? ¿O…?De pronto, recordó todas esas veces que Valentín insistía en que la señora le hiciera sopa de cebolla. Un escalofrío le recorrió la columna.Temblando, del fondo del maletín se deslizó una foto. El borde ya estaba desgastado de tanto que alguien la había tocado. En la imagen, un chico sonriente abrazaba a una muchacha, ambos tan felices que dolía mirarlos.—¿Qué estás haciendo?Valentín se levantó de la cama y le arrebató la foto, mirándola con una mezcla de rabia y reproche.—¿Me estás espiando? Karina, ¿desde cuándo eres así de irrespetuosa?Karina soltó una risa amarga, tan dolorosa que casi le saca lágrimas, como si alguien le estuviera arrancando el alma.—¿Irrespetuosa? No. Lo que pasa es que estos años… he sido demasiado “respetuosa” —dijo, la voz quebrándose entre sus carcajadas tristes.Mientras reía, una punzada brutal le atravesó el vientre. Sintió cómo el mundo se le iba y, antes de perder la conciencia, lo último que vio fue la cara de Valentín, pálida de susto…...—¡Cof… cof, cof!—Karina abrió los ojos de golpe. El dolor aún no se le pasaba, pero ahora el humo denso la hacía toser sin control.—¡Fuego! ¡Corran, se está incendiando!—¡Ayuda, por favor!El bullicio la envolvía. Karina se obligó a incorporarse, sin entender nada. Las mesas estaban volcadas, botellas de licor regadas por el piso, las luces de colores parpadeando entre la nube de humo…Entonces, la vio. En el sofá, una figura familiar estaba tirada, desmayada por el alcohol. ¡Fátima Barrios!Pero… ¿no se había muerto en el incendio de hace siete años?El pánico la atravesó. Tomó su celular con manos temblorosas y miró la pantalla.[2026-05-18 22:50]El corazón se le detuvo. ¡Había regresado siete años al pasado, justo la noche en que Fátima murió entre las llamas!¿Estaba viviendo otra vez?El fuego crecía, y ella intentó moverse hacia la puerta. Solo entonces notó su tobillo torcido. Cada paso era como si le clavaran agujas en la carne.—¡BAM!—La puerta se abrió de una patada. Entre el humo apareció una figura alta, fuerte, envuelta en la neblina ardiente.Por un instante, el Valentín de su vida pasada y el de ahora se fundieron en uno solo. Karina, confiando como antes, le extendió la mano.—Valentín… sálvame…Era el Valentín de hace siete años, aún con un aire juvenil, pero ya con esa fuerza y decisión que después lo harían temido y admirado.—No tengas miedo, te sacaré de aquí.Su voz era urgente, llena de esa energía que aún no se le desgastaba.Karina pensó que, como antes, él correría a abrazarla, la protegería con todo su ser y le susurraría que todo estaría bien.Pero no.Valentín apenas la miró un segundo. Solo uno.Luego, pasó de largo sin dudarlo, corrió derecho hacia Fátima y la alzó en brazos.Al pasar junto a Karina, ni siquiera la miró. Solo le gritó rápido:—¡Sígueme!Y salió cargando a Fátima, sin volver la vista atrás.La mano de Karina quedó suspendida en el aire.Sintió cómo el corazón se le hacía pedazos.Tenía el tobillo lastimado.No podía correr.¿Valentín la estaba dejando atrás… para que muriera en lugar de Fátima?El brillo en los ojos de Karina se fue apagando poco a poco. Justo cuando la desesperación la venció y cerró los ojos, una mano fuerte y caliente se aferró a su muñeca. De pronto, todo giró a su alrededor y se sintió envuelta en unos brazos sólidos.