Capítulo 1Cuando Katrina Sandoval cumplió veintidós años, apenas había alcanzado la edad legal y, sin pensarlo dos veces, se casó con Horacio Pizarro.Todos la envidiaban por su aparente buena suerte. Horacio era una figura de peso en el círculo social, alguien cuyas palabras tenían valor absoluto, y, sin embargo, él parecía guardar a Katrina como si fuera un tesoro.En su cumpleaños número dieciocho, él mismo se arriesgó a bucear en las profundidades del mar para buscar la perla más grande y regalársela como muestra de cariño.Incluso en la primera página de cada libro que le regalaba, solía llenar el espacio con poemas escritos solo para ella.Por mucho tiempo, Katrina creyó ser la persona más feliz del mundo, convencida de que el amor de Horacio era tan profundo como el océano.Pero poco después de la boda, todo cambió. Un día, mientras revisaba el armario, encontró una foto vieja.En la imagen, una chica que se parecía demasiado a ella, con un lunar idéntico en la esquina del ojo, sonreía tímidamente.Al reverso de la foto, había dos firmas diferentes: una, delicada y femenina, decía “Vanesa”; la otra, temeraria y desordenada, era de “Horacio”. Al final, ambos nombres estaban juntos: “Vanesa y Horacio”.Katrina se quedó mirando la foto. De pronto, comprendió todo de golpe…Una risa le brotó de los labios, creciente, pero pronto se quebró en lágrimas.Se aferró a la foto y se sentó en el suelo, inmóvil durante mucho tiempo.Al final, temblorosa, buscó su celular para contactar a la firma de abogados y pedir el borrador del acuerdo de divorcio.Pero apenas sus dedos rozaron la pantalla, el teléfono vibró y apareció una notificación del hospital: [señora Sandoval, tiene seis semanas de embarazo.]El teléfono cayó al suelo, y en la pantalla se reflejó su cara pálida como papel.Sintió una ligera presión en el vientre, como si algo diminuto estuviera echando raíces ahí.Las lágrimas volvieron, ardientes esta vez.—Bebé… —susurró al aire, con una voz tan frágil como una perla rota sobre el suelo—. ¿Qué voy a hacer contigo?Sus dedos recorrieron el nombre “Vanesa” en la foto, y finalmente se detuvieron en su vientre, que ya empezaba a notarse.Con mucho cuidado, escondió la foto en el fondo de un cajón y la cubrió con suéteres de lana, como si enterrara también su corazón roto en una oscuridad sin fin.Se repitió a sí misma que, aunque el padre se fuera, ese hijo se quedaría con ella.En ese momento, recibió una llamada de su mejor amiga, Olivia Chávez.—Katrina, ven rápido al club, sala 308… —la voz de Oli temblaba, contenida—. Vi a Horacio con una chica…Cuando Olivia le pidió que fuera por ella, Katrina jamás imaginó que se encontraría con Vanesa.Al abrir la puerta de la sala VIP, la luz fría del candelabro flotaba entre humo y aroma a alcohol.De inmediato, vio a Vanesa acurrucada en una esquina del sofá.Se parecían tanto…Recordó de pronto las veces que Horacio, borracho, le acariciaba el cabello y murmuraba “se parece tanto”.Sintió la garganta bloqueada, como si tuviera algodón dentro. Quiso decir “no me parezco en nada”, pero solo pudo gritar:—Horacio.—señor Pizarro, su esposa llegó —avisó alguien.Solo entonces notó al hombre recostado en un diván. El flequillo húmedo, la corbata floja colgando del cuello, y un cigarro entre los dedos, relajado pero imponente.Al verla, Horacio levantó la mirada, con una ceja ligeramente alzada.—¿Por qué viniste así, con tan poca ropa?Le hizo una seña para que se acercara, la voz ronca por el alcohol.Katrina caminó en silencio, pero antes de decir algo, él la atrajo hacia su pecho. El olor a cigarro y loción la envolvieron.A su alrededor, se escucharon risas con doble sentido. Alguien bromeó:—Ese señor Pizarro sí que sabe consentir a su esposa.Pero Katrina no prestó atención. Solo notó que, en la esquina, Vanesa miraba intensamente sus manos entrelazadas, tan fuerte que sus uñas se clavaban en la palma.De repente, alguien silbó y se burló señalando a Vanesa:—Vanesa, aquí está tu exnovio. Anda, pídele al señor Pizarro que le renueve el préstamo a tu papá.Las risas se hicieron más fuertes:—Ustedes antes tan unidos, y ahora, con que te acuestes una noche con el señor Pizarro, el dinero llega solo, ¿no?Katrina sintió que la mano de Horacio, apoyada en su hombro, se tensó de pronto. Él mordía el cigarro y barría la sala con la mirada; la punta encendida brillaba y se apagaba en la penumbra.Pensó que soltaría alguna broma cruel, pero lo escuchó decir, con voz lenta y pesada:—Dejen de decir estupideces.Él exhaló una bocanada de humo y se apoyó aún más en ella, como si quisiera dejar claro quién mandaba ahí.—Si mi esposa se pone de malas, a ninguno de ustedes les va a ir bien— soltó con una sonrisa torcida.Las carcajadas brotaron por todo el lugar, cargadas de burla y complicidad.El rostro de Vanesa se puso rojo tomate en un instante.El tipo que había empezado a molestarla, con las manos grasosas y el aliento a licor barato, le dio unas palmadas en el hombro.—¿Qué pasa, ya no te quiere el señor Pizarro o qué?— preguntó, burlándose.Al mismo tiempo, sus dedos enganchaban el cuello del suéter de Vanesa, jalándolo hacia abajo con descaro.