—¡Agárrate de mí! —la voz, segura y urgente, la sacudió.Aquel hombre la levantó como si fuera una pluma, sin delicadeza alguna, tal cual levantaría a un gato del suelo.En el siguiente instante, algo explotó frente a ellos. El desconocido la apretó aún más contra su pecho, cubriéndole la cabeza.El aire se llenó con el olor picante de la pólvora, y una oleada de calor ardiente los envolvió desde atrás. Sin embargo, entre todo ese caos, Karina sintió algo más. Un aroma cortante, casi gélido, que le resultaba tan extraño como familiar.La nube de humo la obligó a cerrar los ojos. A duras penas, entreabrió los párpados, queriendo ver el rostro de quien la estaba salvando.A través de la máscara de protección, solo alcanzó a distinguir unos ojos oscuros, profundos, insondables.De reojo, alcanzó a ver cómo Valentín ya había salido con Fátima en brazos, colocándola en una zona segura. Apretaba a Fátima contra su pecho, como si temiera perderla de nuevo, con una angustia y un alivio en el rostro que Karina jamás le había visto.Karina cerró los ojos despacio.Una lágrima, silenciosa, rodó por su mejilla.No le quedaba la menor duda.Valentín también había regresado.Solo que esta vez, él eligió a Fátima.En la vida pasada, por salvar a Karina, Fátima murió en el incendio. Valentín llevó la foto de Fátima consigo durante siete años, recordándola cada día, atormentándose por su pérdida. Jamás permitió que otra mujer le diera un hijo, como si su vida se hubiera detenido en ese instante.Ahora, por fin había salvado a la mujer de su corazón, compensando el dolor de la vida anterior.¿No estaría feliz?Karina dejó escapar una sonrisa amarga.Quizá así era mejor.Si el destino les había dado otra oportunidad, tal vez solo quería que, de una vez por todas, cortaran ese lazo que solo les trajo dolor.Era momento de dejarlo ir.El humo la había debilitado demasiado, y las emociones la tenían exhausta. Todo se volvió negro y perdió el conocimiento.Justo antes de sumirse en la oscuridad total, creyó escuchar la voz inquieta de Valentín, gritando no muy lejos:—¿Dónde está? ¿Dónde está Karina?Ja, seguro lo había imaginado.Ahora todo su mundo giraba en torno a Fátima.¿Y Karina? ¿A quién le importaba?...Cuando por fin despertó, ya era de mañana.Abrió los ojos con lentitud. Lo primero que vio fue el rostro de su madre, tenso y bañado en preocupación.—Kari, ¿ya despertaste? ¿Te duele algo? ¿Estás bien? —la voz de su madre temblaba entre miedo y alivio.Los ojos de Karina se llenaron de lágrimas. De un brinco, se incorporó y se arrojó a los brazos de su mamá, aferrándose como si temiera perderla otra vez.—Mamá, te extrañé tanto...¡Qué fortuna tenerte viva en esta vida!En la vida pasada, a menos de seis meses de casarse con Valentín, sus padres sufrieron un accidente de avión privado durante un viaje de negocios y nunca regresaron. Ni siquiera pudieron recuperar sus cuerpos.Después de eso, la vida de Karina se volvió una larga noche. Solo le quedaba la supuesta devoción de Valentín, que no era más que una máscara hueca. Nadie más le mostró nunca un poco de calor.Todos la juzgaban por no quedar embarazada, murmuraban a sus espaldas, como si eso fuera lo único que importaba. Nadie sabía cuánta angustia sufría, cuántas noches lloraba en silencio, sin tener a quién contarle sus penas.A veces, entre sueños, sollozaba deseando que su madre la abrazara y le dijera que todo estaría bien.Pero ahora, la vida le daba otra oportunidad.Esta vez, no dejaría que la tragedia se repitiera.Yolanda Sierra, su madre, le acarició la espalda con suavidad, agradecida y temblorosa:—¿Te asustaste mucho anoche? Por suerte, Valentín reaccionó rápido y te sacó del incendio... Hija, casi me da un infarto. Si te pasa algo, ¿qué haría yo justo cuando ya te vas a casar?Karina frunció el ceño.Ella recordaba perfectamente que Valentín había salvado a Fátima, no a ella. Alguien más la había sacado del fuego, así que, ¿por qué darle el crédito a Valentín?Sin embargo, no era momento de discutir. Karina apretó la mano de su madre y, con una firmeza que no le cabía en el pecho, dijo:—Mamá, no me voy a casar con Valentín.—¿Qué? ¿Ya no te vas a casar?Yolanda se quedó congelada por un segundo, luego suspiró resignada.—Pero si ya habían fijado la boda, hasta las invitaciones están repartidas. ¿Cómo vas a echarte para atrás justo ahora…?Karina hundió la cabeza en el pecho de su madre, como si fuera una niña a la que le acabaran de romper el corazón.