—No te asustes, amiga, yo sí te cuido… Vente conmigo esta noche, te aseguro que no te va a faltar dinero para tus gustos— remató, soltando una risa asquerosa.Katrina notó cómo los dedos de Horacio, apoyados en el brazo del sofá, se apretaron de repente. Los nudillos se le pusieron blancos, y la mano que sostenía la botella de cerveza temblaba de rabia.No cabía duda, le dolía todo aquello.—¡No quiero!— Vanesa apenas pudo contener el llanto, levantó la mirada hacia Horacio y habló con firmeza—. En esta vida solo reconozco a una persona… aunque él ya no me quiera, no voy a dejar que nadie más me toque.Dicho esto, se dio la vuelta y salió casi corriendo, sus tacones repicando con desesperación sobre el piso.Las palabras de Vanesa cayeron como un balde de agua fría en el pecho de Katrina.Vio cómo Horacio cerraba los ojos y se masajeaba las sienes, tamborileando con los dedos en el sofá. Era su forma de contener la furia.De pronto, abrió los ojos, miró de reojo el rastro morado bajo los ojos de Vanesa y su voz sonó cortante, tan seca como el filo de un machete:—Voy al baño.Se quedó un segundo de pie y, antes de irse, lanzó una advertencia:—Y la próxima vez, mejor cuiden lo que dicen.Un silencio incómodo cayó sobre todos. Nadie se atrevió a decir ni una palabra más.Sin pensarlo, Katrina lo siguió....Al final del pasillo, bajo la tenue luz de emergencia, Horacio estaba limpiando con una toallita húmeda la mancha de alcohol en la muñeca de Vanesa, con una delicadeza que parecía estar calmando a un animalito asustado.De pronto, ella retiró la mano temblando, el suéter se deslizó y dejó al descubierto un tatuaje azuloso en la muñeca: la letra"H" escrita en letras cursivas, apenas visible bajo la piel.—¿Qué es esto?— preguntó Horacio, deteniendo su mano de golpe. Las gotas de la toallita cayeron sobre la piel de Vanesa, como el ritmo acelerado de su propio corazón.Vanesa se cubrió el tatuaje de inmediato con la otra mano, los dedos le temblaban.—No es nada…Agachó la cabeza para evitar su mirada, dejando que el cabello le ocultara los ojos enrojecidos.Horacio le sujetó la muñeca con fuerza, obligándola a mirarlo. Vanesa soltó un pequeño gemido.La luz de emergencia proyectaba una sombra sobre las facciones de Horacio, pero no lograba esconder el mar de emociones en sus ojos.—Respóndeme— exigió, la voz como un golpe seco.—Por favor no…— Vanesa apenas podía hablar, las uñas enterrándosele en la palma de la mano de Horacio—. Te lo ruego, no sigas preguntando…Horacio tragó saliva, la garganta le ardía.—Después de que tu familia se fue a la ruina…Vanesa ya no pudo contenerse y se lanzó a sus brazos, sollozando.—Mi papá se enfermó justo después… Necesitaba pagarle la quimioterapia y era mucho dinero… No tenía opción, tuve que dejarte…—¿Por qué?— la voz de Horacio sonó ahogada, pero su abrazo se fue cerrando poco a poco—. Yo pude haberte ayudado.—En ese momento tú también estabas mal…— Vanesa lloró sobre su camisa—. No quería ser otra carga para ti…Levantó la manga y mostró el interior de su muñeca, llena de cicatrices.—Mira, cada marca es una noche en la que te extrañé… Prefería morirme antes que estar con otro hombre…Los ojos de Horacio se llenaron de un dolor imposible de ocultar. Bajó la cabeza y besó con ternura el tatuaje de Vanesa, como si quisiera consolar a una fiera herida.Vanesa se aferró a él, temblando.—Prefiero morirme antes que dejar que pienses que soy así… Ya sé que ahora tienes esposa…De pronto, levantó la cabeza y en sus ojos, llenos de lágrimas, se reflejaba una esperanza imposible.—Pero cada vez que la veo, no puedo evitar recordar cuando me prometiste que te casarías conmigo…Vanesa se hundió otra vez en su pecho, llorando con tanta fuerza que apenas podía respirar.Horacio no la apartó; al contrario, la rodeó con los brazos, protegiéndola del mundo....Katrina observaba en silencio desde el pasillo, el celular en la mano vibrando con un mensaje recién llegado de Horacio.[Me encontré a un socio de negocios, tengo una reunión esta noche. No voy a regresar.]Qué mentira más barata, pensó Katrina. Igual que cuando le decía que la amaba. Y aun así, antes, ella se lo creía todo…Desde que se casaron, sin importar cuán ocupado estuviera, Horacio siempre regresaba a casa por las noches. Nunca se quedaba fuera.Pero después de aquel día, su ausencia se volvió rutina. Comenzó a no volver en toda la noche.A la tercera semana de esas ausencias, el encabezado de la sección de espectáculos explotó en las redes: [Misteriosa mujer se reúne de noche con el líder del Grupo Pizarro, entrelazados de la mano, ¿nuevo romance a la vista?]En la foto, Horacio llevaba puesta la gabardina gris oscuro que Katrina le había escogido con tanto esmero; su mano sujetaba con firmeza la muñeca de Vanesa.A las seis de la mañana, como si nada fuera inusual, sonó la llamada de su suegra.Katrina, con las ojeras marcadas bajo los ojos, miraba su reflejo en el espejo mientras escuchaba la voz cargada de preocupación del otro lado. Sus uñas se clavaban en la palma: —Horacio ha dicho estos días que está trabajando horas extras... ¿No han peleado, verdad?—Mamá, últimamente ha estado ocupado —respondió ella, sin ganas de dar explicaciones, la voz tan distante que podría congelar el aire.Se dio la vuelta y sacó un viejo álbum de fotos que llevaba años sin abrir.El plástico crujió cuando lo levantó; la mayoría de las imágenes eran paisajes de sus viajes en solitario. De vez en cuando, aparecían algunas tomas de Horacio: ceño fruncido en reuniones, recostado en el sofá fingiendo dormir. Ni una sola donde le sonriera a ella.Debió haberlo notado antes. Si de verdad la “amaba”, ¿cómo era posible que no existiera siquiera una foto juntos?Ahora, pensándolo bien, quizá él evitaba verse en esas fotos para no recordar a cierta persona.Al llegar a la última página, encontró una imagen borrosa.Se quedó mirando la cicatriz tenue en el dorso de la mano de Horacio. Esa marca se la había hecho al protegerla cuando alguien rompió una botella de vidrio en una fiesta. Ahora, esa misma mano sostenía la de otra mujer.—¿Katrina? —La voz de su suegra la sacó de sus pensamientos.Apretó los dientes, eligió una foto de la noche previa a la boda y la mandó.—Siempre tan comprensiva —suspiró la suegra—. Horacio siempre ha sido de pocas palabras, pero buen muchacho…Katrina escuchó el zumbido de la línea y murmuró: —Mamá, estoy cansada.Colgó. El álbum se le escapó de las manos y las fotos se esparcieron por el suelo.Se fijó en una en particular: era de su cumpleaños. Horacio, inclinado sobre el pastel, con las pestañas proyectando una sombra sobre sus mejillas y la comisura de los labios curvada hacia arriba.En aquel momento, pensó que esa sonrisa era para ella. Ahora entendía que, en realidad, él estaba recordando a otra persona, alguien lejana....Después de que la madre de Horacio publicara su desmentido en Twitter, los comentarios se llenaron al instante: [¡Qué dulce la señora Pizarro!] [El señor Pizarro tiene muy buen gusto.]Katrina miró la foto borrosa tomada a escondidas. Su dedo permaneció largo rato sobre la pantalla, hasta que una notificación nueva apareció: Horacio había retuiteado el mensaje que Vanesa publicó esa mañana: [Nuestra relación está por encima de cualquier mancha.]El mensaje de Horacio era tan corto y filoso como un cuchillo. Fue directo al corazón de Katrina.En segundos, la marea de comentarios cambió de dirección: [Tercera en discordia], [La reina del escándalo], y hasta hubo quien comparó sus rasgos con los de Vanesa, burlándose de que era una “imitación barata”.Justo en ese momento, mientras Katrina leía los comentarios, oyó el giro de la llave en la puerta.Horacio entró, trayendo consigo el aroma frío de la madrugada. Venía sonriendo, pero al ver lo que Katrina tenía en el celular, su expresión se volvió dura de inmediato.—¿Por qué andas viendo esas cosas?Intentó arrebatarle el teléfono.—Solo quería ver.La yema de los dedos de Horacio rozó el dorso de su mano, con la misma suavidad de siempre.—Todo esto en internet es cosa de rivales, un montaje. Lo de Vanesa es solo…Katrina escuchó su tono condescendiente y, en su interior, no pudo evitar soltar una carcajada silenciosa.—Sí, ya lo sé —lo interrumpió, y empezó a guardar sus suéteres en la maleta.Horacio, al ver la indiferencia en su actitud, sintió algo parecido al fastidio.—Kati, ¿de verdad estás bien?Ella soltó una pequeña risa.—¿Por qué no habría de confiar? Entre esposos, ¿no se supone que debe haber confianza?Dicho eso, se levantó y salió del cuarto.Horacio se quedó mirando su espalda mientras se alejaba, con una sensación extraña en el pecho. Pero en un parpadeo, su mente se aferró a la esperanza de que todo seguiría igual.Capítulo 2Cuando Katrina Sandoval cumplió veintidós años, apenas había alcanzado la edad legal y, sin pensarlo dos veces, se casó con Horacio Pizarro.Todos la envidiaban por su aparente buena suerte. Horacio era una figura de peso en el círculo social, alguien cuyas palabras tenían valor absoluto, y, sin embargo, él parecía guardar a Katrina como si fuera un tesoro.En su cumpleaños número dieciocho, él mismo se arriesgó a bucear en las profundidades del mar para buscar la perla más grande y regalársela como muestra de cariño.Incluso en la primera página de cada libro que le regalaba, solía llenar el espacio con poemas escritos solo para ella.Por mucho tiempo, Katrina creyó ser la persona más feliz del mundo, convencida de que el amor de Horacio era tan profundo como el océano.Pero poco después de la boda, todo cambió. Un día, mientras revisaba el armario, encontró una foto vieja.En la imagen, una chica que se parecía demasiado a ella, con un lunar idéntico en la esquina del ojo, sonreía tímidamente.Al reverso de la foto, había dos firmas diferentes: una, delicada y femenina, decía “Vanesa”; la otra, temeraria y desordenada, era de “Horacio”. Al final, ambos nombres estaban juntos: “Vanesa y Horacio”.Katrina se quedó mirando la foto. De pronto, comprendió todo de golpe…Una risa le brotó de los labios, creciente, pero pronto se quebró en lágrimas.Se aferró a la foto y se sentó en el suelo, inmóvil durante mucho tiempo.Al final, temblorosa, buscó su celular para contactar a la firma de abogados y pedir el borrador del acuerdo de divorcio.Pero apenas sus dedos rozaron la pantalla, el teléfono vibró y apareció una notificación del hospital: [señora Sandoval, tiene seis semanas de embarazo.]El teléfono cayó al suelo, y en la pantalla se reflejó su cara pálida como papel.Sintió una ligera presión en el vientre, como si algo diminuto estuviera echando raíces ahí.Las lágrimas volvieron, ardientes esta vez.