—Es que no quiero dejarte sola, mamá.Yolanda acarició con ternura la suave cabellera de su hija, y su tono se suavizó todavía más:—Ay, mi niña, si desde chiquita estabas enamorada de Valentín. Siempre soñaste con casarte con él y armar tu propia familia juntos. ¿Por qué de repente…?Un sabor amargo le subió al pecho a Karina.Las palabras de su madre la hicieron regresar a la realidad en un instante.Valentín creció bajo la mirada atenta de los mayores de la familia Leyva, siempre se destacó y se ganó la confianza y cariño de todos.Especialmente después de que se comprometieron hace medio año, su papá incluso le confió proyectos importantes del grupo familiar.Pero, ¿cómo podía explicarle a su madre?En el fondo, Valentín nunca le dio un lugar en su vida.Después de la boda, todo lo que les esperaba era una fachada de armonía y cariño.Ni siquiera tenía derecho a ser madre; aunque arriesgara su salud, no lograría que él le tuviera un poco de compasión.Y mientras tanto, la empresa familiar iba cayendo poco a poco en sus manos, hasta convertirse en el trampolín que lo llevó a la cima del mundo empresarial.Recordar todo lo que había vivido en su vida pasada le desgarraba el alma....—Señora, la señorita Fátima ya regresó. El señor Valentín también vino con ella.La voz de la empleada se escuchó desde afuera.Yolanda pensó que Valentín había venido a platicar los detalles de la boda, o tal vez a ver cómo estaba Karina después del susto.Le dio unas palmaditas en la mano.—No te llenes la cabeza de cosas feas. Ve a lavarte la cara y ponte algo bonito, no lo hagas esperar tanto.Karina frunció el ceño.¿Apenas regresaba Fátima?Vaya, claro.Al fin y al cabo, Fátima era el gran amor perdido de Valentín, a quien había extrañado durante siete años. Apenas la recuperó anoche, seguro no quería soltarla tan pronto.Fátima era hija de Sabrina Barrios, la mejor amiga de su madre.Medio año atrás, Fátima volvió del extranjero solo para asistir a su fiesta de compromiso con Valentín, y luego se quedó a vivir en la casa familiar argumentando que quería crecer profesionalmente aquí.Su madre, por cariño a Sabrina, siempre la trató de maravilla.En estos meses, todo lo que Karina tenía, su madre también lo preparaba para Fátima, nunca le dejó faltar nada.En su vida pasada, tras la muerte inesperada de Fátima en aquel incendio, su madre lloró hasta desmayarse, repitiendo que no había cuidado bien a la hija de su amiga, como si el mundo se le viniera abajo de tanta culpa.Pero, después de que sus padres murieron, Karina fue a revisar sus pertenencias y descubrió algo increíble: su papá había estado transfiriendo enormes cantidades de dinero al extranjero durante años.Las sumas eran tan grandes que daban miedo.Todo ese dinero terminaba en una sola cuenta: la de Sabrina, la madre de Fátima.Por desgracia, cuando Karina descubrió todo esto, tanto Fátima como su padre ya habían fallecido. Jamás pudo entender qué había detrás de todo eso hasta el día en que murió.Por eso, ahora tenía que buscar el momento para advertirle a su mamá; temía que su papá hubiera perdido el rumbo desde hacía tiempo.Karina no bajó enseguida.Todavía sentía molestias en el tobillo, así que le pidió a la empleada que la llevara en silla por el pasillo del segundo piso y se detuvo junto a la baranda para asomarse.Abajo, Valentín se veía impecable con su traje entallado, de pie en medio de la sala. Su voz grave y distante llenó el ambiente:—Señor, señora, hoy además de traer de vuelta a la señorita Fátima, quiero hablarles de algo importante.—Debo cancelar mi boda con Karina.—Todos estos años la he visto como una hermana, nunca la he considerado como pareja.