—Bebé… —susurró al aire, con una voz tan frágil como una perla rota sobre el suelo—. ¿Qué voy a hacer contigo?Sus dedos recorrieron el nombre “Vanesa” en la foto, y finalmente se detuvieron en su vientre, que ya empezaba a notarse.Con mucho cuidado, escondió la foto en el fondo de un cajón y la cubrió con suéteres de lana, como si enterrara también su corazón roto en una oscuridad sin fin.Se repitió a sí misma que, aunque el padre se fuera, ese hijo se quedaría con ella.En ese momento, recibió una llamada de su mejor amiga, Olivia Chávez.—Katrina, ven rápido al club, sala 308… —la voz de Oli temblaba, contenida—. Vi a Horacio con una chica…Cuando Olivia le pidió que fuera por ella, Katrina jamás imaginó que se encontraría con Vanesa.Al abrir la puerta de la sala VIP, la luz fría del candelabro flotaba entre humo y aroma a alcohol.De inmediato, vio a Vanesa acurrucada en una esquina del sofá.Se parecían tanto…Recordó de pronto las veces que Horacio, borracho, le acariciaba el cabello y murmuraba “se parece tanto”.Sintió la garganta bloqueada, como si tuviera algodón dentro. Quiso decir “no me parezco en nada”, pero solo pudo gritar:—Horacio.—señor Pizarro, su esposa llegó —avisó alguien.Solo entonces notó al hombre recostado en un diván. El flequillo húmedo, la corbata floja colgando del cuello, y un cigarro entre los dedos, relajado pero imponente.Al verla, Horacio levantó la mirada, con una ceja ligeramente alzada.—¿Por qué viniste así, con tan poca ropa?Le hizo una seña para que se acercara, la voz ronca por el alcohol.Katrina caminó en silencio, pero antes de decir algo, él la atrajo hacia su pecho. El olor a cigarro y loción la envolvieron.A su alrededor, se escucharon risas con doble sentido. Alguien bromeó:—Ese señor Pizarro sí que sabe consentir a su esposa.Pero Katrina no prestó atención. Solo notó que, en la esquina, Vanesa miraba intensamente sus manos entrelazadas, tan fuerte que sus uñas se clavaban en la palma.De repente, alguien silbó y se burló señalando a Vanesa:—Vanesa, aquí está tu exnovio. Anda, pídele al señor Pizarro que le renueve el préstamo a tu papá.Las risas se hicieron más fuertes:—Ustedes antes tan unidos, y ahora, con que te acuestes una noche con el señor Pizarro, el dinero llega solo, ¿no?Katrina sintió que la mano de Horacio, apoyada en su hombro, se tensó de pronto. Él mordía el cigarro y barría la sala con la mirada; la punta encendida brillaba y se apagaba en la penumbra.Pensó que soltaría alguna broma cruel, pero lo escuchó decir, con voz lenta y pesada:—Dejen de decir estupideces.Él exhaló una bocanada de humo y se apoyó aún más en ella, como si quisiera dejar claro quién mandaba ahí.—Si mi esposa se pone de malas, a ninguno de ustedes les va a ir bien— soltó con una sonrisa torcida.Las carcajadas brotaron por todo el lugar, cargadas de burla y complicidad.El rostro de Vanesa se puso rojo tomate en un instante.El tipo que había empezado a molestarla, con las manos grasosas y el aliento a licor barato, le dio unas palmadas en el hombro.—¿Qué pasa, ya no te quiere el señor Pizarro o qué?— preguntó, burlándose.Al mismo tiempo, sus dedos enganchaban el cuello del suéter de Vanesa, jalándolo hacia abajo con descaro.—No te asustes, amiga, yo sí te cuido… Vente conmigo esta noche, te aseguro que no te va a faltar dinero para tus gustos— remató, soltando una risa asquerosa.Katrina notó cómo los dedos de Horacio, apoyados en el brazo del sofá, se apretaron de repente. Los nudillos se le pusieron blancos, y la mano que sostenía la botella de cerveza temblaba de rabia.No cabía duda, le dolía todo aquello.—¡No quiero!— Vanesa apenas pudo contener el llanto, levantó la mirada hacia Horacio y habló con firmeza—. En esta vida solo reconozco a una persona… aunque él ya no me quiera, no voy a dejar que nadie más me toque.Dicho esto, se dio la vuelta y salió casi corriendo, sus tacones repicando con desesperación sobre el piso.Las palabras de Vanesa cayeron como un balde de agua fría en el pecho de Katrina.Vio cómo Horacio cerraba los ojos y se masajeaba las sienes, tamborileando con los dedos en el sofá. Era su forma de contener la furia.De pronto, abrió los ojos, miró de reojo el rastro morado bajo los ojos de Vanesa y su voz sonó cortante, tan seca como el filo de un machete:—Voy al baño.Se quedó un segundo de pie y, antes de irse, lanzó una advertencia:—Y la próxima vez, mejor cuiden lo que dicen.Un silencio incómodo cayó sobre todos. Nadie se atrevió a decir ni una palabra más.Sin pensarlo, Katrina lo siguió....Al final del pasillo, bajo la tenue luz de emergencia, Horacio estaba limpiando con una toallita húmeda la mancha de alcohol en la muñeca de Vanesa, con una delicadeza que parecía estar calmando a un animalito asustado.De pronto, ella retiró la mano temblando, el suéter se deslizó y dejó al descubierto un tatuaje azuloso en la muñeca: la letra"H" escrita en letras cursivas, apenas visible bajo la piel.—¿Qué es esto?