—La persona que quiero es Fátima. Les pido que me permitan estar con ella.Capítulo 3—Señora Lucero, lamento informarle que esta vez la inseminación artificial tampoco funcionó.Karina Leyva sostenía el resultado del laboratorio entre sus dedos, que no dejaban de temblar. El papel se sentía helado, como si el frío viniera de sus propias entrañas. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces le habían dado la misma noticia.Siete años de matrimonio, y toda la familia Lucero esperando que ella diera a luz al tan ansiado heredero. Pero su vientre seguía tan quieto como el desierto en plena noche.Habían probado de todo: noches planeadas, remedios caseros de la abuelita, tratamientos en clínicas, operaciones. Nada había servido.Se encaminó, lista para tocar la puerta del consultorio de su doctora, cuando escuchó un par de voces cuchicheando en el pasillo:—…pobre señora Lucero, ya casi no le queda fuerza en el útero, ¿no ve que está destrozando su salud…?—¿Pobre? ¿Tú no sabes que su esposo ni siquiera quiere hijos? Por más que ella lo intente, aunque lo haga cien veces más, es puro desgaste…El golpe de esas palabras la dejó paralizada. Su mano, ya estirada hacia la puerta, se quedó suspendida en el aire.¿Valentín Lucero… no quería que ella quedara embarazada?...Volvió a casa en automático, sin saber bien cómo había llegado. Se acurrucó en la cama. Afuera, el sol de principios de verano brillaba cálido, pero por dentro sentía un frío que le subía desde los pies y le calaba hasta los huesos.De repente, el colchón se hundió a su lado. El olor a alcohol, mezclado con un aroma a madera y perfume caro, la envolvió. Valentín la abrazó por la espalda, sus manos grandes y cálidas se colaron bajo la tela suave de su pijama.—¿Me extrañaste? —le susurró al oído.Sus caricias lograban que el cuerpo de Karina reaccionara, temblando de deseo, pero su alma se encogía más y más, como si se estuviera marchitando. Ese hombre, que tanto la había hecho soñar, ni siquiera se había molestado en preguntarle por los resultados del hospital.—No hubo suerte… otra vez —musitó, la voz tan ronca que casi no se reconocía.La mano de Valentín se detuvo apenas un instante. Luego, su tono salió tan plano, tan neutro, que no se podía adivinar si le importaba algo:—Ya veo. Has hecho mucho esfuerzo.—Tengo que salir de viaje por negocios, estaré fuera dos meses. Cuídate. Dile a la señora que te prepare una sopa de cebolla, eso te hará bien.Y acto seguido, se inclinó para besarla. Su boca ardía, cargada de deseo y de ese atrevimiento que solo le salía cuando estaba borracho. Karina quiso apartarse, pero no pudo resistirse. Al final, se dejó llevar, como tantas veces antes.Valentín siempre era cuidadoso. Nunca le hacía daño. Después la llevaba al baño, la bañaba, la secaba y la regresaba a la cama, abrazándola hasta que se quedaba dormida entre sus brazos. Todo parecía tan perfecto, tan lleno de cariño, como si fueran la pareja más feliz del mundo.Pero esa noche, mientras él respiraba tranquilo a su lado, Karina no podía dormir. Sus ojos se posaron en el maletín que Valentín había dejado descuidadamente junto al sofá.En siete años de casados, jamás se le había ocurrido revisar nada de lo suyo. Era el respeto básico que sentía por su papel como señora Lucero. Pero ahora, mirando el perfil de Valentín dormido, se levantó de la cama.Unos minutos después, rebuscando entre papeles y carpetas, encontró una cajita de pastillas blancas. Su corazón se detuvo al reconocerlas: ¡eran anticonceptivos!Karina se quedó mirando fijamente. Ella nunca los había usado, no desde que empezaron a buscar un hijo. Solo los conocía porque alguna vez, entre amigas, le habían bromeado diciendo que ella y Valentín se querían tanto que nunca los necesitaría.El golpe de realidad fue devastador. Aunque algo había sospechado en el hospital, ver la evidencia la dejó sin aire. ¿Qué significaba que un hombre que supuestamente busca tener un hijo anduviera con pastillas para no tenerlo?