— preguntó Horacio, deteniendo su mano de golpe. Las gotas de la toallita cayeron sobre la piel de Vanesa, como el ritmo acelerado de su propio corazón.Vanesa se cubrió el tatuaje de inmediato con la otra mano, los dedos le temblaban.—No es nada…Agachó la cabeza para evitar su mirada, dejando que el cabello le ocultara los ojos enrojecidos.Horacio le sujetó la muñeca con fuerza, obligándola a mirarlo. Vanesa soltó un pequeño gemido.La luz de emergencia proyectaba una sombra sobre las facciones de Horacio, pero no lograba esconder el mar de emociones en sus ojos.—Respóndeme— exigió, la voz como un golpe seco.—Por favor no…— Vanesa apenas podía hablar, las uñas enterrándosele en la palma de la mano de Horacio—. Te lo ruego, no sigas preguntando…Horacio tragó saliva, la garganta le ardía.—Después de que tu familia se fue a la ruina…Vanesa ya no pudo contenerse y se lanzó a sus brazos, sollozando.—Mi papá se enfermó justo después… Necesitaba pagarle la quimioterapia y era mucho dinero… No tenía opción, tuve que dejarte…—¿Por qué?— la voz de Horacio sonó ahogada, pero su abrazo se fue cerrando poco a poco—. Yo pude haberte ayudado.—En ese momento tú también estabas mal…— Vanesa lloró sobre su camisa—. No quería ser otra carga para ti…Levantó la manga y mostró el interior de su muñeca, llena de cicatrices.—Mira, cada marca es una noche en la que te extrañé… Prefería morirme antes que estar con otro hombre…Los ojos de Horacio se llenaron de un dolor imposible de ocultar. Bajó la cabeza y besó con ternura el tatuaje de Vanesa, como si quisiera consolar a una fiera herida.Vanesa se aferró a él, temblando.—Prefiero morirme antes que dejar que pienses que soy así… Ya sé que ahora tienes esposa…De pronto, levantó la cabeza y en sus ojos, llenos de lágrimas, se reflejaba una esperanza imposible.—Pero cada vez que la veo, no puedo evitar recordar cuando me prometiste que te casarías conmigo…Vanesa se hundió otra vez en su pecho, llorando con tanta fuerza que apenas podía respirar.Horacio no la apartó; al contrario, la rodeó con los brazos, protegiéndola del mundo....Katrina observaba en silencio desde el pasillo, el celular en la mano vibrando con un mensaje recién llegado de Horacio.[Me encontré a un socio de negocios, tengo una reunión esta noche. No voy a regresar.]Qué mentira más barata, pensó Katrina. Igual que cuando le decía que la amaba. Y aun así, antes, ella se lo creía todo…Desde que se casaron, sin importar cuán ocupado estuviera, Horacio siempre regresaba a casa por las noches. Nunca se quedaba fuera.Pero después de aquel día, su ausencia se volvió rutina. Comenzó a no volver en toda la noche.A la tercera semana de esas ausencias, el encabezado de la sección de espectáculos explotó en las redes: [Misteriosa mujer se reúne de noche con el líder del Grupo Pizarro, entrelazados de la mano, ¿nuevo romance a la vista?]En la foto, Horacio llevaba puesta la gabardina gris oscuro que Katrina le había escogido con tanto esmero; su mano sujetaba con firmeza la muñeca de Vanesa.A las seis de la mañana, como si nada fuera inusual, sonó la llamada de su suegra.Katrina, con las ojeras marcadas bajo los ojos, miraba su reflejo en el espejo mientras escuchaba la voz cargada de preocupación del otro lado. Sus uñas se clavaban en la palma: —Horacio ha dicho estos días que está trabajando horas extras... ¿No han peleado, verdad?—Mamá, últimamente ha estado ocupado —respondió ella, sin ganas de dar explicaciones, la voz tan distante que podría congelar el aire.Se dio la vuelta y sacó un viejo álbum de fotos que llevaba años sin abrir.El plástico crujió cuando lo levantó; la mayoría de las imágenes eran paisajes de sus viajes en solitario. De vez en cuando, aparecían algunas tomas de Horacio: ceño fruncido en reuniones, recostado en el sofá fingiendo dormir. Ni una sola donde le sonriera a ella.Debió haberlo notado antes. Si de verdad la “amaba”, ¿cómo era posible que no existiera siquiera una foto juntos?Ahora, pensándolo bien, quizá él evitaba verse en esas fotos para no recordar a cierta persona.Al llegar a la última página, encontró una imagen borrosa.Se quedó mirando la cicatriz tenue en el dorso de la mano de Horacio. Esa marca se la había hecho al protegerla cuando alguien rompió una botella de vidrio en una fiesta. Ahora, esa misma mano sostenía la de otra mujer.—¿Katrina? —La voz de su suegra la sacó de sus pensamientos.Apretó los dientes, eligió una foto de la noche previa a la boda y la mandó.