¿Le estaba siendo infiel? ¿O…?De pronto, recordó todas esas veces que Valentín insistía en que la señora le hiciera sopa de cebolla. Un escalofrío le recorrió la columna.Temblando, del fondo del maletín se deslizó una foto. El borde ya estaba desgastado de tanto que alguien la había tocado. En la imagen, un chico sonriente abrazaba a una muchacha, ambos tan felices que dolía mirarlos.—¿Qué estás haciendo?Valentín se levantó de la cama y le arrebató la foto, mirándola con una mezcla de rabia y reproche.—¿Me estás espiando? Karina, ¿desde cuándo eres así de irrespetuosa?Karina soltó una risa amarga, tan dolorosa que casi le saca lágrimas, como si alguien le estuviera arrancando el alma.—¿Irrespetuosa? No. Lo que pasa es que estos años… he sido demasiado “respetuosa” —dijo, la voz quebrándose entre sus carcajadas tristes.Mientras reía, una punzada brutal le atravesó el vientre. Sintió cómo el mundo se le iba y, antes de perder la conciencia, lo último que vio fue la cara de Valentín, pálida de susto…...—¡Cof… cof, cof!—Karina abrió los ojos de golpe. El dolor aún no se le pasaba, pero ahora el humo denso la hacía toser sin control.—¡Fuego! ¡Corran, se está incendiando!—¡Ayuda, por favor!El bullicio la envolvía. Karina se obligó a incorporarse, sin entender nada. Las mesas estaban volcadas, botellas de licor regadas por el piso, las luces de colores parpadeando entre la nube de humo…Entonces, la vio. En el sofá, una figura familiar estaba tirada, desmayada por el alcohol. ¡Fátima Barrios!Pero… ¿no se había muerto en el incendio de hace siete años?El pánico la atravesó. Tomó su celular con manos temblorosas y miró la pantalla.[2026-05-18 22:50]El corazón se le detuvo. ¡Había regresado siete años al pasado, justo la noche en que Fátima murió entre las llamas!¿Estaba viviendo otra vez?El fuego crecía, y ella intentó moverse hacia la puerta. Solo entonces notó su tobillo torcido. Cada paso era como si le clavaran agujas en la carne.—¡BAM!—La puerta se abrió de una patada. Entre el humo apareció una figura alta, fuerte, envuelta en la neblina ardiente.Por un instante, el Valentín de su vida pasada y el de ahora se fundieron en uno solo. Karina, confiando como antes, le extendió la mano.—Valentín… sálvame…Era el Valentín de hace siete años, aún con un aire juvenil, pero ya con esa fuerza y decisión que después lo harían temido y admirado.—No tengas miedo, te sacaré de aquí.Su voz era urgente, llena de esa energía que aún no se le desgastaba.Karina pensó que, como antes, él correría a abrazarla, la protegería con todo su ser y le susurraría que todo estaría bien.Pero no.Valentín apenas la miró un segundo. Solo uno.Luego, pasó de largo sin dudarlo, corrió derecho hacia Fátima y la alzó en brazos.Al pasar junto a Karina, ni siquiera la miró. Solo le gritó rápido:—¡Sígueme!Y salió cargando a Fátima, sin volver la vista atrás.La mano de Karina quedó suspendida en el aire.Sintió cómo el corazón se le hacía pedazos.Tenía el tobillo lastimado.No podía correr.¿Valentín la estaba dejando atrás… para que muriera en lugar de Fátima?El brillo en los ojos de Karina se fue apagando poco a poco. Justo cuando la desesperación la venció y cerró los ojos, una mano fuerte y caliente se aferró a su muñeca. De pronto, todo giró a su alrededor y se sintió envuelta en unos brazos sólidos.