—Siempre tan comprensiva —suspiró la suegra—. Horacio siempre ha sido de pocas palabras, pero buen muchacho…Katrina escuchó el zumbido de la línea y murmuró: —Mamá, estoy cansada.Colgó. El álbum se le escapó de las manos y las fotos se esparcieron por el suelo.Se fijó en una en particular: era de su cumpleaños. Horacio, inclinado sobre el pastel, con las pestañas proyectando una sombra sobre sus mejillas y la comisura de los labios curvada hacia arriba.En aquel momento, pensó que esa sonrisa era para ella. Ahora entendía que, en realidad, él estaba recordando a otra persona, alguien lejana....Después de que la madre de Horacio publicara su desmentido en Twitter, los comentarios se llenaron al instante: [¡Qué dulce la señora Pizarro!] [El señor Pizarro tiene muy buen gusto.]Katrina miró la foto borrosa tomada a escondidas. Su dedo permaneció largo rato sobre la pantalla, hasta que una notificación nueva apareció: Horacio había retuiteado el mensaje que Vanesa publicó esa mañana: [Nuestra relación está por encima de cualquier mancha.]El mensaje de Horacio era tan corto y filoso como un cuchillo. Fue directo al corazón de Katrina.En segundos, la marea de comentarios cambió de dirección: [Tercera en discordia], [La reina del escándalo], y hasta hubo quien comparó sus rasgos con los de Vanesa, burlándose de que era una “imitación barata”.Justo en ese momento, mientras Katrina leía los comentarios, oyó el giro de la llave en la puerta.Horacio entró, trayendo consigo el aroma frío de la madrugada. Venía sonriendo, pero al ver lo que Katrina tenía en el celular, su expresión se volvió dura de inmediato.—¿Por qué andas viendo esas cosas?Intentó arrebatarle el teléfono.—Solo quería ver.La yema de los dedos de Horacio rozó el dorso de su mano, con la misma suavidad de siempre.—Todo esto en internet es cosa de rivales, un montaje. Lo de Vanesa es solo…Katrina escuchó su tono condescendiente y, en su interior, no pudo evitar soltar una carcajada silenciosa.—Sí, ya lo sé —lo interrumpió, y empezó a guardar sus suéteres en la maleta.Horacio, al ver la indiferencia en su actitud, sintió algo parecido al fastidio.—Kati, ¿de verdad estás bien?Ella soltó una pequeña risa.—¿Por qué no habría de confiar? Entre esposos, ¿no se supone que debe haber confianza?Dicho eso, se levantó y salió del cuarto.Horacio se quedó mirando su espalda mientras se alejaba, con una sensación extraña en el pecho. Pero en un parpadeo, su mente se aferró a la esperanza de que todo seguiría igual.Capítulo 3Cuando Katrina Sandoval cumplió veintidós años, apenas había alcanzado la edad legal y, sin pensarlo dos veces, se casó con Horacio Pizarro.Todos la envidiaban por su aparente buena suerte. Horacio era una figura de peso en el círculo social, alguien cuyas palabras tenían valor absoluto, y, sin embargo, él parecía guardar a Katrina como si fuera un tesoro.En su cumpleaños número dieciocho, él mismo se arriesgó a bucear en las profundidades del mar para buscar la perla más grande y regalársela como muestra de cariño.Incluso en la primera página de cada libro que le regalaba, solía llenar el espacio con poemas escritos solo para ella.Por mucho tiempo, Katrina creyó ser la persona más feliz del mundo, convencida de que el amor de Horacio era tan profundo como el océano.Pero poco después de la boda, todo cambió. Un día, mientras revisaba el armario, encontró una foto vieja.En la imagen, una chica que se parecía demasiado a ella, con un lunar idéntico en la esquina del ojo, sonreía tímidamente.Al reverso de la foto, había dos firmas diferentes: una, delicada y femenina, decía “Vanesa”; la otra, temeraria y desordenada, era de “Horacio”. Al final, ambos nombres estaban juntos: “Vanesa y Horacio”.Katrina se quedó mirando la foto. De pronto, comprendió todo de golpe…Una risa le brotó de los labios, creciente, pero pronto se quebró en lágrimas.Se aferró a la foto y se sentó en el suelo, inmóvil durante mucho tiempo.Al final, temblorosa, buscó su celular para contactar a la firma de abogados y pedir el borrador del acuerdo de divorcio.Pero apenas sus dedos rozaron la pantalla, el teléfono vibró y apareció una notificación del hospital: [señora Sandoval, tiene seis semanas de embarazo.]El teléfono cayó al suelo, y en la pantalla se reflejó su cara pálida como papel.Sintió una ligera presión en el vientre, como si algo diminuto estuviera echando raíces ahí.Las lágrimas volvieron, ardientes esta vez.—Bebé… —susurró al aire, con una voz tan frágil como una perla rota sobre el suelo—. ¿Qué voy a hacer contigo?Sus dedos recorrieron el nombre “Vanesa” en la foto, y finalmente se detuvieron en su vientre, que ya empezaba a notarse.Con mucho cuidado, escondió la foto en el fondo de un cajón y la cubrió con suéteres de lana, como si enterrara también su corazón roto en una oscuridad sin fin.Se repitió a sí misma que, aunque el padre se fuera, ese hijo se quedaría con ella.En ese momento, recibió una llamada de su mejor amiga, Olivia Chávez.—Katrina, ven rápido al club, sala 308… —la voz de Oli temblaba, contenida—. Vi a Horacio con una chica…Cuando Olivia le pidió que fuera por ella, Katrina jamás imaginó que se encontraría con Vanesa.Al abrir la puerta de la sala VIP, la luz fría del candelabro flotaba entre humo y aroma a alcohol.De inmediato, vio a Vanesa acurrucada en una esquina del sofá.Se parecían tanto…Recordó de pronto las veces que Horacio, borracho, le acariciaba el cabello y murmuraba “se parece tanto”.Sintió la garganta bloqueada, como si tuviera algodón dentro. Quiso decir “no me parezco en nada”, pero solo pudo gritar:—Horacio.—señor Pizarro, su esposa llegó —avisó alguien.Solo entonces notó al hombre recostado en un diván. El flequillo húmedo, la corbata floja colgando del cuello, y un cigarro entre los dedos, relajado pero imponente.Al verla, Horacio levantó la mirada, con una ceja ligeramente alzada.