—¡Agárrate de mí! —la voz, segura y urgente, la sacudió.Aquel hombre la levantó como si fuera una pluma, sin delicadeza alguna, tal cual levantaría a un gato del suelo.En el siguiente instante, algo explotó frente a ellos. El desconocido la apretó aún más contra su pecho, cubriéndole la cabeza.El aire se llenó con el olor picante de la pólvora, y una oleada de calor ardiente los envolvió desde atrás. Sin embargo, entre todo ese caos, Karina sintió algo más. Un aroma cortante, casi gélido, que le resultaba tan extraño como familiar.La nube de humo la obligó a cerrar los ojos. A duras penas, entreabrió los párpados, queriendo ver el rostro de quien la estaba salvando.A través de la máscara de protección, solo alcanzó a distinguir unos ojos oscuros, profundos, insondables.De reojo, alcanzó a ver cómo Valentín ya había salido con Fátima en brazos, colocándola en una zona segura. Apretaba a Fátima contra su pecho, como si temiera perderla de nuevo, con una angustia y un alivio en el rostro que Karina jamás le había visto.Karina cerró los ojos despacio.Una lágrima, silenciosa, rodó por su mejilla.No le quedaba la menor duda.Valentín también había regresado.Solo que esta vez, él eligió a Fátima.En la vida pasada, por salvar a Karina, Fátima murió en el incendio. Valentín llevó la foto de Fátima consigo durante siete años, recordándola cada día, atormentándose por su pérdida. Jamás permitió que otra mujer le diera un hijo, como si su vida se hubiera detenido en ese instante.Ahora, por fin había salvado a la mujer de su corazón, compensando el dolor de la vida anterior.¿No estaría feliz?Karina dejó escapar una sonrisa amarga.Quizá así era mejor.Si el destino les había dado otra oportunidad, tal vez solo quería que, de una vez por todas, cortaran ese lazo que solo les trajo dolor.Era momento de dejarlo ir.El humo la había debilitado demasiado, y las emociones la tenían exhausta. Todo se volvió negro y perdió el conocimiento.Justo antes de sumirse en la oscuridad total, creyó escuchar la voz inquieta de Valentín, gritando no muy lejos:—¿Dónde está? ¿Dónde está Karina?Ja, seguro lo había imaginado.Ahora todo su mundo giraba en torno a Fátima.¿Y Karina? ¿A quién le importaba?...Cuando por fin despertó, ya era de mañana.Abrió los ojos con lentitud. Lo primero que vio fue el rostro de su madre, tenso y bañado en preocupación.—Kari, ¿ya despertaste? ¿Te duele algo? ¿Estás bien? —la voz de su madre temblaba entre miedo y alivio.Los ojos de Karina se llenaron de lágrimas. De un brinco, se incorporó y se arrojó a los brazos de su mamá, aferrándose como si temiera perderla otra vez.—Mamá, te extrañé tanto...¡Qué fortuna tenerte viva en esta vida!En la vida pasada, a menos de seis meses de casarse con Valentín, sus padres sufrieron un accidente de avión privado durante un viaje de negocios y nunca regresaron. Ni siquiera pudieron recuperar sus cuerpos.Después de eso, la vida de Karina se volvió una larga noche. Solo le quedaba la supuesta devoción de Valentín, que no era más que una máscara hueca. Nadie más le mostró nunca un poco de calor.Todos la juzgaban por no quedar embarazada, murmuraban a sus espaldas, como si eso fuera lo único que importaba. Nadie sabía cuánta angustia sufría, cuántas noches lloraba en silencio, sin tener a quién contarle sus penas.A veces, entre sueños, sollozaba deseando que su madre la abrazara y le dijera que todo estaría bien.Pero ahora, la vida le daba otra oportunidad.Esta vez, no dejaría que la tragedia se repitiera.Yolanda Sierra, su madre, le acarició la espalda con suavidad, agradecida y temblorosa:—¿Te asustaste mucho anoche? Por suerte, Valentín reaccionó rápido y te sacó del incendio... Hija, casi me da un infarto. Si te pasa algo, ¿qué haría yo justo cuando ya te vas a casar?Karina frunció el ceño.Ella recordaba perfectamente que Valentín había salvado a Fátima, no a ella. Alguien más la había sacado del fuego, así que, ¿por qué darle el crédito a Valentín?Sin embargo, no era momento de discutir. Karina apretó la mano de su madre y, con una firmeza que no le cabía en el pecho, dijo:—Mamá, no me voy a casar con Valentín.—¿Qué? ¿Ya no te vas a casar?Yolanda se quedó congelada por un segundo, luego suspiró resignada.—Pero si ya habían fijado la boda, hasta las invitaciones están repartidas. ¿Cómo vas a echarte para atrás justo ahora…?Karina hundió la cabeza en el pecho de su madre, como si fuera una niña a la que le acabaran de romper el corazón.