—¿Por qué viniste así, con tan poca ropa?Le hizo una seña para que se acercara, la voz ronca por el alcohol.Katrina caminó en silencio, pero antes de decir algo, él la atrajo hacia su pecho. El olor a cigarro y loción la envolvieron.A su alrededor, se escucharon risas con doble sentido. Alguien bromeó:—Ese señor Pizarro sí que sabe consentir a su esposa.Pero Katrina no prestó atención. Solo notó que, en la esquina, Vanesa miraba intensamente sus manos entrelazadas, tan fuerte que sus uñas se clavaban en la palma.De repente, alguien silbó y se burló señalando a Vanesa:—Vanesa, aquí está tu exnovio. Anda, pídele al señor Pizarro que le renueve el préstamo a tu papá.Las risas se hicieron más fuertes:—Ustedes antes tan unidos, y ahora, con que te acuestes una noche con el señor Pizarro, el dinero llega solo, ¿no?Katrina sintió que la mano de Horacio, apoyada en su hombro, se tensó de pronto. Él mordía el cigarro y barría la sala con la mirada; la punta encendida brillaba y se apagaba en la penumbra.Pensó que soltaría alguna broma cruel, pero lo escuchó decir, con voz lenta y pesada:—Dejen de decir estupideces.Él exhaló una bocanada de humo y se apoyó aún más en ella, como si quisiera dejar claro quién mandaba ahí.—Si mi esposa se pone de malas, a ninguno de ustedes les va a ir bien— soltó con una sonrisa torcida.Las carcajadas brotaron por todo el lugar, cargadas de burla y complicidad.El rostro de Vanesa se puso rojo tomate en un instante.El tipo que había empezado a molestarla, con las manos grasosas y el aliento a licor barato, le dio unas palmadas en el hombro.—¿Qué pasa, ya no te quiere el señor Pizarro o qué?— preguntó, burlándose.Al mismo tiempo, sus dedos enganchaban el cuello del suéter de Vanesa, jalándolo hacia abajo con descaro.—No te asustes, amiga, yo sí te cuido… Vente conmigo esta noche, te aseguro que no te va a faltar dinero para tus gustos— remató, soltando una risa asquerosa.Katrina notó cómo los dedos de Horacio, apoyados en el brazo del sofá, se apretaron de repente. Los nudillos se le pusieron blancos, y la mano que sostenía la botella de cerveza temblaba de rabia.No cabía duda, le dolía todo aquello.—¡No quiero!— Vanesa apenas pudo contener el llanto, levantó la mirada hacia Horacio y habló con firmeza—. En esta vida solo reconozco a una persona… aunque él ya no me quiera, no voy a dejar que nadie más me toque.Dicho esto, se dio la vuelta y salió casi corriendo, sus tacones repicando con desesperación sobre el piso.Las palabras de Vanesa cayeron como un balde de agua fría en el pecho de Katrina.Vio cómo Horacio cerraba los ojos y se masajeaba las sienes, tamborileando con los dedos en el sofá. Era su forma de contener la furia.De pronto, abrió los ojos, miró de reojo el rastro morado bajo los ojos de Vanesa y su voz sonó cortante, tan seca como el filo de un machete:—Voy al baño.Se quedó un segundo de pie y, antes de irse, lanzó una advertencia:—Y la próxima vez, mejor cuiden lo que dicen.Un silencio incómodo cayó sobre todos. Nadie se atrevió a decir ni una palabra más.Sin pensarlo, Katrina lo siguió....Al final del pasillo, bajo la tenue luz de emergencia, Horacio estaba limpiando con una toallita húmeda la mancha de alcohol en la muñeca de Vanesa, con una delicadeza que parecía estar calmando a un animalito asustado.De pronto, ella retiró la mano temblando, el suéter se deslizó y dejó al descubierto un tatuaje azuloso en la muñeca: la letra"H" escrita en letras cursivas, apenas visible bajo la piel.—¿Qué es esto?— preguntó Horacio, deteniendo su mano de golpe. Las gotas de la toallita cayeron sobre la piel de Vanesa, como el ritmo acelerado de su propio corazón.Vanesa se cubrió el tatuaje de inmediato con la otra mano, los dedos le temblaban.—No es nada…Agachó la cabeza para evitar su mirada, dejando que el cabello le ocultara los ojos enrojecidos.Horacio le sujetó la muñeca con fuerza, obligándola a mirarlo. Vanesa soltó un pequeño gemido.La luz de emergencia proyectaba una sombra sobre las facciones de Horacio, pero no lograba esconder el mar de emociones en sus ojos.—Respóndeme— exigió, la voz como un golpe seco.—Por favor no…— Vanesa apenas podía hablar, las uñas enterrándosele en la palma de la mano de Horacio—. Te lo ruego, no sigas preguntando…Horacio tragó saliva, la garganta le ardía.—Después de que tu familia se fue a la ruina…Vanesa ya no pudo contenerse y se lanzó a sus brazos, sollozando.—Mi papá se enfermó justo después… Necesitaba pagarle la quimioterapia y era mucho dinero… No tenía opción, tuve que dejarte…—¿Por qué?— la voz de Horacio sonó ahogada, pero su abrazo se fue cerrando poco a poco—. Yo pude haberte ayudado.—En ese momento tú también estabas mal…— Vanesa lloró sobre su camisa—. No quería ser otra carga para ti…Levantó la manga y mostró el interior de su muñeca, llena de cicatrices.—Mira, cada marca es una noche en la que te extrañé… Prefería morirme antes que estar con otro hombre…Los ojos de Horacio se llenaron de un dolor imposible de ocultar. Bajó la cabeza y besó con ternura el tatuaje de Vanesa, como si quisiera consolar a una fiera herida.Vanesa se aferró a él, temblando.—Prefiero morirme antes que dejar que pienses que soy así… Ya sé que ahora tienes esposa…De pronto, levantó la cabeza y en sus ojos, llenos de lágrimas, se reflejaba una esperanza imposible.—Pero cada vez que la veo, no puedo evitar recordar cuando me prometiste que te casarías conmigo…Vanesa se hundió otra vez en su pecho, llorando con tanta fuerza que apenas podía respirar.Horacio no la apartó; al contrario, la rodeó con los brazos, protegiéndola del mundo....Katrina observaba en silencio desde el pasillo, el celular en la mano vibrando con un mensaje recién llegado de Horacio.[Me encontré a un socio de negocios, tengo una reunión esta noche. No voy a regresar.]Qué mentira más barata, pensó Katrina. Igual que cuando le decía que la amaba. Y aun así, antes, ella se lo creía todo…Desde que se casaron, sin importar cuán ocupado estuviera, Horacio siempre regresaba a casa por las noches. Nunca se quedaba fuera.Pero después de aquel día, su ausencia se volvió rutina. Comenzó a no volver en toda la noche.A la tercera semana de esas ausencias, el encabezado de la sección de espectáculos explotó en las redes: [Misteriosa mujer se reúne de noche con el líder del Grupo Pizarro, entrelazados de la mano, ¿nuevo romance a la vista?]En la foto, Horacio llevaba puesta la gabardina gris oscuro que Katrina le había escogido con tanto esmero; su mano sujetaba con firmeza la muñeca de Vanesa.A las seis de la mañana, como si nada fuera inusual, sonó la llamada de su suegra.Katrina, con las ojeras marcadas bajo los ojos, miraba su reflejo en el espejo mientras escuchaba la voz cargada de preocupación del otro lado. Sus uñas se clavaban en la palma: —Horacio ha dicho estos días que está trabajando horas extras... ¿No han peleado, verdad?—Mamá, últimamente ha estado ocupado —respondió ella, sin ganas de dar explicaciones, la voz tan distante que podría congelar el aire.Se dio la vuelta y sacó un viejo álbum de fotos que llevaba años sin abrir.El plástico crujió cuando lo levantó; la mayoría de las imágenes eran paisajes de sus viajes en solitario. De vez en cuando, aparecían algunas tomas de Horacio: ceño fruncido en reuniones, recostado en el sofá fingiendo dormir. Ni una sola donde le sonriera a ella.Debió haberlo notado antes. Si de verdad la “amaba”, ¿cómo era posible que no existiera siquiera una foto juntos?Ahora, pensándolo bien, quizá él evitaba verse en esas fotos para no recordar a cierta persona.Al llegar a la última página, encontró una imagen borrosa.Se quedó mirando la cicatriz tenue en el dorso de la mano de Horacio. Esa marca se la había hecho al protegerla cuando alguien rompió una botella de vidrio en una fiesta. Ahora, esa misma mano sostenía la de otra mujer.—¿Katrina? —La voz de su suegra la sacó de sus pensamientos.Apretó los dientes, eligió una foto de la noche previa a la boda y la mandó.—Siempre tan comprensiva —suspiró la suegra—. Horacio siempre ha sido de pocas palabras, pero buen muchacho…Katrina escuchó el zumbido de la línea y murmuró: —Mamá, estoy cansada.Colgó. El álbum se le escapó de las manos y las fotos se esparcieron por el suelo.Se fijó en una en particular: era de su cumpleaños. Horacio, inclinado sobre el pastel, con las pestañas proyectando una sombra sobre sus mejillas y la comisura de los labios curvada hacia arriba.En aquel momento, pensó que esa sonrisa era para ella. Ahora entendía que, en realidad, él estaba recordando a otra persona, alguien lejana....Después de que la madre de Horacio publicara su desmentido en Twitter, los comentarios se llenaron al instante: [¡Qué dulce la señora Pizarro!] [El señor Pizarro tiene muy buen gusto.]Katrina miró la foto borrosa tomada a escondidas. Su dedo permaneció largo rato sobre la pantalla, hasta que una notificación nueva apareció: Horacio había retuiteado el mensaje que Vanesa publicó esa mañana: [Nuestra relación está por encima de cualquier mancha.]El mensaje de Horacio era tan corto y filoso como un cuchillo. Fue directo al corazón de Katrina.En segundos, la marea de comentarios cambió de dirección: [Tercera en discordia], [La reina del escándalo], y hasta hubo quien comparó sus rasgos con los de Vanesa, burlándose de que era una “imitación barata”.Justo en ese momento, mientras Katrina leía los comentarios, oyó el giro de la llave en la puerta.Horacio entró, trayendo consigo el aroma frío de la madrugada. Venía sonriendo, pero al ver lo que Katrina tenía en el celular, su expresión se volvió dura de inmediato.—¿Por qué andas viendo esas cosas?Intentó arrebatarle el teléfono.—Solo quería ver.La yema de los dedos de Horacio rozó el dorso de su mano, con la misma suavidad de siempre.—Todo esto en internet es cosa de rivales, un montaje. Lo de Vanesa es solo…Katrina escuchó su tono condescendiente y, en su interior, no pudo evitar soltar una carcajada silenciosa.—Sí, ya lo sé —lo interrumpió, y empezó a guardar sus suéteres en la maleta.Horacio, al ver la indiferencia en su actitud, sintió algo parecido al fastidio.—Kati, ¿de verdad estás bien?Ella soltó una pequeña risa.—¿Por qué no habría de confiar? Entre esposos, ¿no se supone que debe haber confianza?Dicho eso, se levantó y salió del cuarto.Horacio se quedó mirando su espalda mientras se alejaba, con una sensación extraña en el pecho. Pero en un parpadeo, su mente se aferró a la esperanza de que todo seguiría igual.