—Es que no quiero dejarte sola, mamá.Yolanda acarició con ternura la suave cabellera de su hija, y su tono se suavizó todavía más:—Ay, mi niña, si desde chiquita estabas enamorada de Valentín. Siempre soñaste con casarte con él y armar tu propia familia juntos. ¿Por qué de repente…?Un sabor amargo le subió al pecho a Karina.Las palabras de su madre la hicieron regresar a la realidad en un instante.Valentín creció bajo la mirada atenta de los mayores de la familia Leyva, siempre se destacó y se ganó la confianza y cariño de todos.Especialmente después de que se comprometieron hace medio año, su papá incluso le confió proyectos importantes del grupo familiar.Pero, ¿cómo podía explicarle a su madre?En el fondo, Valentín nunca le dio un lugar en su vida.Después de la boda, todo lo que les esperaba era una fachada de armonía y cariño.Ni siquiera tenía derecho a ser madre; aunque arriesgara su salud, no lograría que él le tuviera un poco de compasión.Y mientras tanto, la empresa familiar iba cayendo poco a poco en sus manos, hasta convertirse en el trampolín que lo llevó a la cima del mundo empresarial.Recordar todo lo que había vivido en su vida pasada le desgarraba el alma....—Señora, la señorita Fátima ya regresó. El señor Valentín también vino con ella.La voz de la empleada se escuchó desde afuera.Yolanda pensó que Valentín había venido a platicar los detalles de la boda, o tal vez a ver cómo estaba Karina después del susto.Le dio unas palmaditas en la mano.—No te llenes la cabeza de cosas feas. Ve a lavarte la cara y ponte algo bonito, no lo hagas esperar tanto.Karina frunció el ceño.¿Apenas regresaba Fátima?Vaya, claro.Al fin y al cabo, Fátima era el gran amor perdido de Valentín, a quien había extrañado durante siete años. Apenas la recuperó anoche, seguro no quería soltarla tan pronto.Fátima era hija de Sabrina Barrios, la mejor amiga de su madre.Medio año atrás, Fátima volvió del extranjero solo para asistir a su fiesta de compromiso con Valentín, y luego se quedó a vivir en la casa familiar argumentando que quería crecer profesionalmente aquí.Su madre, por cariño a Sabrina, siempre la trató de maravilla.En estos meses, todo lo que Karina tenía, su madre también lo preparaba para Fátima, nunca le dejó faltar nada.En su vida pasada, tras la muerte inesperada de Fátima en aquel incendio, su madre lloró hasta desmayarse, repitiendo que no había cuidado bien a la hija de su amiga, como si el mundo se le viniera abajo de tanta culpa.Pero, después de que sus padres murieron, Karina fue a revisar sus pertenencias y descubrió algo increíble: su papá había estado transfiriendo enormes cantidades de dinero al extranjero durante años.Las sumas eran tan grandes que daban miedo.Todo ese dinero terminaba en una sola cuenta: la de Sabrina, la madre de Fátima.Por desgracia, cuando Karina descubrió todo esto, tanto Fátima como su padre ya habían fallecido. Jamás pudo entender qué había detrás de todo eso hasta el día en que murió.Por eso, ahora tenía que buscar el momento para advertirle a su mamá; temía que su papá hubiera perdido el rumbo desde hacía tiempo.Karina no bajó enseguida.Todavía sentía molestias en el tobillo, así que le pidió a la empleada que la llevara en silla por el pasillo del segundo piso y se detuvo junto a la baranda para asomarse.Abajo, Valentín se veía impecable con su traje entallado, de pie en medio de la sala. Su voz grave y distante llenó el ambiente:—Señor, señora, hoy además de traer de vuelta a la señorita Fátima, quiero hablarles de algo importante.—Debo cancelar mi boda con Karina.—Todos estos años la he visto como una hermana, nunca la he considerado como pareja.—La persona que quiero es Fátima. Les pido que me permitan estar con ella.